9-S: El dolor ante 13 ausencias se convirtió en esperanza de vida (opinión)
El 9 de septiembre de 2020, cambio la vida de muchos, ese día se quedó grabado en nuestra memoria y en nuestro corazón. Nada volvería a ser igual después de esta masacre, si porque en Bogotá hubo una masacre perpetuada por la Policía Nacional.
Simona
Siento la profunda ausencia de Jaider en la sonrisa de Maira y en la picardía de Samuel.
Siento la profunda ausencia de Angie en la entereza y la convicción de doña Nuri.
Siento la profunda ausencia de Cristian en las lágrimas de Lina al recordar a su hermano.
Siento la profunda ausencia de Javier Ordoñez, Fredy Alexánder Maecha, Julieth Ramírez, Andrés Hurtado, Gabriel Estrada, Mauricio González, Elder Jesus Arias, Lorwuan Mendoza y Andrés Felipe Rodríguez en los rostros de sus familiares que no se han detenido en exigir verdad, justicia y no repetición.
El 9 de septiembre de 2020, cambio la vida de muchos, ese día se quedó grabado en nuestra memoria y en nuestro corazón. Nada volvería a ser igual después de esta masacre, si porque en Bogotá hubo una masacre perpetuada por la Policía Nacional.
La mañana de ese fatídico día nos levantamos viendo el horrible y viral video del asesinato de Javier Ordoñez, sus suplicas calaron en nuestro corazón “Ya, ya, ¡Por favor!”. Muchos no entendían porque aquellos que juraron protegernos nos estaban asesinando con total descaro y con tanta impunidad. Los gritos de Javier simbolizaban los lamentos de los jóvenes maltratados, de las mujeres violentadas, de los niños bombardeados durante décadas, por aquella institución que tiene sus uniformes manchados de sangre.
En las redes sociales se convocaron a varias movilizaciones en contra del abuso policial. El punto de encuentro eran las estaciones menores de policía de la ciudad CAI, lugares que son usados constantemente para maltratar a los jóvenes y para violar los cuerpos de las mujeres. Esta fue la principal razón para que se encontraran allí los jóvenes que salieron a gritar “No más abuso policial”.
Éramos los violentados, que no soportábamos más abusos y que creíamos que merecíamos una policía digna. Por eso, a través de las arengas, los grafitis grabados en las paredes que decían “Asesinos” y los gritos se inundó el espacio. Después de meses encerrados volvimos a manifestarnos en el espacio público.
No éramos uno, ni dos, ni tres, éramos muchos los que salimos a parir un nuevo porvenir, porque no aguantábamos más dolor de patria y por esto cayó la primera piedra y muchas más, por Javier que nos hizo revivir el dolor ante la ausencia de Nico Neira, Miguel Ángel Barbosa, Óscar Salas y Dilan Cruz, heridas que no han sanado completamente, porque continúan en la impunidad.
La ciudad ardió y también se lamentó, porque la vida no fue respetada. Los vidrios se rompieron, los CAI quedaron incinerados y la represión escaló a niveles nunca vistos. Horrorizados vimos a la policía voltearse las chaquetas, ocultar su número de identificación y disparar en contra de los jóvenes que salieron a las calles. Ninguna vida fue respetada; los defensores de derechos humanos fueron golpeados; los periodistas independientes, que se atrevieron a alzar sus cámaras, fueron intimidados, y varios jóvenes que fueron capturados esas interminables noches denuncian que fueron torturados. 13 vidas fueron asesinadas en esta masacre y la respuesta del gobierno de Iván Duque fue disfrazarse de policía y alabar su actuar públicamente en los medios de comunicación oficial.
Esas dos noches la Policía Nacional aprendió una gran lección, que replicaría en el marco del paro nacional del 2021 y es que en Colombia no existe el respeto a los derechos humanos y que el policía tiene la facultad de castigar al ciudadano torturándolo, violándolo, asesinándolo y no recibirá ningún castigo por parte de la justicia.
Por eso, un año después de esta brutal masacre, nos unimos al grito de los familiares de estas 13 personas asesinadas, que conformaron el bloque de víctimas de la policía nacional, que siguen saliendo a las calles a exigir claridad frente a los procesos adelantados por la Fiscalía. No nos contentamos con que encarcelen a los policías que dispararon, porque los autores intelectuales siguen libres y están listos para volver a alzar las armas en contra del pueblo. Necesitamos una verdadera reparación para las víctimas y para la sociedad y esta se da por medio de una reforma policial, que le garantice a la ciudadanía que no se volverán a repetir estos comportamientos.
Caminamos rápidamente, a lo lejos vemos a doña Luz, a Juan y a Laura. Los saludamos en un caluroso abrazo. Hoy es 9, un aniversario más de esta brutal masacre que nos cambió por completo. Estamos en Verbenal, en el parque de la resistencia. Asistiendo a una noche sin miedo, en el mismo lugar en el que la policía asesinó a tres jóvenes. El nombre de Jaider, Cristian, Andrés y Angie nos resulta cercano, porque los hemos conocido a través de los ojos de sus familiares. En este lugar no tenemos miedo, porque la solidaridad, la ternura y la empatía nos unieron y porque aprendimos que el amor es nuestra más grande trinchera.
Siento la profunda ausencia de Jaider en la sonrisa de Maira y en la picardía de Samuel.
Siento la profunda ausencia de Angie en la entereza y la convicción de doña Nuri.
Siento la profunda ausencia de Cristian en las lágrimas de Lina al recordar a su hermano.
Siento la profunda ausencia de Javier Ordoñez, Fredy Alexánder Maecha, Julieth Ramírez, Andrés Hurtado, Gabriel Estrada, Mauricio González, Elder Jesus Arias, Lorwuan Mendoza y Andrés Felipe Rodríguez en los rostros de sus familiares que no se han detenido en exigir verdad, justicia y no repetición.
El 9 de septiembre de 2020, cambio la vida de muchos, ese día se quedó grabado en nuestra memoria y en nuestro corazón. Nada volvería a ser igual después de esta masacre, si porque en Bogotá hubo una masacre perpetuada por la Policía Nacional.
La mañana de ese fatídico día nos levantamos viendo el horrible y viral video del asesinato de Javier Ordoñez, sus suplicas calaron en nuestro corazón “Ya, ya, ¡Por favor!”. Muchos no entendían porque aquellos que juraron protegernos nos estaban asesinando con total descaro y con tanta impunidad. Los gritos de Javier simbolizaban los lamentos de los jóvenes maltratados, de las mujeres violentadas, de los niños bombardeados durante décadas, por aquella institución que tiene sus uniformes manchados de sangre.
En las redes sociales se convocaron a varias movilizaciones en contra del abuso policial. El punto de encuentro eran las estaciones menores de policía de la ciudad CAI, lugares que son usados constantemente para maltratar a los jóvenes y para violar los cuerpos de las mujeres. Esta fue la principal razón para que se encontraran allí los jóvenes que salieron a gritar “No más abuso policial”.
Éramos los violentados, que no soportábamos más abusos y que creíamos que merecíamos una policía digna. Por eso, a través de las arengas, los grafitis grabados en las paredes que decían “Asesinos” y los gritos se inundó el espacio. Después de meses encerrados volvimos a manifestarnos en el espacio público.
No éramos uno, ni dos, ni tres, éramos muchos los que salimos a parir un nuevo porvenir, porque no aguantábamos más dolor de patria y por esto cayó la primera piedra y muchas más, por Javier que nos hizo revivir el dolor ante la ausencia de Nico Neira, Miguel Ángel Barbosa, Óscar Salas y Dilan Cruz, heridas que no han sanado completamente, porque continúan en la impunidad.
La ciudad ardió y también se lamentó, porque la vida no fue respetada. Los vidrios se rompieron, los CAI quedaron incinerados y la represión escaló a niveles nunca vistos. Horrorizados vimos a la policía voltearse las chaquetas, ocultar su número de identificación y disparar en contra de los jóvenes que salieron a las calles. Ninguna vida fue respetada; los defensores de derechos humanos fueron golpeados; los periodistas independientes, que se atrevieron a alzar sus cámaras, fueron intimidados, y varios jóvenes que fueron capturados esas interminables noches denuncian que fueron torturados. 13 vidas fueron asesinadas en esta masacre y la respuesta del gobierno de Iván Duque fue disfrazarse de policía y alabar su actuar públicamente en los medios de comunicación oficial.
Esas dos noches la Policía Nacional aprendió una gran lección, que replicaría en el marco del paro nacional del 2021 y es que en Colombia no existe el respeto a los derechos humanos y que el policía tiene la facultad de castigar al ciudadano torturándolo, violándolo, asesinándolo y no recibirá ningún castigo por parte de la justicia.
Por eso, un año después de esta brutal masacre, nos unimos al grito de los familiares de estas 13 personas asesinadas, que conformaron el bloque de víctimas de la policía nacional, que siguen saliendo a las calles a exigir claridad frente a los procesos adelantados por la Fiscalía. No nos contentamos con que encarcelen a los policías que dispararon, porque los autores intelectuales siguen libres y están listos para volver a alzar las armas en contra del pueblo. Necesitamos una verdadera reparación para las víctimas y para la sociedad y esta se da por medio de una reforma policial, que le garantice a la ciudadanía que no se volverán a repetir estos comportamientos.
Caminamos rápidamente, a lo lejos vemos a doña Luz, a Juan y a Laura. Los saludamos en un caluroso abrazo. Hoy es 9, un aniversario más de esta brutal masacre que nos cambió por completo. Estamos en Verbenal, en el parque de la resistencia. Asistiendo a una noche sin miedo, en el mismo lugar en el que la policía asesinó a tres jóvenes. El nombre de Jaider, Cristian, Andrés y Angie nos resulta cercano, porque los hemos conocido a través de los ojos de sus familiares. En este lugar no tenemos miedo, porque la solidaridad, la ternura y la empatía nos unieron y porque aprendimos que el amor es nuestra más grande trinchera.