Abandono y maltrato, lo que hay detrás de las muertes de los perros en Pasquilla
En esa vereda de Ciudad Bolívar, en el último mes, han envenenado y matado a 32 perros. De acuerdo con el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, esta es la cuarta localidad en donde hay más animales deambulando en las calles. Pese a que se han adelantado las denuncias por las muertes, las investigaciones para dar con los responsables no avanzan.
Eran un poco más de las 7:00 a.m. del 4 de abril cuando los estudiantes del Colegio Rural Pasquilla se reunieron en un círculo en la entrada del centro educativo. A sus pies estaba muerta Paloma, una perrita criolla que había sido envenenada. Unos cien metros más al sur estaba muerto el perro negro de doña Cristina, la señora del aseo del colegio. Ese día se contaron en total siete perros envenenados y en el sector se halló comida revuelta con vidrio molido y una sustancia líquida, que usan para quemar los órganos de los perros y hacer de su deceso un proceso cruel, agónico y lento.
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Eran un poco más de las 7:00 a.m. del 4 de abril cuando los estudiantes del Colegio Rural Pasquilla se reunieron en un círculo en la entrada del centro educativo. A sus pies estaba muerta Paloma, una perrita criolla que había sido envenenada. Unos cien metros más al sur estaba muerto el perro negro de doña Cristina, la señora del aseo del colegio. Ese día se contaron en total siete perros envenenados y en el sector se halló comida revuelta con vidrio molido y una sustancia líquida, que usan para quemar los órganos de los perros y hacer de su deceso un proceso cruel, agónico y lento.
Pasados ocho días los perros muertos eran una docena, y cuatro semanas después ya eran 32. Los dos últimos fueron en otra vereda cercana al colegio, el pasado domingo, en donde, por el objetivo de envenenar a un perro salvaje que habría estado acabando con las gallinas de los agricultores, han perdido la vida otros criollitos, que viven en la calle. Pese a que la suma de perros muertos va en aumento, cada día salen de las montañas más caninos que han sido abandonados en la zona rural.
La vereda Pasquilla, en la parte limítrofe de la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, tiene que enfrentar el abandono de perros, entre otras problemáticas. Este sitio, históricamente, ha sido el escenario adonde llegan carros, de los que arrojan a los perros a la fuerza, para deshacerse de ellos. Algunos vienen de criaderos, otros han sido usados para peleas clandestinas, pero a la mayoría los han botado, porque no son de raza o las familias se arrepienten de criar a una mascota.
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Desde el 2020, el Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (Idpyba) viene desarrollando el estudio “Estimativo de la abundancia y densidad poblacional de caninos deambulantes en Bogotá”. Allí han participado cerca de 400 personas, con distintos perfiles profesionales, quienes adelantan un ejercicio de observación y recolección de datos en 19 localidades. Los resultados son desalentadores.
Solo en Ciudad Bolívar, hasta este año, se identificaron 11.683 perros y 13.337 gatos, siendo esta la cuarta localidad en donde hay más animales deambulando en la calle. Punteando están Kennedy, Suba y Engativá. Esa situación, de acuerdo con la comunidad educativa del Colegio Rural de Pasquilla, sería parte del problema de la matanza de perros en ese punto de la ciudad.
Las autoridades ya están enteradas de lo que ha ocurrido, pero, hasta ahora, las investigaciones no han avanzado. Según el Escuadrón Anticrueldad del Idpyba, la atención a cada uno de los hechos ha terminado en informes que se remiten a la Policía Metropolitana y la Fiscalía, para que sean ellos quienes se encarguen de la situación, pero hasta ahí llegan las denuncias.
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Adiós a Paloma y los otros 31 perros
Skeletor era un perro de pelea que abandonaron en Pasquilla a principio de año. Por su forma de crianza, y para lo que fue empleado, era un perro agresivo con sus semejantes, pero bastante noble con los humanos. “Un día el perro mordió a otro y no lo quería soltar. Entonces el carnicero lo cogió de los testículos, pensando que así iba a soltar al otro perro, pero lo que hizo Skeletor fue morder al señor. Ahí se armó un conflicto, porque querían sacrificar al perro, hasta que lo lograron”, cuenta Elizabeth Gómez, profesora del colegio rural.
Con esta situación como precedente, y queriendo evitar que la comunidad se enfrentara entre sí por la alta presencia de perros, un pequeño grupo de educadores tomó la decisión de crear un semillero, cuyos objetivos iban encaminados al rescate, rehabilitación y adopción de animales abandonados, pero esa intención resultó trayendo consigo la oleada de muertes.
“Se hicieron unas cien encuestas, las hicieron los mismos niños del colegio con los pobladores, entre ellos la comunidad religiosa, los comerciantes y dueños de fincas, pero el resultado no fue muy bueno. La mayoría decían que no les gustaban los perros y que si iban a hacer el semillero que fuera para llevárselos de la zona, porque no los querían ahí”, agregó Gómez.
Habían pasado apenas dos días desde el sondeo que hicieron para levantar información sobre la percepción de la presencia de caninos en las veredas, cuando Paloma y el perro de la aseadora del colegio, junto con otros cinco, fueron envenenados. La lista de perros muertos, con el paso de los días, se fue incrementando y, aún sin empezar a trabajar, el semillero creado por profesores y estudiantes, llamado Oreo y sus Amigos, ya tenía mucho por hacer.
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“Oreo es un perro que apareció acá en la vereda y los niños lo entraron al colegio, entonces se volvió como la mascota. Por él, y por los otros perritos de la manada, es que decidimos trabajar para intentar salvarlos, pero no ha sido fácil. Hemos recibido amenazas y, ahora, los perros que intentamos salvar los han matado. Hay personas de la comunidad que dicen que, porque nosotros les damos comida y agua, llegan más perros, pero la verdad es que los abandonan, y ellos van a donde está la comida por necesidad”, agrega la profesora.
La situación se salió de las manos, pues en el proceso por querer salvar del hambre y el maltrato a los caninos, los líderes del semillero han sido blanco de acusaciones violentas. La más reciente fue hace unas dos semanas cuando Oreo estaba ladrándoles a unas chivas que estaban pastando en cercanías al colegio, por lo que el dueño de estos animales aseguró que si volvía a ver al perro molestando a las chivas “iba a hacer algo con ese animal”.
“No sabemos qué puede pasar, pero ya pusimos la denuncia y lo responsabilizamos a él de lo que le pase a Oreo, o a los estudiantes y profesores del semillero. La gente intenta cuidar a sus animales de producción matando a los perros callejeros. Además, acá existe una cultura muy violenta con todos los animales. La vez pasada vacunaron a unas chivas y una de ellas se cayó. El dueño la cogió de la cabeza y la pateaba, porque no se levantaba. El animal estaba débil y golpeado”, contó otra maestra.
Lo que ocurre en la localidad de Ciudad Bolívar parece un reflejo de lo que pasa en algunos otros sectores de la capital. Según cifras del Grupo Especial para la Lucha Contra el Maltrato Animal (GELMA) de la Fiscalía, desde el 2020 hasta el pasado 17 de mayo, en la Seccional Bogotá se abrieron y se encuentran activas 239 noticias criminales por el delito de maltrato animal.
Los indicadores, discriminados por año, demuestran que la violencia contra los animales se disparó. En el 2020 fueron 24 casos, el año pasado se reportaron 86, pero en lo corrido de este año (cinco meses) la cifra llegó a 129 hechos de maltrato animal que siguen activos; es decir, en investigación. Eso sin contar los que no son denunciados. Otras cifras indican que durante este año han sido imputadas 32 personas por el delito.
De acuerdo con veterinarios que han visitado la zona rural de Pasquilla, las muertes de estos perros han sido por sustancias de uso comercial y cualquier otro elemento que les pueda causar heridas internas, objetos que mezclan con comida que los perros buscan llevados por el hambre y el abandono. Sumado al problema de la matanza, ahora la comunidad educativa intenta darle la mejor solución al manejo de los cadáveres, pues no pueden dejarlos en las calles.
Los educadores y los estudiantes decidieron sepultar en el campo del plantel a varios de estos perros. En una zona, lejos de los salones, permanecen Paloma, Zeus y otros seis perros, en otra sede del colegio están otros doce y en una finca está el resto. Hasta esos lugares van Oreo, Mara y otros perros que se han salvado de milagro, como queriendo escarbar la tierra y sacar de ahí a su manada.
Si bien, los perros no comprenden la maldad que los rodea, el instinto les ha permitido establecer sitios a donde no pueden ir, porque terminarán en tumbas improvisadas y sus nombres serían proclamados por la banda marcial del colegio, que sale a protestar por la vereda cada vez que hay un nuevo perro muerto.