Adiós a los “gota a gota”: vendedores informales podrán acceder a créditos con los bancos
La falta de liquidez es uno de sus problemas, por ello deben recurrir a los “pagadiario”. El Distrito abre una alternativa para mejorar su flujo de caja.
Cristian Camilo Perico Mariño
El puesto de arepas rellenas de Víctor Ayala es uno de los más famosos del barrio San Carlos, en Tunjuelito. Siete años de arduo trabajo le han bastado a este vendedor informal, de 61 años, para que el sabor de sus productos le permitan ser referente gastronómico en la calle 51 sur con carrera 18, al suroriente de Bogotá.
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El puesto de arepas rellenas de Víctor Ayala es uno de los más famosos del barrio San Carlos, en Tunjuelito. Siete años de arduo trabajo le han bastado a este vendedor informal, de 61 años, para que el sabor de sus productos le permitan ser referente gastronómico en la calle 51 sur con carrera 18, al suroriente de Bogotá.
Como el sabor de sus arepas de peto no hay otro, aunque no es el único que vende productos comestibles. Víctor hace parte de los más de 3.737 vendedores informales registrados ante el Instituto para la Economía Social (IPES), entidad que brinda alternativas a la población de la economía informal de la ciudad.
Antes de aventurarse a vender en la calle era camionero, actividad que tuvo que dejar tras perder su vehículo, luego de que falsificaran su firma y lo robaran de los patios. Esto lo llevó, en el 2014, a replantearse qué iba a hacer para sostener a su esposa y a sus cuatro hijos y la informalidad fue una opción.
Según Libardo Asprilla, saliente director del IPES, son varias las razones que avivan la venta en las calles. Entre ellas la pobreza, que vuelve esta actividad un medio de subsistencia; la poca oferta de trabajo en la economía formal, y la necesidad de un “colchón financiero” en períodos de crisis.
En Bogotá, la edad promedio de un vendedor en las calles es de 47 años y el de permanencia en el espacio público es de 17. Por consiguiente, 15 de cada 100 integrantes de este grupo poblacional son mayores de 60 años. El IPES afirma que ocho de cada 10 informales ganan por debajo del salario mínimo, con ingresos de $838.521.
Para que una familia de vendedores informales en Bogotá, cuyo promedio de integrantes es cuatro, no se considere en condición de pobreza monetaria, la suma de sus ingresos mensuales debe superar los 1,7 salarios mínimos, lo que sería $1’638 .000.
Precisamente, los apuros en la economía familiar llevaron al señor Ayala a golpear las puertas de varios bancos para materializar su idea de negocio. Sin embargo, se las cerraron en la cara, por un reporte negativo en centrales de riesgo. Con un panorama desalentador y la necesidad de tener un sustento, optó por aceptar los préstamos “gota a gota”.
“La principal brecha que tienen los vendedores informales es el acceso a liquidez, sumado a las dificultades para tener financiamientos de los bancos, debido a que muchos no tienen vida crediticia”, asevera Asprilla, quien considera “perversa” la modalidad de préstamos informales a la que tienen que acudir muchos vendedores.
Y no es para menos. Según fuentes consultadas por El Espectador, las tasas de interés de estos prestamistas son del 15 % al 20 % mensual. Es decir, si una persona pide un crédito de $1’.000.000, paga cuotas de $40.000 diarios durante un mes. Esto se traduce en que al final termina pagando $1’200.000.
Vale resaltar que, a pesar de que el monto puede parecer bajo para algunos, esto es una reducción drástica en los ingresos de los vendedores, ya que su actividad depende del día a día. A esto hay que sumarle la intimidación y la violencia, estrategia usada para el cobro de este tipo de préstamos, por lo que todo termina siendo un dolor de cabeza para los acreedores, como explica Rodrigo Leal, representante del colectivo de vendedores ‘De esta Salimos Juntos’.
“El flagelo del ‘gota a gota’ lleva a experiencias frustrantes. Termina siendo un círculo vicioso en el que se aprovechan de la vulnerabilidad económica de las personas”, comenta y agrega que conoce casos de vendedores que han tenido que huir y dejar sus negocios por temor a las represalias.
Conscientes de este panorama, según el IPES, le han declarado la guerra a los prestamistas informales que se aprovechan de la necesidad de las personas para ofrecer soluciones con intereses exorbitantes. Para lograrlo, el Distrito, en articulación con entidades financieras, lanzaron la estrategia “Financiando Sueños”, que brindará microcréditos a comerciantes y vendedores informales.
Bancos como Davivienda, Corporación Microcrédito Aval, Bancolombia, Banco de Bogotá, Bancamía y Fintech Sinove recibirán las solicitudes de los vendedores interesados en un préstamo. El promedio de montos establecidos circula entre un salario mínimo y $1’800.000. “Desde la Corporación Microcrédito Aval, hemos tenido conversaciones con la Secretaría de Desarrollo Económico y con diferentes entidades para priorizar el modelo de reactivación económica en esta temporada navideña”, afirma Sergio Prieto, director comercial de dicha organización.
Entre los requisitos están que la microempresa esté legalmente constituida, que la actividad sea el sustento de la familia y que el monto esté destinado a reabastecer mercancía. Quienes estén interesados en postularse deben contar con el Registro Individual de Vendedores, que se solicita en las alcaldías locales y es validado por el IPES, quien garantiza que los beneficiarios están adscritos al distrito y tienen contrato de ayudas con la entidad. “Buscamos que puedan acceder a créditos comerciales, con tasas que no tienen nada que ver con la usura”, aclara Asprilla.
A la fecha ya se han postulado 27 vendedores informales. Entre ellos Víctor Ayala, quien espera que sea aprobado su crédito para poder reubicar su puesto de trabajo en la Plaza Distrital de San Carlos, Tunjuelito. La idea de Ayala es seguir innovando en los productos que ofrece, para que su negocio siga captando la atención de habitantes y transeúntes del sector. Planea ofrecer a su clientela arepas rellenas con carne de búfalo y otro tipo de proteínas como mollejas, para que su sazón no solo lo disfrute el suroriente, sino toda Bogotá.