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Clara Sánchez tiene 80 años. Salió de su casa en compañía de su mascota para cobrar su pensión. Por fortuna, la entidad bancaria está a pocas cuadras de su casa, en el barrio Paulo VI, en Teusaquillo. Salió con una gorra negra, careta de acetato, tapabocas y guantes oscuros, que combinaban con un grueso abrigo rojo que la cubría hasta las rodillas. Formó parte del cuerpo de voluntarias del Instituto Nacional de Cancerología por años y aseguró que es consciente del riesgo que corre cuando cruza la puerta de su casa, pero que sus salidas son eventuales y corresponden a diligencias personales. “Tengo que cuidarme y cuidar a los demás”, dijo.
En la misma zona, Jorge Plata Clavijo, de 88 años, caminaba rumbo a su casa, luego de haber resuelto lo que él creía que había sido un robo en su cuenta bancaria y que, por fortuna, solo fue una mala interpretación de mensajes que llegaron a su teléfono. Es pensionado, fue profesor universitario por 40 años y asegura que, aunque sale a lo necesario, no está dispuesto a perder su libertad. “Tuve que ir al banco, porque mi hija está trabajando y esto era urgente. Sé que me debo cuidar y le tengo miedo al virus, pero no terror. Es necesario salir, caminar y despejarse. Creo que muchas veces el encierro es el que nos enferma”, expresó.
Mientras tanto, María del Tránsito Ochoa, de 76 años, deseaba que aumentara el flujo de peatones por la carrera séptima con calle 12B, donde se ubica con su puesto de venta de dulces y cigarrillos, desde hace 14 años. Sin embargo, amaneció nublado, hacía más frío que de costumbre y lloviznaba. El pronóstico no era bueno. El día anterior había ganado apenas $4.500, que no alcanzan ni para comer bien ni para reunir los $220 mil que debe pagar mensual por la “piecita” donde vive, en La Candelaria. “El trabajo está pesado, el arriendo no lo rebajan y vivo sola, entonces tengo que trabajar. El Gobierno no me ha dado más que unos yogures que había que tomarse rápido, porque se vencían. Me da miedo el virus, y créame que si tuviera con qué comer, estaría durmiendo”, dijo la mujer mientras le rociaba alcohol a un dulce que vendió por $500.
Casi llegando a la avenida Jiménez estaba Jesús María, de 76 años, que a buen paso y con la mirada agachada, iba camino a su casa. Según dijo, salió a pagar un recibo. Pero lo cierto es que visita el centro frecuentemente. Vive solo en su pequeña casa, en Usme. Aunque no paga arriendo, sí debe resolver su alimentación. “Tres veces a la semana compro ajo en Paloquemao y lo vendo por acá. Me va bien, porque me hago lo de la comidita. Uno tiene que cuidarse, pero el Señor dice ‘no temerás, porque yo estoy contigo’ y yo le creo”, aseguró.
Esos son algunos de los testimonios que pueden contar los adultos mayores que salen a las calles de Bogotá en época de pandemia y de aislamiento. En teoría, la población mayor de 70 años está en cuarentena estricta desde el pasado 20 de marzo, lo cual los obliga a permanecer en sus casas salvo para abastecerse de bienes de primera necesidad, ir al banco, al médico o para adquirir medicamentos. No obstante, las cifras muestran que, pese a la restricción, la mitad (50,7 %) de las personas fallecidas por coronavirus son adultos mayores, ¿por qué?
Por un lado, aunque el confinamiento busca salvaguardar la salud de esta población vulnerable, la soledad, el silencio, el olvido y la quietud del encierro ha provocado que ellos aprovechen cualquier oportunidad para salir de una “reclusión” que, paradójicamente, también los afecta. La otra realidad es la de la necesidad. Si bien el Instituto para la Economía Social (IPES) no tiene estimado cuántos adultos mayores son vendedores ambulantes para subsistir, basta recorrer unas calles para notar que son muchos los que se rebuscan el diario.
“Esta población puede ser la más afectada por la pandemia. Además de la pobreza, Engativá, Ciudad Bolívar, Kennedy y Suba registran un alto grado de violencia intrafamiliar contra los adultos mayores. A eso se suma el abandono que sigue siendo grave en casas, calles y hasta en el mismo sistema de salud”, afirmó Xinia Navarro, secretaria de Integración Social, entidad encargada de la atención del adulto mayor en vulnerabilidad extrema.
Agregó que el encierro prolongado y la falta de atención de las familias han desencadenado que muchos entren en un profundo desespero por salir, y más si en su cotidianidad hacían caminatas, participaban en actividades de esparcimiento o asistían a los Centros Día. “Por la pandemia hemos tenido que transformar nuestros servicios. Por un lado, para proteger a quienes tenemos en los centros de atención y, por otro, para monitorear a quienes están en sus casas, para garantizar su bienestar”.
No obstante, la funcionaria no desconoce que la cuarentena ha agudizado la pobreza y ha destapado la que estaba oculta, por lo que el esfuerzo del Distrito para atender la necesidad se ha quedado corto. “El COVID-19 tiene a su víctima potencial en la calle. Es una situación compleja, pero estamos atendiendo la mayor cantidad de población que nuestros recursos nos lo permiten”, aseguró Navarro.
Mientras tanto, la forma más efectiva para que los adultos mayores, en condición de pobreza extrema, obtengan un auxilio es a través de las subsecretarías locales, donde se pueden registrar y entran en una lista de espera para recibir las ayudas humanitarias que despliegan las alcaldías locales y la Secretaría de Integración Social. Por lo que, esta ayuda no es inmediata.
Según la entidad, desde el comienzo del simulacro de aislamiento en Bogotá, al corte del 3 de junio, se han destinado $30 mil millones en servicios sociales. No obstante, hay que tener en cuenta que este monto se ha distribuido entre las diferentes poblaciones que atiende esta dependencia. Volviendo a los adultos mayores, los siete Centros Noche de la ciudad acogen a 350, y 2 mil más encuentran refugio en los 15 Centros de Protección. Por causa de la contingencia, ellos están en aislamiento total y reciben atención especializada. A su vez, los 10 mil adultos mayores que habitualmente atiende Integración Social en los Centros Día están siendo beneficiarios de un kit alimentario, cartillas de actividades en casa, seguimiento telefónico, visitas domiciliarias priorizadas para los mayores de 70 años y que viven solos, así como kits de protección personal (tapabocas, gel y alcohol).
Cabe recordar que el decreto vigente hasta el 15 de junio en Bogotá permite que los mayores de 70 años desarrollen actividad física individual al aire libre tres veces a la semana, media hora al día. Sin embargo, quienes residen en la localidad de Kennedy no pueden hacerlo y deben permanecer en estricto aislamiento, ya que esta zona está en una situación de alerta por registrar la mayor cantidad de contagios de la ciudad, 3.459, al cierre de esta edición, que representan el 25,2 % de casos de Bogotá. En esta localidad hay 77 mayores de 70 años contagiados, 48 se han recuperado, 21 están en condición de salud severa, siete en estado crítico y 43 han muerto por COVID-19.
Ya han pasado tres meses desde que se conoció el primer caso del virus en el país y los dirigentes políticos insisten en priorizar la asistencia y el cuidado de los adultos mayores, ya que son la población más propensa a sufrir complicaciones en esta enfermedad. La epidemióloga de la Universidad Manuela Beltrán Ivón Ariza explica que esto se debe a que “el envejecimiento implica un deterioro de todos los sistemas, incluyendo el inmunológico, que ya no tienen la misma cantidad y calidad de células. Sumado a esto, la mayoría puede tener enfermedades crónicas preexistentes (hipertensión, diabetes o problemas pulmonares). Todo esto, en un cuerpo que no puede defenderse a plenitud, puede llegar a ser fatal”. Pero la realidad es que el COVID-19 es un factor más de riesgo, entre otros, que deben sortear los menos afortunados.