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Para guiar a los visitantes, tres jóvenes del barrio Compostela pintan, peldaño a peldaño, la única escalera que de Bogotá conduce al cielo. Oculta, justo en una grieta del cinturón montañoso de la localidad de Usme y compuesta por 324 escalones, es el mejor camino para llegar al barrio Bologna, donde al ascender se percibe un espejo de nubes que hacen sentir como si las casas flotaran. Al principio los vecinos la concibieron como la simple conexión de un cúmulo de casas. Hoy es mucho más: es un lazo comunicante de centenares de expresiones de arte y resiliencia.
La historia de estos barrios es la de muchos asentamientos periféricos, erigidos por desplazados y bogotanos sin recursos en búsqueda de un techo, donde se evidencian las brechas de desigualdad y, de paso, sus consecuencias: inseguridad y pobreza. Ambos males, casi desde los albores del barrio Compostela (hoy legalizado), han amenazado un resiliente tejido social que se resiste a sucumbir. Por fortuna, el núcleo multicultural del vecindario les ha dado origen a variadas expresiones artísticas que han fortalecido una escudo contra la adversidad.
Cada esfuerzo, el de los grafiteros y demás vecinos artistas, por consolidar una fuerza de protección inspirada en el arte, se tradujo en un movimiento que hoy se destaca como una apuestas que apoyará la Secretaría de Cultura, a través de su programa Barrios vivos, con el cual busca recuperar la confianza en los territorios. Para avanzar, sumarán la estrategia Cultura de paz y sus laboratorios de cocreación, que se nutrirán del diálogo con los vecinos de barrios priorizados de localidades como Kennedy, Ciudad Bolívar, Fontibón y Usme con el barrio Compostela. Allí esperan recolectar todo tipo de experiencias. Tras su inauguración, el pasado miércoles, se inicia un camino por revitalizar el vecindario para que sea relicario de enseñanzas para futuras puestas en escena.
Compostela, escenario de paz
Cristián Beltrán, Luisa Suaza y Wally Recital —nombre artístico—, son tres jóvenes que no superan los 20 años. Apasionados por el grafiti y el hip hop han hecho de cada rincón de estos barrios un lienzo. Su talento, bien conocido por la comunidad, fue reclutado por el laboratorio de cocreación para resaltar el significado del arte para el vecindario.
Escalón por escalón, ellos pintaron cada centímetro de morado, azul y notas verdes, que eligieron para adornar de solemnidad a la escalera. “Nuestra idea es crear un escenario en el que cada peldaño sea un paso más hacia el cosmos que hay en lo alto del otro barrio. Queremos que cada persona que suba a Bologna sienta que va a tocar las estrellas”, explica Cristián Beltrán.
“Queremos cambiar el imaginario del barrio a través del arte y mostrar que Compostela es más que un lugar inseguro. La cultura y la pintura tienen esa capacidad”, resalta Luisa, mientras pinta el trigésimo quinto escalón. Una vez terminen, su legado será el de un ejemplo indeleble para los jóvenes, a quienes invitan a cambiar cualquier atisbo de malos pasos, por un bote de pintura y un micrófono para rimar.
En paralelo al trabajo en la escalera, Flor Hurtado y su grupo presentaron una danza autóctona del Pacífico. Vestidas con trajes de encaje blanco y falda naranja, convierten el asfalto en el mejor escenario. A cada paso, Hurtado convierte los kilómetros que la separan de su Cauca natal en una mera anécdota de la distancia. Hurtado, con 24 años, llegó con su familia a Bogotá desplazada desde Gaupi, Cauca y, como muchos, arribó a esta montaña, en el corazón de Usme, para construir un refugio contra la violencia.
Irónicamente, de esta situación nació un epitelio multicultural del cual se nutre el proyecto. “Soy madre, lideresa, bailarina y estudiante. Cuando fui conociendo a los muchachos de mi grupo, fui descubriendo que nuestra historía común, de dolor y sufrimiento, podía ser el inicio de un camino artístico para retomar nuestras raíces en la ciudad”.
Flor y su grupo bailaban con entusiasmo para dar comienzo al laboratorio. Compartían escenario con Gilma Barichón, líder de otro grupo de danzas típicas. Una docena de adultos mayores integran este colectivo, quienes se unieron poco a poco hasta consolidar otras apuestas a resaltar. “Quería darles a los abuelos una forma de pasar el tiempo y de salir del encierro de sus casas”, declaró Barichón.
A largo plazo
Sobre el proceso que desarrolló la Secretaría de Cultura en el barrio Compostela, en Usme, Gloria Patricia Zapata, coordinadora de transformaciones de la entidad, menciona que ha sido fácil articular a los vecinos, gracias a las ganas que tienen de transformar la realidad de su barrio.
Santiago Trujillo, secretario de Cultura, destaca que “la estrategia Barrios vivos es una apuesta de construcción de paz y de cultura de paz. Esto es poder hablar en la diferencia, es construir un hito barrial que congregue a los distintos personajes, agendas y procesos de la comunidad en una gran apuesta de construcción de paz”.
“La idea es diseñar con la comunidad un proyecto de mediano y largo plazo. Esta es la primera etapa de varias que tiene la estrategia de Barrios vivos. En esta la idea es definir los hitos que la comunidad tiene para un proyecto de larga duración. Estamos articulando los actores y gestores culturales para definir un proyecto con ellos y para ellos que parta de su pasado, se ubique en el presente y se proyecte al futuro”, explicó Zapata. Esta primera etapa se extenderá hasta diciembre.
Construyendo identidad
Para llegar al punto de la gran inauguración hizo falta una fase previa de diálogos y articulación entre funcionarios y comunidad, que aglutinó su voz a través de sus líderes. En este caso, la vocería corrió por cuenta de Ángela de la Torre, residente y lideresa de Compostela, quien habló con todos; preparó la faceta más artística de los suyos, y les demostró a la ciudad y al Distrito que transformar la realidad de su territorio es posible. “No fue difícil convencerlos. Todos tienen ganas de eliminar el estigma y tienen mucho sentido de pertenencia por el barrio”.
Ella, junto a Isabella Abella, dueña del predio que funge como salón comunal, finiquitaron los detalles. Este lugar, adecuado poco a poco por los vecinos, es el centro de operaciones del proyecto. Junto con la pintura, la danza y diferentes expresiones de arte, el sueño de los moradores parece estar claro: que su terruño cambie todos los imaginarios asociados a su entorno y se convierta en la sede oficial de la única escalera de la ciudad que conduce al cielo.
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