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La necesidad apremia. Esa es la premisa que muchos bogotanos tienen como mantra para buscar soluciones a sus problemas cotidianos. Uno, quizás el más común en la capital, es la movilidad. Los riesgos y el tiempo que se pierde en el transporte público o privado, a causa de los trancones, potenciados por diferentes frentes de obra en la ciudad, obligan a buscar alternativas.
Y así lo hizo Catalina, quien desde que inició la pandemia, en marzo de 2020, se bajó del SITP para subirse en una bicicleta con motor, que le permite viajar más rápido e ir más segura, dice. O Juan, quien trabaja con una app de domicilios y le puso motor a su cicla, para hacer más entregas. Así como ellos, muchos están optando por estos vehículos como alternativa de movilidad. Sin embargo, se están volviendo un dolor de cabeza.
¿Cómo es este vehículo?
Para las autoridades de tránsito, los ciclomotores son vehículos automotores con un motor de combustión interna, eléctrico o de cualquier tipo de generación de energía, con cilindraje no superior a 50cc. Fuera de sustituir casi por completo el pedaleo, permite mayores velocidades. Estos vehículos los regula la Resolución 160 de 2017, que reglamenta su registro y circulación. Según la norma, el conductor debe tener licencia y el vehículo estar inscrito en el RUNT, así como matrícula. Además, tiene prohibido transitar por aceras y ciclorrutas.
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No obstante, más allá de los “ciclomotores de agencia”, por las calles están circulando adaptaciones, que le montan un motor a una bicicleta convencional, que parece estar en un limbo. Conseguir o adaptar una es más sencillo de lo que parece. Basta con ir a la calle 76, entre la carrera 20 y la avenida NQS, para encontrar quién haga el trabajo; hacer una búsqueda en internet, donde hay ofertas por menos de $1,5 millones, o comprar un kit para adaptar una cicla con motor, tanque y silenciador.
Si bien esta opción resulta atractiva, en Bogotá están convirtiéndose en un problema que requiere atención. Por la velocidad a la que transitan en la ciclorruta son un peligro para otros actores viales y la falta de equipamientos que las hagan visibles (como las motos) ponen en riesgo a quienes las usan.
Si a esto se le suma que en la ciudad no existe un registro oficial, sus conductores desconocen la obligación de tener licencia de conducción y no están obligados a tener seguros contra accidentes, el panorama es más complejo.
“Un peligro en la vía”
Dos expertos señalan lo apremiante de poner en cintura este medio de transporte y de los riesgos tanto para quienes las utilizan como para otros actores viales. Para María Fernanda Ortiz, ingeniera de transporte y experta en movilidad, su impacto pasa por la seguridad vial y el medio ambiente, por lo cual se deben regular y ofrecer alternativas a quienes las usan. “Su velocidad es alta para las bicicletas que emplean ciclorrutas y que comparten infraestructura con peatones y biciusuarios. Por otro lado, los motores son hechizos, que funcionan con diésel y producen malas emisiones”, asegura.
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Por su parte, el profesor de la U. Nacional y director de la Fundación Ciudad Humana, Ricardo Montezuma, va más allá y califica estos vehículos como “una bomba de tiempo andante”, pues “no necesitan de Soat y no han tenido control por donde transitan”.
¿Se cumple la norma?
Aunque existe la Resolución 160 de 2017, que reglamenta el registro y la circulación de los ciclomotores, tal parece que en la ciudad no hay forma de hacerla cumplir. En ese sentido, Ortiz explica que “cuando hay una necesidad que no es cubierta, es difícil que una normativa la controle. Por ejemplo, en Bogotá la Fuerza Pública, que controla el tránsito y que puede hacer cumplir la norma, es escasa”. Y agrega: “Más que crear multas, que no hay quién las haga cumplir, hay que trabajar de la mano con quienes la necesiten”.
Y es que es paisaje en Bogotá ver ciclorrutas, en las que transitan usuarios de estas bicicletas, a altas velocidades y con exceso de ruido, y que no cumplen con protocolos básicos para la seguridad vial, como luces direccionales y de frenado. Al respecto, Montezuma agrega que “los que las usan asumen esos riesgos a su integridad, pero también ponen en riesgo a mucha gente, y es un tema muy delicado, que no ha sido abordado por las entidades encargadas”.
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¿Qué dice el Distrito?
El Espectador se comunicó con las secretarías de Movilidad y de Ambiente para conocer si existe un registro oficial de estos vehículos en Bogotá -así como de la accidentalidad- que permita establecer el parque automotor y si hay alguna reglamentación ambiental para su circulación. Según la Secretaría de Ambiente, a la fecha no existe una reglamentación específica en la ciudad, más allá de la Resolución 160 de 2017. Además, que en el Plan Estratégico para la Gestión Integral del Aire de Bogotá (2021-2030) “no se menciona específicamente del tema de bicicletas adaptadas con motor”. Por su parte, la Secretaría de Movilidad no entregó información al cierre de esta edición.
En medio de esto, lo cierto es que el auge de las bicicletas con motor es una realidad que no debe ser obviada por el Distrito, en una ciudad donde la movilidad es un dolor de cabeza sistemático. Lo ideal sería abordarlo con un enfoque práctico y de trabajo en equipo, más que restrictivo.
Como lo dijo María Fernanda Ortiz, “hay que trabajar de la mano con la empresa privada y los usuarios para capacitarlos y brindarles alternativas, que podrían salirles más económicas y más accesibles”. De no hacer nada, podrían adquirir validez las palabras de Ricardo Montezuma, ante la realidad de las calles: “Han sido cómplices y hasta ineptos, pero lo más dramático es que han sido muy laxos y es preocupante que se hayan olvidado de ese tema”.
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