Talía Osorio durante una medición de ruido, al lado del extractor que la obligó a salir de su casa.
Foto: Cortesía
No fue una intimidación directa la que sacó corriendo de su casa a Talía Osorio y a sus hijos. Fue una amenaza etérea, pero insoportable: la contaminación auditiva, que crece en la ciudad. Un estruendo constante que le robaba el sueño la obligó a huir y a emprender un pleito jurídico sin solución a la vista.
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Por Miguel Ángel Vivas Tróchez
Periodista egresado de la Universidad Externado de Colombia interesado en Economía, política y coyuntura internacional.juvenalurbino97 mvivas@elespectador.com