Bogotá: ciudad de estruendos, donde el silencio parece exiliado
Según la Red Ciudades Cómo Vamos (RCCV), Bogotá es la más ruidosa del país, seguida de Medellín y Cali. El Congreso intenta corregir los vacíos de la ley para devolverles la calma a las víctimas de la contaminación auditiva.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
No fue una intimidación directa la que sacó corriendo de su casa a Talía Osorio y a sus hijos. Fue una amenaza etérea, pero insoportable: la contaminación auditiva, que crece en la ciudad. Un estruendo constante que le robaba el sueño la obligó a huir y a emprender un pleito jurídico sin solución a la vista.
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No fue una intimidación directa la que sacó corriendo de su casa a Talía Osorio y a sus hijos. Fue una amenaza etérea, pero insoportable: la contaminación auditiva, que crece en la ciudad. Un estruendo constante que le robaba el sueño la obligó a huir y a emprender un pleito jurídico sin solución a la vista.
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Su pesadilla, como a muchos, comenzó con el desarrollo de una actividad comercial cerca de su hogar. En su caso particular, fue la instalación de dos grandes extractores en un restaurante, que abrió en 2021. Ese nefasto año, cuando el mundo apenas regresaba a la normalidad, después del letargo pandémico, empezó su pesadilla a causa del ruido de los aparatos, que excedía los 80 decibeles.
Así como ella, cientos de ciudadanos se ven afectados a diario por ondas de entropía molesta, que han vuelto sus hogares el peor lugar para descansar. Tal es el caso de Flor Vanegas (nombre cambiado por petición de la fuente), cuya vivienda quedó atrapada en la paulatina, pero frenética aparición de establecimientos nocturnos en Puente Aranda. Optó por hacer su denuncia anónima, debido a presuntas intimidaciones de los propietarios de estos comercios, quienes, dice, la tienen identificada y ubicada.
Y cuando no es en su casa, son el bullicio del tráfico y la industria los que parecen indicar que el único estado posible en la ciudad es vivir con estrés y una cefalea permanente por la exposición continua al ruido. Cerca del 61 % de la ciudadanía, según la Red Ciudades Cómo Vamos, se muestra inconforme e irritada con la contaminación sonora de la capital. Sin importar el estrato, el ruido se ha ido convirtiendo, en el sentido irónico de la palabra, en un enemigo silencioso.
Las cifras de medición del ruido indican que, en promedio, la contaminación auditiva en la capital registra rangos de 70 a 83 decibeles (dB), lo cual supera por mucho el límite de 50 dB que recomienda la Organización Mundial de la Salud. Al superar dicho rango se evidencian perturbaciones al sueño e incluso complicaciones asociadas a la sordera, alteraciones cardíacas y lesiones neurodegenerativas. Pese a ser reconocido como un tema de interés público, los damnificados del ruido expresan la frustración que les produce luchar solos contra este enemigo.
El ruido mata en vida
De la noche a la mañana, Talia y su familia fueron azotados por el ruido de los extractores al lado de su casa, que colindaban con las paredes del cuarto de su hijo, de dos años. Al principio intentó conciliar con los dueños del restaurante, pero todo resultó en vano. El rugido de aquel par de monolitos de acero continuaba y derivó en complicaciones de sueño, estrés y cefaleas, cuya cura no se encontraba en una farmacia.
Después del diálogo, como indica el conducto regular, vinieron las vías institucionales. A través de múltiples derechos de petición, que poco a poco se fueron acumulando en el buzón de la Secretaría de Ambiente y la Alcaldía Local de Chapinero, intentó encontrar una solución.
Tras algunas intervenciones de las autoridades, se obligó al restaurante a apagar una de las dos máquinas y a sellar en una caja al otro, para atenuar la mayor cantidad de ruido posible. Si bien la solución mitigó un poco la situación, el estruendo continuaba siendo insoportable. “Mi esposo debía trabajar en el pasillo, ya que era el lugar en el que menos se sentía el ruido. A mí me tocaba dejar a los niños en el jardín hasta las 4:00 p.m., para que no estuvieran tan expuestos”, relata Talia.
De hecho, fue precisamente la frustración de estar lejos de sus hijos la que la empujó a colocar un trino en el cual escribió: “Yo soy la vieja loca del Nogal, a la que le pusieron dos extractores industriales a menos de dos metros del cuarto de sus bebés. El ruido y la vibración no paran. Llevamos años denunciando”. Inesperadamente, su trino se hizo viral y llegó hasta otras personas también sitiadas por el ruido.
Talia recibió apoyo y compañía para continuar su batalla. Sin embargo, para cuidar la integridad de sus hijos, optó por mudarse mientras libra el litigio contra el restaurante. “En ocasiones creo que por retaliación dejaban los extractores prendidos toda la noche”. Así, a pesar de no rendirse, Talia fue desplazada de su casa, en la calle 80 con carrera 8, la cual, un año después, no ha podido vender ni arrendar.
Más al sur, en Puente Aranda, Flor Vanegas continúa una lucha contra el ruido que completa 15 de sus últimos años de vida. Al vivir en una UPZ en donde han aparecido negocios de toda índole, hoy se ve rodeada por música, fiesta e incluso riñas. Su casa colinda por atrás con un bar que abre de domingo a domingo. “Todos los días suena la música y, a pesar de que se supone que los dj están capacitados para manejar el ruido, la música continúa penetrando el concreto de su casa y consigo la poca tranquilidad que deja el ruido exterior. “He puesto varias quejas en las últimas tres administraciones, derechos de petición y demandas, pero todavía continúo con el problema. Vivo con una adulta de la tercera edad y una niña con una condición médica especial, que necesita descansar”, cuenta. Pese a que el dueño del bar se ha acercado a ella y han intentado llegar a acuerdos respecto al volumen de la música, la situación persiste.
Incluso, explica ella, ha recibido rumores de que algunos dueños de los bares, pertenecientes a grupos paramilitares, ya conocen de su activismo y las quejas sobre el ruido, por lo que teme por su vida y se siente amenazada. No obstante, a diferencia de Talia, Flor no puede mudarse, por lo que está condenada a resistir al desplazamiento forzado por ruido.
Ahora, mientras en el Congreso se discute un nuevo marco legal para combatir el ruido y proteger a sus víctimas, Flor y Talia se reúnen con más personas con las cuales comparten el mismo problema. Bajo el atenuante de no sentirse solas, esperan con ansias la tranquilidad y el silencio que se les arrebató.
* Espere mañana una segunda entrega sobre el ruido en Bogotá, con los aspectos claves para tener en cuenta para la nueva legislación.
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