Bogotá tiene pequeños agentes secretos y se reúnen en la biblioteca del Tunal
Los niños se encuentran en la Sala LabCo del Tunal, una iniciativa con la que BibloRed pretende promover la creatividad, la experimentación y la construcción de comunidad en la ciudad.
Daniela Villamarín Solorza
Entre plantas en botellas plásticas, impresoras 3D, herramientas manuales, cortadoras láser, tableros, libros y un cultivo de bacterias y levaduras, un grupo de niños se reúne en un salón de la biblioteca Gabriel García Márquez, en el Tunal. Hoy en la sala LabCo son agentes secretos y tienen la misión de descifrar un misterio biológico. El agente Ropei tiene cuatro años, la agente Sol de medianoche es una niña de once y Águila Roja es una tía dedicada a llevar a sus 17 sobrinos a las bibliotecas de la ciudad.
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Entre plantas en botellas plásticas, impresoras 3D, herramientas manuales, cortadoras láser, tableros, libros y un cultivo de bacterias y levaduras, un grupo de niños se reúne en un salón de la biblioteca Gabriel García Márquez, en el Tunal. Hoy en la sala LabCo son agentes secretos y tienen la misión de descifrar un misterio biológico. El agente Ropei tiene cuatro años, la agente Sol de medianoche es una niña de once y Águila Roja es una tía dedicada a llevar a sus 17 sobrinos a las bibliotecas de la ciudad.
“Este es mi lugar favorito”, cuenta Merid, que tiene once años y vive en la localidad de Tunjuelito. Lo primero que hace cuando llega es preguntar si alguien había logrado descifrar el acertijo que escondió entre las tapas de un libro la semana anterior. Luego, la moderadora les pide a los niños que se sienten en equipos y allí les pasa guantes azules y tapabocas decorados con ositos para protegerlos de las implicaciones que tiene resolver aquel misterio, con bacterias encerradas en pequeñas placas de vidrio.
En la Sala LabCo los niños aprenden mientras juegan, unos días sobre biología, otros química, física, electrónica, robótica o tecnología. La iniciativa de la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá (BibloRed) se ha dedicado, desde 2020, a fomentar la experimentación y el aprendizaje para cultivar en los bogotanos nueva formas de apropiarse del conocimiento, con el que luego puedan transformar la ciudad en la que viven.
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“La intención es hacer evolucionar la idea de que las bibliotecas son solo libros, una sala de lectura y un lugar donde todo el mundo hace silencio, y demostrar, por medio de la diversión, la conversación y el encuentro entre personas, que también son espacios de aprendizaje y creación comunitaria”, explica Rafael Eduardo Tamayo, director de BibloRed. Actualmente Bogotá cuenta con tres de estos laboratorios, ubicados en las bibliotecas Gabriel García Márquez, en el Tunal; Manuel Zapata Olivella, en el Tintal, y en la Biblioteca Pública de Bosa.
“Mi colegio no tiene laboratorios”, cuenta Merid mientras observa los cultivos con un telescopio electrónico, que alumbra como si fuera una linterna. “Por eso siempre me ha gustado venir aquí, porque es el espacio donde puedo experimentar. Mi mamá es profesora de química y ella siempre me ha enseñado a indagar y a ser curiosa. Por eso vengo cada semana. Siempre hay algo nuevo por hacer”, cuenta.
Y no es gratuito. Los esfuerzos de BibloRed por tener una amplia oferta de actividades para todo el público son enormes. Esta red de 28 bibliotecas recibe casi 200 mil personas durante un mes y, en ese mismo período, ofrece entre 800 y mil actividades de programación cultural para los bogotanos.
Solo en la Sala LabCo han descubierto misteriosos robos a partir de la física, química, criptografía y matemáticas, han estudiado microorganismos que recogen en los parques, diseñado juguetes para niños y mascotas que luego se materializan en impresoras 3D. Han creado videojuegos sencillos, lámparas, marcos de serigrafía e incluso han construido controles con objetos conductores de energía, como una fresa o un banano, e impartido clases de fotografía de mascotas, huertas automatizadas, economía circular y reparación con modelado 3D.
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“Aquí he aprendido muchas cosas. Una vez hicimos un microscopio casero con ayuda de linternas. Creo que mi actividad favorita fue cuando hicimos plástico biodegradable con gelatinas y almidones. En vacaciones venimos a las sesiones de espías, donde hacemos experimentos o resolvemos acertijos por toda la biblioteca”, dice Merid, quien con apenas once años conoce la ciencia mucho mejor que aquellos que no tuvieron la posibilidad de llevarla a la práctica.
“Estos espacios son muy importantes porque en ellos se aprende por fuera de las dinámicas rígidas de la educación formal y la diversión genera unos procesos de aprendizaje que tienen más posibilidades de permanecer en los niños y jóvenes. En sala se les permite descubrir, ser libres de aprender a su ritmo y, sobre todo, de volver”, cuenta el director. “Todo esto se trata de darles la posibilidad de abrir un mundo que antes no estaba disponible para ellos y con el que puedan aportarle también a la ciudad”, agrega.
Los padres y cuidadores reconocen estas iniciativas y el impacto que tienen en la niñez. Miriam, por ejemplo, asiste a la sala cada que puede con su hija y su nieto Rafael, de cuatro años, el espía más pequeño de la sala. “Esto es muy importante para los niños, porque significa sembrar buenas semillas en un pensamiento que apenas empieza a abrirse ante el mundo. Exploran su creatividad, se llenan de conocimiento y eso también les llega a las familias, que se unen en estas actividades. Aquí vienen papás, mamás, abuelas, es muy lindo”, asegura.
En ese espacio de la biblioteca convergen todas las generaciones; niños ávidos de conocimiento, jóvenes curiosos, adultos que buscan potenciar sus proyectos personales y personas mayores. En ella no solo hay una unión entre familias, sino también entre vecinos que podían vivir a pocas cuadras y que no se conocían. “Le apostamos mucho a ser intergeneracionales porque, si bien hay muchas actividades para niños, creemos en el poder que tienen un niño y un adulto compartiendo sus diferentes formas de concebir el mundo”, indica Diana Ramírez, directora de las Salas LabCo.
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Se acaba la actividad. Los niños terminan por resolver el misterio. Se rascan los ojos con los guantes azules, mientras una mamá les recuerda que están “untados de microrganismos”. Los más granes toman el microscopio y ponen la luz blanca contra la piel. Los pequeños abren la boca y hacen sonidos de sorpresa, mientras ven en el monitor la epidermis color rosa y las líneas del tejido. Celebran el triunfo en equipo, se quitan los guantes y mamás, niños, vecinos y profes se despiden. Antes de salir Merid se detiene en la puerta. Revisa el tablero, anota en una libreta la próxima actividad de la sala y les pregunta a sus amigos si los verá allí la semana que viene.
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