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¿Se ha preguntado de dónde vienen las frutas o verduras que compra o cómo puede beneficiar directamente a los campesinos? Este es un interrogante que, a pesar de que ha tomado fuerza, en especial con la tendencia hacia lo orgánico, no es tan cotidiano como debería.
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Hace poco más de un mes, paperos de Boyacá, Cundinamarca y Nariño alzaron su voz, de nuevo, por las pocas garantías de producción, reforzadas, en parte, por el alza de los agroinsumos y el coletazo que aún se siente tras las afectaciones que sufrieron en pandemia.
Según el estudio “Retos para la agricultura familiar en el contexto del covid-19”, realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), se estima que cerca del 84 % de los productores agrícolas en Latinoamérica tuvieron una reducción considerable en sus ingresos. Situación que vivieron miles de familias en corregimientos, zonas rurales y apartadas del territorio nacional.
Pero los campesinos siguen demostrando su resiliencia. Haciendo frente a este problema, campesinos de la vereda El Destino, en la localidad de Usme (a ocho kilómetros de Usme Pueblo), decidieron unirse para ofrecer de forma directa sus productos, sin necesidad de intermediarios. Este proceso tuvo sus primeros pasos con el apoyo de la Alcaldía local y la Fundación Guiando Territorio, organización campesina de base juvenil, que trabaja por la preservación de la identidad mediante prácticas de economía en la ruralidad.
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“Nos propusimos acercar a los niños y a los más jóvenes a la tierra, porque vemos con preocupación la falta de identidad campesina, pero entendemos también que no hay oportunidades. Por eso es necesario que encuentren cómo surgir económicamente”, afirma Carolina Poveda, vocera de la fundación, desde la cual también se trabaja en el fortalecimiento de las huertas caseras y la vinculación familiar en estas.
Recorrer la vereda El Destino y conocer los emprendimientos de los campesinos del sector implica divisar coloridas cosechas con hortalizas y frutas, que incluyen lechuga cogollo de Tudela, cebolla, espinaca, lulo silvestre, lechuga morada, tomate de árbol y, por supuesto, las tradicionales parcelas sembradas con papa pastusa, plantación característica del altiplano cundiboyacense.
Con cultivos como estos se han visto beneficiadas de manera directa e indirecta más de cincuenta personas que habitan en la vereda o en corregimientos cercanos, en medio de lo que denominan “un proceso de solidaridad y preservación de la cultura campesina”. Para Angélica y Robinson Poveda Ramírez, así como para los agricultores e integrantes de esta fundación, este proceso les ha permitido ir más allá y concebir su labor como una actividad que merece la remuneración que les corresponde por su esfuerzo.
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“La pandemia nos afectó de una manera considerable y como ya no se podía salir a vender los productos en los mercados campesinos, la gente empezó a sembrar fresas, acelgas y hortalizas para la casa. De ahí surgió la idea de entregarlos puerta a puerta, reforzando la economía de cercanía y reduciendo los intermediarios, que se llevan gran parte de las ganancias”, comentan. De esa manera, la idea de negocio se ha ido concretando y estructurando con el paso de los meses y también con uno que otro error.
Y no es para menos, ya que, como dice la sabiduría popular, “de los errores también se aprende”. Esto sí que lo tienen claro desde la Red de Campesinos de Usme y la Red del Cuidado Común, a través de las cuales se dedican a comercializar sus canastas campesinas en redes sociales, en particular desde su cuenta en Instagram.
En esta red, sus clientes reservan con anticipación sus pedidos con productos como queso y huevos campesinos, zanahoria, cebolla, fresas, tomate, lulo de páramo, lechuga crespa, espinaca, acelga, perejil, arándanos, uchuvas y rúgula. Los precios dependen de los productos en la caja. Lo que sí se garantiza es la calidad, aspecto que les ha permitido consolidarse como proveedores de insumos como lechuga cogollo de Tudela y tomate cherry, con cadenas de restaurantes como La Bendita y Home Burgers.
“Ha sido un gran reto aplicar los conocimientos en el contexto donde vivimos y salirnos de la lógica de los productos convencionales. Aprender de la mano de expertos ha sido importante para nuestros negocios. Valoramos la relación con nuestros aliados, porque nos garantizan la venta, al tener destinatarios asegurados”, detalla Angélica.
Beneficio que ha sido mutuo, según Pablo Vélez, cofundador de Home, quien resalta que en su hamburguesería asumen una responsabilidad social, que permita el crecimiento también de los agricultores, al recibir pagos justos por sus cosechas.
“Esta garantía les ha permitido a los jóvenes campesinos expandir su producción y crecer sus negocios con menos incertidumbre. Desde el inicio de este convenio, el crecimiento del proyecto ha sido exponencial: pasamos de comprar cincuenta cogollos a más de 1.500 a la semana, un símbolo del efecto multiplicador de los emprendedores y como nos apoyamos para salir adelante”, afirma.
Iniciativas como esta demuestran que la organización colectiva y ciudadana logra resultados para el rescate de las finanzas de quienes día a día trabajan en la producción de alimentos. Además, nos cuestiona como consumidores, para reconocer las labores de estos hombres y mujeres que han dedicado su vida a trabajar el campo, como primer eslabón de la garantía alimentaria de quienes habitan en la ciudad.
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