“Pollo, te amamos”: el doloroso adiós de la madre de Gabriel Esteban en su sepelio
Sobre las 3:00 p.m. de este 7 de octubre se realizaron las exequias del pequeño Gabriel Esteban, menor de 5 años que fue asesinado por su padre en un hotel de Melgar, Tolima.
Cristian Camilo Perico Mariño
El país entero sigue en duelo por la niñez colombiana. Con flores blancas, globos y cantos de trompetas recibieron el cadáver del pequeño Gabriel Esteban, en el Cementerio Jardines del Apogeo, sobre toda la Autopista Sur, en la localidad de Ciudad Bolívar.
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El país entero sigue en duelo por la niñez colombiana. Con flores blancas, globos y cantos de trompetas recibieron el cadáver del pequeño Gabriel Esteban, en el Cementerio Jardines del Apogeo, sobre toda la Autopista Sur, en la localidad de Ciudad Bolívar.
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Hasta allí, cerca de 300 personas se dieron cita para decirle adiós a la víctima de uno de los asesinatos de menores de edad que más ha conmovido a los colombianos. Ingresar al lugar implicaba ver rostros alicaídos y ojos llorosos, de quienes a primera vista parecían familiares o allegados; pero en realidad eran ciudadanos del común que, consternados, decidieron asistir en señal de respeto.
Tras la exposición mediática que ha tenido el asesinato de este pequeño, de 5 años, a manos de su padre, Gabriel Enrique González Cubillos, cientos de personas fueron llegando desde la mañana para acompañar a la familia en el dolor de la pérdida. La pregunta más constante entre los asistentes y que rodaba de boca en boca apuntaba a ¿qué será de las infancias en Colombia si ni siquiera los propios padres protegen a sus criaturas?
Mientras la carroza fúnebre avanzaba en su recorrido, desde el barrio El Bosque, en la localidad de Usme, los asistentes no invitados iban llegando uno a uno con globos blancos, flores, pancartas en rechazo a su atroz homicidio y libros de oración en sus manos.
Sus ojos destellaban desconcierto y son el reflejo del sentimiento nacional. Para muchos fue desgarrador conocer que en la mañana del pasado lunes 3 de octubre encontraron el cadáver del pequeño Gabriel Esteban, en la habitación 205 del Hotel del Rey, en Melgar, Tolima.
El repudio nacional aumentaba a medida que se conocían más detalles del crimen, como que su padre le causó asfixia mecánica y que incluso, previamente, había grabado un video de venganza, explicándole a su excompañera sentimental cómo iba a asesinar a su propio hijo.
Eran las 3:00 p.m. de una tarde fría en la capital colombiana. Cada vez más personas se juntaban para rendirle un tributo a esta vida que fue arrebatada y que no fue el único entierro de un menor en ese cementerio, aunque sus muertes fueron ajenas a la violencia como pasó con él.
En una sala de velación alterna se encontraba desconsolada una familia, al tener a una niña de 13 años dentro de un ataúd blanco, que unos cuantos imprudentes confundían con el de Gabriel. En la mañana también fueron las exequias de un menor de 10 años. El dolor de aquellas madres y familiares, que tuvieron que decir adiós a quienes trajeron a la vida, se sentía en el ambiente.
Mientras el carro se aproximaba, era imposible no detallar la cantidad de vehículos que aguardaban con 15 arreglos florales, en cuyas cintillas se destacaban los nombres de sus destinatarios o las familias que enviaban los ramos como sentido pésame.
Una caravana de patrullas de la Policía, taxis, carros particulares e incluso motos entraron al cementerio y se dirigieron al pabellón Esperanza 6, casi al final, en donde se encontraba un tumulto de personas esperando a los familiares de este menor, cuyo cadáver fue dejado en la bóveda 59 13 11.
La procesión hasta el lugar fue encabezada por un grupo de entre 8 a 12 niños y niñas, que llevaban cada uno una cinta que componía un arreglo de colores azul y blanco. Avanzaban a paso lento y en algunos de sus rostros se evidenciaba que no asimilaban del todo que su primo, compañero de clase o amigo no volvería a jugar con ellos.
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Detrás venía el féretro blanco, en representación de la inocencia que le fue apagada con su vida misma. Lo cargaban oficiales de la Policía Metropolitana de Bogotá, quienes tuvieron que pedir a las personas que estaban en el sitio que respetasen el espacio y el momento de intimidad. Un payaso que tenía dibujada dos lágrimas en el rostro se destacó de entre el tumulto.
Unos cuantos se acomodaron impacientes para alcanzar la primera fila. Otros intentaron morbosamente acercarse al ataúd en búsqueda de vivir de lleno el dolor de aquella madre, que gritaba entre sollozos por qué Dios se llevó a su pequeño. En esos rostros, más que empatía, se sentía avidez por la tragedia y el dolor humano.
“No vamos a olvidar a Gabriel Esteban. Sabemos que lo perderemos de vista, pero en el corazón lo llevaremos siempre vivo en cada uno de nosotros”, afirmó el sacerdote al empezar la ceremonia de la última despedida.
Entre tanto, los oficiales tuvieron que pedir en reiteradas ocasiones que los desconocidos que llegaron a acompañar el sepelio dejaran de grabar y respetaran el duelo de la madre y de los allegados a la víctima.
Inició el espacio de oración y en unísono los asistentes compactaron sus plegarias para que el que habita en los cielos reciba en su lecho al pequeño Gabriel Esteban y no se olvide de quienes quedaron aquejados por su partida.
Al fondo se escucharon algunos acordes de la interpretación en violín del clásico ‘Aleluya’, compuesto por el poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen. Empezaron a aflorar las lágrimas entre el público, pues es inevitable que el llanto desconsolado de una madre no toque las fibras de quienes la rodean.
Antes de ingresar el cuerpo a la bóveda, Consuelo Rodríguez (su mamá) abrazó el ataúd por última vez, como si en él dejase ir el sueño de ver a su hijo crecer. Anhelo que le fue inusitadamente exterminado por la venganza y los celos enceguecidos de su excompañero sentimental, con quien tuvo una relación de 6 años.
Al momento de ingresar el cuerpo del pequeño Gabriel Esteban, los asistentes tiraron globos en su honor, aplaudieron y causaron una lluvia de flores que, a pesar de la buena intención, molestó a los familiares que fueron bruscamente sacados de su burbuja de condolencia.
Entre lágrimas de familiares y desconocidos se le dijo adiós. Los rostros de los asistentes estaban impávidos y se escuchaban en el fondo llantos de la madre, que intentaba mantenerse firme ante la tragedia, aunque siempre se cuestionará porque la muerte decidió golpear a su puerta.
Peticiones de fortaleza y encomendaciones religiosas acompañaron los cuchicheos de quienes hasta el final estuvieron en la inhumación. Algunas madres se acercaron a Consuelo Rodríguez, para darle sus condolencias y su sentido pésame.
Al tiempo que las recibía, le era inevitable despegar la vista de un cuadro que llevaban en la procesión y en el cual se veía una fotografía de lo que aparenta ser el último cumpleaños de su pequeño. Se le ve sonriente, posando con un pastel y algunas velas. Seguramente será la forma en la que querrá recordarlo.
Seguido de ello tomó alientos, se levantó del lugar en el que estaba sentada, tras perder por un momento el ánimo y la fuerza para mantenerse en pie. Se aproximó de nuevo a la bóveda que tenía aún el cemento blando y con el tallo de un clavel escribió: “Pollo: te amamos, Esteban” y se retiró junto a sus familiares y vecinos, quienes en el momento más difícil no la dejaron sola.
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