Si hay algo tan bogotano como la changua, Transmilenio o Monserrate es, sin duda, la ciclovía, ese espacio dominical y fiestero, donde centenares de miles salen para tomarse las principales avenidas y ser los dueños de la capital. Hoy se cumplen 50 años de una gesta, que comenzó como una pequeña revolución ciudadana, y hoy es ícono de la capital colombiana. Una iniciativa ciudadana de exportación.
Quienes sembraron la semilla de esta gran expresión fueron Jaime Ortiz Mariño, Fernando Caro y Rodrigo Castaño, quienes un día, inspirados en los grandes debates urbanos y ambientales en el mundo, vieron en la bicicleta una respuesta. Y si bien, era un vehículo anclado en el ADN de la ciudad, desde mediados del siglo pasado, le faltaba un espacio que le diera mayor protagonismo.
“Para los años 70 la bicicleta estaba arraigada entre los colombianos, que existía una masa crítica, con ella en su cabeza y en su identidad”, cuenta Ortiz Mariño. Fue así como los gestores abrieron el debate, convencidos de que este vehículo debía tener una ubicación especial en la sociedad. Y de a poco, en el segundo semestre de 1974 pusimos en marcha una estrategia: montar bicicleta en algunos espacios existentes.
Miguel Ángel Pardo Cruz, historiador y filósofo de la Universidad Javeriana, narra para El Espectador un brevario de anécdotas de la bici. “Hay registro de que la primera carrera de velocípedos en la capital ocurrió en el año 1894.
Esta actividad propia de las clases altas institucionalizó la competencia y aparecieron los primeros velódromos en la Plaza de los Mártires en 1898. De hecho, la bicicleta protagonizaba las celebraciones públicas, como ocurrió el 20 de julio de 1899, en cuya misma plaza se conmemoró la independencia”.
Hasta que se inventaron la primera manifestación del pedal. Buscaron el apoyo de sus familiares y amigos; tocaron las puertas de los medios, y finalmente la del Palacio Liévano, donde conquistaron su primera victoria: les permitieron cerrar las carreras séptima y la 13, así como las avenidas Jiménez y Chile.
“Y la gente salió a un espacio neutral, donde podía montar en bicicleta, pero, ante todo, a ser otra vez ciudadano de primera. El que nos permitieran cerrar vías para montar bicicleta fue un éxito impresionante. Sabíamos que la bicicleta tenía una historia, una realidad y que tendría un futuro. Y ese paso hacia el futuro fue la Ciclovía
A la primera rodada salieron 5.000 personas, la cual se repitió al año siguiente. Luego vinieron los estudios, los decretos que le dieron vida jurídica en 1976 y las inversiones que llevaron a una evolución de la Ciclovía, al punto de ocupar 120 kilómetros de vías cada domingo, casi un millón y medio de usuarios, y a ser un orgullo bogotano.
“Hoy, 50 años después, puedo decir que acertamos. La bicicleta siempre ha sido el vehículo más popular de Colombia y el más numeroso. ¡Siempre!... Incluso hoy. Y aunque parezca raro el dato, así es. Es un instrumento que le ha facilitado la movilidad a muchos, en las ciudades y en el campo. Detrás de la ciclovía siempre han estado los bogotanos y ese es su poder”, concluyó Ortiz.