Ciudad Bolívar, contrastes de una historia
Esta es la tercera localidad más extensa después de Sumapaz y Usme, y cuenta con 12.998,46 hectáreas. La zona está atravesada por las quebradas Lima, Peña Colorada y Trompeta que desembocan en el Tunjuelo. Los 252 barrios de la Localidad 19 albergan a más de un millón de habitantes.
Vannesa Romero Castrillón
Dicen que en las noches, hace muchos años, se escuchaba por los terrenos de un barrio llamado Potosí el aullido de los perros mientras arrastraban cadenas pesadas por horas y horas. También, que personajes oscuros merodeaban el único árbol de eucalipto que gobernaba la parte más alta de uno de los barrios de Ciudad Bolívar. Las sombras parecían ser el diablo o “El Putas”, quienes con imponencia querían impedir que alguien tuviera el valor de acercarse por aquel árbol.
En cierta ocasión, un habitante del sector de Tibanica (como lo bautizó un antiguo cacique Muisca), Pablo Mayorga, quien vivía en unión libre con su esposa María, y con quien tenía cinco hijos, se enamoró de Ernestina, la madrina de unos de sus niños. Tiempo después decidieron vivir juntos. Por su adulterio, “El Putas” se lo llevó y días después su cuerpo fue encontrado colgado del eucalipto. María, su primera mujer, consternada, decidió acompañarlo y se colgó a su lado, bajo una de las ramas de aquel majestuoso árbol, al que desde entonces bautizaron “el palo del ahorcado”.
Esta es una de las miles de historias que giran alrededor de uno de los símbolos de la Localidad 19, Ciudad Bolívar, que esta semana celebra sus 25 años de fundación. En “el palo del ahorcado” realmente muy pocos han decidido terminar con sus vidas como Mayorga y su esposa. En cambio, sí es uno de los sitios de mayor congregación en Semana Santa y un lugar de práctica de deportistas y atletas consagrados como James Rendón (atleta olímpico en Pekín 2008), quien solía llegar allí todas las mañanas para trotar y luchar por ser uno de los mejores marchistas de Colombia.
En sus inicios, Ciudad Bolívar estuvo habitada por grupos muiscas que terminaron hacinados en un resguardo indígena de Bosa. Posteriormente, esta localidad comenzó a ser segmentada en grandes haciendas, las cuales, hacia 1940, fueron llamadas Carbonera, Casablanca, La María, la Marichuela, El Cortijo y Santa Rita. Una década después comenzaron los asentamientos, producto del desplazamiento forzado de campesinos a este sector de la ciudad.
Hacia 1983, en el gobierno de Belisario Betancur, se comenzó a hablar de la Localidad Ciudad Bolívar. Esta, que ha vivido en carne propia los estragos de una guerra de pensamientos y pareceres que sólo han dejado inconformismos disueltos en sus calles, dibuja a diario la vida del 76% de los hogares que viven en la pobreza.
La localidad en donde hace muchos años se contaban historias de brujas y espantos, de carcajadas de mujeres a la orilla del río Tunjuelito, ahora, disfraza de sonrisas la mendicidad de un 25% de la población y saca fuerzas de donde no hay para sobrellevar sus propias vidas.
Aquella zona 19 que limita al norte con la localidad de Bosa, al oriente con Tunjuelito y Usme y al occidente con el municipio de Soacha, se dedica en un 25,1% a actividades agropecuarias. Otro 10,6 % de sus habitantes dirige sus fuerzas a la ganadería y a la agricultura, ya que desde siempre, Ciudad Bolívar ha gozado de flora, fauna y de terrenos fértiles que dejaron tribus indígenas como los suatuagos, los cundais y los usmes.
A los niños antes los asustaban las historias de don Jorge Fonseca, apodado Chuchulaney, un hombre de baja estatura y ojos rasgados que trabajaba como obrero de una de las mejores familias dedicadas a las curtiembres. Don Chuchulaney se alimentaba de chulos que cazaba en las noches. Antes se deleitaba consintiéndolos, para después cocinarlos con un caldo de papas. Ahora, aunque ya no se le ve por los alrededores del hoy Frigorífico Guadalupe, son otras las historias de miedo que rondan por las calles de la Localidad 19, historias reales, terroríficas, dolorosas, de niños muertos y violentados. Historias, en fin, que suelen llenar las páginas de los diarios sensacionalistas de la capital.
Por ahora, en las mentes de los abuelos e historiadores, mezcladas con la escalofriante realidad, quedan los recuerdos del libertador Simón Bolívar (a quien la localidad 19 le debe el nombre), quien llegó a aquella zona para quedarse por siempre y posar sobre lo que hoy es conocido como la Casona de Bolívar. Allí viviría con Manuelita Sáenz, su amor eterno, y dejarían imágenes de valor y de lucha.
Hoy, después de centenares de años, llegan ideologías tergiversadas que se disfrazan de ‘Águilas Negras’ para sobrevolar el barrio y arrebatarle a sus habitantes el anhelo de vivir dignamente. Sin embargo, por estos días, y más allá del miedo, de las cifras que intimidan, de las leyendas, del ‘Palo del Ahorcado’ y el cazador de chulos, los habitantes de Ciudad Bolívar celebran orgullosamente sus 25 años y no se rinden ante las miradas acusadoras que intentan atemorizarlos.
Dicen que en las noches, hace muchos años, se escuchaba por los terrenos de un barrio llamado Potosí el aullido de los perros mientras arrastraban cadenas pesadas por horas y horas. También, que personajes oscuros merodeaban el único árbol de eucalipto que gobernaba la parte más alta de uno de los barrios de Ciudad Bolívar. Las sombras parecían ser el diablo o “El Putas”, quienes con imponencia querían impedir que alguien tuviera el valor de acercarse por aquel árbol.
En cierta ocasión, un habitante del sector de Tibanica (como lo bautizó un antiguo cacique Muisca), Pablo Mayorga, quien vivía en unión libre con su esposa María, y con quien tenía cinco hijos, se enamoró de Ernestina, la madrina de unos de sus niños. Tiempo después decidieron vivir juntos. Por su adulterio, “El Putas” se lo llevó y días después su cuerpo fue encontrado colgado del eucalipto. María, su primera mujer, consternada, decidió acompañarlo y se colgó a su lado, bajo una de las ramas de aquel majestuoso árbol, al que desde entonces bautizaron “el palo del ahorcado”.
Esta es una de las miles de historias que giran alrededor de uno de los símbolos de la Localidad 19, Ciudad Bolívar, que esta semana celebra sus 25 años de fundación. En “el palo del ahorcado” realmente muy pocos han decidido terminar con sus vidas como Mayorga y su esposa. En cambio, sí es uno de los sitios de mayor congregación en Semana Santa y un lugar de práctica de deportistas y atletas consagrados como James Rendón (atleta olímpico en Pekín 2008), quien solía llegar allí todas las mañanas para trotar y luchar por ser uno de los mejores marchistas de Colombia.
En sus inicios, Ciudad Bolívar estuvo habitada por grupos muiscas que terminaron hacinados en un resguardo indígena de Bosa. Posteriormente, esta localidad comenzó a ser segmentada en grandes haciendas, las cuales, hacia 1940, fueron llamadas Carbonera, Casablanca, La María, la Marichuela, El Cortijo y Santa Rita. Una década después comenzaron los asentamientos, producto del desplazamiento forzado de campesinos a este sector de la ciudad.
Hacia 1983, en el gobierno de Belisario Betancur, se comenzó a hablar de la Localidad Ciudad Bolívar. Esta, que ha vivido en carne propia los estragos de una guerra de pensamientos y pareceres que sólo han dejado inconformismos disueltos en sus calles, dibuja a diario la vida del 76% de los hogares que viven en la pobreza.
La localidad en donde hace muchos años se contaban historias de brujas y espantos, de carcajadas de mujeres a la orilla del río Tunjuelito, ahora, disfraza de sonrisas la mendicidad de un 25% de la población y saca fuerzas de donde no hay para sobrellevar sus propias vidas.
Aquella zona 19 que limita al norte con la localidad de Bosa, al oriente con Tunjuelito y Usme y al occidente con el municipio de Soacha, se dedica en un 25,1% a actividades agropecuarias. Otro 10,6 % de sus habitantes dirige sus fuerzas a la ganadería y a la agricultura, ya que desde siempre, Ciudad Bolívar ha gozado de flora, fauna y de terrenos fértiles que dejaron tribus indígenas como los suatuagos, los cundais y los usmes.
A los niños antes los asustaban las historias de don Jorge Fonseca, apodado Chuchulaney, un hombre de baja estatura y ojos rasgados que trabajaba como obrero de una de las mejores familias dedicadas a las curtiembres. Don Chuchulaney se alimentaba de chulos que cazaba en las noches. Antes se deleitaba consintiéndolos, para después cocinarlos con un caldo de papas. Ahora, aunque ya no se le ve por los alrededores del hoy Frigorífico Guadalupe, son otras las historias de miedo que rondan por las calles de la Localidad 19, historias reales, terroríficas, dolorosas, de niños muertos y violentados. Historias, en fin, que suelen llenar las páginas de los diarios sensacionalistas de la capital.
Por ahora, en las mentes de los abuelos e historiadores, mezcladas con la escalofriante realidad, quedan los recuerdos del libertador Simón Bolívar (a quien la localidad 19 le debe el nombre), quien llegó a aquella zona para quedarse por siempre y posar sobre lo que hoy es conocido como la Casona de Bolívar. Allí viviría con Manuelita Sáenz, su amor eterno, y dejarían imágenes de valor y de lucha.
Hoy, después de centenares de años, llegan ideologías tergiversadas que se disfrazan de ‘Águilas Negras’ para sobrevolar el barrio y arrebatarle a sus habitantes el anhelo de vivir dignamente. Sin embargo, por estos días, y más allá del miedo, de las cifras que intimidan, de las leyendas, del ‘Palo del Ahorcado’ y el cazador de chulos, los habitantes de Ciudad Bolívar celebran orgullosamente sus 25 años y no se rinden ante las miradas acusadoras que intentan atemorizarlos.