Colegio La Giralda: vanguardia pedagógica en la periferia bogotana
El plantel distrital fue elegido entre los diez mejores colegios del mundo por el prestigioso galardón internacional World’s Best School Prizes. Gracias a su enfoque pedagógico, en donde privilegian el cuidado de las emociones, el arte y la memoria histórica, es referente mundial en la educación básica y media. He aquí su historia de éxito.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
No hace mucho que el destello del alba cayó sobre los cerros orientales, en cuyo costado sur está uno de los barrios más tradicionales de Bogotá: Las Cruces. Aunque sobre el aura histórica de este vecindario, de arquitectura colonial y patrimonio histórico, se posa una mancha de marginalización, violencia y riesgos psicosociales, para las nuevas generaciones, hay un destello de esperanza. El colegio La Giralda, que empieza cada jornada con la tarea de mostrarles otros caminos a los niños del barrio, es hoy uno de los mejores del mundo.
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No hace mucho que el destello del alba cayó sobre los cerros orientales, en cuyo costado sur está uno de los barrios más tradicionales de Bogotá: Las Cruces. Aunque sobre el aura histórica de este vecindario, de arquitectura colonial y patrimonio histórico, se posa una mancha de marginalización, violencia y riesgos psicosociales, para las nuevas generaciones, hay un destello de esperanza. El colegio La Giralda, que empieza cada jornada con la tarea de mostrarles otros caminos a los niños del barrio, es hoy uno de los mejores del mundo.
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La institución, además de su entorno, funge como bastión de transformación urbana en Las Cruces, con su arquitectura moderna, zonas verdes e infraestructura deportiva. Empero, el renovado entorno solo es una fachada que esconde el verdadero tesoro de esta institución. Desde que se ingresa, los estudiantes y extraños parecen cruzar una frontera que los aleja de cualquier estigma del barrio. No en vano, la primera frase que escuchan los visitantes, de boca de los estudiantes, es “Bienvenidos al colegio La Giralda, el lugar más seguro del barrio Las Cruces”.
Consolidar esa membrana, sobre la cual esta isla del saber, se aleja de las penurias de su alrededor, ha costado décadas de trabajo y, ante todo, de valentía al romper los rígidos moldes sobre los cuales se ha erigido la educación tradicional en el país. Su rector, Serafín Ordóñez, da cuenta de las transformaciones desde que él llegó, en 2003, como profesor de Teología, hasta el presente, cuando dirige uno de los 10 mejores colegios del mundo.
“Cuando llegué, encontré una comunidad desmoralizada, altos índices de microtráfico, pandillismo y un pesimismo generalizado. En 2017, cuando regresé como rector, me dediqué con el equipo a cambiar esa situación”, cuenta Ordóñez. La Giralda, a diferencia de los otros colegios distritales, funciona a través de una concesión que administra el gestor privado Alianza Educativa, entidad que, además, se encarga de manejar otros 10 colegios públicos.
Esto quiere decir que, si bien el cupo de cada estudiante lo paga el Distrito, Alianza maneja las instalaciones y la elección de orientadores y profesorado. Esto se traduce en una mayor libertad para implementar enfoques pedagógicos alternativos e iniciativas como el gimnasio socioemocional, método que llamó la atención de los expertos en educación en el mundo.
Gimnasio para las emociones
Desde los duques de Sussex hasta la vicepresidenta Francia Márquez y los expertos del comité T4, que seleccionaron al colegio como uno de los mejores del mundo, acudieron a este oasis de seguridad en Las Cruces, atraídos por el gimnasio socioemocional. Se trata de un cuarto, de no más de 20 metros cuadrados, donde los alumnos que necesitan hablar de algo que los atormente o una carga emocional agobiante, pueden ir sin el temor a ser juzgados. La iniciativa se implementó en 2017, en respuesta al índice de depresión estudiantil.
Allí hay un circuito de siete estaciones, en donde los alumnos acuden para que los escuchen y gestionar, de manera controlada y parsimoniosa, emociones que van desde la ira a la frustración. María de los Ángeles Ramírez, una de las orientadoras que coordina el gimnasio, destaca un factor diferenciador, más allá de las metodologías terapéuticas: la propia capacidad de los estudiantes para ser ellos quienes operen el circuito y escuchen a sus compañeros.
“Capacitamos a los estudiantes los jueves, para que sean ellos quienes estén en el circuito y ayuden a sus compañeros a manejar las emociones. Nosotros estamos supervisando todo el tiempo, pero creemos que, a veces, hablar y ser escuchado por sus pares, en este caso alumnos de su mismo grado, con quienes comparten todos los días, puede resultar más fluido y beneficioso”, explica la orientadora.
Todo comienza cuando un alumno siente en su interior un fuego intenso de ira, dolor e, incluso, depresión, que no puede tratar por su cuenta en otro tipo de entornos. Entonces, acude al gimnasio y se encuentra con un espectro de quietud y apacibilidad. Suena música de relajación y, entonces, sus compañeros lo atienden, lo escuchan y lo comienzan a guiar por las estaciones.
Todo comienza con un saco de boxeo, en donde hasta la más cerril de las furias se puede descargar a golpes, mientras el cuerpo se distiende. Al cabo de una serie de puños, entran a un cuadro hipnótico, que los separa en instantes de cualquier sentimiento de ira, para pasar a dos estaciones en donde pueden hablar y ser escuchados. Allí comentan los momentos en los que determinadas emociones los invaden y el momento específico. Los compañeros, con una madurez insospechada, dan el más sabio de los consejos.
Luego, frente a un espejo, el alumno aprende a reconocerse y a esa sombra divisada en el cristal que, en momentos de crisis, puede resultar distante. Finalmente, un juego de puntería para lidiar la frustración y una reflexión colectiva cierra el circuito. Los alumnos regresan a las aulas con el incomparable tesoro de haber sido escuchados. A cada paso fuera del gimnasio, los pensamientos autolesivos y de agresión se disuelven en el aire y se vuelven uno con la yerta periferia que rodea el colegio.
Los resultados de la iniciativa se plasman en lo cualitativo y lo cuantitativo. Los índices de depresión, en medio de una epidemia de tristeza que invade los colegios de Bogotá, se han reducido 50 %. La moral de los estudiantes sube, así como el porcentaje de egresados que buscan un mejor futuro en carreras técnicas y profesionales. Después de la nominación, que incluyó a la institución entre los 10 mejores del mundo, el rector Serafín recibe en su correo la notificación con los tres planteles que encabezarán el listado de ganadores.
No aparece La Giralda. Sin embargo, el resultado parece ser una nimiedad al lado de las vidas de jóvenes en el barrio que se transforman tras cruzar la puerta de ingreso. Vendrá otro año y otras posibilidades de mejorar lo que se ha logrado. Mientras tanto, el mejor triunfo para sus directivas reside en mostrar a cada rincón de este planeta, que en la periferia también brilla el sol.
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