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En el marco del confinamiento en Bogotá, el balance de seguridad de mayo de 2020 registra 1 homicidio más que en 2019, así como el recorte de las “ganancias” en seguridad del encierro ciudadano con deterioros en San Cristóbal, Usme y Ciudad Bolívar. En lo corrido de junio, dos hechos de gran relevancia han posicionado a la seguridad ciudadana como una variable critica en el marco de la pandemia. Nada que ver con el anuncio optimista de transformación de la seguridad emitido por la alcaldía en abril. ¿Donde se torció la mejoría de la seguridad?
100 días atrás se señalaba que entre las semanas 12 y 14 desde el primer contagio los efectos de la pandemia empezarían a escalar, poniendo a prueba las capacidades de respuesta de la ciudad en todas sus dimensiones. En la semana 14 aún no se ha logrado comprender que la debilidad de un sector significa el debilitamiento de los demás involucrados.
El abordaje descoordinado de los retos que impone el virus, la gestión de la atención en salud, los confinamientos focalizados y la reactivación de la actividad económica es cada vez más claro y comienza a pasar una factura que tendremos que pagar en el largo plazo. En palabras del profesor de Yale John Lewis Gaddis, no se han sabido conectar las aspiraciones ilimitadas de quien diseña una estrategia con los recursos disponibles para su ejecución.
En el caso de la seguridad ciudadana, esto se traduce en una sobreocupación de las capacidades disponibles – pie de fuerza, recursos institucionales y abastecimientos – en asuntos que ordinariamente no le son propios y para los que no están estructurados para afrontar de manera permanente.
Si bien las organizaciones encargadas de la seguridad son las que tienen la mayor facilidad de adaptar su servicio frente a situaciones sobrevinientes, su uso en situaciones de crisis exige un nivel de coordinación superior que logre desplegarlas en el territorio de manera eficiente y jalone respuestas efectivas de otros sectores que se suman al esfuerzo colectivo.
La solución a este problema de gerencia se encuentra en los Sistemas de Comando y Control, una estructura de direccionamiento que articula instituciones y cohesiona liderazgos para dar respuesta a desafíos diarios y construir un estado final deseado, conservando la capacidad de actores clave y anticipando los retos logísticos, normativos y operacionales que impone una crisis como la que enfrenta la ciudad.
Un Centro de Comando y Control para la crisis debe entenderse como un espacio que integre y analice información para emitir órdenes e instrucciones bajo principios de planeación, optimización de recursos, focalización, anticipación y prospectiva, ofreciendo a la institucionalidad mayor sostenibilidad, flexibilidad y adaptación de los recursos limitados.
La ausencia de una instancia con estas características es un factor determinante del debilitamiento de la capacidad operacional de la MEBOG contra el delito y el crimen. Mientras que la Policía Metropolitana dedica sus recursos a cerrar localidades, vigilar el cumplimiento de una cuarentena que ya pocos respetan, apoyar la logística de los operativos humanitarios y moverse territorialmente al ritmo vertiginoso que impone una administración que corre detrás del virus, la delincuencia ajusta sus estrategias y se apropia del territorio urbano.
Este panorama no solo debilita y disminuye las capacidades policiales facilitando el accionar delincuencial, sino que fomenta la desconfianza de la ciudadanía en las instituciones aumentando la dificultad del control ciudadano y la protección urbana
La administración esta a tiempo de reconfigurar la gestión estratégica de la crisis. El diseño de respuestas basadas en la fusión de información de los actores participantes en la respuesta distrital permitirá alinear expectativas y capacidades, preveer escenarios caóticos y ejecutar acciones tempranas que eviten que problemas operativos ocurran o que generen el menor impacto posible
Llevando a la practica lo anterior, la Policía Metropolitana podrá anticiparse a los factores de riesgo, enfocarse en el desmantelamiento de estructuras criminales y definir cursos de acción que definan el grado de control deseado para la ciudad y aportar ideas sobre el entramado institucional requerido para atender todos los retos.
Parafraseando a Jared Diamond, enfrentar una crisis requiere de una revisión sincera y permanente de aquello que funciona y lo que no, con el fin de identificar oportunamente las respuestas necesarias a nuevos obstáculos y a los no superados, teniendo en cuenta las capacidades disponibles, con miras a que la crisis deje de ser tal.