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En los meses más complejos de la pandemia fue evidente el impacto económico que generó el COVID-19 en los comercios de la ciudad. Ejemplo de esto es San Victorino, icónico lugar que pasó de congregar personas que zigzagueaban entre los vendedores informales y las multitudes, a ver cómo se desvanecían esas muchedumbres, mientras aumentaban los locales con vitrinas cerradas y anuncios de “se arrienda”.
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Este escenario no era más que la fotografía de lo que estaba ocurriendo en toda la ciudad, pues según cifras de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), en la capital más del 30 % de los establecimientos comerciales tuvieron que cerrar de forma definitiva. Parte de las causas, dichas por los mismos empresarios, fueron las cuarentenas estrictas, las cuales condujeron al desplome de las ventas, pero también la negación de muchos arrendadores, sobre todo inmobiliarias, a hacer descuentos en los pagos mensuales.
En una de las visitas que por esos días hizo El Espectador a uno de los tantos centros comerciales que hay en el corazón de Bogotá, encontramos un local con vidrios rotos y regados por el suelo, además de un techo casi destrozado. Vecinos del lugar explicaron que fue un comerciante que dejó el establecimiento de esa forma ante la impotencia de no haber llegado a un acuerdo con su arrendador. Una de las tantas imágenes que reflejaban los estragos que un agente microscópico ha causado en la economía de millones de comerciantes.
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Hoy la situación es diferente. Aunque por el distanciamiento social y el temor al contagio no se ven las mismas multitudes, la cantidad de personas que congrega San Victorino llega a ser considerable. Volvieron a ser comunes en sus calles los “¿Qué se le ofrece?, mi rey” y el “¿Qué está buscando?, le tengo el pantalón para la dama y el caballero”.
“A comparación de como estábamos antes, el comercio ha mejorado. Aunque las ventas siguen siendo bajas”, dice una vendedora de ropa, quien recuerda lo duro que fue el comienzo de 2021, cuando la administración de Claudia López decretó nuevas restricciones ante la llegada del segundo pico de la pandemia. “Pero la gente ya está volviendo a coger confianza. Están saliendo, vienen y se prueban la ropa”, dice.
“Hay días de días”, menciona otro comerciante. “No vendemos lo mismo que antes, pero nos alcanza para mantenernos a flote. Nos tocó reinventarnos con las ventas en línea. Eso se mueve, pero de todas formas al cliente le gusta venir y ver el producto... probárselo”, agrega.
Según el director de Fenalco Bogotá-Cundinamarca, Juan Esteban Orrego, el alto porcentaje de comercios que han permanecido de pie es prueba de personas que buscaron alternativas, que tuvieron que hacer sacrificios personales para mantener sus empresas. Una muestra de resiliencia que todavía busca recuperarse. “Si bien estamos en los rines, hay que salir adelante de alguna manera, para no desaparecer”, asegura.
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Para él, el panorama actual es uno en el que las ventas han despertado poco a poco. “La gente está saliendo más y estamos esperando lo que viene. Con ganas de continuar con nuestras actividades mientras se sigue trabajando con el tema del autocuidado. No hay otra forma”, afirma el directivo.
El gerente del Gran San, Yansen Estupiñán, se lleva una impresión similar, pues para él el último año ha sido muestra “del coraje, aguante y las ganas de salir adelante que tienen los comerciantes. Del esfuerzo que se hace por no dejar morir de hambre a la familia, pagarles el estudio, el arriendo, los servicios públicos… esa es la resiliencia”. No obstante, para Estupiñán aún hay muchas “trabas” para la reactivación económica, sobre todo en los comercios populares.
Este gerente ve con preocupación que tanto el Gobierno Nacional como el distrital se reúnan solo con los grandes gremios, como la Andi y Fenalco, y no escuche las propuestas y necesidades que tienen sectores como el que él representa. Aunque hay que decir que la Secretaría de Desarrollo Económico se ha mostrado de puertas abiertas para las agremiaciones que requieran su ayuda.
Parte de su propuesta es que se logre una ciudad que funcione las 24 horas, en la que sea más flexible el horario en el que pueden operar los comercios, a la par de mantener la vigilancia con el autocuidado. A esto le suman las acciones que debería estar implementando el Distrito para que en la calle, con los informales, también se garantice el cumplimiento de las medidas y se mitiguen las aglomeraciones.
Todos coinciden en que la esperanza está en la vacunación, pues esta permitirá retornar a esa “vieja normalidad”. Hasta entonces, el coletazo económico del COVID-19 seguirá siendo evidente. Parte de las cifras más recientes en esta materia las entregó esta semana la Cámara de Comercio de Bogotá, al reportar que la capital del país pasó de tener 455.803 empresas en 2020, a 400.286, lo que significó una reducción del 12,2 %.
De estas, el 91 % se concentró en tres sectores: servicios (45 %), comercio (34 %) e industria (12 %). Al hacer un acercamiento a los establecimientos comerciales, se encontró que estos sumaron 264.136, lo que se traduce en una disminución del 9,9 %, si se compara con el mismo período del año anterior. El grueso del tejido empresarial colombiano sigue siendo las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes), con una participación del 99 %.
Aún es incierto el panorama que tendrá el comercio de Bogotá este año para su mes clave, diciembre. La apuesta es que, para entonces, se haya vacunado al 70 % de la población y de esa forma se alcance la denominada inmunidad de rebaño, lo cual permitiría abrir más la economía. Pero si algo han aprendido los comerciantes en estos meses de pandemia es que, aunque la esperanza no se pierde, el pensamiento está en cómo mantenerse a flote un día a la vez.