Acercarse a la juventud, para alejarla del vapeo. Este es el plan en Bogotá
A la regulación nacional el Concejo añadió el proyecto de Acuerdo 712, con otros lineamientos de prevención frente a estos productos. Expertos y vendedores insisten en incluir enfoque diferencial en las campañas.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
Los hay de diversos colores, sabores, aromas y mecanismos. En la última década, para casos particulares como el de Colombia, los cigarrillos electrónicos, más conocidos como vapeadores, han aumentado su popularidad debido a ciertas características que los hacen distintos a los cigarrillos convencionales. El reemplazo del humo, del olor fuerte y de los agentes tóxicos que se desprenden de la combustión del tabaco (forma convencional de fumar) han dinamizado su mercado a niveles alarmantes, al menos para las autoridades sanitarias y los padres de familia.
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Los hay de diversos colores, sabores, aromas y mecanismos. En la última década, para casos particulares como el de Colombia, los cigarrillos electrónicos, más conocidos como vapeadores, han aumentado su popularidad debido a ciertas características que los hacen distintos a los cigarrillos convencionales. El reemplazo del humo, del olor fuerte y de los agentes tóxicos que se desprenden de la combustión del tabaco (forma convencional de fumar) han dinamizado su mercado a niveles alarmantes, al menos para las autoridades sanitarias y los padres de familia.
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Parece ser que las características distintivas de este producto lo han convertido en imán de consumo para los más jóvenes e incluso menores de edad, que se estarían iniciando en el mundo del “vapeo” sin ningún tipo de lineamiento preventivo o de restricción. Datos y cifras publicados por distintas entidades académicas y de la salud indican que el consumo de cigarrillos electrónicos ha incrementado un 78 % para el grupo poblacional entre los 18 y 35 años, de acuerdo con estudios efectuados por la Universidad de La Sabana.
Otras muestras demoscópicas, como la realizada por la Universidad Manuela Beltrán, muestran que al menos el 43 % de los jóvenes de Bogotá ha tenido contacto con estos dispositivos. Pero, incluso, en poblaciones de menores de edad el consumo de estos artefactos también ha experimentado un aumento significativo. Según el Observatorio de Convivencia Escolar, realizado en 2024, de 6.000 reportes en colegios por consumo de sustancias, el 16 % fueron por “vapear”.
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Este último dato es el más relevante y preocupante, teniendo en cuenta que, según la regulación actual, su venta de estos productos, al igual que los cigarrillos, están prohibidos para menores de edad. El enfoque restrictivo de esta medida, además de las acciones de prevención (etiquetas en los vapeadores idénticas a la de los cigarrillos), no han funcionado, con base en las estadísticas anteriormente mencionadas. De hecho, el estatus del cual gozan los vapeadores parece estar generando todo lo contrario.
Por ello, el Concejo de Bogotá, en paralelo a la normativa nacional existente, se aprobó un proyecto de acuerdo con el cual se busca ejecutar los lineamientos de prevención más efectivos a los que se vienen efectuando. Si bien el articulado del acuerdo distrital no influye en el marco legal aprobado este año en el Congreso, su objetivo radica precisamente en fortalecer la oferta de acciones preventivas, enfocadas sobre todo en el consumo de vapeadores en menores de edad. Ahí, precisamente, de acuerdo con la opinión de expertos e incluso de comerciantes de estos productos, es donde radica la problemática.
Jóvenes, meollo del asunto
Todo el conglomerado institucional del Distrito, una vez sancionado el proyecto de acuerdo, deberá ponerse a la tarea de formular e implementar un conjunto de acciones pedagógicas y preventivas para reducir el porcentaje de consumo de cigarrillos electrónicos en los más jóvenes. La labor, sin embargo, no es fácil, ya que la dinámica tiene varias aristas para considerar a la hora de formular los planes.
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Para empezar, asegura Daniel Ortiz, psicólogo experto en juventud, el vapeador es un producto que, al menos desde su concepción, está diseñado para ser atractivo. “Los vapeadores se lanzaron para, al menos desde el punto de vista de las tabacaleras, darles una opción menos dañina a los fumadores de cigarrillo y tabaco. Se vendió la idea de que el humo de las esencias vaporizada es menos dañina e, incluso, desde su concepción social, se ideó un imaginario de que usarlo da estatus”, explicó el experto.
A lo anterior se suma la perspectiva de Ángela María Trujillo Cano, directora de profesores e investigación de la Facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento de la Universidad de La Sabana. Ella menciona sobre los vapeadores que parte del problema consiste en este discurso que, además, denomina como un mito. “Se ha visto, pero aún no es concluyente, que, por el contrario, en vez de ayudar a dejar de fumar, estos pueden incrementar el uso de cigarrillos o llevar a que los jóvenes experimenten con otro tipo de sustancias, convirtiéndose ahora en la sustancia de entrada para muchas otras, incluido el alcohol”, apostilló.
En efecto, este último punto es el que más preocupa a quienes han intentado advertir sobre los efectos nocivos de este tipo de sustancias. “Comenzar el consumo de cigarrillos electrónicos a corta edad puede influir, de cierta forma, a otro tipo de sustancias como el cigarrillo, por cuanto el individuo busca una sensación o estímulo diferente cuando los períodos de dopamina, por el uso excesivo de vapeador, comienzan a ser más cortos”, explica Ortiz. Pero, ¿realmente hay suficiente evidencia científica para concluir el efecto nocivo para la salud?
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De momento, al ser un fenómeno de consumo relativamente nuevo, no hay un conglomerado de resultados contundentes para demostrar las consecuencias que pueden derivar del consumo de vapeadores. Sin embargo, los primeros indicios parecen no ser alentadores. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido enfática en que “los cigarrillos electrónicos con nicotina son perjudiciales para la salud y muy adictivos. Aunque no se conocen del todo sus efectos a largo plazo en la salud, se ha demostrado que liberan sustancias tóxicas que son cancerígenas o que aumentan el riesgo de sufrir trastornos cardíacos y pulmonares. Además, pueden afectar al desarrollo del cerebro y causar trastornos del aprendizaje en los jóvenes”.
Luz Adriana Ausique, investigadora del Programa de Terapia Respiratoria de la Universidad Manuela Beltrán, coincide con las afirmaciones de la OMS y recalca que “los saborizantes que contienen los vapeadores puede que no sean tóxicos para consumir de manera oral, pero sí son tóxicos para inhalar, debido a la capacidad de procesamiento de sustancias entre el sistema digestivo y los pulmones”.
Ausique agrega que “el cerebro de un niño o adolescente continúa en desarrollo hasta que llega a la edad adulta y el consumo de sustancias tóxicas, como las que tienen los vapeadores o los cigarrillos electrónicos, hace que el desarrollo del cerebro no se lleve a cabo de manera normal, lo que puede dificultar el control de los impulsos y el aumento de la dependencia a sustancias”.
Construyendo el enfoque
Dicho lo anterior, resulta imperioso enfatizar en las campañas de prevención dirigidas a los más jóvenes, con parámetros definidos y con la evidencia suficiente sobre su funcionamiento. Para Daniel Ortiz, las campañas deben tener un enfoque diferencial que se dedique a desmitificar el aura, aparentemente inofensiva, de los vapeadores, pero sin caer en extremismos ni subestimar la inteligencia de los jóvenes.
“Los enfoques de campañas actuales, como los del tabaco, se centran en imágenes fuertes de personas afectadas por su consumo, pero eso ya parece no tener efectos en las generaciones actuales. Por consiguiente, la pedagogía sobre este tipo de elementos, su composición, su origen y la forma en la cual podrían influir en su salud debe ser aterrizada y concisa. Los elementos que la componen deben ser lo más directos posible y adaptarse a los formatos del consumo de la información de los más jóvenes”.
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Por su lado, la docente e investigadora Ángela María Trujillo se muestra un poco escéptica respecto al enfoque de prevención que propone el nuevo proyecto de acuerdo. Desde su experiencia, en el desarrollo de metodologías para prevenir las adicciones en adolescentes y jóvenes, los talleres y demás campañas tradicionales no suelen tener el efecto esperado. “Hemos visto reacciones negativas en jóvenes a los que se les muestra, por ejemplo, el efecto de las sustancias, y se sienten ajenos. Dicen que es problema de la persona usada como ejemplo, por no saberlo controlar y piensan que el caso de ellos será diferente”, acota.
En ese orden de ideas, Trujillo menciona que la mejor forma de prevenir el consumo de este tipo de productos en los más pequeños consiste en identificar los factores de riesgo y de baja protección en su entorno. “En la caracterización de esta población se deben establecer perfiles en los que se puedan verificar si hay problemas de índole familiar o de otro tipo, y cómo esto influye en el consumo”, complementa.
En ese orden de ideas, una vez efectuada la caracterización de este tipo de riesgos, se debe trabajar en programas que se enfoquen, precisamente, en la mejora de este tipo de factores de baja protección, con el fin de atacar directamente la causa y no la consecuencia. Bajo esta misma línea, la experta menciona que las causales de riesgo más comunes son conflictos familiares, nula capacidad para manejar emociones negativas como la ira y el estrés e incluso una desconexión aparente de los padres de familia con la realidad de sus hijos (con quiénes salen, a qué hora y a dónde).
¿Qué dice la industria de los vapeadores?
Leonardo Morales, consumidor habitual de vapeadores, dice que las campañas, al menos para los más adultos, deben tener un punto diferencial de los jóvenes. “Por supuesto que ningún menor de edad debería tener acceso a uno de estos productos, pero las personas mayores, que están intentando dejar el tabaquismo, deben saber que existe una alternativa menos lesiva. No estoy diciendo inofensiva, pero sí menos perjudicial que la del cigarrillo”, explica.
De hecho, esta misma opinión fue la que emitieron las tabacaleras, que tienen participación en el mercado de estos productos. “Este enfoque diferencial no fue incluido, lo cual nos hace sentir que quizá hizo falta un poco más de tecnicismo”, señala Marla Gutiérrez, directora ejecutiva de Alterpro (el gremio que agrupa a British American Tobacco Colombia, Inversiones GLU Cloud, Relx International y Coltabaco-Philip Morris International).
La llamada “reducción de riesgo y daño”, como hemos explicado en El Espectador, defiende que estos nuevos dispositivos pueden representar una alternativa menos perjudicial en comparación con los cigarrillos tradicionales. Bajo esta misma línea, el comerciante aclara que la diversidad de productos para el vapeo es amplia y que no todos, al menos desde su opinión, son necesariamente adictivos para la población adulta o llevan al consumo de otras sustancias en este grupo etario.
“Se venden productos con o sin nicotina, de tabaco calentado y con una fluidez de vapor distinta, de acuerdo con las preferencias del cliente. Es difícil saber si los que no contienen nicotina, la cual no excede el 5 %, se vuelven adictivos, porque conozco muchos casos de clientes que lo usan esporádicamente y que, incluso, después de unos meses de consumo por curiosidad, lo han dejado”, opina Morales.
Sin embargo, tanto el vendedor como las grandes tabacaleras se han mostrado favorables en alejar el consumo de los vapeadores en los menores de edad. Las buenas intenciones, como en este caso, la del proyecto de acuerdo, deben ir acompañadas de buenas acotaciones a nivel técnico y social para ser implementadas. Por fortuna la juventud de la ciudad se enfrenta a un problema de consumo relativamente nuevo, en el que hay mucho por aprender y mejorar.
El reto, en todo caso, es mostrar el camino a los más jóvenes y, sobre todo, convencerlos de que los mejores años de su vida no se esfumen en una exhalada de vapor aromatizado, por más inofensivo y atractivo que parezca.
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