El preocupante panorama de la salud mental en Bogotá
Los episodios de esta semana recordaron las cifras del último estudio sobre lo deteriorada que está la salud mental en Bogotá. Hay iniciativas para mejorar la situación, pero falta mucho trecho por recorrer.
Miguel Ángel Vivas Tróchez
Hay una epidemia de incertidumbre y tristeza en Bogotá. Cada vez más, por la vía de las cifras o de los crudos hechos, son evidentes las señales del deterioro de la salud mental de los capitalinos. Mientras la frenética vida citadina transcurre y los ocho millones de habitantes cumplen con sus obligaciones, crece un monstruo oculto: el suicidio. El tema, del que es complejo hablar y ha suscitado debates y abordajes de distinta índole, se ubicó en la cumbre del debate público esta semana, luego de tres sucesos dolorosos.
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Hay una epidemia de incertidumbre y tristeza en Bogotá. Cada vez más, por la vía de las cifras o de los crudos hechos, son evidentes las señales del deterioro de la salud mental de los capitalinos. Mientras la frenética vida citadina transcurre y los ocho millones de habitantes cumplen con sus obligaciones, crece un monstruo oculto: el suicidio. El tema, del que es complejo hablar y ha suscitado debates y abordajes de distinta índole, se ubicó en la cumbre del debate público esta semana, luego de tres sucesos dolorosos.
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Tras el trágico desenlace de la médica Catalina Gutiérrez, la ciudad conoció otros dos casos fatales, en los cuales un empleado bancario y un estudiante universitario se quitaron la vida. Al tiempo, los bomberos evitaron un intento de suicidio al impedir que una joven se lanzara desde un puente vehicular en la avenida Suba. Los episodios, que no son aislados, se configuran como el reflejo de una situación que los estudios ya venían advirtiendo.
El estudio “Salud mental en Bogotá, D. C. 2023″, publicado por el Distrito a finales del año pasado, dejó constancia de los principales flagelos emocionales y comportamentales de la ciudadanía. De igual forma, la iniciativa demoscópica, que analizó la situación de 15.115 personas, fue la primera de su tipo en Colombia, que dio cuenta del efecto que dejaron la pandemia y el aislamiento en los habitantes de la urbe.
Dicho documento divulga datos preocupantes y ahora constituye la hoja de ruta para que las autoridades sanitarias, así como algunos sectores políticos, tomen cartas en el asunto. No obstante, seis meses después de obtener los resultados, los vaticinios del estudio comienzan a materializarse y se convierten en lo que, seguramente, será el catalizador de mejores opciones enfocadas en la prevención de nuevas tragedias.
Salud mental en Bogotá
En el estudio se obtuvo un cúmulo de evidencia sobre la salud mental, que seguro orientará a los tomadores de decisiones. Para comenzar, llama la atención que en el estudio solo cinco de cada 10 personas consideraron que su salud mental es buena. Eso quiere decir que el otro 50 % de la población en Bogotá no se siente del todo bien.
A partir de ahí, las encuestas sirvieron para extraer información epidemiológica sobre el estado y la autopercepción de los capitalinos. La clasificación de los datos permitió conocer los síntomas y afectaciones mentales de la población según edad, sexo, situación socioeconómica y ubicación geográfica. El estudio mostró un panorama que el Gobierno, la sociedad civil, las universidades y las empresas deben atender con urgencia.
Otros datos señalan, por ejemplo, que el 10,92 % de la población ha sido diagnosticada alguna vez en su vida con depresión, la mayoría de las cuales son mujeres. Asimismo, en la fase pre diagnóstica, el 17,16 % de las personas encuestadas podría tener un trastorno depresivo. En este sentido, el 18 % los jóvenes, entre los 15 y 25 años, demostraron un mayor riesgo de caer en este tipo de trastornos.
Hablar de un tema difícil
Pero ¿por dónde empezar a cambiar el panorama y luchar contra el suicidio? Combatir el tabú sobre el tema es un buen punto de partida, comenta la terapeuta Nancy Becerra. Ejemplo de que esa prevención persiste fue el episodio que vivió Alba Reyes, cofundadora de la Fundación Sergio Urrego, mientras daba una capacitación en el colegio: un padre de familia retiró a su hijo de la charla, argumentando que “ya era suficiente del tema. Esto termina siendo una muestra clara del tabú que rodea las discusiones alrededor del suicidio y el tratar de entender por qué una persona, en este caso un joven, renuncia a vivir”.
Y es peor cuando se trata de discriminación o acoso, como ocurrió en dos de los casos de suicidio que se registraron la semana pasada en la ciudad. En la Fundación se han conocido casos que “en una semana se pueden llevar una vida”, por comentarios en redes sociales. “Esa parte de discriminación es fuerte y al abordarlo hay un gran tabú entre los jóvenes y sus familias. Nos cuesta todavía hablar sobre salud mental, levantar la mano y pedir ayuda”, dice Alba Reyes.
Becerra añade que en Colombia la cultura “nos obliga a pensar que necesitamos que la vida duela para ser berracos, lo que hace que se ignore, por ejemplo, cuando un hombre se siente triste, quiere llorar o expresarse”. Sobre el amor, no duda de que “nos han vendido un amor totalmente equivocado”, lo que degenera en tensión y puede, incluso, desembocar en femicidios o suicidios.
Los expertos continúan insistiendo en la creación de espacios seguros y de escucha, en los cuales sea pertinente hablar del suicidio y la salud mental. El espectro preventivo, desde el sistema de salud, también es un componente clave. En cualquier caso, no se debe escatimar en ningún esfuerzo. La epidemia de tristeza solo puede ser erradicada con empatía, escucha y el ofrecimiento de vías que demuestren que la muerte no es camino a seguir cuando la tribulación se acerca.
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