Cuando no alcanza para tres comidas diarias: Bogotá y su lucha contra el hambre
La población con inseguridad alimentaria grave aumentó del 4,2 al 4,7 % en Bogotá. Aunque estadísticamente no parece una diferencia significativa, en las mesas es un dato que se siente. El Distrito busca darle un enfoque estructural al problema del hambre, pero las metas en el Plan de Desarrollo podrían replantearse con el nuevo panorama.
Juan Camilo Parra
En el corazón del barrio Pardo Rubio, en Chapinero, a las 11:30 a.m., de lunes a sábado, abre el comedor comunitario. A lo largo de las horas y hasta las 3:00 p.m. llegan alrededor de 50 adultos como don Gabriel, de 87 años, y más de 100 niños y niñas que salen de los colegios San Martín de Porras y Manuela Beltrán. El sobrino y el nieto de la señora Amparo Durán almuerzan allí después de clase. Cada ración de comida que consumen suple el 40 % de las calorías que requiere una persona en un día.
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En el corazón del barrio Pardo Rubio, en Chapinero, a las 11:30 a.m., de lunes a sábado, abre el comedor comunitario. A lo largo de las horas y hasta las 3:00 p.m. llegan alrededor de 50 adultos como don Gabriel, de 87 años, y más de 100 niños y niñas que salen de los colegios San Martín de Porras y Manuela Beltrán. El sobrino y el nieto de la señora Amparo Durán almuerzan allí después de clase. Cada ración de comida que consumen suple el 40 % de las calorías que requiere una persona en un día.
Después de esto, seguro muchos no completan las tres comidas diarias, como sucede con casi 321.000 bogotanos que sufren hoy día de inseguridad alimentaria grave en la ciudad. El dato eqivale al doble de la población de Quibdó, Chocó, o 22 veces la máxima capacidad del Movistar Arena. Sin embargo, según el registro más reciente del DANE, basado en la escala de medición de la FAO, la inseguridad alimentaria sería mayor.
Bogotá, cuya central mayorista, Corabastos, es el centro de abastecimiento más grande del país y una de las más completas de Latinoamérica, no está exenta del problema del hambre, así como tampoco localidades con grandes contrastes como Chapinero, que cuenta con tres comedores comunitarios, que atienden a 700 personas a diario. La capital cuenta en total con 115 de estos comedores y ocho programas sociales de transferencias monetarias, que apuntan a atacar directamente esta crisis. En suma, madres cabeza de hogar, como Amparo; adultos mayores, como Blanca Cecilia, otra madre que lleva año y medio comiendo “calientico”, y niños conjugan el grueso de los beneficiarios de los programas del Distrito para erradicar el hambre.
Seguridad alimentaria
Cindy Ovalle, referente de alimentación del comedor comunitario Pardo Rubio, describe que son muchas las situaciones que viven las personas que no tienen acceso a alimentación, en una localidad que se destaca por albergar exclusivas zonas residenciales. “Uno pensaría que en Chapinero no se ve el hambre. Las personas que se acercan hacen un proceso previo de inscripción y vienen de lunes a sábado. Evidenciamos que la población es diversa, desde personas mayores con vulnerabilidad económica y alimentaria; madres, cabezas de hogar, que no tienen cómo suministrar los alimentos adecuados a sus familias, y hasta personas que habitan en la calle o pagadiarios vienen acá”.
Aunque las esferas del hambre varían, el dato más reciente que dio a conocer el DANE muestra que a nivel país se redujo levemente la población que se considera con inseguridad moderada y grave, al pasar del 28,1 % en 2022 al 26,1 % en 2023. En el caso de la capital, la situación es otra: mientras los porcentajes de la inseguridad alimentaria, moderada y grave, disminuyeron del 25,4 al 21,2 %, el índice de inseguridad grave aumentó del 4,2 al 4,7 %.
El hambre o el riesgo de padecerla es un fenómeno mundial. Medirlo en cada contexto ha sido una de las tareas difíciles de los gobiernos. Algunas mediciones tratan de clasificarla en tres niveles: inseguridad alimentaria leve, que se da cuando existe incertidumbre sobre la capacidad que se tiene para adquirir alimentos; moderada, donde la capacidad de comprar alimentos es baja y probablemente las personas se salten comidas, y grave, cuando ya hay experiencia de hambre, no alcanza para comer tres veces al día y, seguramente, muchos días los pasan sin probar bocado. La suma de las tres, en Bogotá, abarca más de dos millones de personas, algo así como la población de Cali.
Rosario Lemus, magíster en seguridad alimentaria y nutricional, del Observatorio de Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional de la U. Nacional, añade que hay otros elementos que se han incluido en los análisis: “El contexto a través de cuatro dimensiones: la seguridad alimentaria como tal, pero también la seguridad nutricional, la seguridad ambiental (porque la calidad y disponibilidad del agua tiene mucho que ver en este tema), y la seguridad humana. Tenemos que hablar acerca de la disponibilidad del alimento que esté en los territorios, pero también del acceso. Es donde hablamos del acceso monetario, especialmente en la compra de los alimentos”.
“El hambre no está relacionado con la escasez de alimentos. En Bogotá no hay escasez de alimentos, de hecho, estamos desperdiciando más de un millón de toneladas al año. Luego, la solución para erradicarlo empieza por un ejercicio de voluntad política”, señaló en entrevista con El Espectador Roberto Angulo, secretario de Integración Social.
Soberanía alimentaria
Daniel Bernal, nutricionista y docente de la Universidad Nacional, ha estudiado detenidamente el panorama en la capital. Destaca los contrastes a la hora de analizar el fenómeno. “Estamos subdivididos en 20 localidades, pero cada una es un microcosmos de la gran ciudad. Hay un ciclo de pobreza que genera desnutrición e inseguridad alimentaria en muchas zonas de Bogotá, pues es un ciclo que tiende a repetirse y a replicarse en las diferentes generaciones. Si no se interviene con educación, empleabilidad y otras formas de sacar esas personas de la pobreza, se terminan perpetuando esas condiciones de inequidad”.
Aunque Bogotá cuenta con Corabastos, el abastecimiento de este centro viene de Cuaca, Valle y otras regiones del país. Cerca del 99 % de la comida que consumen los bogotanos viene de afuera. De ahí que, cuando hay paro en las vías que conectan a la capital con el resto del país, el abastecimiento se pone en alerta, afectando en su mayoría a las zonas rurales y cordones de miseria de la ciudad.
Añade el docente que desde 2019 la capital cuenta con la Política Pública de Seguridad Alimentaria y Nutricional, que incluyó un enfoque integral a la problemática, entendiendo otras dimensiones como el derecho humano a la alimentación y a la soberanía alimentaria. El Observatorio Poblacional de la Secretaría Distrital de Planeación realizó una encuesta entre 2017 y 2021. En 2017 la inseguridad alimentaria en las personas que fueron encuestadas marcaba el 19,5 % y para 2021, en pospandemia, pasó a 36,2 %. Si bien el nuevo dato ubica el porcentaje en 21,19, todavía no llega a igualar al período anterior a la pandemia.
Lemus refiere que el fenómeno lo padecen, en particular, “población migrante de flujos migratorios mixtos, y población étnica, principalmente afrocolombiana e indígena, que también se está presentando o presenta diferentes retos para la ciudadanía”, agrega. En los casos como los indígenas, que están en los albergues y el parque Nacional, la muerte de niños y niñas en su mayoría, aunque fallecen en la capital, el registro queda como una muerte de su respectivo territorio, ya que en casi todos los casos llegan con malnutrición a la capital de sus ciudades de origen.
Amparo Durán es una de esas migrantes, madre cabeza de hogar, que asiste al comedor Pardo Rubio. Recuerda que hace cuatro años que llegó a la capital oriunda de Maracaibo, Venezuela, con su sobrino y nieto a cargo, muchos días pasó hambre, para darles a ellos de comer. Hoy, en su situación, paga más de $700.000 de arriendo. Tan solo le queda una ventana de gasto para la comida del mes -para ella su sobrino y nieto- de poco más de $500.000.
“El arroz ya vale más de $2.000 y las carnes valen mucho. Conseguir trabajo es una de las mayores complicaciones y con esos precios; sí ha habido momentos en los que simplemente no alcanza”, dice agachando la cabeza. Es una realidad difícil de aceptar, como lo que sucede con la llamada “hambre oculta” o “hambre vergonzante” que padecen personas que, a pesar de contar con techo, no pueden acceder a los alimentos.
Roberto Angulo afirma que para voltear las cifras de seguridad alimentaria en Bogotá “necesitamos determinación, es decir, esto no se va a lograr con piloto automático. Aquí hay que generar unos canales redistributivos, unas acciones de oferta y unas acciones de demanda, vinculando a privados, pero también uniendo fuerzas en procesos como ollas comunitarias”. Su Secretaría, basándose en un popular programa de Lucho Garzón, y tomando el nombre de este, creó “Bogotá Sin Hambre 2.0″, una apuesta que está plasmada en el Plan de Desarrollo, la cual presenta avances, pero también puntos específicos que los expertos analizan.
Asistencialismo y Plan de Desarrollo
Las metas plasmadas en el Plan de Desarrollo para los próximos cuatro años son claras: pasar de 115 a 145 comedores comunitarios, entregar 77 millones de raciones de comida, intervenir 17 plazas de mercado y rediseñar las ocho transferencias económicas que al momento benefician a más de 336.000 habitantes de la ciudad. Estas se le suman a la estrategia de iniciativas como la de la primera dama distrital, Carolina Deik, con su “Misión Nutrición Bogotá”, vinculando a Corabastos, privados y a la Cámara de Comercio, en una iniciativa para alimentar a más niños.
“La nutrición y seguridad alimentaria son también un tema político. Los gobernantes no querrán que sus administraciones queden marcadas por índices altos de desnutrición. Hay que ir más allá del asistencialismo. Viendo acciones como la entrega de alimentos de la primera dama, es válido, pero debemos tener en cuenta cuando se trata de productos ultraprocesados que llegan a complementar esas canastas que se le entregan a población vulnerable.
Por un lado, estamos satisfaciendo una seguridad alimentaria, así solo esas dos palabras, porque le estamos dando que comer, pero realmente no estamos llegando a lo nutricional”, analiza Bernal. Desde el Concejo de Bogotá, David Saavedra (Nuevo Liberalismo) creó en mayo de este año la bancada de la “Lucha contra el Hambre”, conformada por 14 concejales. Mientras se debate el PDD en el cabildo, el concejal propuso aumentar no 25, sino 50 los comedores comunitarios, aumentando 14.000 cupos en toda la ciudad. La apuesta, aceptada por el Concejo, entraría a resolver un problema sustancial que es el represamiento de solicitudes de personas que requieren los comedores.
Las metas del Distrito apuntan a disminuir del 4,2 al 2,2 % la seguridad alimentaria grave, aunque el diagnóstico no llegó a contemplar las cifras que reveló el DANE el pasado viernes 24 de mayo. “Aumentar el número de raciones entregadas o el número de comedores comunitarios abiertos o ampliados no debe ser el punto de medición de la transformación, sino otros como el número de personas que salen de la pobreza. Llama la atención cómo va a quedar la meta de Bogotá, porque este incremento va a requerir un mayor compromiso de la administración distrital, bajo un tema presupuestal, que, por un lado, es muy ambicioso, pero las metas para todo el tema social y de salud, por ejemplo, se han reducido en asuntos presupuestales que están más concentrados hacia el metro o la seguridad, que es la bandera del Plan de Desarrollo de Bogotá”, indicó el experto.
Hacer realidad la soberanía alimentaria es una necesidad para Bogotá. Espacios como el comedor Pardo Rubio seguirán atendiendo a los cientos de personas que lo requieren, pero el reto está en transformar las realidades sociales bogotanas que permiten que personas como don Gabriel no tengan qué almorzar, o que mujeres como Amparo no consigan trabajo, o que a familas como la de doña Blanca no les alcance para la canasta familiar básica.
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