Déjà vu, caso de patrullero asesinado en Bogotá
En Bogotá se empieza a consolidar un modo de vida en inseguridad. Más allá de anuncios de capacidades, la Alcaldía debe diseñar una estrategia para su uso. La inseguridad dejó ser una sensación para convertirse en un desafío estructural para la ciudad.
César Andrés Restrepo F.
Un Déjà Vu es una situación que creemos haber vivido ya en nuestras vidas. Psicológicamente nos esforzamos por asociarlo con eventos ocurridos. No obstante, son en realidad estímulos cerebrales rápidos, que dejan esa sensación. El asesinato del patrullero de la Policía Nacional, Humberto Sabogal, a manos de un individuo mientras era requisado en el barrio Restrepo, lastimosamente no es una respuesta fisiológica, sino un evento similar a otros ocurridos en el pasado.
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Hace apenas cinco meses, el patrullero Edwin Caro fue asesinado en un hecho aterradoramente parecido, diferenciado básicamente por la zona de la ciudad donde ocurrió. Es sorprendente además la similitud de los días en que ambos hechos ocurrieron, llenos de noticias sobre balaceras, atracos y eventos inseguros, que ponen a la ciudad en modo “olla a presión”.
El asesinato de Sabogal desató una oleada de indignación y pronunciamientos con alto tono exigiendo justicia y respuestas efectivas frente a la situación de la seguridad en la ciudad. Razones sobran para la indignación de ciudadanos, funcionarios y políticos. La ciudad cada día se percibe invivible, mucho más cuando los eventos violentos son repetitivos en características e intensidad.
Cuando se activan escenarios como estos, tanto la Alcaldía como la comandancia de la Policía Metropolitana enfrentan una tarea de altísima complejidad, en la que se tiene la obligación de gestionar en simultánea la crisis en desarrollo; evaluar los eventos pasados, y asegurarse de que un día difícil no se vuelva en una semana compleja. Lo que en el caso de Bogotá es todo un reto después de haber dejado evolucionar a las estructuras autodenominadas primera línea.
Quizás sea en los laberintos de la confusión que exigen explicaciones precisas a un día difícil, que el gobierno local ha perdido la capacidad de resolver los desafíos que le están planteando las organizaciones delincuenciales, los políticos anarquistas, el ambiente socioeconómico y el deterioro urbanístico, de manera sostenible y estructurada.
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Bloqueos, destrucción de bienes públicos, sicariato, hurto, riñas, violencia de genero e intrafamiliar son comportamientos que se tomaron la cotidianidad de la ciudad. Cada mes el balance de seguridad no muestra un cambio en el ambiente, más allá de la magnitud y la frecuencia de los hechos. En Bogotá se empieza a consolidar un modo de vida en inseguridad.
Las similitudes no solo se encuentran en los asesinatos de los policías o en el ambiente de seguridad. Las respuestas para enfrentar la situación, que la administración dio esta semana y hace 5 meses son casi calcadas: aumento del pie de fuerza, fortalecimiento de la investigación criminal, inversión en tecnología, control en las vías y lucha contra el microtráfico. En esta oportunidad se adicionó un refuerzo operativo de altos mandos policiales, la ampliación de capacidades de reclusión y el mejoramiento de la dotación policial para el servicio de vigilancia.
El debilitamiento estructural de la capacidad de respuesta frente a los desafíos que enfrenta la ciudad es una realidad ineludible. Estos anuncios son importantes, pero no permiten responder a las exigencias urgentes de seguridad de los ciudadanos. Hacer de un anuncio de capacidades una realidad requiere de un proceso largo y complejo, durante el cual la violencia e inseguridad seguirán sucediendo.
También se ofrecen como solución a los problemas de seguridad acciones como la promoción de frentes de seguridad, intervenciones locales, jornadas de servicios comunitarios, recuperación y restauración del espacio público y campañas de desarme, iniciativas clave para la construcción de un futuro más seguro y estable, pero no para la gestión de una coyuntura compleja.
Más allá de los anuncios es hora de que la Alcaldía haga una pausa para insertarlos en el marco de una estrategia de seguridad para la ciudad. Es evidente que desde el inicio de esta Administración, la gestión de la seguridad ha estado presa de planteamientos teóricos desarticulados y buenas intenciones sin rumbo ni contenido. El gobierno distrital sigue sin hacerse las preguntas clave que le permiten responder a las necesidades de los bogotanos en seguridad.
¿Cuáles son las organizaciones y fenómenos criminales que desestabilizan la ciudad y generan más violencia? ¿Quiénes las dirigen? ¿Dónde se ubican y donde están sus intereses? ¿Qué necesita la Policía para desmantelarlas? ¿Cuáles capacidades, coordinaciones y estrategias son clave para revertir la dinámica de violencia, crimen e incivilidades que enfrenta la ciudad en el corto plazo?
Responder a estas preguntas le permitirá la Alcaldía superar el anuncio de medidas repetitivas sin objetivos concretos ni efecto conocido y empezar a presentar resultados tangibles que devuelvan a la ciudad por la senda de la seguridad, la confianza y la tranquilidad.
De no hacerlo seguiremos enfrentando la desesperanza de saber que las víctimas de la inseguridad no son un Déjà Vu, sino la manifestación trágica de negarse a recomponer una gestión equivocada de la seguridad.
Un Déjà Vu es una situación que creemos haber vivido ya en nuestras vidas. Psicológicamente nos esforzamos por asociarlo con eventos ocurridos. No obstante, son en realidad estímulos cerebrales rápidos, que dejan esa sensación. El asesinato del patrullero de la Policía Nacional, Humberto Sabogal, a manos de un individuo mientras era requisado en el barrio Restrepo, lastimosamente no es una respuesta fisiológica, sino un evento similar a otros ocurridos en el pasado.
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Hace apenas cinco meses, el patrullero Edwin Caro fue asesinado en un hecho aterradoramente parecido, diferenciado básicamente por la zona de la ciudad donde ocurrió. Es sorprendente además la similitud de los días en que ambos hechos ocurrieron, llenos de noticias sobre balaceras, atracos y eventos inseguros, que ponen a la ciudad en modo “olla a presión”.
El asesinato de Sabogal desató una oleada de indignación y pronunciamientos con alto tono exigiendo justicia y respuestas efectivas frente a la situación de la seguridad en la ciudad. Razones sobran para la indignación de ciudadanos, funcionarios y políticos. La ciudad cada día se percibe invivible, mucho más cuando los eventos violentos son repetitivos en características e intensidad.
Cuando se activan escenarios como estos, tanto la Alcaldía como la comandancia de la Policía Metropolitana enfrentan una tarea de altísima complejidad, en la que se tiene la obligación de gestionar en simultánea la crisis en desarrollo; evaluar los eventos pasados, y asegurarse de que un día difícil no se vuelva en una semana compleja. Lo que en el caso de Bogotá es todo un reto después de haber dejado evolucionar a las estructuras autodenominadas primera línea.
Quizás sea en los laberintos de la confusión que exigen explicaciones precisas a un día difícil, que el gobierno local ha perdido la capacidad de resolver los desafíos que le están planteando las organizaciones delincuenciales, los políticos anarquistas, el ambiente socioeconómico y el deterioro urbanístico, de manera sostenible y estructurada.
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Las similitudes no solo se encuentran en los asesinatos de los policías o en el ambiente de seguridad. Las respuestas para enfrentar la situación, que la administración dio esta semana y hace 5 meses son casi calcadas: aumento del pie de fuerza, fortalecimiento de la investigación criminal, inversión en tecnología, control en las vías y lucha contra el microtráfico. En esta oportunidad se adicionó un refuerzo operativo de altos mandos policiales, la ampliación de capacidades de reclusión y el mejoramiento de la dotación policial para el servicio de vigilancia.
El debilitamiento estructural de la capacidad de respuesta frente a los desafíos que enfrenta la ciudad es una realidad ineludible. Estos anuncios son importantes, pero no permiten responder a las exigencias urgentes de seguridad de los ciudadanos. Hacer de un anuncio de capacidades una realidad requiere de un proceso largo y complejo, durante el cual la violencia e inseguridad seguirán sucediendo.
También se ofrecen como solución a los problemas de seguridad acciones como la promoción de frentes de seguridad, intervenciones locales, jornadas de servicios comunitarios, recuperación y restauración del espacio público y campañas de desarme, iniciativas clave para la construcción de un futuro más seguro y estable, pero no para la gestión de una coyuntura compleja.
Más allá de los anuncios es hora de que la Alcaldía haga una pausa para insertarlos en el marco de una estrategia de seguridad para la ciudad. Es evidente que desde el inicio de esta Administración, la gestión de la seguridad ha estado presa de planteamientos teóricos desarticulados y buenas intenciones sin rumbo ni contenido. El gobierno distrital sigue sin hacerse las preguntas clave que le permiten responder a las necesidades de los bogotanos en seguridad.
¿Cuáles son las organizaciones y fenómenos criminales que desestabilizan la ciudad y generan más violencia? ¿Quiénes las dirigen? ¿Dónde se ubican y donde están sus intereses? ¿Qué necesita la Policía para desmantelarlas? ¿Cuáles capacidades, coordinaciones y estrategias son clave para revertir la dinámica de violencia, crimen e incivilidades que enfrenta la ciudad en el corto plazo?
Responder a estas preguntas le permitirá la Alcaldía superar el anuncio de medidas repetitivas sin objetivos concretos ni efecto conocido y empezar a presentar resultados tangibles que devuelvan a la ciudad por la senda de la seguridad, la confianza y la tranquilidad.
De no hacerlo seguiremos enfrentando la desesperanza de saber que las víctimas de la inseguridad no son un Déjà Vu, sino la manifestación trágica de negarse a recomponer una gestión equivocada de la seguridad.