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“Primero pensé que se trataba de un terremoto. Estaba haciendo el almuerzo y sentí una vibración fuerte y un sonido que nunca había escuchado. Cuando miré por la ventana vi que la montaña se nos estaba viniendo encima. Corrí a la habitación a avisarles a mi pareja y a las otras cuatro personas que estaban en el segundo piso. Salimos como estábamos, en pijama, en ropa interior, a los gritos, pidiendo ayuda. Todo fue muy rápido. Por fortuna salimos a tiempo. Un minuto más y quedamos sepultados”.
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Así narró Loreanyeliz Yánez, residente del barrio Delicias del Carmen (en la parte alta de Usaquén) la angustia que vivió durante el deslizamiento que se registró este miércoles 13 de noviembre en la calle 127B con transversal 2, el cual no dejó víctimas fatales. A las 10:30 a.m. se vino un alud, con piedras y árboles, que sepultó una vivienda y causó daños a otras dos. La emergencia la atendieron casi 100 personas, entre socorristas y funcionarios del Distrito.
Para descartar personas atrapadas, los equipos de emergencia inspeccionaron el derrumbe con perros entrenados y cámaras térmicas, dando al final parte de tranquilidad. El asunto es que la emergencia no termina. Las intensas lluvias tienen recargados los cerros y hoy casi todos los barrios al pie de la montaña están catalogados por el Idiger como zonas de prioridad alta, por riesgo de deslizamiento.
Incertidumbre
“Yo estaba en el andén, frente a la casa, haciendo un trabajo, cuando empecé a ver que esa montaña se venía abajo y salí corriendo a avisarles a la familia y a los inquilinos. Gracias a Dios todos salimos ilesos. Ahora no sabemos qué va a pasar, pues está claro que es un peligro seguir acá, pero la realidad es que muy pocos tienen la oportunidad de elegir a dónde ir. En la casa en donde vivo, que renta habitaciones, viven 30 personas, que no saben dónde pasarán la noche”, contó Pedro Pérez, residente de una de las casas más afectadas.
Al cierre de esta edición no se conocía el balance oficial de las autoridades tras la inspección de las viviendas y el censo de víctimas. Sin embargo, de acuerdo con la comunidad, se estima que alrededor de 45 personas resultaron afectadas. “Hasta el momento no nos han dicho nada. Estamos esperando que las entidades encargadas hagan sus investigaciones y nos den alguna luz sobre qué viene para los vecinos afectados y cómo podemos evitar que algo así vuelva a pasar, porque no es la primera vez”, puntualiza Pérez, mientras señala su vivienda y el recorrido que realizó para escapar del derrumbe.
Un círculo sin romper
“Lo primero que hay que decir es que esto no es nuevo. Con la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio, desde 2012, detectamos una primera grieta en la montaña, que hoy provocó la emergencia. ¿Qué se ha hecho? La verdad, poco o nada. No se tomaron las medidas necesarias y cada vez que llueve la amenaza es latente. En 2019 tuvimos un primer derrumbe, menor al de hoy, pero que sentó un precedente. ¿Qué pasó desde entonces? Paños de agua tibia y una procesión de funcionarios que vienen, conocen el problema y no pasamos de ahí”, indicó Gustavo Mantilla, miembro de la JAC del barrio.
La génesis del riesgo, cuenta Mantilla, viene de los años 50 por cuenta de las canteras que había en la zona, de donde se extrajeron materiales para construir los primeros grandes edificios de la época. Entonces, la montaña fue dinamitada muchas veces, lo que generó que el terreno quedara debilitado. Esa fragilidad se nota en lo que vemos hoy: una montaña que cede con un invierno fuerte, la cual se debe intervenir, de lo contrario, como muestra la evidencia, las emergencias van a ser cada vez más graves.
“En esa zona hay que meter maquinaria, hacer grandes remociones, construir terrazas... en fin, una serie de adecuaciones que las entidades saben perfectamente que deben hacer, pero alcaldía tras alcaldía es lo mismo: no pasa nada”, agregó Mantilla.
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El asunto es que las viviendas afectadas, a los ojos de la norma, son de invasión, pues están en zonas no urbanizables, precisamente por el peligro latente de deslizamientos o remociones de tierra. “Somos conscientes de que vivir acá es peligroso, es más, viendo la temporada de lluvias y los temblores que últimamente han afectado esta región, llevamos varias semanas buscando en arriendo, pero no es fácil. Y tampoco es que hayamos decidido vivir en una invasión porque sí. Es que no nos queda de otra. La gente a veces no entiende eso, pero es la realidad”, puntualiza Loreanyelis Yánez, una de las más afectadas por la emergencia.
Para hacerle frente a esta problemática y establecer un control sobre las estrategias que adelantan las autoridades para mitigar el riesgo, el pasado fin de semana se anunció la creación de la Coordinadora de Procesos y Barrios Populares del Borde Oriental, integrada por juntas de acción comunal de los barrios aledaños a las montañas del oriente de la capital, de localidades como San Cristóbal, Usme, Usaquén y Chapinero.
El objetivo de la Asociación es dignificar la calidad de vida de las personas que habitan en barrios populares al pie de los cerros y hacer seguimiento a las labores de mitigación de riesgo, así como a los procesos de reasentamientos concertados, de personas que residen en estos puntos de riesgo y que no tienen otra opción factible de vivienda. Por ahora se espera que con la remoción de los escombros se puedan tasar en detalle las afectaciones estructurales que sufrieron las viviendas involucradas y se inicie un proceso de concertación entre la comunidad afectada y las autoridades para hallar una salida conjunta y no esperar, como ha sido la regla, hasta que ocurra una tragedia para actuar.
Borde oriental en alerta por altas probabilidades de deslizamientos
Las intensas lluvias que vienen azotando en la ciudad las últimas semanas, paradógicamente resultan ser un bálsamo ante la crisis del agua, pero una amenaza permanente para los bogotanos que viven residentes de ciertas zonas de la ciudad.
Según el reporte del Idiger del 13 de noviembre, sobre las zonas de riesgo en la capital, los barrios ubicados en el borde oriental de la ciudad, en Usme, San Cristóbal, La Candelaria, Santa Fe, Chapinero, Rafael Uribe Uribe y Usaquén, están en alerta máxima por riesgo de posibles deslizamientos (resaltado en rojo en el mapa).
El mapa de la entidad de gestión de riesgo deja entrever que, desde el borde oriental de Usme, en la calle 117 sur, hasta la calle 222, en el extremo norte de la ciudad, es muy probable que se presenten deslizamientos, debido a los aguaceros de los últimos días. Por otro lado, en riesgo medio se encuentran otros sectores de Usme, Tunjuelito y Ciudad Bolívar.
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