Desapareció una mañana
Según la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), este año han sido asesinados 23 dirigentes sindicales en todo el país y en Bogotá han desaparecido dos. Guillermo Rivera Fúquene, militante del Polo Democrático Alternativo, es uno de ellos.
Según la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), este año han sido asesinados 23 dirigentes sindicales en todo el país y en Bogotá han desaparecido dos. Guillermo Rivera Fúquene, militante del Polo Democrático Alternativo, es uno de ellos.
Carolina Gutiérrez Torres
a última vez que vieron a Guillermo Rivera Fúquene, dos patrullas y cuatro motos de la Policía lo interceptaron en un parque del barrio El Tunal. Iba trotando para el gimnasio y estaba a sólo una cuadra de su casa. Un uniformado alto y corpulento lo detuvo. El sindicalista preguntó asustado: “Qué pasa, si yo vengo de dejar a mi niña en la ruta”. “¿Cuál ruta, cuál ruta?”, gritó el policía, lo esposó y lo subió bruscamente a la patrulla.
Ese fue el testimonio que dio una vecina del barrio, quien pidió no ser identificada. Sonia Betancour Rojas, la esposa de Rivera, escuchó el relato, les solicitó a los edificios contiguos al parque los videos de las cámaras de seguridad para corroborar la versión. En las imágenes, borrosas y de mala calidad, se ve al sindicalista trotar cerca al parque, se ven las dos patrullas de la Policía y una moto, pero en la esquina exacta donde fue interceptado por los uniformados, según el testimonio, no había cámara. Betancour guarda los videos y los repasa de vez en cuando. Cree que esa prueba es fundamental para dar con el paradero de su esposo, desaparecido desde el 22 de abril.
El matrimonio
Fúquene y Betancour se conocieron en Cuba 13 años atrás. Ella vivía en La Habana. El pelo rubio, teñido, los ojos claros. Tenía 21 años entonces. Él, 38. Era sindicalista, un enamorado de la causa socialista. Ella repetía con la mano en la frente las consignas que eran la oración del colegio cada mañana: “Pioneros, por el comunismo, seremos como el Che”, “Qué viva la revolución”, “Socialismo o muerte”. Él hablaba del Che. Se encontraron en Cuba, los dos revolucionarios y comunistas. Se enamoraron y allí también se casaron.
“Él siempre repetía ‘yo amo esta isla, tengo que casarme con una cubana’ ”, recuerda Sonia Betancour. Y así fue. Viajó a Cuba de vacaciones en 1995. Un amigo le presentó a Sonia, la mujer de cuerpo bonito, shorts y camiseta, que se convertiría en su esposa dos años después. Sólo estuvo 15 días en la isla. Entonces, para conservar el amor, vinieron infinidades de llamadas y cartas y promesas de volver a estar juntos.
“Mi amor, a veces me da miedo tanta felicidad, pues temo que te enamores de una colombiana y te olvides de mí”, le escribió ella alguna vez. Después de unos meses fue él quien le hizo una propuesta: “¿Eres capaz de casarte conmigo, eres capaz de venirte a Colombia conmigo, eres capaz de tener hijos conmigo?”. Betancour no respondió. Entonces llegó una nueva carta, “¿Por qué no me has contestado las tres preguntas que te hice?”. Esta vez la respuesta inmediata fue sí.
Se casaron en Cuba y volvieron a Colombia a vivir, a trabajar –ella en enfermería y él en el sindicalismo– y a tener una hijita que tendría como nombre Gabriela. La niña de ocho años fue la última que vio a Guillermo Rivera esa mañana fría del 22 de abril.
La desaparición
El pasado 21 de abril Sonia Betancour y su esposo se pusieron una cita en el centro, cerca de la Contraloría de Bogotá, donde él trabajaba. Se encontraron y abordaron juntos el Transmilenio hacia su casa en El Tunal. En el camino, Rivera le habló a su esposa sobre una historia triste que había leído esa tarde en internet.
“Era la historia de una niña de nueve años que esperaba ser adoptada. Su hermana ya tenía una familia adoptiva y ella aún no. A Guillermo le impresionó mucho ese testimonio. Me decía, ‘ojalá yo nunca le falte a Gabrielita. Quisiera estar con mis hijas hasta que tengan una carrera y puedan defenderse solas’. Me lo dijo esa noche antes de desaparecer”.
Llegaron al apartamento con un helado para las hijas: Gabrielita y Chaira, ésta, de 22 años. Comieron en la sala, él le preguntó a la hija mayor por la universidad (ella estudia trabajo social en la Universidad Externado de Colombia), y a la pequeña por el colegio. Se fueron a dormir.
Al siguiente día se levantaron a la hora de siempre, 5:30 de la mañana. A las 6:15 Rivera salió del apartamento con Gabrielita tomada de la mano. Vestía un buso rojo que tenía bordada la inscripción “Golf Competition”, una sudadera azul y unos tenis grises. Esa era la rutina de todos los días, acompañaba a la niña al bus del colegio y después se iba trotando hasta el gimnasio “Light spa”, donde entrenaba una hora. “Él hace mucho deporte, por eso está tan flaco. Además, come muy sano”, cuenta Sonia, cuidándose de hablar siempre en presente, para recordarles a sus hijas que Guillermo Rivera está con vida.
Esa mañana Gabriela tenía el uniforme de diario, una falda de cuadros que a esa hora de la mañana hacía congelar a la niña. Entonces el padre la envolvió con su buso rojo y la abrazó hasta que llegó la ruta del colegio. Estaban hablando del colegio, de las tareas de la niña. El bus apareció a las 6:20. “Chao Gabrielita, pórtate bien”, le dijo a la pequeña, le dio un beso y siguió su camino al gimnasio. A partir de ese momento Guillermo Rivera estaría desaparecido. Sólo tendrían noticias de él diez días después, cuando una mujer aseguró haber presenciado el momento en el que dos patrullas de la Policía lo detuvieron.
La búsqueda
Guillermo Rivera siempre llegaba del gimnasio a las 7:30 de la mañana. Ese día ya eran las ocho y todavía no aparecía. Entonces la esposa lo llamó al celular, pero estaba apagado. Ahí fue cuando Sonia Betancour empezó a sospechar que algo malo le había pasado. Ella y Chaira fueron hasta al gimnasio. El instructor dijo que nunca había llegado. La búsqueda se extendió por el parque El Tunal, y después, por las casas de la familia y los amigos. Ese sería apenas el principio de una investigación que, según Betancour, correría por cuenta de ellos mismos, porque ni la Policía, ni la Fiscalía ni el Gaula se comprometieron con el caso.
Al día siguiente, después de poner la denuncia, la esposa y los amigos de Rivera recorrieron el barrio El Tunal, el centro, la Contraloría, todos los sitios que él frecuentaba. En cada lugar dejaban un afiche con la foto del sindicalista, un título enorme que decía “Desaparecido”, la fecha y el lugar de la desaparición y los teléfonos para dar o recibir información. Ese mismo día, a las 11 de la mañana, Betancour recibió una llamada del celular de su esposo.
“Me puse tan nerviosa que no entendí muy bien lo que me decía”. Sólo recuerda que le preguntaron, “¿Habla la señora Sonia? Nosotros tenemos a Guillermo, él está bien”. Después ella, por efecto de los nervios o del ruido que se escuchaba al otro lado de la línea, entendió que le dijeron, “aliste dinero. No vaya a decir nada”. “Repítame que no escucho nada, repítame”, les suplicó. “Espere otra llamada”, dijo un hombre de voz gruesa y colgó.
Después de dos semanas el Gaula informaría que esa llamada provenía de San Martín, un municipio del Meta que estuvo bajo el dominio paramilitar y actualmente mantiene influencia de un grupo disidente al mando de Pedro Oliveiro Guerrero, alias Cuchillo.
Sonia Betancour siguió empapelando la ciudad con la foto de su esposo. También lideró dos marchas exigiendo su liberación. “Que nos lo devuelvan vivo, porque vivo se lo llevaron”, gritaban ella y sus dos hijas durante las caminatas, a las que también asistió la señora Natividad Fúquene, madre de Guillermo Rivera, quien tiene 83 años.
El 1° de mayo Betancour recibió una nueva llamada, esta vez de una mujer que decía ser testigo de la desaparición de Rivera. Se reunieron en el apartamento de Betancour. La mujer, que advirtió que no declararía ante la Policía, dijo que esa mañana vio en el parque mucha policía y eso le llamó la atención. Según ella, había cuatro motos y dos patrullas. Dice la testigo que vio cuando un señor de buso rojo y sudadera azul fue detenido por los uniformados y montado a la fuerza en la patrulla.
La testigo señaló en un mapa el lugar exacto donde fue interceptado Guillermo Rivera. La familia del sindicalista acudió a las cámaras de seguridad de los edificios cercanos, pero sólo quedó registrado que a las 6:30:20 de la mañana pasó la primera patrulla, a las 6:31:50 pasó Rivera, y detrás de él una nueva patrulla. Ya la Fiscalía y el Gaula tienen los videos.
“Si ya tienen ese material, ¿por qué no me llaman? ¿Por qué no envían un operativo a San Martín? ¿Cómo es posible que el fiscal me llame y me pregunte ‘¿qué sabe de su esposo?’ En vez de decirme, ¿‘la investigación va en esto’?”. Sonia Betancour reclama por la indiferencia de los entes de seguridad en el caso de su esposo, quien el próximo lunes cumplirá 52 años de vida, y 28 días de desaparecido.
Una vida sindical
Guillermo Rivera Fúquene es economista de la Universidad Autónoma de Colombia . Desde muy joven se vinculó a la lucha estudiantil, popular y política en defensa de los derechos de los empleados, la estabilidad laboral y el derecho al trabajo.
Lleva más de 20 años vinculado al Partido Comunista. Desde este partido se vinculó y ayudó fuertemente a la construcción del Polo Democrático Alternativo (PDA). Fue uno de los activistas más destacados en contra del referendo que propuso Uribe al comienzo de su primer mandato.
Está afiliado al Sindicato de Trabajadores de la Contraloría de Bogotá (Sintracontrol) y es presidente del Sindicato de Servicios públicos de la capital (Sinserpub). Se desempeña como profesional especializado en la Contraloría de Bogotá.
a última vez que vieron a Guillermo Rivera Fúquene, dos patrullas y cuatro motos de la Policía lo interceptaron en un parque del barrio El Tunal. Iba trotando para el gimnasio y estaba a sólo una cuadra de su casa. Un uniformado alto y corpulento lo detuvo. El sindicalista preguntó asustado: “Qué pasa, si yo vengo de dejar a mi niña en la ruta”. “¿Cuál ruta, cuál ruta?”, gritó el policía, lo esposó y lo subió bruscamente a la patrulla.
Ese fue el testimonio que dio una vecina del barrio, quien pidió no ser identificada. Sonia Betancour Rojas, la esposa de Rivera, escuchó el relato, les solicitó a los edificios contiguos al parque los videos de las cámaras de seguridad para corroborar la versión. En las imágenes, borrosas y de mala calidad, se ve al sindicalista trotar cerca al parque, se ven las dos patrullas de la Policía y una moto, pero en la esquina exacta donde fue interceptado por los uniformados, según el testimonio, no había cámara. Betancour guarda los videos y los repasa de vez en cuando. Cree que esa prueba es fundamental para dar con el paradero de su esposo, desaparecido desde el 22 de abril.
El matrimonio
Fúquene y Betancour se conocieron en Cuba 13 años atrás. Ella vivía en La Habana. El pelo rubio, teñido, los ojos claros. Tenía 21 años entonces. Él, 38. Era sindicalista, un enamorado de la causa socialista. Ella repetía con la mano en la frente las consignas que eran la oración del colegio cada mañana: “Pioneros, por el comunismo, seremos como el Che”, “Qué viva la revolución”, “Socialismo o muerte”. Él hablaba del Che. Se encontraron en Cuba, los dos revolucionarios y comunistas. Se enamoraron y allí también se casaron.
“Él siempre repetía ‘yo amo esta isla, tengo que casarme con una cubana’ ”, recuerda Sonia Betancour. Y así fue. Viajó a Cuba de vacaciones en 1995. Un amigo le presentó a Sonia, la mujer de cuerpo bonito, shorts y camiseta, que se convertiría en su esposa dos años después. Sólo estuvo 15 días en la isla. Entonces, para conservar el amor, vinieron infinidades de llamadas y cartas y promesas de volver a estar juntos.
“Mi amor, a veces me da miedo tanta felicidad, pues temo que te enamores de una colombiana y te olvides de mí”, le escribió ella alguna vez. Después de unos meses fue él quien le hizo una propuesta: “¿Eres capaz de casarte conmigo, eres capaz de venirte a Colombia conmigo, eres capaz de tener hijos conmigo?”. Betancour no respondió. Entonces llegó una nueva carta, “¿Por qué no me has contestado las tres preguntas que te hice?”. Esta vez la respuesta inmediata fue sí.
Se casaron en Cuba y volvieron a Colombia a vivir, a trabajar –ella en enfermería y él en el sindicalismo– y a tener una hijita que tendría como nombre Gabriela. La niña de ocho años fue la última que vio a Guillermo Rivera esa mañana fría del 22 de abril.
La desaparición
El pasado 21 de abril Sonia Betancour y su esposo se pusieron una cita en el centro, cerca de la Contraloría de Bogotá, donde él trabajaba. Se encontraron y abordaron juntos el Transmilenio hacia su casa en El Tunal. En el camino, Rivera le habló a su esposa sobre una historia triste que había leído esa tarde en internet.
“Era la historia de una niña de nueve años que esperaba ser adoptada. Su hermana ya tenía una familia adoptiva y ella aún no. A Guillermo le impresionó mucho ese testimonio. Me decía, ‘ojalá yo nunca le falte a Gabrielita. Quisiera estar con mis hijas hasta que tengan una carrera y puedan defenderse solas’. Me lo dijo esa noche antes de desaparecer”.
Llegaron al apartamento con un helado para las hijas: Gabrielita y Chaira, ésta, de 22 años. Comieron en la sala, él le preguntó a la hija mayor por la universidad (ella estudia trabajo social en la Universidad Externado de Colombia), y a la pequeña por el colegio. Se fueron a dormir.
Al siguiente día se levantaron a la hora de siempre, 5:30 de la mañana. A las 6:15 Rivera salió del apartamento con Gabrielita tomada de la mano. Vestía un buso rojo que tenía bordada la inscripción “Golf Competition”, una sudadera azul y unos tenis grises. Esa era la rutina de todos los días, acompañaba a la niña al bus del colegio y después se iba trotando hasta el gimnasio “Light spa”, donde entrenaba una hora. “Él hace mucho deporte, por eso está tan flaco. Además, come muy sano”, cuenta Sonia, cuidándose de hablar siempre en presente, para recordarles a sus hijas que Guillermo Rivera está con vida.
Esa mañana Gabriela tenía el uniforme de diario, una falda de cuadros que a esa hora de la mañana hacía congelar a la niña. Entonces el padre la envolvió con su buso rojo y la abrazó hasta que llegó la ruta del colegio. Estaban hablando del colegio, de las tareas de la niña. El bus apareció a las 6:20. “Chao Gabrielita, pórtate bien”, le dijo a la pequeña, le dio un beso y siguió su camino al gimnasio. A partir de ese momento Guillermo Rivera estaría desaparecido. Sólo tendrían noticias de él diez días después, cuando una mujer aseguró haber presenciado el momento en el que dos patrullas de la Policía lo detuvieron.
La búsqueda
Guillermo Rivera siempre llegaba del gimnasio a las 7:30 de la mañana. Ese día ya eran las ocho y todavía no aparecía. Entonces la esposa lo llamó al celular, pero estaba apagado. Ahí fue cuando Sonia Betancour empezó a sospechar que algo malo le había pasado. Ella y Chaira fueron hasta al gimnasio. El instructor dijo que nunca había llegado. La búsqueda se extendió por el parque El Tunal, y después, por las casas de la familia y los amigos. Ese sería apenas el principio de una investigación que, según Betancour, correría por cuenta de ellos mismos, porque ni la Policía, ni la Fiscalía ni el Gaula se comprometieron con el caso.
Al día siguiente, después de poner la denuncia, la esposa y los amigos de Rivera recorrieron el barrio El Tunal, el centro, la Contraloría, todos los sitios que él frecuentaba. En cada lugar dejaban un afiche con la foto del sindicalista, un título enorme que decía “Desaparecido”, la fecha y el lugar de la desaparición y los teléfonos para dar o recibir información. Ese mismo día, a las 11 de la mañana, Betancour recibió una llamada del celular de su esposo.
“Me puse tan nerviosa que no entendí muy bien lo que me decía”. Sólo recuerda que le preguntaron, “¿Habla la señora Sonia? Nosotros tenemos a Guillermo, él está bien”. Después ella, por efecto de los nervios o del ruido que se escuchaba al otro lado de la línea, entendió que le dijeron, “aliste dinero. No vaya a decir nada”. “Repítame que no escucho nada, repítame”, les suplicó. “Espere otra llamada”, dijo un hombre de voz gruesa y colgó.
Después de dos semanas el Gaula informaría que esa llamada provenía de San Martín, un municipio del Meta que estuvo bajo el dominio paramilitar y actualmente mantiene influencia de un grupo disidente al mando de Pedro Oliveiro Guerrero, alias Cuchillo.
Sonia Betancour siguió empapelando la ciudad con la foto de su esposo. También lideró dos marchas exigiendo su liberación. “Que nos lo devuelvan vivo, porque vivo se lo llevaron”, gritaban ella y sus dos hijas durante las caminatas, a las que también asistió la señora Natividad Fúquene, madre de Guillermo Rivera, quien tiene 83 años.
El 1° de mayo Betancour recibió una nueva llamada, esta vez de una mujer que decía ser testigo de la desaparición de Rivera. Se reunieron en el apartamento de Betancour. La mujer, que advirtió que no declararía ante la Policía, dijo que esa mañana vio en el parque mucha policía y eso le llamó la atención. Según ella, había cuatro motos y dos patrullas. Dice la testigo que vio cuando un señor de buso rojo y sudadera azul fue detenido por los uniformados y montado a la fuerza en la patrulla.
La testigo señaló en un mapa el lugar exacto donde fue interceptado Guillermo Rivera. La familia del sindicalista acudió a las cámaras de seguridad de los edificios cercanos, pero sólo quedó registrado que a las 6:30:20 de la mañana pasó la primera patrulla, a las 6:31:50 pasó Rivera, y detrás de él una nueva patrulla. Ya la Fiscalía y el Gaula tienen los videos.
“Si ya tienen ese material, ¿por qué no me llaman? ¿Por qué no envían un operativo a San Martín? ¿Cómo es posible que el fiscal me llame y me pregunte ‘¿qué sabe de su esposo?’ En vez de decirme, ¿‘la investigación va en esto’?”. Sonia Betancour reclama por la indiferencia de los entes de seguridad en el caso de su esposo, quien el próximo lunes cumplirá 52 años de vida, y 28 días de desaparecido.
Una vida sindical
Guillermo Rivera Fúquene es economista de la Universidad Autónoma de Colombia . Desde muy joven se vinculó a la lucha estudiantil, popular y política en defensa de los derechos de los empleados, la estabilidad laboral y el derecho al trabajo.
Lleva más de 20 años vinculado al Partido Comunista. Desde este partido se vinculó y ayudó fuertemente a la construcción del Polo Democrático Alternativo (PDA). Fue uno de los activistas más destacados en contra del referendo que propuso Uribe al comienzo de su primer mandato.
Está afiliado al Sindicato de Trabajadores de la Contraloría de Bogotá (Sintracontrol) y es presidente del Sindicato de Servicios públicos de la capital (Sinserpub). Se desempeña como profesional especializado en la Contraloría de Bogotá.