Documental sobre 'falsos positivos' estuvo archivado dos años
En 2010, el Archivo de Bogotá encargó un documental sobre los falsos positivos de Soacha y nunca lo exhibió. Esta es su historia.
Juan Camilo Maldonado Tovar
Quiero pedirles perdón.
La mujer hace una pausa; el micrófono agarrado con sus dos manos. Tiembla.
Perdón por no haberlas acompañado.
El Teatro Heredia lleno hasta los balcones; la gente de pie, en silencio.
Por haber cerrado los ojos ante su dolor.
Las cinco madres frente a la platea; los rostros de sus hijos estampados sobre carteles negros.
Nos acordamos que tenemos derechos, pero no nos acordamos que tenemos deberes. Y por eso...
La mujer se quiebra y llora. Llora como lo hiciera, seguramente, minutos atrás, cuando veía el documental. Llora como lo hicieran muchos como ella, asistentes al Festival de Cine de Cartagena. Porque es imposible no llorar.
... Por eso a ustedes y a sus familias les pido... perdón”.
Stiven Valencia Sanabria tenía 16 años, lo asesinaron el 8 de febrero de 2008. Apareció en Ocaña, como un guerrillero dado de baja en combate. María, su madre, recibió la noticia ocho meses después. Nadie le ayudó a transportar el cadáver; tuvo traerlo de regreso envuelto en papel periódico. “Eso no se le hace ni a un animalito”, dice.
Faír Leonardo Porras tenía 26 años. Desapareció dos días después de Stiven y fue asesinado cuatro días más tarde. Fue presentado inicialmente a los medios como jefe de una oficina de cobro de un grupo criminal. Leonardo no sabía leer ni escribir. Tenía, desde niño, necesidades educativas especiales. A su madre, Luz Marina, siempre le entregaba una flor cuando llegaba a la casa. “Esas son cosas que hacen falta”, dice.
Así va transcurriendo el documental Retratos de familia. Entre los testimonios de Luz Marina, de María, de Carmenza, de Blanquita, de Luz Adriana. La misma historia una y otra vez: los muchachos que un día cualquiera se despiden y no vuelven, los meses de búsqueda e incertidumbre, la aparición en fosas comunes de Ocaña, la rabia, el dolor de escuchar al presidente de la República decir que esos muchachos “no fueron a recoger café”, y la esperanza de que al contar su historia, la historia no se repita.
Dice Luz Marina en el documental: “a mí me gustaría visibilizarles a todos quién era cada ser. Lograr que esto no quede allá oculto como un archivo que no se puede volver a abrir. No. Quiero que de esto quede una memoria muy grande, para todo el mundo...”.
Y he aquí la doble ironía de esta historia: por dos años su testimonio, junto con el del resto de madres, estuvo archivado, nada menos que en el Archivo de Bogotá.
En 2010, el entonces director del Archivo de Bogotá, Francisco Javier Osuna, tomó la decisión de crear en la entidad una Unidad de Memoria y Derechos Humanos. En un país de crímenes atroces y una ciudad receptora de sus víctimas, el Archivo buscaba saldar una deuda largamente aplazada desarrollando mecanismos para que la clasificación de la información oficial incluyera criterios que facilitaran la e construcción de memoria del conflicto armado.
La tarea fue encomendada a la exprocuradora delegada para la Prevención en Materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos, Patricia Linares Prieto. Ella, a su vez, conformó un equipo de expertos de diversas disciplinas, incluyendo a Alexandra Cardona, curtida documentalista social y quien hacía mucho se había hecho un lugar en la historia del cine colombiano con el guión de Confesión a Laura, un ícono de la historia del cine nacional.
Cardona debía documentar la verdad personal de las madres de Soacha. Y así lo hizo, recogiendo los testimonios y retazos de memoria familiar (fotos, objetos y anécdotas) reconstruyó quiénes eran estos muchachos, habitantes de zonas deprimidas de Soacha, que terminaron en fosas comunes lejos de casa, víctimas de los incentivos perversos del Ejército Nacional, que durante los últimos años había premiado a sus soldados en función del número de bajas en combate.
Los problemas comenzaron una vez Cardona mostró el primer esbozo del documental: más allá de registrar en bruto los relatos de las madres, la documentalista había realizado un trabajo de autor, una narración inteligente y desgarradora que evidencia el letargo con el que los medios, la justicia, la clase política, el estamento militar y la justicia colombiana habían reaccionaron a estos crímenes.
La lucha comenzó. La dirección del Archivo recomendaba una edición de la pieza y Cardona se resistía. “Estaba contando una historia. Y esta historia estaba narrada con un orden y una manera que buscaba poner a la gente a pensar”, asegura.
De repente los debates en el Archivo comenzaron a tener consecuencias. Cardona les había dicho a las madres al comienzo del rodaje que el documental sería lanzado en noviembre de 2010, en un gran evento organizado por el Archivo de Bogotá. Pero llegó noviembre, y nada pasó. “Ya comencé a sentirla muy triste”, recuerda Luz Marina Bernal, madre de Fair Leonardo Porras. “Hasta que le tocó decirnos que le estaban revisando el trabajo y que no sabía qué iba a pasar”.
Bernal asegura que Cardona nunca les dio detalles de sus diferencias con el Archivo. Y pese a que las madres sospechan, aún hoy, que Osuna no quería que “ni Uribe ni Santos ni Padilla ni los responsables de estos hechos aparecieran en el documental”, Cardona asegura que las discusiones con el director del Archivo se centraron en asuntos más de fondo. Por ejemplo: ¿Debía ella registrar en bruto los testimonios, o permitirse un documental de autor?
Independientemente de la naturaleza del altercado (Osuna no accedió a ser entrevistado para este artículo), para diciembre de 2010 era claro que el documental no se presentaría. Tampoco se quedaría la entidad con el original, sino con una versión editada, que tanto Cardona como las madres rechazaron.
Durante el primer semestre de 2011 Cardona se dedicó a tocar puertas con el documental bajo el brazo. Y luego de sentarse en muchas oficinas y de varios reuniones frustradas, la senadora Gloria Inés Ramírez logró que la entonces alcaldesa (e) Clara López viera el documental.
Sólo entonces Retratos de familia vio, por un instante, la luz. López —quien en su época como secretaria de Gobierno había denunciado en 2008 lo que ocurría en Soacha— ordenó la proyección del documental en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, el 24 de octubre de 2011, y durante un homenaje a las víctimas de los falsos positivos, que ya por ese entonces oscilaban entre 1.000 y 3.000 posibles casos dependiendo de quién hiciera la cuenta.
La del Gaitán sería la única proyección pública del documental entre 2010 y 2012. Y muy probablemente se habría quedado así, de no ser por la suma de una serie de acontecimientos que hicieron que Retratos de familia volviera a la vida.
El primer impulso lo dio la piratería. En el mercado negro, que no conocen de censura ni de verdades políticamente correctas, la cinta comenzó a venderse sorpresivamente, junto a los títulos más taquilleros de la temporada.
El segundo empujón lo dio Gustavo Ramírez, un contratista del Archivo de Bogotá, quien había sido enviado como “espía” a la proyección del Gaitán, por parte de un sector del Archivo de Bogotá que simpatizaba con la apuesta de Cardona. Lo que vio le impresionó. “El deber del Archivo es la difusión de la memoria y garantizar la no repetición”, asegura. Y eso era justamente lo que hacía Retratos de familia.
Nadie se imaginaba entonces que, meses más tarde, Ramírez sería nombrado director del Archivo de Bogotá y que sacaría de los anaqueles de la entidad el trabajo de Cardona, le pediría que lo actualizara (para finales de 2012 se había producido la primera condena contra responsables de los falsos positivos) y lanzaría oficialmente una versión de DVD.
Lo único que faltaba era una nueva exhibición pública. Y la oportunidad llegó por lo alto. De tanto pasar de mano en mano, el documental fue a dar al Festival de Cine de Cartagena, y su comité evaluador lo incluyó de inmediato en su selección oficial. Fue estrenada en el Teatro Heredia el 24 de febrero.
Lo que ocurrió esa noche dejó a Cardona sin palabras. El público soportó, en silencio, un largo apagón de luz en la mitad de la función y luego ovacionó conmovido a las cinco mujeres que entraron desfilando, vestidas de blanco, con flores bordadas en sus faldas, humanas, madres, víctimas, símbolo de un dolor, de una advertencia y de una lucha.
Hubo entonces una ronda de preguntas. Y comenzaron a verse las manos. Y una pregunta se repitió una y otra vez entre el público:
“¿Cómo hacemos para compartir esta verdad con 45 millones de colombianos?”.
Quiero pedirles perdón.
La mujer hace una pausa; el micrófono agarrado con sus dos manos. Tiembla.
Perdón por no haberlas acompañado.
El Teatro Heredia lleno hasta los balcones; la gente de pie, en silencio.
Por haber cerrado los ojos ante su dolor.
Las cinco madres frente a la platea; los rostros de sus hijos estampados sobre carteles negros.
Nos acordamos que tenemos derechos, pero no nos acordamos que tenemos deberes. Y por eso...
La mujer se quiebra y llora. Llora como lo hiciera, seguramente, minutos atrás, cuando veía el documental. Llora como lo hicieran muchos como ella, asistentes al Festival de Cine de Cartagena. Porque es imposible no llorar.
... Por eso a ustedes y a sus familias les pido... perdón”.
Stiven Valencia Sanabria tenía 16 años, lo asesinaron el 8 de febrero de 2008. Apareció en Ocaña, como un guerrillero dado de baja en combate. María, su madre, recibió la noticia ocho meses después. Nadie le ayudó a transportar el cadáver; tuvo traerlo de regreso envuelto en papel periódico. “Eso no se le hace ni a un animalito”, dice.
Faír Leonardo Porras tenía 26 años. Desapareció dos días después de Stiven y fue asesinado cuatro días más tarde. Fue presentado inicialmente a los medios como jefe de una oficina de cobro de un grupo criminal. Leonardo no sabía leer ni escribir. Tenía, desde niño, necesidades educativas especiales. A su madre, Luz Marina, siempre le entregaba una flor cuando llegaba a la casa. “Esas son cosas que hacen falta”, dice.
Así va transcurriendo el documental Retratos de familia. Entre los testimonios de Luz Marina, de María, de Carmenza, de Blanquita, de Luz Adriana. La misma historia una y otra vez: los muchachos que un día cualquiera se despiden y no vuelven, los meses de búsqueda e incertidumbre, la aparición en fosas comunes de Ocaña, la rabia, el dolor de escuchar al presidente de la República decir que esos muchachos “no fueron a recoger café”, y la esperanza de que al contar su historia, la historia no se repita.
Dice Luz Marina en el documental: “a mí me gustaría visibilizarles a todos quién era cada ser. Lograr que esto no quede allá oculto como un archivo que no se puede volver a abrir. No. Quiero que de esto quede una memoria muy grande, para todo el mundo...”.
Y he aquí la doble ironía de esta historia: por dos años su testimonio, junto con el del resto de madres, estuvo archivado, nada menos que en el Archivo de Bogotá.
En 2010, el entonces director del Archivo de Bogotá, Francisco Javier Osuna, tomó la decisión de crear en la entidad una Unidad de Memoria y Derechos Humanos. En un país de crímenes atroces y una ciudad receptora de sus víctimas, el Archivo buscaba saldar una deuda largamente aplazada desarrollando mecanismos para que la clasificación de la información oficial incluyera criterios que facilitaran la e construcción de memoria del conflicto armado.
La tarea fue encomendada a la exprocuradora delegada para la Prevención en Materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos, Patricia Linares Prieto. Ella, a su vez, conformó un equipo de expertos de diversas disciplinas, incluyendo a Alexandra Cardona, curtida documentalista social y quien hacía mucho se había hecho un lugar en la historia del cine colombiano con el guión de Confesión a Laura, un ícono de la historia del cine nacional.
Cardona debía documentar la verdad personal de las madres de Soacha. Y así lo hizo, recogiendo los testimonios y retazos de memoria familiar (fotos, objetos y anécdotas) reconstruyó quiénes eran estos muchachos, habitantes de zonas deprimidas de Soacha, que terminaron en fosas comunes lejos de casa, víctimas de los incentivos perversos del Ejército Nacional, que durante los últimos años había premiado a sus soldados en función del número de bajas en combate.
Los problemas comenzaron una vez Cardona mostró el primer esbozo del documental: más allá de registrar en bruto los relatos de las madres, la documentalista había realizado un trabajo de autor, una narración inteligente y desgarradora que evidencia el letargo con el que los medios, la justicia, la clase política, el estamento militar y la justicia colombiana habían reaccionaron a estos crímenes.
La lucha comenzó. La dirección del Archivo recomendaba una edición de la pieza y Cardona se resistía. “Estaba contando una historia. Y esta historia estaba narrada con un orden y una manera que buscaba poner a la gente a pensar”, asegura.
De repente los debates en el Archivo comenzaron a tener consecuencias. Cardona les había dicho a las madres al comienzo del rodaje que el documental sería lanzado en noviembre de 2010, en un gran evento organizado por el Archivo de Bogotá. Pero llegó noviembre, y nada pasó. “Ya comencé a sentirla muy triste”, recuerda Luz Marina Bernal, madre de Fair Leonardo Porras. “Hasta que le tocó decirnos que le estaban revisando el trabajo y que no sabía qué iba a pasar”.
Bernal asegura que Cardona nunca les dio detalles de sus diferencias con el Archivo. Y pese a que las madres sospechan, aún hoy, que Osuna no quería que “ni Uribe ni Santos ni Padilla ni los responsables de estos hechos aparecieran en el documental”, Cardona asegura que las discusiones con el director del Archivo se centraron en asuntos más de fondo. Por ejemplo: ¿Debía ella registrar en bruto los testimonios, o permitirse un documental de autor?
Independientemente de la naturaleza del altercado (Osuna no accedió a ser entrevistado para este artículo), para diciembre de 2010 era claro que el documental no se presentaría. Tampoco se quedaría la entidad con el original, sino con una versión editada, que tanto Cardona como las madres rechazaron.
Durante el primer semestre de 2011 Cardona se dedicó a tocar puertas con el documental bajo el brazo. Y luego de sentarse en muchas oficinas y de varios reuniones frustradas, la senadora Gloria Inés Ramírez logró que la entonces alcaldesa (e) Clara López viera el documental.
Sólo entonces Retratos de familia vio, por un instante, la luz. López —quien en su época como secretaria de Gobierno había denunciado en 2008 lo que ocurría en Soacha— ordenó la proyección del documental en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, el 24 de octubre de 2011, y durante un homenaje a las víctimas de los falsos positivos, que ya por ese entonces oscilaban entre 1.000 y 3.000 posibles casos dependiendo de quién hiciera la cuenta.
La del Gaitán sería la única proyección pública del documental entre 2010 y 2012. Y muy probablemente se habría quedado así, de no ser por la suma de una serie de acontecimientos que hicieron que Retratos de familia volviera a la vida.
El primer impulso lo dio la piratería. En el mercado negro, que no conocen de censura ni de verdades políticamente correctas, la cinta comenzó a venderse sorpresivamente, junto a los títulos más taquilleros de la temporada.
El segundo empujón lo dio Gustavo Ramírez, un contratista del Archivo de Bogotá, quien había sido enviado como “espía” a la proyección del Gaitán, por parte de un sector del Archivo de Bogotá que simpatizaba con la apuesta de Cardona. Lo que vio le impresionó. “El deber del Archivo es la difusión de la memoria y garantizar la no repetición”, asegura. Y eso era justamente lo que hacía Retratos de familia.
Nadie se imaginaba entonces que, meses más tarde, Ramírez sería nombrado director del Archivo de Bogotá y que sacaría de los anaqueles de la entidad el trabajo de Cardona, le pediría que lo actualizara (para finales de 2012 se había producido la primera condena contra responsables de los falsos positivos) y lanzaría oficialmente una versión de DVD.
Lo único que faltaba era una nueva exhibición pública. Y la oportunidad llegó por lo alto. De tanto pasar de mano en mano, el documental fue a dar al Festival de Cine de Cartagena, y su comité evaluador lo incluyó de inmediato en su selección oficial. Fue estrenada en el Teatro Heredia el 24 de febrero.
Lo que ocurrió esa noche dejó a Cardona sin palabras. El público soportó, en silencio, un largo apagón de luz en la mitad de la función y luego ovacionó conmovido a las cinco mujeres que entraron desfilando, vestidas de blanco, con flores bordadas en sus faldas, humanas, madres, víctimas, símbolo de un dolor, de una advertencia y de una lucha.
Hubo entonces una ronda de preguntas. Y comenzaron a verse las manos. Y una pregunta se repitió una y otra vez entre el público:
“¿Cómo hacemos para compartir esta verdad con 45 millones de colombianos?”.