“Don Rubier”, el profe de cocina que cambia vidas en Gachancipá
Rubier es un caucano, pensionado de la Policía, quien hace más de dos años les enseña a cocinar a personas con discapacidades entre los 14 y 67 años. Esta es su historia.
Sara Caicedo
El nacimiento de Pachito no solo marcó un antes y un después en la vida de su papá, Rubier Fernández. También cambió el destino de 40 personas con discapacidad en el municipio de Gachancipá (Cundinamarca). Francisco Fernández (Pachito), hijo menor de Rubier, es un niño de ocho años, quien por su discapacidad múltiple entró a tomar terapias en el Centro de Vida Sensorial de su municipio. Gracias a esto su papá terminó acercándose a la vida de otras personas con condiciones similares.
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La historia comenzó en pandemia, cuando Rubier llevaba a Pachito al Centro. Allí conoció de primera mano cómo era la metodología del lugar, que se dedica a ofrecer terapias y clases de música, arte y deportes, entre otras. Para entonces, él tomaba clases en el Sena. Aunque trabajó en la Policía, cuando se pensionó retomó algo que siempre le gustó, cocinar. Cuenta que al principio todo era para su familia. Luego sus conocimientos también llegaron a los alumnos del Centro, al que llevaba a su hijo.
El postre que cambió vidas
Una tarde, tres alumnos llegaron a su casa. Él los invitó a cocinar y les enseñó a hacer arroz con leche. Y esa fue la primera de cientos de recetas que preparó con ellos. Después, los alumnos volvieron cada semana y un voz a voz se fue corriendo Gachancipá. Entonces ya no eran tres, sino 10 personas las que llegaban a la casa de Rubier. “Ya mi cocina se estaba quedando pequeña. Además, me angustiaba que ellos se vinieran hasta acá, ya que tenían que caminar más de media hora, porque vivo en una vereda”, agregó el profesor.
Fernández se acercó a los funcionarios del Centro y les contó lo que estaba pasando en su casa y pidió un espacio en ese lugar, para poder dictar las clases, pero no solo a esos 10 alumnos, sino a los que quisieran asistir. Y un salón grande de reuniones se transformó en una cocina, que todos los miércoles recibe a personas con discapacidad. “No teníamos estufa, nevera ni gas, pero con el tiempo fuimos adaptando el lugar. Con la venta de las comidas se pudieron comprar electrodomésticos y otros elementos para cocinar”, contó Angie Melo, la terapeuta ocupacional de discapacidad en Gachancipá.
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Y es que, además del arroz con leche, los más de 20 alumnos, con edades entre 14 a 67 años, que comenzaron a asistir a clase los miércoles, aprendieron a preparar pie de limón, manzana, cheescake de maracuyá, pastas, arroces y comidas básicas. Todos, con diferentes discapacidades intelectuales, físicas, múltiples y sensoriales, comenzaron preparando 30 postres en la clase.
Actualmente hacen 100. Ya no ven la cocina como terapia, sino como una oportunidad económica. Los postres se venden en la Alcaldía de Gachancipá, en empresas, en mercados campesinos e incluso en los colegios.
“Además de la cocina, este es un ejercicio que nos permite empoderarlos, ya que, aunque hemos tratado de incluir a estas personas en el mercado laboral, ha sido complicado por sus discapacidades. Es por eso que con la venta de estos postres lo que pretendemos es hacerlos autosuficientes”, agregó la terapeuta Melo. Así lo ve el alumno Víctor Rivas, quien a sus 43 años, trabaja cuidando un parqueadero del municipio y asiste todas las semanas a clases de cocina, que considera fundamental para defenderse. “Cuando mis papás falten y no puedan cuidarme, sabré cocinar y será una herramienta para vivir”.
Para Rubier, en realidad la terapia la recibe él. “Para mí los días de cocina son chéveres, son mágicos. Esto también lo hice por mí, estoy todo el tiempo cuidando de mi Pachito, entonces volverme monitor de los otros alumnos me cambió la vida”. Contó que al inicio hubo miedo, “pero hoy los ve cocinando seguros. También, caminando orgullosos por Gachancipá, porque los conocen por sus postres y me dicen: “Profe, la gente ya me saluda”, y eso es algo muy especial”.
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Para Daniel Ortega, psicólogo del grupo de discapacidad del municipio, cocinar fue la forma en la que “los chicos y chicas empezaron a empoderarse en cuanto a su autonomía. Uno de los grandes avances es eso, la autonomía, así como la creatividad, y todo eso que les permite a ellos explorar diferentes facetas y formas de su vida”.
Hace unos días, cuando se conmemoraban los 410 años del nacimiento del municipio, Rubier fue sorprendido con la condecoración José Domingo Duquesne, por el trabajo comunitario con sus alumnos. “Rubier es un personaje que ve muy poco en la vida. Es una persona que no escatima en recursos personales, económicos ni de su tiempo para poder hacer esto con amor”, agregó el psicólogo Ortega.
Para Angie Melo, este profesor de cocina ha sido fundamental en la educación de estas personas. “Pachito fue esa persona que el destino nos puso en el camino, para cruzarnos con Rubier, y solo tenemos agradecimiento con él”. Para este pensionado de la Policía, cuidador y profesor, la idea de las clases es que las personas sin discapacidades y distintos conocimientos, los compartamos con esta población.
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“Ustedes no saben lo satisfactorio y lo importante que es para ellos estos aprendizajes. Este proyecto definitivamente me cambió la vida”. Dice el señor Fernández, quizá sin mencionar que fue él quien realmente cambió la vida de más de 20 personas con discapacidades con su cocina y su deseo sincero de ayudar.
Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.
El nacimiento de Pachito no solo marcó un antes y un después en la vida de su papá, Rubier Fernández. También cambió el destino de 40 personas con discapacidad en el municipio de Gachancipá (Cundinamarca). Francisco Fernández (Pachito), hijo menor de Rubier, es un niño de ocho años, quien por su discapacidad múltiple entró a tomar terapias en el Centro de Vida Sensorial de su municipio. Gracias a esto su papá terminó acercándose a la vida de otras personas con condiciones similares.
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El postre que cambió vidas
Una tarde, tres alumnos llegaron a su casa. Él los invitó a cocinar y les enseñó a hacer arroz con leche. Y esa fue la primera de cientos de recetas que preparó con ellos. Después, los alumnos volvieron cada semana y un voz a voz se fue corriendo Gachancipá. Entonces ya no eran tres, sino 10 personas las que llegaban a la casa de Rubier. “Ya mi cocina se estaba quedando pequeña. Además, me angustiaba que ellos se vinieran hasta acá, ya que tenían que caminar más de media hora, porque vivo en una vereda”, agregó el profesor.
Fernández se acercó a los funcionarios del Centro y les contó lo que estaba pasando en su casa y pidió un espacio en ese lugar, para poder dictar las clases, pero no solo a esos 10 alumnos, sino a los que quisieran asistir. Y un salón grande de reuniones se transformó en una cocina, que todos los miércoles recibe a personas con discapacidad. “No teníamos estufa, nevera ni gas, pero con el tiempo fuimos adaptando el lugar. Con la venta de las comidas se pudieron comprar electrodomésticos y otros elementos para cocinar”, contó Angie Melo, la terapeuta ocupacional de discapacidad en Gachancipá.
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Actualmente hacen 100. Ya no ven la cocina como terapia, sino como una oportunidad económica. Los postres se venden en la Alcaldía de Gachancipá, en empresas, en mercados campesinos e incluso en los colegios.
“Además de la cocina, este es un ejercicio que nos permite empoderarlos, ya que, aunque hemos tratado de incluir a estas personas en el mercado laboral, ha sido complicado por sus discapacidades. Es por eso que con la venta de estos postres lo que pretendemos es hacerlos autosuficientes”, agregó la terapeuta Melo. Así lo ve el alumno Víctor Rivas, quien a sus 43 años, trabaja cuidando un parqueadero del municipio y asiste todas las semanas a clases de cocina, que considera fundamental para defenderse. “Cuando mis papás falten y no puedan cuidarme, sabré cocinar y será una herramienta para vivir”.
Para Rubier, en realidad la terapia la recibe él. “Para mí los días de cocina son chéveres, son mágicos. Esto también lo hice por mí, estoy todo el tiempo cuidando de mi Pachito, entonces volverme monitor de los otros alumnos me cambió la vida”. Contó que al inicio hubo miedo, “pero hoy los ve cocinando seguros. También, caminando orgullosos por Gachancipá, porque los conocen por sus postres y me dicen: “Profe, la gente ya me saluda”, y eso es algo muy especial”.
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Hace unos días, cuando se conmemoraban los 410 años del nacimiento del municipio, Rubier fue sorprendido con la condecoración José Domingo Duquesne, por el trabajo comunitario con sus alumnos. “Rubier es un personaje que ve muy poco en la vida. Es una persona que no escatima en recursos personales, económicos ni de su tiempo para poder hacer esto con amor”, agregó el psicólogo Ortega.
Para Angie Melo, este profesor de cocina ha sido fundamental en la educación de estas personas. “Pachito fue esa persona que el destino nos puso en el camino, para cruzarnos con Rubier, y solo tenemos agradecimiento con él”. Para este pensionado de la Policía, cuidador y profesor, la idea de las clases es que las personas sin discapacidades y distintos conocimientos, los compartamos con esta población.
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