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Hace cuatro años, Juvencio Samboní salió con su familia de Bolívar (Cauca), rumbo a Bogotá. Empezaba un camino que, creía, podría encauzar a los suyos hacia una vida mejor. Ayer deshizo sus pasos con ese viejo anhelo destrozado. (Vea: En imágenes: El último adiós a Yuliana Samboní)
Los 60 minutos que duró la misa de despedida de Yuliana Andrea, su niña, fueron una brega por contener el llanto. Cuando el sacerdote de la iglesia Santa Teresita anunció el saludo de la paz, se formó una fila junto a Juvencio Samboní. Muchos querían estrechar su mano, otros lo atrapaban en abrazos prolongados y le susurraban al oído. Él, tímido, los recibía a todos y se esforzaba con una sonrisa dolorosa que a cada instante parecía quebrarse.
Cuando faltaba poco para el mediodía, el cura concluyó la ceremonia y el templo, repleto, se unió en un largo aplauso en el nombre de Yuliana. El ataúd blanco, de un metro y medio, se abrió paso hacia la salida. Sobre la tapa, flores blancas y la foto que le tomaron a la pequeña de siete años en un día que posó vestida de rosado y con una corona sobre su pelo. Junto al retrato, un mandala tejido con lana. Los asistentes, apiñados, conformaron una calle de honor. Juvencio Samboní se paró delante del féretro para marcar el rumbo de esa última marcha. Y ya no pudo aguantar más.
El llanto contenido se desató. Su mirada se clavó en el piso y sus manos le cubrieron el rostro. Dos personas lo tomaron por los brazos y lo guiaron por el resto del trayecto, pues a cada paso parecía derrumbarse. Los aplausos arreciaron y el féretro continuó la marcha detrás del menguado Juvencio Samboní, que sólo pudo reponerse cuando abordó el bus de la Policía que lo llevó, junto con sus familiares, hasta el aeropuerto Catam. Allá los esperaba el avión que los condujo de vuelta al Cauca para sepultar a la mayor de sus dos hijas.
La despedida había comenzado en las primeras horas de la mañana, cuando la familia llegó a la funeraria Los Olivos (barrio Palermo), donde fue velada la pequeña. Afuera se reunió una multitud de dolientes diversos, miembros de comunidades indígenas caucanas, mujeres víctimas de abuso sexual y decenas de vecinos del Bosque Calderón, el humilde barrio sobre los cerros orientales en donde, en una casa de una sola habitación y una cama, se instaló la familia de cuatro a su llegada a Bogotá.
Los asistentes a las honras gritaron juntos: “¡Justicia, justicia!”, hasta el cansancio. La fila para entrar a la funeraria era larga. En la sala de velación, el féretro estaba cerrado. A las 10:00 a.m. se abrió el portón de la funeraria y salió la carroza fúnebre. Estaba adornada con cintas rosadas y blancas. En el vidrio trasero se leía: Yuliana Andrea Samboní Muñoz. El vehículo avanzó lento hasta la iglesia Santa Teresita, escoltado por cerca de 300 personas. Fueron cuatro cuadras en las que se impuso la rabia. Nunca pararon los gritos de repudio contra Rafael Uribe Noguera, quien fue trasladado ayer a la cárcel La Picota, luego de que la Fiscalía lo señalara como el abusador y asesino de la pequeña.
La caravana sólo se apaciguó cuando estuvo frente a la iglesia, que ya estaba llena. Quedaban reservadas las primeras bancas, donde se sentaron los familiares de la pequeña. Aunque Juvencio Samboní estuvo siempre rodeado por los suyos, se notaba una gran ausencia: la de Nelly Muñoz, su esposa, la madre que, aún internada en el hospital La Victoria y con cinco meses de embarazo, intenta reponerse del shock que le causó la pérdida.
Hacia la 1:00 p.m. despegó la avioneta de la Policía con rumbo a Popayán. Allá los esperaba un helicóptero que los condujo hasta su natal Bolívar, donde será la despedida final de Yuliana Andrea. Así, Juvencio Samboní emprendió el camino de regreso, cuatro años después. Esta vez sin su esposa ni su hija mayor.