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Trotar por tu sendero preferido y no encontrar el gran árbol que te renovaba la energía cada mañana es una tragedia. Me pasó estos días en la localidad de Suba, norte de Bogotá. Encontré el aroma a madera aserrada y la triple raíz talada que sostenía 30 metros de follaje y de historia. Todo arrasado por motosierras. A mi grito de ‘qué pasó aquí’, una señora sentada con su perro en uno de los troncos que dejaron como consuelo respondió en tono de justificación: “Dijeron que estaba enfermo”. ¿Enfermo el eucalipto más bello de la reserva natural de Santa Helena? ¿El que creció con nosotros y nos acompañó 40 años? ¿El que nos hacía soñar junto a mis hijas con una vida al estilo del protagonista de El barón rampante, la novela de Italo Calvino en la que Cósimo vive 53 años entre las copas?
Veo pegado un aviso en letras rojas llamando a la “Alerta y defensa”, firmado por la comunidad. Llamo al teléfono, me responde Fernando Casallas. Dice que fue culpa de empleados del Jardín Botánico que “se saltan procedimientos”. Cuenta que desde el 5 de noviembre empezó el proceso y llamaron a la Policía para que mostraran “los permisos correspondientes” a fin de evitar la tala, “pero, por algún motivo, los uniformados se pusieron del lado de ellos”.
Video del momento captado por los vecinos:
A quienes se acercaron les explicaron que tenía insectos y una “cortesa atípica” que hacía necesario el derribamiento en precaución de que el árbol cayera y causara alguna tragedia. Ante los vecinos nadie demostró que se tratara de parásitos que amenazaran la vida del que era el símbolo del bosque. Con los primeros cortes, insiste Casallas, se vio que la supuesta enfermedad solo era superficial. “El árbol estaba saludable y producía semillas de buena calidad”. Coincido con él, pues guardo en mi biblioteca la última manotada de botones aromáticos que encontré.
Formalizadas las protestas, los encargados del operativo firmaron un documento en el que admiten la “inconformidad” de los residentes e informan que deben cumplir con la “tala del individuo arbóreo”, basados en lo ordenado por un “acta de emergencia” emitida por “profesionales” de la Secretaría de Medio Ambiente de Bogotá que “determinaron el alto riesgo y su urgente intervención”. Riesgo y urgencia no demostrados, reiteran los vecinos defensores de la reserva.
En otro papel firmado por los operarios que acabaron con el eucalipto, reconocieron que se trataba de “un árbol representativo y considerado árbol abuelo, por lo cual se hará una ceremonia para la despedida a cargo del chamán que está laborando en conjunto con el Jardín Botánico”. Se comprometieron a gestionar desde esta entidad una reposición con la siembra de cinco especies “de alto porte”, como lo ordena la norma de reforestación.
La ceremonia se hizo para tranquilizar a los habitantes del populoso sector aledaño a la autopista norte y quienes desde hace más de diez años defienden la zona de una posible desaparición por la construcción de la avenida 147. Piden que, ahora que se está actualizando el Plan de Ordenamiento Territorial, sea declarada reserva natural y no vial como figura en los registros distritales. Dicen que hubo una especie de oración indígena y regalaron algunas frutas, pero denuncian irregularidades como que los árboles nuevos no han sido sembrados y que la mayoría de la madera se la llevaron sin explicación. En una tercera constancia leo que por mediación de las ciudadanas Vivian Vinchira y Estefanía Riascos “se dejan trozos de madera como mobiliario recreativo”, aunque el profesional de campo y firmante John Ayure advierte: “El contratista es ajeno al uso y disposición final que tenga la madera y no se hace responsable”.
En este video se puede observar el momento en que se llevan el material:
Durante 2021 las protestas ciudadanas por la tala de árboles han sido crecientes, en especial en zonas como la avenida 68 por la construcción de la red de Transmilenio. De la Secretaría de Medio Ambiente y del Jardín Botánico me advierten que al caso de Santa Helena le están haciendo “seguimiento científico” y que hay “una auditoría en curso”. Me explican que se basaron en las facultades del artículo 8 del decreto 383 de 2018. Que están teniendo “especial cuidado” con eucaliptos de altura superior a los 25 metros “que presentan ramas pendulares, raíces expuestas y copas asimétricas, condiciones que hacen que la estabilidad de estos árboles se vea comprometida, incrementando las posibilidades de volcamiento”.
Me piden que advierta que si alguien considera que algún árbol puede causar una tragedia, llame al Número Único del Sistema de Emergencias 123 o a la Secretaría Distrital de Ambiente, teléfono 3778889. Dicen haber plantado 137.507 unidades en zonas urbanas y rurales de la ciudad en el último año. Destacan que, gracias a las políticas en favor del medio ambiente de la Alcaldía, Bogotá fue reconocida este año por la FAO como “Ciudad Arbolada del Mundo” y que ahora cualquier persona puede descargar la aplicación Arbolapp para aprender del tema y desde ahí estar pendiente de “nuestro patrimonio verde”: 1.364.149 árboles. Que están formando brigadas de mujeres para cuidarlos y defenderlos. Bien, pero pienso que con cerca de ocho millones de habitantes, según el DANE, los bogotanos deberíamos aspirar a, al menos, un árbol por persona.
El grupo de defensa del pulmón de Santa Helena me asegura que en estas 13 hectáreas hubo más de mil árboles de más de diez metros de altura y que hoy quedan unos 650. Aparte de eucaliptos, hay varios tipos de acacias, cerezos, alcaparros, cedros, pinos y carboneros. Hay una creciente cultura verde aunque no faltan personas o habitantes de calle que los dañan y botan basura en los alrededores. Mi hermano Gilberto Padilla sale a mañana y tarde a recoger basura e intentar educar a los vecinos.
“Árboles venerables” los llamaba el Premio Nobel de Literatura portugués José Saramago. En su autobiografía Las pequeñas memorias recuerda cómo sus abuelos le enseñaron que la sabiduría de un ser humano se basaba en su relación con la naturaleza y cómo, cuando ellos presintieron la muerte, los vio ir “de árbol en árbol de su huerto, abrazando los troncos, despidiéndose de ellos, de las sombras amigas”. Con mi familia abrazamos muchas veces nuestro eucalipto mayor. Cerrábamos los ojos mientras nos conectábamos con él y quedábamos empoderados. Nos dábamos vuelta para verlo de nuevo mientras nos alejábamos. Dependiendo de la hora del día, se mostraba dorado, plateado, azulado, ocre.
No olvido una larga charla que tuve en 2014 sobre el poder de los árboles con el sabio Sercelino Piraza, gobernador de la etnia wounaan, originaria de las selvas entre Chocó y el Valle del Cauca, a orillas del río San Juan, y desplazada hacia la capital del país por la violencia. Nació un 31 de diciembre de 1949 en una choza de palma de werregue y desde niño se sintió parte del mito de “los mil ojos de los árboles”. “Ellos nos miran como las lechuzas, nos traen buenos pensamientos y cuando sus ramas suenan muy fuerte nos hablan del conflicto de nuestro espíritu con los muertos y con el diablo”, me dijo con nostalgia en el inquilinato en el que vivía en Ciudad Bolívar en medio de la desesperación por la pobreza y el ruido de “la selva de concreto”.
Quienes amábamos al gran eucalipto, lo añoramos tanto como Sercelino a sus árboles ancestrales. La última mañana que lo vi, pleno bajo el sol, lucía más sólido que nunca y celebraba una fiesta: cuatro jóvenes gimnastas pendían de uno de sus brazos, se descolgaban sonrientes haciendo piruetas con sus piernas envueltas en una tela acrobática color púrpura.
Con el paso del tiempo, había creado su propio hábitat. Atraía a todos los animales, desde búhos vigilantes, copetones curiosos, mirlas insolentes y colibríes fugaces hasta halcones peregrinos. Seguro que esas aves y los insectos, en cabeza de los escarabajos, lo extrañan más. Incluso, veo a los perros, desconcertados, dando vueltas en torno a los muñones del árbol, como pidiendo una explicación.
Rectificación de la redacción:
El Espectador publica la siguiente nota aclaratoria, porque en la primera versión del artículo se citó de manera errada a Brigitte Morris: “Yo Miguel Ángel Medrano Acevedo, abogado titulado, identificado con la CC: 1016062459, tarjeta profesional: 348265, domiciliado en la ciudad de bogotá en la Calle 44D # 45-86 Torre 1 apartamento 601 y actuando como apoderado de la respetada ciudadana Brigitte Elizabeth Morris Camelo identificada con la CC: 1018464740 igualmente domiciliada en Bogotá, en la Calle 147A # 54-49, presento respetuosamente el siguiente derecho de petición bajo la ley 1755 de 2015.
El Espectador publicó un artículo el día 22 de diciembre de 2021 que titula “El caso de un eucalipto en Bogotá: Cuando talan un árbol y talan parte de tu vida” artículo donde mencionan a mi poderdante la ciudadana Brigitte Elizabeth Morris Camelo , cito a continuación: “Formalizadas las protestas, los encargados del operativo, funcionarios Brigitte Morris y Camilo Bernal, firmaron un documento en el que admiten la “inconformidad” de los residentes e informan que deben cumplir con la “tala del individuo arbóreo”, basados en lo ordenado por un “acta de emergencia” emitida por “profesionales” de la Secretaría de Medio Ambiente de Bogotá que “determinaron el alto riesgo y su urgente intervención”. Riesgo y urgencia no demostrados, reiteran los vecinos defensores de la reserva”.
El texto subrayado en donde se nombra a mi poderdante es completamente falso y alejado de la realidad y de lo sucedido, mi apoderada es una vecina quien estaba ejerciendo la defensa de la protección y conservación del medio ambiente, es de aclarar que Brigitte Morris, NO es una funcionaria de ninguna entidad distrital ni nacional.
Más adelante se hace referencia a un compromiso o acta de confianza firmado entre los respectivos funcionarios, en cual mi poderdante colaboró en la gestión de defensa de la reserva, el cual dió como resultado que la entidad rindiera explicaciones a pesar de que los funcionarios no rindieron justificaciones suficientes para la tala. Pero ella junto con la comunidad confirmaron una reposición futura de siembra, totalmente contrario a lo que manifiesta el artículo, donde dicha información insinúa que Brigitte Morris hizo parte de tal atrocidad en su vecindario, lo cual nuevamente queremos expresar que es totalmente falso, en consecuencia solicitamos la debida aclaración y rectificación de lo expuesto en el artículo. Por último es menester expresar que este artículo afecta de forma plena el buen nombre de mi poderdante, quien en redes sociales y en su profesión es conocida por excelentes recomendaciones de viajes, por el cuidado de la naturaleza y el valor enorme de vital labor”.