El joven que fue atacado por neonazis contó su versión de la agresión
Un testimonio que refleja los niveles de violencia a los que han llegado los grupos radicales. Aquí, su historia en primera persona.
Redacción Bogotá
A las diez de la mañana llegué al parque Simón Bolívar. Allí me encontré con algunos amigos y jugamos fútbol. Mientras nos divertíamos, notamos la presencia de un grupo de 30 muchachos con las cabezas rapadas, con esvásticas en la ropa y símbolos alusivos a grupos de extrema derecha.
No notamos nada extraño hacia nosotros. Hasta que llegó una patrulla de la Policía. Nos preguntó qué hacíamos, no notaron nada sospechoso y nos dejaron ir. Pero a los otros sí los requisaron. Desde ahí todo cambió. Uno de ellos insinuó que nosotros habíamos llamado a los patrulleros y notamos que algo andaba mal.
Nosotros éramos ocho, tres niñas y cinco muchachos. Sentíamos el peligro, pues ellos creían que eran unos delatores. Y mucho más después, cuando llegó de nuevo la patrulla, los volvió a requisar y les pidió que se retiraran del parque. Les quitaron un bate muy grande, más grande que cualquiera que haya visto.
Mientras salían nos insultaron y gritaban “Comando Radical Nacionalista”. Por eso le pedimos a la Policía que se quedara con nosotros hasta terminar el juego o que, si quería, nos escoltara hasta la salida del parque. Continuamos el juego. No nos hicieron caso y se retiraron.
Como no queríamos dejar de jugar, tomamos la decisión de acompañar a las niñas al bus. Y, viendo que eran de esos grupos de extrema derecha, le entregué a una de ellas mi gorra de la Marcha Patriótica. Pensé que eso podía ser un peligro, más con la estigmatización que hay contra nosotros.
Hacia la una de la tarde acabamos el partido y salimos con cierta tranquilidad pues ya no estaban cerca. Salimos por el túnel de la carrera 68 con calle 63. Yo iba delante de mis compañeros pues era el único que tenía afán. Me iba a comprar unos tennis y me preocupaba que fueran a cerrar los almacenes.
Salí del túnel estando a dos o tres metros de distancia de mis amigos. Y, con la luz del día, aparecieron los calvos. Comenzaron a correr para recoger ladrillos y piedras. Los encontraron rápidamente. Yo no entendía muy bien la situación y cuando escuché el primer “Nico, corra” vi un ladrillo muy grande venir hacia mi cara. Me rompieron la nariz.
Quedé tonto por segundos. Me despabilé y comencé a correr. Solo escuchaba que gritaban el nombre de su grupo y frases en alemán, como si fueran nazis de verdad. Corrimos y corrimos hasta que logramos perderlos. Yo estaba muy mareado. Nos paramos sobre la 68 a buscar un taxi o un carro, pero aquí la gente no es solidaria. Pasaron varios carros hasta que un taxi se detuvo.
Tenía el hueso a la intemperie. Lo sentía y me vi en el espejo del taxista. Llegué a la Clínica Colombia y todo el mundo me abrió paso. Ya veía todo muy blanco. Le doy las gracias a los celadores que agilizaron todo esto.
No pienso dejar las cosas así. Por eso fui a Medicina Legal tan pronto me sentí mejor. Me dieron 35 días de incapacidad y pueden ser más. Me hicieron una primera cirugía pero ahora viene otra, porque el hueso quedó malformado y habrá otra.
No sé si la podamos pagar. Por ahora la EPS ha respondido, pero el otro procedimiento puede ser estético y no sé si mi familia tenga el dinero para costearla. Sin embargo, ahora lo que me interesa es que se haga justicia. Nuestra sociedad tiene muchos problemas como para que un grupo como este, que no tiene razón de ser, siga haciendo de las suyas.
A las diez de la mañana llegué al parque Simón Bolívar. Allí me encontré con algunos amigos y jugamos fútbol. Mientras nos divertíamos, notamos la presencia de un grupo de 30 muchachos con las cabezas rapadas, con esvásticas en la ropa y símbolos alusivos a grupos de extrema derecha.
No notamos nada extraño hacia nosotros. Hasta que llegó una patrulla de la Policía. Nos preguntó qué hacíamos, no notaron nada sospechoso y nos dejaron ir. Pero a los otros sí los requisaron. Desde ahí todo cambió. Uno de ellos insinuó que nosotros habíamos llamado a los patrulleros y notamos que algo andaba mal.
Nosotros éramos ocho, tres niñas y cinco muchachos. Sentíamos el peligro, pues ellos creían que eran unos delatores. Y mucho más después, cuando llegó de nuevo la patrulla, los volvió a requisar y les pidió que se retiraran del parque. Les quitaron un bate muy grande, más grande que cualquiera que haya visto.
Mientras salían nos insultaron y gritaban “Comando Radical Nacionalista”. Por eso le pedimos a la Policía que se quedara con nosotros hasta terminar el juego o que, si quería, nos escoltara hasta la salida del parque. Continuamos el juego. No nos hicieron caso y se retiraron.
Como no queríamos dejar de jugar, tomamos la decisión de acompañar a las niñas al bus. Y, viendo que eran de esos grupos de extrema derecha, le entregué a una de ellas mi gorra de la Marcha Patriótica. Pensé que eso podía ser un peligro, más con la estigmatización que hay contra nosotros.
Hacia la una de la tarde acabamos el partido y salimos con cierta tranquilidad pues ya no estaban cerca. Salimos por el túnel de la carrera 68 con calle 63. Yo iba delante de mis compañeros pues era el único que tenía afán. Me iba a comprar unos tennis y me preocupaba que fueran a cerrar los almacenes.
Salí del túnel estando a dos o tres metros de distancia de mis amigos. Y, con la luz del día, aparecieron los calvos. Comenzaron a correr para recoger ladrillos y piedras. Los encontraron rápidamente. Yo no entendía muy bien la situación y cuando escuché el primer “Nico, corra” vi un ladrillo muy grande venir hacia mi cara. Me rompieron la nariz.
Quedé tonto por segundos. Me despabilé y comencé a correr. Solo escuchaba que gritaban el nombre de su grupo y frases en alemán, como si fueran nazis de verdad. Corrimos y corrimos hasta que logramos perderlos. Yo estaba muy mareado. Nos paramos sobre la 68 a buscar un taxi o un carro, pero aquí la gente no es solidaria. Pasaron varios carros hasta que un taxi se detuvo.
Tenía el hueso a la intemperie. Lo sentía y me vi en el espejo del taxista. Llegué a la Clínica Colombia y todo el mundo me abrió paso. Ya veía todo muy blanco. Le doy las gracias a los celadores que agilizaron todo esto.
No pienso dejar las cosas así. Por eso fui a Medicina Legal tan pronto me sentí mejor. Me dieron 35 días de incapacidad y pueden ser más. Me hicieron una primera cirugía pero ahora viene otra, porque el hueso quedó malformado y habrá otra.
No sé si la podamos pagar. Por ahora la EPS ha respondido, pero el otro procedimiento puede ser estético y no sé si mi familia tenga el dinero para costearla. Sin embargo, ahora lo que me interesa es que se haga justicia. Nuestra sociedad tiene muchos problemas como para que un grupo como este, que no tiene razón de ser, siga haciendo de las suyas.