El Monumento a Los Héroes: estorbo urbanístico e ícono del Paro Nacional
El paso de las protestas del Paro Nacional sobre el Monumento a los Héroes dejó una huella importante en su historia. Un final inesperado que por lo visto no lo salvará de su demolición.
Luis Alfredo Barón Leal
Bogotá tiene la particularidad de olvidar o eliminar las obras que fueron creadas para hacer memoria de gestas, tragedias y personajes. El Monumento a la Batalla de Ayacucho, la columna a los Héroes Ignotos, el Obelisco a los Mártires y el Monumento a los Héroes de la Independencia forman parte de una serie de creaciones, que buscaban mantener viva la memoria de próceres, soldados anónimos, batallas y acontecimientos que dieron vida política a la nación colombiana. A pesar de sus frases talladas en piedra o fundidas en bronce y de sus símbolos y alegorías, a pocos les interesa lo que estos monumentos quieren recordar. Un monumento es un oxímoron tangible: memoria y olvido al mismo tiempo.
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Recientemente, se ha visto como el Monumento a los Héroes se convirtió en uno de los íconos del Paro Nacional. Esta obra se construyó para conmemorar seis de las principales batallas de la Independencia que, con sus respectivos batallones y embarcaciones, dieron vida a los países bolivarianos: Boyacá (1819), Carabobo (1821), Bomboná (1822), Pichincha (1822), Junín (1824) y Ayacucho (1824). El monumento, que con el paso del tiempo se convirtió en parte del paisaje, en un simple separador vial y hasta en un estorbo para el futuro metro elevado de Bogotá, adquirió por las recientes protestas una inesperada relevancia.
El monumento se ideó hacia 1952, para rendir honor a los soldados muertos por el bandolerismo, las autodefensas campesinas y la Guerra de Corea (1951-1953), pero diez años después se transmutó en un homenaje a la Independencia. El proyecto fue encargado al arquitecto Angiolo Mazzoni y al escultor Ludovico Consorti. Ambos concibieron una obra monumental, en todo el sentido de la palabra, para un espacio que se llamaría Plaza de los Héroes.
El plan contemplaba un conjunto compuesto por dos plazoletas, dos esculturas ecuestres, dos espejos de agua formando un corredor central, ocho esculturas broncíneas de soldados de cinco metros y en medio de las plazoletas una torre edilicia de 18 metros de base por 57 metros de altura, adornada con 14 altorrelieves alusivos a la historia colombiana, desde Bochica formando el salto de Tequendama; pasando por Colón, Quesada y la Independencia, hasta el gobierno de Laureano Gómez. El monumento alojaría en su interior las salas de la Academia de Historia y el Museo de las Glorias Civiles y Militares de Colombia.
Su construcción empezó en 1953, en donde comenzaba la recién estrenada Autopista Norte o Paseo de los Libertadores, pero pronto fue abandonado. Durante el tiempo en que permaneció en obra gris sirvió de “zona de recreo” para los niños de los barrios aledaños, como San Felipe, Juan XIII y El Lago, que lo usaban como mirador a pesar de no contar con barandas en las escaleras, ni paredes. Era solo una estructura de concreto descubierta y varillas de hierro a la vista en medio de un pastizal. No era ni sombra del monumental proyecto concebido por Mazzoni y Consorti.
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Solo hasta 1962 se retomó la idea de concluirlo. El arquitecto Jaime Vásquez Carrizosa elaboró una nueva obra, con un diseño más modesto sobre la estructura abandonada. Como pieza principal del monumento, se decidió que en su parte frontal se instalara la escultura ecuestre de Simón Bolívar realizada por el francés Emmanuel Frémiet, la cual estuvo en el Parque de la Independencia entre 1910 y 1958 y que para principios de los años sesenta se encontraba guardada en un vivero del barrio El Campín. Finalmente, el monumento fue inaugurado el 24 de julio de 1963, día en que se conmemoraron 180 años del natalicio de Simón Bolívar, con una parada militar, encabezada por el presidente Guillermo León Valencia.
Desde entonces se convirtió en un hito urbano donde se encuentran la Autopista Norte, la Avenida Caracas y la calle 80. Simboliza el desarrollo urbano de Bogotá hacia el norte y en punto de referencia, pues la mayoría de los bogotanos sin duda saben dónde queda el sector de Los Héroes. En muchas ocasiones, el monumento fue vigilado por soldados en uniforme de gala, quienes también lo abandonaron.
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Pero también, poco a poco fue cambiando su carácter militarista. Durante el XIV Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (2014) con apoyo del IDPC, el interior del monumento sirvió de escenario para la video-instalación Maqueta para el Dante de José Alejandro Restrepo, en otras ocasiones ha formado parte del festival de Cine Independiente IndieBo y entre las diversas apropiaciones sirvió como punto de encuentro de neonazis en los noventa y recientemente como sitio de llegada de la Bicicletada Cannábica.
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Durante el Paro Nacional el monumento se convirtió en una especie de muro de demanda de los excluidos del país (indígenas, afros, mujeres, estudiantes, homosexuales, víctimas de la violencia). Los grafitis, esténciles y carteles que dejó su paso por allí muestran un tremendo descontento social que contrasta fuertemente con el orgullo broncíneo de los nombres militares del pasado.
A esto se sumó que la noche del 15 de mayo la escultura de Bolívar fue atacada con fuego, causándole daños. Esta lamentable acción aceleró su retiro, pues con la planeación del metro elevado durante la alcaldía de Enrique Peñalosa se decidió la demolición total del monumento y con ello se resolvió también que la escultura volvería a su lugar original en el Parque de la Independencia.
Esto demuestra, por un lado, que para el “progreso” no hay patrimonio que valga, pues por una acción similar, por la construcción del viaducto de la calle 26 en los años cincuenta fue mutilado el Parque de la Independencia ocasionando el primer retiro del Bolívar ecuestre; y por otro, muestra el desapego que estas obras generan para algunos ciudadanos. La reciente intervención del Paro Nacional sobre el monumento por lo visto no lo salvará de su demolición, pero si le dio un final histórico inesperado donde como nunca el monumento estuvo más vivo e integrado con la sociedad bogotana como nunca lo había hecho.
Bogotá tiene la particularidad de olvidar o eliminar las obras que fueron creadas para hacer memoria de gestas, tragedias y personajes. El Monumento a la Batalla de Ayacucho, la columna a los Héroes Ignotos, el Obelisco a los Mártires y el Monumento a los Héroes de la Independencia forman parte de una serie de creaciones, que buscaban mantener viva la memoria de próceres, soldados anónimos, batallas y acontecimientos que dieron vida política a la nación colombiana. A pesar de sus frases talladas en piedra o fundidas en bronce y de sus símbolos y alegorías, a pocos les interesa lo que estos monumentos quieren recordar. Un monumento es un oxímoron tangible: memoria y olvido al mismo tiempo.
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Recientemente, se ha visto como el Monumento a los Héroes se convirtió en uno de los íconos del Paro Nacional. Esta obra se construyó para conmemorar seis de las principales batallas de la Independencia que, con sus respectivos batallones y embarcaciones, dieron vida a los países bolivarianos: Boyacá (1819), Carabobo (1821), Bomboná (1822), Pichincha (1822), Junín (1824) y Ayacucho (1824). El monumento, que con el paso del tiempo se convirtió en parte del paisaje, en un simple separador vial y hasta en un estorbo para el futuro metro elevado de Bogotá, adquirió por las recientes protestas una inesperada relevancia.
El monumento se ideó hacia 1952, para rendir honor a los soldados muertos por el bandolerismo, las autodefensas campesinas y la Guerra de Corea (1951-1953), pero diez años después se transmutó en un homenaje a la Independencia. El proyecto fue encargado al arquitecto Angiolo Mazzoni y al escultor Ludovico Consorti. Ambos concibieron una obra monumental, en todo el sentido de la palabra, para un espacio que se llamaría Plaza de los Héroes.
El plan contemplaba un conjunto compuesto por dos plazoletas, dos esculturas ecuestres, dos espejos de agua formando un corredor central, ocho esculturas broncíneas de soldados de cinco metros y en medio de las plazoletas una torre edilicia de 18 metros de base por 57 metros de altura, adornada con 14 altorrelieves alusivos a la historia colombiana, desde Bochica formando el salto de Tequendama; pasando por Colón, Quesada y la Independencia, hasta el gobierno de Laureano Gómez. El monumento alojaría en su interior las salas de la Academia de Historia y el Museo de las Glorias Civiles y Militares de Colombia.
Su construcción empezó en 1953, en donde comenzaba la recién estrenada Autopista Norte o Paseo de los Libertadores, pero pronto fue abandonado. Durante el tiempo en que permaneció en obra gris sirvió de “zona de recreo” para los niños de los barrios aledaños, como San Felipe, Juan XIII y El Lago, que lo usaban como mirador a pesar de no contar con barandas en las escaleras, ni paredes. Era solo una estructura de concreto descubierta y varillas de hierro a la vista en medio de un pastizal. No era ni sombra del monumental proyecto concebido por Mazzoni y Consorti.
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Solo hasta 1962 se retomó la idea de concluirlo. El arquitecto Jaime Vásquez Carrizosa elaboró una nueva obra, con un diseño más modesto sobre la estructura abandonada. Como pieza principal del monumento, se decidió que en su parte frontal se instalara la escultura ecuestre de Simón Bolívar realizada por el francés Emmanuel Frémiet, la cual estuvo en el Parque de la Independencia entre 1910 y 1958 y que para principios de los años sesenta se encontraba guardada en un vivero del barrio El Campín. Finalmente, el monumento fue inaugurado el 24 de julio de 1963, día en que se conmemoraron 180 años del natalicio de Simón Bolívar, con una parada militar, encabezada por el presidente Guillermo León Valencia.
Desde entonces se convirtió en un hito urbano donde se encuentran la Autopista Norte, la Avenida Caracas y la calle 80. Simboliza el desarrollo urbano de Bogotá hacia el norte y en punto de referencia, pues la mayoría de los bogotanos sin duda saben dónde queda el sector de Los Héroes. En muchas ocasiones, el monumento fue vigilado por soldados en uniforme de gala, quienes también lo abandonaron.
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Pero también, poco a poco fue cambiando su carácter militarista. Durante el XIV Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (2014) con apoyo del IDPC, el interior del monumento sirvió de escenario para la video-instalación Maqueta para el Dante de José Alejandro Restrepo, en otras ocasiones ha formado parte del festival de Cine Independiente IndieBo y entre las diversas apropiaciones sirvió como punto de encuentro de neonazis en los noventa y recientemente como sitio de llegada de la Bicicletada Cannábica.
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Durante el Paro Nacional el monumento se convirtió en una especie de muro de demanda de los excluidos del país (indígenas, afros, mujeres, estudiantes, homosexuales, víctimas de la violencia). Los grafitis, esténciles y carteles que dejó su paso por allí muestran un tremendo descontento social que contrasta fuertemente con el orgullo broncíneo de los nombres militares del pasado.
A esto se sumó que la noche del 15 de mayo la escultura de Bolívar fue atacada con fuego, causándole daños. Esta lamentable acción aceleró su retiro, pues con la planeación del metro elevado durante la alcaldía de Enrique Peñalosa se decidió la demolición total del monumento y con ello se resolvió también que la escultura volvería a su lugar original en el Parque de la Independencia.
Esto demuestra, por un lado, que para el “progreso” no hay patrimonio que valga, pues por una acción similar, por la construcción del viaducto de la calle 26 en los años cincuenta fue mutilado el Parque de la Independencia ocasionando el primer retiro del Bolívar ecuestre; y por otro, muestra el desapego que estas obras generan para algunos ciudadanos. La reciente intervención del Paro Nacional sobre el monumento por lo visto no lo salvará de su demolición, pero si le dio un final histórico inesperado donde como nunca el monumento estuvo más vivo e integrado con la sociedad bogotana como nunca lo había hecho.