En una pelea de boxeo callejero en Bogotá
Desde hace un año, los domingos cada quince días, decenas de jóvenes se dan cita en parques públicos de la ciudad para protagonizar vibrantes peleas de boxeo. “El Nea”, un creador de contenido de redes sociales, es quien las convoca. ¿Para qué lo hace?
Joseph Casañas Angulo
La petición: “Este no es un lugar para que las pandillas solucionen sus problemas. Háganlo en otro lado, por favor”, quien habla es Cristian Castillo, uno de los organizadores de las peleas de boxeo que, desde hace un año, los domingos cada quince días, se llevan a cabo en parques públicos del sur de Bogotá. La cita de ese domingo fue en el parque El Cortijo, en Usme.
Muchos de los boxeadores de domingo son justamente eso: boxeadores de un día. Peleadores que no tienen como hábito ir a un gimnasio a practicar rectos, ganchos o jabs. Mucho menos saben saltar la cuerda con la velocidad de colibrí o suelen trotar X o Y cantidad de kilómetros diarios para mantenerse en forma. Son, muchos de ellos, niños que a los golpes aprendieron y aprenden a ser adultos.
Cristian Castillo, el hombre de la petición, es el mánager de José Octavio Castro Vásquez, un joven de 22 años conocido en redes sociales como el Nea. Las pelas de boxeo que organiza son parte del contenido que muestra en sus cuentas. Lleva catorce torneos de boxeo. Uno de ellos, en la localidad de Suba, suma más de siete millones de reproducciones en Facebook.
Los videos del Nea son fáciles de digerir. Hombres, rodeados por decenas de otros hombres, mujeres y niños, que se citan para ver peleas, conforman la narrativa y unas escenas en las que golpes van y vienen sin que la técnica sea lo que prevalece. Son dos rounds de 25 segundos cada uno. “Si la pelea está muy empatada el público decide el ganador. Aprovechamos que estamos en la calle para que el público participe. Las peleas duran 25 segundos por round. Siento que es un tiempo suficiente para que los peladores lo den todo y no se vayan a matar. Además, como muchos de ellos no son deportistas frecuentes, con ese tiempo es suficiente para que no se cansen tanto. Son peleas explosivas”, dice Castro Vásquez.
Estuvimos en uno de esos encuentros. De a poco, quienes asisten al parque se va congregando en torno a las peleas y forman un círculo humano que a su vez es el ring. Jean Carlos Castro, primo del Nea, es el encargado de organizar a los peleadores por pesos y hacer una fugaz revisión. “Verifico que no lleven aretes ni perfos (perforaciones) con las que se puedan lastimar. Les pongo los cascos protectores, los guantes y los motivo. Es bueno que sientan que este deporte es mucho más de lo que muchas personas piensan”.
Una de esas personas era mi abuelo. El viejo José Daniel Jiménez no entendía cómo por qué dos tipos se citaban en un ring para darse goles. “Es un deporte de y para salvajes”, decía. Con esa máxima como excusa prohibió a sus nietos ver boxeo y El Chavo del 8.
Le invitamos a ver: Queen’s Tafari y el dancehall que escapa al rebusque
De entender los golpes en la quijada o en el hígado también se ha ocupado la literatura. Por ejemplo, la novelista estadounidense Joyce Carol Oates, en Del boxeo, compilación de crónicas sobre este deporte reflexiona: “Al observar deportes de equipo, equipos de hombres adultos, uno ve cómo los hombres son niños en el sentido más dichoso de la palabra, pero el boxeo en su ferocidad elemental no puede asimilarse a la niñez”.
Bastaría con voltear la mirada a las vidas de muchos de los boxeadores más importantes de la historia para entender aquello de la imposibilidad para asimilar la niñez, pues fue justamente practicando el deporte de las narices chatas que muchos de esos que convertimos en héroes no tuvieron tiempo para ser niños, pues tenían que subirse al ring porque sabían que hundiendo los pómulos del adversario con sus manos era como podían llevar alguna pieza de pan a la mesa. Esto es, si se quiere, una aproximación al boxeo y la pobreza.
Volvamos al parque El Cortijo. Aquella mañana John Aquileo Caicedo Asprilla y Robin Alexánder Márquez Antoniles pelearon en la final de los pesos pesados de Usme. Son amigos desde hace más de diez años. Huyendo de las drogas, la delincuencia y las malas amistades, como dicen, se encontraron en un internado del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron). Entre las muchas actividades que hacían estaba el boxeo, deporte que practican o al menos ven, con poco juicio, desde entonces.
Además: Marithea, la madre de dios y la abuela del diablo
¿Y por qué terminaron internados?, les pregunto: “Lo que pasa es que cuando yo vivía por aquí en Yomasa estaba cogiendo una mala amistad y estaba cogiendo mañas. Nada de vicio, pero sí estaba cogiendo mañas de agarrar cosas ajenas. Le estaba agarrando plata a mi mamá y eso, y mi mamá se dio cuenta y me preguntó que si me quería ir al internado, y yo dije que sí. A lo último fue tanto que me gustó que no quería salir de allá, por lo que uno tenía todas sus cosas. Tenía talleres, estudio, comida, muchos amigos”, dice Márquez Antoniles.
Caicedo, un negro ancho y con las caderas en expansión, fue el ganador del torneo. Es pragmático, pero su testimonio es igual de duro: “En mi caso fue por el barrio. Antes vivía en uno que era pesado. Había pandillas y drogas, por eso tomamos la decisión de que nos internaran. Allá adentro empezó nuestra amistad”, dice.
Tal vez muy marcado por los prejuicios de José Daniel, les pregunto con alguna mueca que no recuerdo ahorita mismo, pero que me imagino fue terrible: ¿A ustedes por qué les gusta pelear? “A mí no me gusta pelear”, me corrige Caicedo con una sonrisita que deja ver sus dientes blancos y grandes, “me gusta es el deporte. Desde muy jovencito me gustó la manera en la que uno puede pelear, sin necesidad de hacerle daño a la otra persona. Tener guantes y casco protector me hace sentir confiado y eso me llamó la atención”, dice.
Puede leer: La pelea ilegal que se convirtió en escuela
Márquez complementa la respuesta de su amigo: “Y de todas maneras así uno se gana el respeto de otras personas. Aquí en el barrio el respeto sirve para que a uno no le anden buscando problemas. Los demás ya saben y dicen: “Pa’ qué me meto con ese que es más grande y pelea mucho”, así uno se evita inconvenientes porque si se meten con uno, pues ya saben lo que les pasa”. Tal vez suena a amenaza, tal vez implica una advertencia, tal vez parece violento, pero es una realidad que, por cuestionable e impopular, no deja de serlo. A los golpes se gana respeto y eso en el barrio pesa mucho.
“¿Cómo puedes disfrutar de un deporte tan brutal”, me pregunta a veces la gente. No disfruto del boxeo en el sentido habitual de la palabra. El boxeo no es invariablemente brutal y no lo considero un deporte. La vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos, pero el boxeo solo se parece al boxeo”, dice en su libro Joyce Carol Oates.
¿Pero será que el Nea y aquellos boxeadores paganos lo ven como un deporte? Me pregunto si ese joven influencer nacido en Malagana, Bolívar, más bien ve aquella cita de los nudillos con los rostros simplemente, aunque no sea tan simple, como una oportunidad de generar likes y morbo. Y se lo pregunto.
“Tal vez muchos lo hacen por deporte y otras personas, tal vez, uno nunca sabe, algunos tuvieron un mal día y van a desquitarse. Los torneos de boxeo traen mucha controversia, porque todo tipo de personas lo ven. Es algo entretenido. Mentalmente, al ser humano apenas tú le pones la palabra ‘pelea’ inmediatamente quiere saber dónde, cuándo. A cualquier persona le sale el video, apenas ve tres golpes, ya quiere ver el video completo, de por sí, así no les guste el boxeo. Es algo que llama mucho”, dice.
Y sigo con mis dudas. Y tal vez la respuesta del Nea las afianza. Y tal vez sí es el entretenimiento por el entrenamiento, pero él apunta a otra cosa. “A futuro quiero ver mis pelas de boxeo más profesionales. Con mejores protecciones y seguir motivando a los jóvenes al deporte. Tener mejores cámaras. Uno de mis muchos sueños es llenar el Movistar Arena con un evento de boxeo. Y así va a ser. Seguro”.
El contenido del Nea hace parte de todo ese maremágnum de información, valiosa y no tanto, que circula por la red con la premisa de que la emotividad se convierta en el vehículo que la hace circular y multiplicarse. Esa es la ecuación que el Nea y otros influenciadores utilizan para su “éxito”. Todo ese contenido que vive allí no necesita a los medios de comunicación tradicionales para aumentar su exposición.
Quizá con esta reflexión de Noam Chomsky sobre el contenido y las redes entendamos algunas razones: “La red crea una sensación equivocada de pertenencia y autonomía, pues al construir relaciones basadas en interacciones digitales, solo se construye una falsa idea de amistad, superficial y limitada”. Además, considera que la neutralidad de la red está puesta en duda, ya que empresas gigantescas como Google y Facebook recopilan grandes cantidades de datos sobre los individuos, que después utilizarán como parte de sus estrategias comerciales.
Con o sin la atención de los medios puesta en aquellas peleas de boxeo, los pugilistas aficionados se seguirán citando los domingos en algún parque de la ciudad impulsados por la convocatoria de el Nea. Seguirán llegando en masa a boxear por algún par de tenis o un celular y por eso, para cerrar estas líneas, valdrá la pena recordar de nuevo a Joyce Carol: “Los hombres que luchan entre sí con solo sus puños y su astucia son todos contemporáneos, todos hermanos, ajenos a cualquier tiempo histórico. El público, compañero de viaje de aquellos, tampoco pertenece a tiempo histórico alguno. Y entonces el boxeo se ha convertido en una especie de teatro trágico”.
La petición: “Este no es un lugar para que las pandillas solucionen sus problemas. Háganlo en otro lado, por favor”, quien habla es Cristian Castillo, uno de los organizadores de las peleas de boxeo que, desde hace un año, los domingos cada quince días, se llevan a cabo en parques públicos del sur de Bogotá. La cita de ese domingo fue en el parque El Cortijo, en Usme.
Muchos de los boxeadores de domingo son justamente eso: boxeadores de un día. Peleadores que no tienen como hábito ir a un gimnasio a practicar rectos, ganchos o jabs. Mucho menos saben saltar la cuerda con la velocidad de colibrí o suelen trotar X o Y cantidad de kilómetros diarios para mantenerse en forma. Son, muchos de ellos, niños que a los golpes aprendieron y aprenden a ser adultos.
Cristian Castillo, el hombre de la petición, es el mánager de José Octavio Castro Vásquez, un joven de 22 años conocido en redes sociales como el Nea. Las pelas de boxeo que organiza son parte del contenido que muestra en sus cuentas. Lleva catorce torneos de boxeo. Uno de ellos, en la localidad de Suba, suma más de siete millones de reproducciones en Facebook.
Los videos del Nea son fáciles de digerir. Hombres, rodeados por decenas de otros hombres, mujeres y niños, que se citan para ver peleas, conforman la narrativa y unas escenas en las que golpes van y vienen sin que la técnica sea lo que prevalece. Son dos rounds de 25 segundos cada uno. “Si la pelea está muy empatada el público decide el ganador. Aprovechamos que estamos en la calle para que el público participe. Las peleas duran 25 segundos por round. Siento que es un tiempo suficiente para que los peladores lo den todo y no se vayan a matar. Además, como muchos de ellos no son deportistas frecuentes, con ese tiempo es suficiente para que no se cansen tanto. Son peleas explosivas”, dice Castro Vásquez.
Estuvimos en uno de esos encuentros. De a poco, quienes asisten al parque se va congregando en torno a las peleas y forman un círculo humano que a su vez es el ring. Jean Carlos Castro, primo del Nea, es el encargado de organizar a los peleadores por pesos y hacer una fugaz revisión. “Verifico que no lleven aretes ni perfos (perforaciones) con las que se puedan lastimar. Les pongo los cascos protectores, los guantes y los motivo. Es bueno que sientan que este deporte es mucho más de lo que muchas personas piensan”.
Una de esas personas era mi abuelo. El viejo José Daniel Jiménez no entendía cómo por qué dos tipos se citaban en un ring para darse goles. “Es un deporte de y para salvajes”, decía. Con esa máxima como excusa prohibió a sus nietos ver boxeo y El Chavo del 8.
Le invitamos a ver: Queen’s Tafari y el dancehall que escapa al rebusque
De entender los golpes en la quijada o en el hígado también se ha ocupado la literatura. Por ejemplo, la novelista estadounidense Joyce Carol Oates, en Del boxeo, compilación de crónicas sobre este deporte reflexiona: “Al observar deportes de equipo, equipos de hombres adultos, uno ve cómo los hombres son niños en el sentido más dichoso de la palabra, pero el boxeo en su ferocidad elemental no puede asimilarse a la niñez”.
Bastaría con voltear la mirada a las vidas de muchos de los boxeadores más importantes de la historia para entender aquello de la imposibilidad para asimilar la niñez, pues fue justamente practicando el deporte de las narices chatas que muchos de esos que convertimos en héroes no tuvieron tiempo para ser niños, pues tenían que subirse al ring porque sabían que hundiendo los pómulos del adversario con sus manos era como podían llevar alguna pieza de pan a la mesa. Esto es, si se quiere, una aproximación al boxeo y la pobreza.
Volvamos al parque El Cortijo. Aquella mañana John Aquileo Caicedo Asprilla y Robin Alexánder Márquez Antoniles pelearon en la final de los pesos pesados de Usme. Son amigos desde hace más de diez años. Huyendo de las drogas, la delincuencia y las malas amistades, como dicen, se encontraron en un internado del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (Idipron). Entre las muchas actividades que hacían estaba el boxeo, deporte que practican o al menos ven, con poco juicio, desde entonces.
Además: Marithea, la madre de dios y la abuela del diablo
¿Y por qué terminaron internados?, les pregunto: “Lo que pasa es que cuando yo vivía por aquí en Yomasa estaba cogiendo una mala amistad y estaba cogiendo mañas. Nada de vicio, pero sí estaba cogiendo mañas de agarrar cosas ajenas. Le estaba agarrando plata a mi mamá y eso, y mi mamá se dio cuenta y me preguntó que si me quería ir al internado, y yo dije que sí. A lo último fue tanto que me gustó que no quería salir de allá, por lo que uno tenía todas sus cosas. Tenía talleres, estudio, comida, muchos amigos”, dice Márquez Antoniles.
Caicedo, un negro ancho y con las caderas en expansión, fue el ganador del torneo. Es pragmático, pero su testimonio es igual de duro: “En mi caso fue por el barrio. Antes vivía en uno que era pesado. Había pandillas y drogas, por eso tomamos la decisión de que nos internaran. Allá adentro empezó nuestra amistad”, dice.
Tal vez muy marcado por los prejuicios de José Daniel, les pregunto con alguna mueca que no recuerdo ahorita mismo, pero que me imagino fue terrible: ¿A ustedes por qué les gusta pelear? “A mí no me gusta pelear”, me corrige Caicedo con una sonrisita que deja ver sus dientes blancos y grandes, “me gusta es el deporte. Desde muy jovencito me gustó la manera en la que uno puede pelear, sin necesidad de hacerle daño a la otra persona. Tener guantes y casco protector me hace sentir confiado y eso me llamó la atención”, dice.
Puede leer: La pelea ilegal que se convirtió en escuela
Márquez complementa la respuesta de su amigo: “Y de todas maneras así uno se gana el respeto de otras personas. Aquí en el barrio el respeto sirve para que a uno no le anden buscando problemas. Los demás ya saben y dicen: “Pa’ qué me meto con ese que es más grande y pelea mucho”, así uno se evita inconvenientes porque si se meten con uno, pues ya saben lo que les pasa”. Tal vez suena a amenaza, tal vez implica una advertencia, tal vez parece violento, pero es una realidad que, por cuestionable e impopular, no deja de serlo. A los golpes se gana respeto y eso en el barrio pesa mucho.
“¿Cómo puedes disfrutar de un deporte tan brutal”, me pregunta a veces la gente. No disfruto del boxeo en el sentido habitual de la palabra. El boxeo no es invariablemente brutal y no lo considero un deporte. La vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos, pero el boxeo solo se parece al boxeo”, dice en su libro Joyce Carol Oates.
¿Pero será que el Nea y aquellos boxeadores paganos lo ven como un deporte? Me pregunto si ese joven influencer nacido en Malagana, Bolívar, más bien ve aquella cita de los nudillos con los rostros simplemente, aunque no sea tan simple, como una oportunidad de generar likes y morbo. Y se lo pregunto.
“Tal vez muchos lo hacen por deporte y otras personas, tal vez, uno nunca sabe, algunos tuvieron un mal día y van a desquitarse. Los torneos de boxeo traen mucha controversia, porque todo tipo de personas lo ven. Es algo entretenido. Mentalmente, al ser humano apenas tú le pones la palabra ‘pelea’ inmediatamente quiere saber dónde, cuándo. A cualquier persona le sale el video, apenas ve tres golpes, ya quiere ver el video completo, de por sí, así no les guste el boxeo. Es algo que llama mucho”, dice.
Y sigo con mis dudas. Y tal vez la respuesta del Nea las afianza. Y tal vez sí es el entretenimiento por el entrenamiento, pero él apunta a otra cosa. “A futuro quiero ver mis pelas de boxeo más profesionales. Con mejores protecciones y seguir motivando a los jóvenes al deporte. Tener mejores cámaras. Uno de mis muchos sueños es llenar el Movistar Arena con un evento de boxeo. Y así va a ser. Seguro”.
El contenido del Nea hace parte de todo ese maremágnum de información, valiosa y no tanto, que circula por la red con la premisa de que la emotividad se convierta en el vehículo que la hace circular y multiplicarse. Esa es la ecuación que el Nea y otros influenciadores utilizan para su “éxito”. Todo ese contenido que vive allí no necesita a los medios de comunicación tradicionales para aumentar su exposición.
Quizá con esta reflexión de Noam Chomsky sobre el contenido y las redes entendamos algunas razones: “La red crea una sensación equivocada de pertenencia y autonomía, pues al construir relaciones basadas en interacciones digitales, solo se construye una falsa idea de amistad, superficial y limitada”. Además, considera que la neutralidad de la red está puesta en duda, ya que empresas gigantescas como Google y Facebook recopilan grandes cantidades de datos sobre los individuos, que después utilizarán como parte de sus estrategias comerciales.
Con o sin la atención de los medios puesta en aquellas peleas de boxeo, los pugilistas aficionados se seguirán citando los domingos en algún parque de la ciudad impulsados por la convocatoria de el Nea. Seguirán llegando en masa a boxear por algún par de tenis o un celular y por eso, para cerrar estas líneas, valdrá la pena recordar de nuevo a Joyce Carol: “Los hombres que luchan entre sí con solo sus puños y su astucia son todos contemporáneos, todos hermanos, ajenos a cualquier tiempo histórico. El público, compañero de viaje de aquellos, tampoco pertenece a tiempo histórico alguno. Y entonces el boxeo se ha convertido en una especie de teatro trágico”.