El Paraíso, la lucha del barrio más cercano al incendio de los cerros
En las madrugadas y en las noches, la comunidad de El Paraíso reparte tintos, gotas para los ojos y comida a los bomberos y unidades que intentan liquidar el incendio en el cerro El Cable. Así se han unido en el peor incendio que ha vivido la comunidad en los últimos veinte años.
Juan Camilo Parra
El primer hilo de humo que alertó del incendio en el alto de El Cable, lo avistaron los vecinos del barrio El Paraíso, en Chapinero, sobre las 10:00 de la mañana, del miércoles 24 de enero. Varios hombres de la comunidad reaccionaron de manera inmediata y subieron en busca del origen, cortando pinos y escalando la trocha de los cerros orientales. Llegaron en 45 minutos a la zona de la conflagración. Pendiente de ellos estaba Javier Bernal, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.
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El primer hilo de humo que alertó del incendio en el alto de El Cable, lo avistaron los vecinos del barrio El Paraíso, en Chapinero, sobre las 10:00 de la mañana, del miércoles 24 de enero. Varios hombres de la comunidad reaccionaron de manera inmediata y subieron en busca del origen, cortando pinos y escalando la trocha de los cerros orientales. Llegaron en 45 minutos a la zona de la conflagración. Pendiente de ellos estaba Javier Bernal, presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.
Con ojos cansados e irritados por el humo de los días, recobra el relato de lo que ha sido luchar en otro frente, uno que desde las venas del barrio ha velado por el bienestar de los bomberos y demás unidades que combaten el fuego en el cerro. “El día del incendio los muchachos subieron de inmediato para intentar apagarlo. Las autoridades llegaron al medio día, una hora y cuarto después. En ese tiempo el incendio se nos creció”, dijo Bernal a El Espectador.
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Tras cuatro días de incendio, dicen en el barrio, llevaban años sin ver tanto movimiento en sus calles: por sus elevadas calles suben y bajan carros de la Alcaldía, Defensoría del Pueblo, Defensa Civil, ciudadanos preguntando el camino para llevar donaciones de agua, comida o toallas. Pero tampoco habían sentido un aire tan deteriorado. “Días antes teníamos el privilegio de respirar el mejor aire de Bogotá, ahora, en las mañanas, se siente la carraspera en la garganta. Las indicaciones son que usemos tapabocas y evitemos que los niños salgan. Las actividades físicas y servicios de la Manzana del Cuidado se suspendieron provisionalmente”, contó Esperanza Baena, observando la nube de humo que emana de los cerros.
El punto verde
El incendio en cerro El Cable es el que más preocupa a las autoridades locales. Mientras la conflagración en la zona de la quebrada La Vieja ya está 95% controlada, arriba de El Paraíso ya suman cerca de 500 personas atendiendo la emergencia. Para La Vieja hubo poco más de 300. Además, el Puesto de Mando Unificado, que se encontraba en ese sector, fue trasladado a El Cable, para que los drones tengan mayor precisión en los sobrevuelos.
En medio de esta coyuntura, la comunidad no se quedó de brazos cruzados. Un grupo de residentes alzaron un ‘punto verde’, en una esquina de la calle 42 con carrera 5 este. Está demarcado por una carpa de ese color, en la que se reúnen desde la 5:00 de la mañana, en su mayoría mujeres del barrio, a recibir y a despachar, con tinto, agua, frutas o gotas para los ojos a todo el personal que baja y sube a la montaña.
“A través de WhatsApp vinculamos en un grupo a cerca de 1.500 personas, quienes conforman este barrio. Allí presentamos solicitudes, vamos planeando el día a día”, añade Bernal, mientras escucha una nota de voz de una mujer que anuncia que harán falta linternas para esa noche. Frente al ‘punto verde’ está la carpa amarilla del Distrito. Entre ambas, suplen de bebidas y más elementos a quienes trabajan en las líneas de defensa contra el fuego.
A algunos miembros de la comunidad se les permite subir y apoyar, ya sea entregando donaciones o respaldando labores de menor riesgo en el cerro. En estas actividades, tanto los bomberos como las personas del barrio, anunciaron la falta de bufandas mojadas con agua para resistir las temperaturas intensas y el humo. “Reunimos toallas de algunas casas y las cortamos con tijeras, para luego mojarlas y que ellos se cubran, para que se les facilite respirar”, añadió el presidente de la JAC.
Pero no todo el personal puede subir y bajar hasta ese punto del barrio. De ahí que, entre los voluntarios del punto verde haya brigadas conformadas por jóvenes del barrio para subir las ‘pacas’ con agua y bolsas con refrigerios ligeros. “Los nuestros también suben constantemente para llevar agua, apoyar en cualquier tarea. Por estos días, que hay más gente, muchos nos hablan de la densidad del humo, que reseca la garganta y el sistema respiratorio y, sobre todo, irrita los ojos. Ante esto, una vecina ahora pasa poniendo gotas en los ojos a quienes lo necesitan, también a las personas del barrio que ya sienten los impactos del humo”, agrega Javier Bernal.
Las cuidadoras
Maritza Caro es una de las lideresas que administra el ‘punto verde’, junto a de varias mujeres, incluida su madre. Nació en El Paraíso, barrio que para ella siempre ha sido lo que denota el nombre. Tiene 41 años y supo del incendio la noche en la que volvió de trabajar. Las llamas ya estaban descontroladas.
“Me puse a donar acetaminofén y antiinflamatorios. Esa misma noche empezamos dos personas a prepararles algo caliente, porque mucha gente subió. También hay de los nuestros, incluso mi hijo de 18 años, todas las noches llega de estudiar y sube donaciones y ayuda a los muchachos. Es un trabajo que hacemos dese las 5:00 a.m. hasta las 2:00 a.m. Ha sido agotador, pero ellos están agradecidos, nosotros no sabemos qué hacen ellos allá por nosotros, así como ellos no saben lo que hacemos desde aquí por ellos”, relató Maritza.
Al día las vecinas arman entre 90 y hasta 200 almuerzos para subir en tandas y así ayudar a alimentar a las y los que “guerrean” allá arriba. “Este grupo de mujeres se ha dado la tarea de preparar alimentos, han hecho ollas comunitarias para 150 personas, que se acaban en menos de tres horas”, añade Javier Bernal.
Hacia el cuidado de los cerros
Esperanza Baena reconoce que dentro de la comunidad no falta el que sube a hacer fogatas. Y es que el límite del barrio y los cerros lo demarca una empinada escalera pintada de colores. Zona a la que se acercan las llamas. “Es triste ver el panorama y el esfuerzo tan grande”, señala. Para Diana Wiesner, directora de la Fundación Cerros Orientales, se debe cambiar el paradigma y la relación que tiene la gente con los cerros. “Eso se logra a través de trabajos de sensibilización y de educación para que las personas y habitantes de los cerros, vean su inmenso valor. Una ciudadanía informada y que conoce qué se está haciendo en el territorio, y la perspectiva a nivel social, ecológica y turística de los cerros, es fundamental”, explicó.
Para el presidente de la JAC, el cuidado de los cerros ha sido clave. Incluso, fue uno de los que se opuso al ‘sendero las Mariposas’, que ha resurgido en los últimos días. “Echamos abajo el proyecto peleando con abogados, comunidad y ONG para que no aprobaran la licencia. Esto no puede convertirse en paisaje, en el que cada día suba alguien y prenda los cerros. Si no cambiamos este sistema, nos quedaremos sin estos pulmones en Bogotá”.
“Para nosotros los cerros son todo. Son nuestra niñez, allí aprendimos en la escuela sobre la naturaleza. Es nuestra vida y por eso estamos acá en la lucha”, concluye Maritza, al tiempo que entrega dos aguapanelas a un par de soldados que se sientan cansados a mirar los humeantes cerros.
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