El Profe Julio: el bibliotecario de la Cárcel Distrital que escribe su historia
Un privado de la libertad cuya vida es ejemplo en la Cárcel Distrital, lleva tres años y seis meses como tallerista literario y bibliotecario, pues fue profesor universitario antes de su captura. Ahora, trabaja en su propia novela.
Juan Camilo Parra
Cuatro años de reclusión le han dejado a Julio Alberto Vargas Rodríguez unos callos enormes en los dedos de la mano derecha. Desde que fue capturado, a sus 62 años, no ha dejado de escribir, a mano, en un bloc de notas amarillo —pues no tiene cómo más hacerlo— la novela de su vida con los pormenores de su trasegar. Sentado en una silla, en el área de visitas, con su negro y tupido bigote, contrastado por su peinado cabello blanco, cuenta cómo llegó a convertirse, hoy que tiene 66 años, en el Profe de los siete pabellones de la Cárcel Distrital.
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Cuatro años de reclusión le han dejado a Julio Alberto Vargas Rodríguez unos callos enormes en los dedos de la mano derecha. Desde que fue capturado, a sus 62 años, no ha dejado de escribir, a mano, en un bloc de notas amarillo —pues no tiene cómo más hacerlo— la novela de su vida con los pormenores de su trasegar. Sentado en una silla, en el área de visitas, con su negro y tupido bigote, contrastado por su peinado cabello blanco, cuenta cómo llegó a convertirse, hoy que tiene 66 años, en el Profe de los siete pabellones de la Cárcel Distrital.
“Jamás pensé en llegar a la cárcel”, confiesa el hombre que, a lo largo de los años, dice haber sido profesor en más de 30 universidades públicas y privadas de Colombia. “Dicté posgrados en Economía, Administración y Matemática Financiera a más de 30.000 mujeres y hombres jóvenes”.
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Hoy ordena libros, orienta a sus compañeros en hábitos de lectura, recomienda ejemplares y dirige talleres literarios a quienes también les interesa escribir. Así son sus días en la biblioteca número 24 de la red pública de Bogotá, ubicada en la única cárcel administrada por la Alcaldía, sin el patronazgo del Inpec. Cuando le pregunto por sus orígenes, don Julio separa sus ojos de las solapas de los libros y recuerda su natal Guateque, en Boyacá, donde nació en 1958.
“Crecí rodeado de las verdes montañas, en una vida de campo”, cuenta. Vida que cambió por la academia: “Como miles de colombianos, migré a la capital para iniciar estudios universitarios y buscar un mejor futuro”. No solo acabó la carrera de Administración de Empresas en la Universidad de La Salle, sino que también hizo una maestría en Derecho Social.
Los senderos de la cárcel
Se le entrecorta la voz cuando le pido detalles sobre los hechos que lo llevaron al penitenciario. Se limita a contar que no está condenado, está “llamado” a 16 años de cárcel, pero en calidad de sindicado. Tenía una familia con varios hijos, pero los caprichos del amor hicieron que se enamorara de otra mujer. “Me separé y me fui a vivir donde no debía”. Cuenta que fue capturado por un delito sexual, que “no cometí”.
La tarde que lo capturaron fue el punto de partida para convertirse en lo que llama un “abogado empírico”: cambió los libros de economía y manuales de administración por los de literatura y derecho. Aquel día lo llevaron a la URI de Barrios Unidos, donde duró cinco meses, después de los cuales decidió que escribiría todo lo que pasara de ahí en adelante.
Añade que no necesita lavar su conciencia, porque sabe que es inocente. No pretende lavar las de los demás, porque para eso “está la biblioteca”. Cuando ingresó a la Cárcel Distrital, lo primero que hizo, al notar que muchos de sus compañeros les interesaba conocer más de todo lo que él sabe, fue a pedir 36 cuadernos, un tablero y un aula de clase, para trabajar mejor de lo que se podía en los pabellones.
Desde ahí, fue designado bibliotecario de la cárcel y se ganó el apodo con el que hoy todos lo distinguen: el Profe. “Me convertí en abogado empírico. Solo me falta la tarjeta profesional”, afirma y agrega que ya ha leído la mayoría de libros de derecho de la biblioteca. Incluso, revisa casos de sus compañeros. “Les hago los memoriales que van a juzgados, a la Corte o al Tribunal”.
Letras tras las rejas
Las particularidades de esta cárcel permitieron que el Profe pasara por las tres líneas de servicios de la biblioteca. Una de ellas es escoger y bajar libros de entre más de 4.800 ediciones que hay: “Llevamos la cultura a los siete pabellones. Cada pabellón tiene su representante, todos muy pendientes de lo que bajamos. También estuve en la línea de brigada y alfabetización, a través de la cual enseñamos a leer y escribir a los que no saben. Con esto, ya podrán asistir a clases”.
César Restrepo, secretario de Seguridad, explica que “los estándares de servicio, que incluyen la no aceptación de hacinamiento, hacen que el enfoque de la guardia penitenciaria y los servicios brinden las herramientas para que las personas que cometieron algún delito no incurran en otros, y aporta un enfoque de justicia restaurativa muy robusto”.
“Los libros nos preparan para enfrentarnos a la libertad... a la vida después de esto. Nos humanizan y nos presentan nuevas formas de ver el mundo. No solo los libros, cualquier arte que se imparta, cualquier iniciativa de emprendimiento tiene lugar en esta cárcel”, dice don Julio. Se le alumbran los ojos al recordar que en 2022 fue el único en poder entrevistar a Mario Mendoza, célebre escritor colombiano. “Era el escritor más leído del país en ese entonces”, señala, pero su orgullo no reside en eso, sino en el hecho de que en el penal los libros de Mendoza son los más apetecidos.
En la edición 36 de la FILBO, este año el Profe tuvo la “fortuna y el placer” de dar un discurso de bienvenida a Irene Vallejo, escritora española que vino a la Feria del Libro, cuya popularidad se extendió por su obra El infinito en un junco, que relata, precisamente, la historia de los libros. “Ella estuvo en el auditorio aquí y yo la presenté. Son las cosas de las que no me arrepiento”, añade.
Los jueves es día de clase. Estudiantes de últimos semestres de programas de Derecho o Literatura de la Universidad de los Andes asisten para impartir asignaturas y acompañar procesos creativos, como el libro que está escribiendo el Profe. “Ahí nacieron proyectos como el Teatro de Sombras o una fotonovela que se está haciendo”. Libros como Cicratices o Monarca: efecto mariposa tras las rejas (lanzado en la FILBO 2024) han sido escritos por reclusos.
A la par, hay otro libro que se está escribiendo en esta cárcel. El del Profe, pero, dice él, no podrá ser publicado ni leído hasta que pise otra vez la acera de la libertad. “Perdonar no cambia el pasado, pero sí transforma el futuro”, es una de las frases que recita de su novela de cinco capítulos que titulará Los senderos de la cárcel.
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