El rebusque de las habitantes de calle durante su ciclo menstrual
Tres mujeres en condición de calle cuentan cómo, mes a mes, en medio de dificultades, atienden este ciclo en sus vidas. El Distrito está obligado a brindarles atención.
María Angélica García Puerto
La experiencia del ciclo menstrual no es igual para todas y menos para las habitantes de calle en Bogotá. Su difícil contexto hace que muchas no puedan atenderlo de manera adecuada, teniendo que acudir, como método de taponamiento, a esponjas, algodones, telas, servilletas o hasta reutilizar toallas. Alejandra, Íngrid y María son adultas que, producto de sus adicciones, terminaron viviendo en la calle.
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La experiencia del ciclo menstrual no es igual para todas y menos para las habitantes de calle en Bogotá. Su difícil contexto hace que muchas no puedan atenderlo de manera adecuada, teniendo que acudir, como método de taponamiento, a esponjas, algodones, telas, servilletas o hasta reutilizar toallas. Alejandra, Íngrid y María son adultas que, producto de sus adicciones, terminaron viviendo en la calle.
Ellas tienen cosas en común: una mujer les explicó su menstruación; su mayor miedo es mancharse y sentir vergüenza, y que, a pesar de su contexto, sentirse aseadas en su zona íntima es fundamental, pero no siempre pueden hacerlo. Y aunque hay una orden para que el Distrito las atienda, no todas conocen este derecho o es insuficiente. De ahí el llamado a reforzar la atención. Estas son sus historias de rebusque para enfrentar su ciclo.
“El vicio acelera mucho el sudor”
Yanis Alejandra Algarra nació en Bogotá. Tiene 44 años y 30 de ellos ha sido consumidora. Le gustan las matemáticas; estudió bachillerato y un curso de Confección en el SENA. Es mamá de cuatro hijos. Su primera menstruación fue a los 11 años. “Fue como un 31 de diciembre. Me acosté a dormir y en la mañana, mi mamá me llamó. Cuando me levanté, vi que tenía sangre en los cucos. Grité: ‘¡Mamááá!’ y fue cuando me dijo que me había llegado el período”, relata.
“Entonces, como fui criada con mi hermana mayor, mi mamá, mi abuela y mi tía, ellas ya sabían sobre las toallas higiénicas. Pero ese día, mi mamá me explicó cómo ponérmela y guardarlas. Ahí comenzó la tortura”, dice Alejandra, a quien no le gusta cuando le llega la menstruación. “Me han pasado muchos accidentes y, entonces, le tengo rabia, porque entre más trato de cuidarme, siempre algo me pasa”. Para calcular su ciclo, no cuenta los días, sino las semanas y aproxima qué fecha le va a llegar, para prepararse. “Pero a veces llega cuando me voy a ir de farra. Entonces me toca cargar toallas en todos los bolsillos y uno va a buscar la pipa y le sale es eso. Qué pena”, ríe a carcajadas, cuando se acuerda.
Esa pena que siente (que una vez la obligó a esperar todo un día en un potrero por el miedo a mancharse y a que sus amigos lo notaran) tuvo su origen cuando era niña y su tía la golpeó por haber manchado la cama. “Me empezó a gritar y era una pequeña gota de sangre. Eso me dolió toda la vida. Por eso, manchar la cama es un terror para mí”. Para conseguir los productos para atender su período, esculca la basura buscando ropa interior, pero también acude casi todos los viernes a uno de los hogares de paso del Distrito para recibir un paquete de 10 toallas higiénicas (a veces, traen protectores) y guardarlas. “No me gustan los tampones, porque me parece incómodo. Entonces, calculo cuántas toallas necesito. En el primer día, son dos. Pero el cuarto es fatal; utilizo todo un paquete”.
No obstante, conseguir las toallas higiénicas es solo el principio. El otro obstáculo es cambiarse y asearse, algo fundamental para Alejandra. “Siempre he sido muy limpia. El vicio le acelera a uno mucho el sudor, entonces es un humor fuerte y uno siente que ya huele. Por eso prefiero estar sola o salir en la noche a la calle. Y aunque me mantengo limpia, me da como psicosis de oler mal”. Cuando no puede bañarse bien, asegura que busca la manera de tener su zona íntima aseada. Por lo que, cuando está en la calle, acude a botellas de agua “y me la empiezo a echar solo ahí”, ríe.
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Cuando hay mejor suerte, algunas vecinas o amigas le dan una mano. Incluso, recuerda al dueño de un lavadero que la conoce. “El cucho tiene un baño con ducha, entonces cuando estoy embalada, me baño ahí y, de paso, le lavo el baño”. Pero, una vez más, no siempre existe esa opción. Relata que, en la noche o la madrugada, le ha tocado encontrar un rincón seguro en la calle que no la haga sentir vulnerable para cambiarse, envolver la toalla usada, botarla en un basurero y ponerse la otra, “para no mancharme la ropa, porque eso sí sería peor”. El mayor deseo de Alejandra es dejar de consumir. Piensa en su vejez y quiere trabajar arreglando ropa, a partir de los estudios que realizó. “Fui tonta, porque hubiera escuchado a mi abuela y mi vida tendría otro rumbo”.
“Mi miedo: mancharme el pantalón”
Íngrid Natalia Celis tiene 42 años y es mamá de un joven de 20. Ama los animales. Tiene dos perros, Niño y Luna, que viven en el Líbano, Tolima. Su primera menstruación fue a los 11 años y su tía fue quien le explicó todo el proceso. Cuando está en el periodo, se pone de mal humor, triste, sensible. Por eso le gusta estar tranquila y acostada, sin estar de lado a lado, pues su ciclo es fuerte y le llega dos veces al mes, a causa de su consumo. “No me gusta menstruar. Yo quisiera que se me pasara. Antes me daban cólicos y con las monedas que tenía me compraba un Calmidol o me tomaba un agua aromática y se me pasaba. Es feo que le llegue el período estando así en la calle”, asegura.
A sus 18 años llegó a lo que antes se conocía como El Cartucho. “Aunque ahí sí era compleja la vida”, dice, siempre buscó la manera de conseguir toallas higiénicas o ropa interior nueva, que compraba por monedas. Con el tiempo su costo ha aumentado y se las ha tenido que ingeniar para seguir adquiriéndolas. “Cuando mi esposo y yo estamos sancionados en un hogar de paso, vamos al autocuidado Liberia. Allá me regalan toallas, dependiendo de cuánto me llegue y cada mes nos dan un cuco y brasier. Pero el resto me toca buscar las toallas en la calle o romper una de mis camisetas y ponérmela encima de la ropa interior, como si fuera una toalla”, detalla Íngrid.
Su salud menstrual es de gran importancia para ella. Como el período le llega dos veces al mes, acude al médico para contarle cómo se ha sentido y pedirle que le ordene exámenes, “me dé medicamentos, óvulos o cremas. Trato de cuidarme mucho a pesar de que he habitado la calle mucho tiempo”. Cuando tiene la posibilidad, se compra un jabón intímo y con eso no solo se asea, sino también lava su ropa interior, para que no quede manchada. “Mi mayor miedo es que me llegue y me manche el pantalón, porque muchas veces no tengo donde lavarlo y termino cambiándome y botándolo. No me gusta usar jean, porque una está apretada. Me gustan más las sudaderas, que utilizo con un short por debajo”.
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Para ella, es importante poder tener baños fijos en distintos puntos de la ciudad, donde pueda cambiarse tranquila. Es enfática en afimar que no por ser habitante de calle puede ser discriminada. “A pesar de uno estar en habitabilidad de calle, uno tiene ciertos valores. Y me da mal genio, porque nosotras nos llega el período y como que damos asco. Siempre somos relegadas, como si no tuviéramos derechos de nada”.
“No sabía que se llamaba período”
María Helena Montaño tiene 50 años. Llegó desplazada forzosamente de Cali a causa del conflicto armado. Pisó la capital en 1998. A los 13 años fue su primera menstruación. Estaba en el colegio y, como pudo, logró disimular. Cuando llegó a la casa se percató de que tenía pequeñas manchas en su ropa interior, “no directamente un chorro. Entonces cogí unos trapitos y me los coloqué”. A los 20 años, supo que eso que le pasaba mes a mes se llamaba menstruación. Durante esos siete años siguió utilizando trapos de tela o camisetas, que lavaba y reutilizaba, sin saber que podían generar una infección. “Yo no sabía qué era el útero ni las trompas de Falopio. Desconocía por qué llegaba de forma natural. Entonces empecé a leer libros sobre el tema y aprendí cuál era el nombre real”.
Tras este descubrimiento, comenzó a usar toallas higiénicas. Algo que la hacía sentir más cómoda y limpia, pero al ser poco asequible, debía utilizar las telas de nuevo. Estar cómoda y tranquila es importante para ella, por eso intenta pedir acceso a los baños de parqueaderos, tiendas, cafeterías o restaurantes para cambiarse.
En sus días de menstruación dice sentirse melancólica, triste y angustiada. “Me gusta estar mucho tiempo sentada cuando tengo el período, porque es una manera de relajarme, sin miedo a que me vean manchada”. A pesar de ello, reflexiona y con amor, dice que su ciclo menstrual es algo natural, del que no hay que sentir vergüenza o esconderse. “Es algo que ya forma parte de mí. Algo que no debo ver como algo sucio. Es algo muy normal, muy bonito”. Gracias a reuniones que mantiene con otros desplazados, víctimas de la violencia, María Helena ha aprendido sobre política pública y, mientras sigue recuperándose del consumo, anhela, junto a su pareja, ser madre por primera vez de una niña.
¿Y la atención?
El último censo de habitantes de calle en Bogotá se realizó en 2017, con un total de 9.538 personas registradas, de las cuales 1.061 son mujeres (11,1 %). Siete años después, sin actualizar los datos, el Distrito atiende la gestión menstrual de las mujeres con el programa “Dignidad menstrual”, acatando una orden de la Corte.
Si bien, antes de esto, las mujeres habitantes de calle procuraban superar su menstruación de la forma más digna posible, se hace necesario aproximarse más allá de lo asistencialista y en sus mismos espacios; establecer lugares seguros para que puedan hacer uso de los productos que les entregan, y tener una mejor relación con sus procesos corporales. De mejorar, será una gran apuesta por su dignidad.
Una sentencia obligó al Distrito a entregar kits menstruales
En 2019, la Corte Constitucional falló a favor de una habitante de calle que reclamaba productos para su higiene menstrual, obligando al Distrito a entregar no solo lo necesario para el ciclo menstrual, sino a crear instalaciones adecuadas para su higiene, además de educación que les permita comprender cómo manejar su período sin incomodidad alguna. Así, desde 2021, el Distrito implementó acciones diferenciadas en jornadas y recorridos.
Desde junio de 2021 hasta la fecha, han realizado 17 jornadas, con un total de 772 beneficiadas en puntos fijos, entregándoles elementos para su menstruación, acceso a baños, citas médicas y sensibilización sobre su período. Por otro lado, desde 2022 y hasta la fecha, el Distrito ha realizado 24 recorridos, con 373 mujeres atendidas directamente en las calles. Si bien, se ha logrado un avance en reconocer y atender el fenómeno de pobreza menstrual, aún hay retos frente al acceso a instalaciones adecuadas, privadas y seguras.
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