El tesoro hídrico que yace oculto en las profundidades de la sabana de Bogotá

Tierra adentro, en las entrañas del suelo sabanero de Cundinamarca, se esconde una fuente hídrica poco explorada y con el potencial de calmar la sed de nuestros tiempos. La red de agua subterránea en el departamento está conformada por una urdimbre de acuíferos y aguas meteóricas que, dada la complejidad y costo de su estudio, se encuentran bajo un rango de exploración modesto.

Tierra adentro, en las entrañas del suelo sabanero de Cundinamarca, se esconde una fuente hídrica poco explorada y con el potencial de calmar la sed de nuestros tiempos. La red de agua subterránea en el departamento está conformada por una urdimbre de acuíferos y aguas meteóricas que, dada la complejidad y costo de su estudio, se encuentran bajo un rango de exploración modesto.

Salvo por algunos estudios y marcos regulatorios que datan de 2008 (a nivel local) y 2015 (a nivel nacional), el espectro de conocimiento sobre la red de aguas es limitado. Los antecedentes más recientes datan de 2022, cuando el IDEAM publicó un informe que recopiló las exploraciones en esta materia, efectuadas entre 1995 y 2014. Dicho documento, señala que en el país se han identificado 50.492 puntos de agua subterránea, reportados por las autoridades ambientales, estudios regionales y locales, e información del Sistema de Información del Recurso Hídrico (SIRH).

Posteriormente, durante la última semana, el actual director de la Corporación Autónoma de Cundinamarca, Alfred Ballesteros, tocó de nuevo el debate sobre esta fuente hídrica del subsuelo. En el marco de la instalación de la Segunda Cumbre por la Gobernanza del Agua, liderado por la Asociación de Corporaciones Autónomas Regionales y de Desarrollo Sostenible, Ballesteros resaltó la necesidad de encontrar nuevas vías de abastecimiento del preciado recurso, para los 10 millones de habitantes que residen en la sabana de Bogotá.

“Encuentros como este nos permite fortalecer nuestra capacidad técnica para la gestión integral del recurso hídrico, con énfasis en las aguas subterráneas, sobre todo para una zona como el centro del país que debe atender las necesidades de cerca de 10 millones de personas que habitan en Bogotá y en Cundinamarca”, destacó Ballesteros.

Con su intervención, el director de la autoridad ambiental del departamento rescató lo que su predecesor, Edgar Bejarano, en 2008, ya había dejado por escrito, en uno de los pocos estudios sobre aguas subterráneas que existe sobre Cundinamarca. En aquella oportunidad, Bejarano y su equipo elaboraron un plan de manejo de aguas subterráneas, sobre el cual comentó que “el desarrollo de la Sabana de Bogotá depende del potencial de agua subterránea según el balance hídrico obtenido, estimado en las formaciones acuíferas, para satisfacer la demanda en cada uso al que es destinado el flujo de agua subterránea, en los campos de consumo humano, agropecuario, industrial, minero y recreacional, principalmente”.

No obstante, pese a la oportunidad que representa para épocas de sed como las actuales, no se pueden pasar por alto consideraciones ambientales y técnicas sobre este recurso. De persistir la necedad y la intención de consumir hasta la última gota de esta desconocida fuente, se correría el riesgo de impactar irreversiblemente un recurso clave para el desarrollo social de la sabana en las próximas décadas.

Entendiendo el recurso

Como su nombre lo indica, las aguas subterráneas son un recurso hídrico que, a diferencia de sus pares superficiales, como los humedales, se encuentra por debajo del suelo y no puede detectado a simple vista. El profesor Fernando Helí Romero Ordóñez, del Departamento de Geociencias de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de Colombia, explica que hay dos tipos de aguas subterráneas. La primera consiste en la de tipo meteórico, cuya profundidad no es tan pronunciada, y se compone, esencialmente, del agua de las lluvias que permea las rocas del suelo.

“El agua de lluvia, o el agua que pasa por los ríos y lagunas, se puede infiltrar, y eso es un tipo de agua subterránea de un origen meteórico. Esa es el agua más peligrosa, sobre todo en ciudades grandes como Bogotá, porque sus habitantes botan basura en la calle y no hay estaciones de tratamiento de aguas negras suficientes”, explica el experto. El problema es que, después de infiltrarse, a 50 centímetros de profundidad, retorna a los cuerpos de agua y los contamina.

De otro lado, se encuentran los acuíferos, que son los protagonistas de la discusión actual. Dicha fuente, ha permanecido almacenada por millones de años a 800 metros de profundidad, en territorios como el de la sabana de Bogotá. “El agua del acuífero puede tener millones de años o cientos de años, es una agua antigua, por eso se considera un agua pura, porque en esa época no había seres humanos. Esto, además, la convierte en la mejor agua para explotación”, indica el profesor Romero.

La sabana pide agua

A decir verdad, dos meses antes del pronunciamiento de la CAR, el gobernador de Cundinamarca, Jorge Rey, se refirió a las aguas subterráneas como una opción a tomar en cuenta para solucionar la crisis de abastecimiento. Durante un congreso de Camacol, el mandatario señaló, incluso citando estudios sobre el tema como el del profesor Romero, que las aguas escondidas en suelo sabanero podían dar una mano.

La opción, además, es contemplada en medio de un periodo de precariedad hídrica. Durante su intervención, el mandatario habló de la expansión demográfica de la sabana y su implicación directa en la demanda de nuevas unidades de vivienda. De acuerdo con las proyecciones del Dane, cada año se forman 49 mil nuevos hogares en el país.

Para el caso de Cundinamarca, a diferencia de una Bogotá que envejece y se contrae demográficamente, se contempla un crecimiento poblacional del 2,4 % para 2035. De este aumento, los municipios de la Sabana aglutinan el 117 %, lo cual no es más que el vestigio de la creciente expansión urbana en esta zona. De ahí que, solo entre 2010 y 2016, el impacto de la huella urbana en sabana centro y occidente fuera del 59%.

Teniendo en cuenta lo anterior, resulta apenas lógico concluir que para atender el fenómeno de dilatación demográfica en el departamento resulte necesario encontrar nuevas fórmulas urbanísticas. Pero, sobre todo, una forma más eficiente de ordenar el territorio. En atención al reto, el Gobernador de Cundinamarca resaltó que el 91 % de las licencias que se dan para construcción en el departamento, están destinadas a la vivienda. Sí, hacen falta nuevas casas para meter a tanta gente nueva.

Pero, también, hace falta una red de abastecimiento de servicios eficiente para que dicha expansión no se aleje de la línea del bienestar. Lo anterior, sin embargo, está lejos de lo realizable en el plano de la situación actual. Incluso desde el sector constructor, han manifestado que uno de los retos para reactivar el sector, consiste en la conexión de servicios públicos para los nuevos proyectos inmobiliarios.

Residentes de los municipios de la sabana centro, como Chía, Cajicá y Cota, han tenido problemas con el agua, muchísimo antes de que se implementaran los racionamientos. De hecho, muchos de ellos, se podría decir que vivían con medida restrictiva desde hace un par de años atrás. Pero la situación de estos territorios puede masificarse y extenderse al resto de la sabana.

19 de los 46 municipios de la cuenca del río Bogotá tienen amenazado su sustento de líquido vital, lo cual quiere decir que, su presión de demanda del recurso hídrico es mayor a la oferta disponible de afluentes. Lo anterior, dado que, en las proyecciones para fin de siglo, la reducción del recurso hídrico en la cuenta alta del Río Bogotá se estime entre el 7,8 % y el 15 %; mientras que en la cuenca baja se calcula entre el 2,5 % y el 13 %.

¿Un tesoro menoscabado?

Antes de hacer cuentas alegres con el potencial de las aguas hídricas, es menester localizar los suelos en donde están almacenadas y tener un cuerpo jurídico sólido para regular su explotación. En ambas materias, lamentablemente, todavía estamos crudos. De acuerdo con el experto consultado por este diario, los estudios necesarios para localizar acuíferos, tanto en la sabana como el país, se encuentran bastante desactualizados. En primer lugar, como en casi cualquier cuestión pública, se encuentra la voluntad política. Aunado a lo anterior, el coste económico de adelantar una cruzada exploratoria para localizar pozos de agua es elevado.

Se debe contar con un equipo de científicos especializado, que debe efectuar una investigación cartográfica densa y enrevesada para dar con los puntos en donde, probablemente, residan los acuíferos. “Además, los profesionales necesitan utilizar medios técnicos que pueden ser un poquito costosos. Por ejemplo, necesitan hacer una cosa que se llama geofísica, para saber lo que hay debajo de la superficie, y luego instalar pozos de monitoreo para ir analizando las muestras del suelo en la roca. En resumen, los estudios no son nada baratos”.

Respecto al marco normativo, Romero cita algunas expresiones jurídicas que, sin embargo, son todavía de alcance limitado. “En 2015, Minambiente reguló los objetivos del Ideam, dentro de los cuales se encuentran: obtener, almacenar, analizar, estudiar, procesar y divulgar la información básica sobre la hidrología y la hidrogeología en el país. Además, existen leyes y decretos para definir un estándar apropiado de calidad del agua para diferentes usos y también para ayudar en la conservación de los recursos hídricos”. Sin embargo, lo anterior ha resultado insuficiente para detener la proliferación de pozos de agua, tanto en el país, como en la sabana.

Hasta el momento, las autoridades tienen localizados 9.000 pozos de agua en el territorio nacional, una cifra que se quedaría corta respecto al número de excavaciones irregulares para extraer el agua de los acuíferos, según el experto. Para el caso de la Sabana de Bogotá, la mayoría del recurso hídrico explotado, bajo el umbral de lo legal, ha sido para fines industriales y floricultura. De tal manera, que para aprovechar este recurso, al menos para el consumo humano, que es la necesidad a satisfacer actualmente, todavía hace falta estudiar más el tema.

Asimismo, el fantasma de la ilegalidad podría estar mermando, e incluso contaminando, este preciado bien subterráneo. Durante un proceso de extracción que no cumple con los estándares requeridos, se puede incurrir en la contaminación del acuífero mediante la introducción de cuerpos ajenos a la bóveda subterránea. De igual forma, tal y como ocurre con cualquier frente de explotación ilegal sobre un recurso, los pozos piratas suelen extraer más agua de la que el acuífero es capaz de reponer, lo cual pone en riesgo su disponibilidad. Al no seguir los parámetros ambientales que se estipulan, por ejemplo, en una licencia ambiental, quienes se abastecen de este cristalino lecho de agua lo menoscaban sin ningún tipo de control.

Si bien, la CAR es una de las autoridades ambientales con más control sobre este tipo de recursos, en cuanto tiene la capacidad de emitir concesiones, ya existen señales de que el nivel de los acuíferos es descendente. El hecho de que cada vez sea necesario excavar a más profundidad para hallar el agua, es un indicador clave para encender las alarmas. Según análisis de la CAR, entre 1998 y 2022 los niveles de agua subterránea llegaron a más de 100 metros de profundidad, cuando tres décadas atrás eran de 30 o 20 metros, lo cual ha obligado a la autoridad ambiental a negar nuevas concesiones de agua.

Al mismo tiempo, los efectos del cambio climático amenazan la sostenibilidad de los acuíferos. Gran parte del agua con la que se recargan estas fuentes es absorbida por el cordón ecológico que conforman los cerros orientales. Lamentablemente, los trabajos de construcción adelantados allí, y los incendios forestales, en su mayoría provocados, amenazan esta esponja de absorción natural.

“Desde la CAR hemos tenido que anticiparnos a escenarios y pronósticos que daban cuenta de que hacia 2040 la disminución de oferta la hídrica sería del 25 %. Las nuevas realidades del cambio climático nos han exigido medidas como restricción del aprovechamiento del agua subterránea debido a que cada vez los descensos de niveles son cada vez más grandes”, indicó el director Alfred Ballesteros.

Cerrar el grifo de los acuíferos es lo más sensato mientras se obtiene más información sobre la cantidad de agua real que reposa en el suelo sabanero.

Todo parece indicar, al menos por las prioridades establecidas, que el velo oscuro de conocimiento sobre los acuíferos, estaría a punto de desvanecerse. Jorge Machuca, gerente de Empresas Públicas de Cundinamarca, le confirmó a El Espectador que ya se está trabajando en la elaboración de un plan cuatrienal, en el cual se incluye la exploración de nuevas zonas con potencial de almacenar acuíferos en el subsuelo. “Aquí es clave que todas las autoridades, departamentales y municipales, se involucren y participen colectivamente de esta tarea”, señaló el funcionario.

Bajo esta misma línea, en el marco del nuevo Plan de Acción Cuatrienal, la CAR avanza en la realización de campañas de monitoreo en tiempo real de los niveles piezométricos (altura del agua de un acuífero en relación con la superficie del suelo) de la denominada zona crítica, (cuenca alta y media del Río Bogotá y cuenca alta del Río Suárez).

Las zonas por explorar son muchas, pero el experto de la Universidad Nacional, hace principal hincapié en el sistema Guadalupe, cuya exploración debe hacerse a profundidades de 800 y más metros. El Grupo Guadalupe es definido formalmente al oriente de Bogotá por Pérez & Salazar, (1978) y está conformado por las Formaciones Arenisca Dura, Plaeners, Labor y Tierna. En la Sabana de Bogotá, este grupo se reconoce por encima de la Formación Chipaque, al oriente, y sobre la Formación Conejo al occidente. Bajo este terreno, dice el experto, podría encontrarse un oasis escondido que, dada su profundidad, podría almacenar agua cristalina que podría ser utilizada por todos.

Con un nuevo mapa de acuíferos, con más lujo de detalle sobre las cuencas subterráneas a explorar, y un férreo escudo normativo, los acuíferos de la sabana podrían ser una de las soluciones viables para salir del meollo del agua. El asunto, esta vez, se encamina más hacia la sostenibilidad, y qué tan capaces seremos como especie de respetarla. El agua, sin importar los recovecos en donde se encuentre, continúa siendo un recurso finito, y la ignorancia para aprovecharlo responsablemente, por desgracia, se extrapola en lo infinito.

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