Noticias de Escasez De Agua En Bogota Como Llegamos A Este Punto

Escasez de agua en Bogotá

¿cómo llegamos
a este punto?

Una generación, acostumbrada a ver el agua correr por los grifos, tuvo un baño de realidad este 2024: el recurso vital es finito. Si no se toman medidas administrativas y en los hogares, pensando en el largo plazo, el racionamiento que hoy es temporal podría volverse una constante en la ciudad.

Editor: Alexánder Marín Correa
Domingo 21 de julio de 2024

Bogotá es una de las ciudades del país con más fuentes de agua disponibles a su alrededor. Páramos, ríos, humedales, aguas subterráneas, grandes embalses… Y a pesar de ello, la historia cuenta que en varias oportunidades se ha enfrentado a la escasez. La precariedad de los acueductos, la impotabilidad del líquido y los tiempos secos llevaron a las autoridades a una lucha constante por garantizar el suministro. De ahí que, las actuales generaciones se hayan acostumbrado a tener acceso ilimitado, pero esto, empieza a cambiar.

El cálculo promedio, que es meramente explicativo, se obtiene teniendo en cuenta un consumo promedio de 15m3/s y un espacio de 30.000 m3 aproximadamente.

La historia cuenta que la sabana era un valle cerrado, donde se formó un gran lago, que luego se desecó por los sedimentos de la erosión de las montañas y la formación de un desaguadero, que dio origen al río Bogotá y al Salto de Tequendama. Lo que quedó fue un terreno plano, fértil y con abundante agua, propicio para la ocupación humana. Así lo vieron primero los chibchas y luego los españoles. En los inicios, las principales fuentes de abastecimiento fueron los ríos San Francisco y San Cristóbal, que descendían de los cerros.

Aunque no era alta la demanda, existía amenaza de escasez en tiempos secos. El agua se almacenaba en tanques y se distribuían mediante canales y fuentes públicas. Las malas condiciones sanitarias, los malos olores y las epidemias eran constantes. Solo hasta 1888 se impulsó un sistema de acueducto por tuberías de hierro, que quedó en manos de privados. Aunque el contrato fue a 70 años, la escasez en 1914 llevó a que se municipalizara de nuevo el acueducto que, además, tenía la misión de reforestar y manejar las cuencas, para mejorar la cantidad y la calidad del agua.

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Garantizar el agua para las próximas generaciones ha sido un reto. En las últimas décadas, con la explosión demográfica, se encendieron las alarmas. En 1940, cuando eran apenas 400.000 habitantes, se pronosticó que la oferta a futuro sería insuficiente. Tras analizar las proyecciones de crecimiento, se advirtió que para una ciudad con 3,6 millones de habitantes se requerirían 559 millones de metros cúbicos (m3) de agua para uso humano e industrial y 1.518 millones para riego, y en un año normal de lluvias la oferta máxima era de 860 millones m3. En los cálculos no se contaron fenómenos por el cambio climático y el desborde de la expansión. La realidad obligó a pensar en estrategias, no solo para mejorar los niveles de reserva, como tener embalses, sino en mejorar las plantas de tratamiento; descontaminar el río Bogotá y la cultura ciudadana. Pero ha sido insuficiente.

En las imágenes se aprecia históricamente el descenso y el deterioro del embalse de San Rafael, ubicado en La Calera, donde se potabiliza el 70% del agua que consume Bogotá.

El asunto es que, a pesar de tener hoy a disposición miles de millones de metros cúbicos de agua en varios embalses, la reciente sequía reveló la fragilidad del sistema de abastecimiento. En especial, porque Bogotá, en materia de abastecimiento, es una la ciudad “Chingazadependiente”. Hoy, el 70% del agua que consume la ciudad y los municipios aledaños se obtiene del sistema Chingaza, por eso, el crítico descenso de sus niveles puso en aprietos a la ciudad. Pero ¿por qué seguimos dependiendo tanto de este sistema?Los expertos explican que esto tiene origen en los cambios que ha tenido el río Bogotá. A tal punto que, hoy en día, es más barato tratar 1 m3 de agua en la planta de Wiesner (que trata el agua de Chingaza), que en Tibitoc, la planta que se encarga de potabilizar el agua del río Bogotá, para abastecer al otro 30 % de la capital y a municipios como Sopó, Tocancipá, Gachancipá, Chía y Cajicá. “Generalmente, cuando uno quiere tratar el agua y suministrarla a los pobladores, busca las condiciones de energía más favorables y es no tener que bombearla, sino que, simplemente, por gravedad, vaya desde el páramo hasta Bogotá. Como en Chingaza. En Tibitoc se gasta muchos recursos en bombeo y en el tratamiento con químicos al agua que viene del río Bogotá”, argumenta Plazas.

El cálculo promedio, que es meramente explicativo, se obtiene teniendo en cuenta un consumo promedio de 15m3/s.

Por eso, en el tintero siempre ha estado ampliar el sistema Chingaza. Jaime Arias, ingeniero civil, con trayectoria en el campo hidráulico, advirtió que un problema como el de ahora era cuestión de tiempo. Lo hizo a través de un estudio en el que advirtió que la red de embalses, tarde o temprano, se iba a quedar corta para abastecer el crecimiento demográfico de Bogotá. En su análisis, el experto señaló que la ciudad debía priorizar, en 2012, las obras del Proyecto Chingaza II – Chuza Norte, con las cuales se aumentaba la capacidad de almacenamiento de agua.

De estos dos proyectos, el de Chuza Norte era el que tenía todas las papeletas para hacerse realidad: contaba con estudios de ingeniería detalle y, por consiguiente, un presupuesto asignado de USD15 millones de la época. La obra tardaría nueve años, tiempo en el que iban a desviar varias corrientes del río Guavio para la extensión de la red de embalses. Al final, adicionaría 3,9 m3/s de caudal confiable, lo cual, si bien no parece mucho, mantendría con suficiencia los niveles de reserva que demanda la ciudad. No obstante, una aparente confusión en los indicadores de abastecimiento generó una falsa expectativa y desestimó la alerta. Para entonces, el Acueducto de Bogotá informó que la demanda de la ciudad era de 14 m3 por segundo y que la capacidad de los embalses era de 28 m3/s, por lo que no había señal de escasez a futuros. Las licencias ambientales, que se requerían para la construcción de Chingaza II y Chuza Norte no se tramitaron ante la CAR, por orden directa de Diego Bravo, el entonces gerente de la empresa de Acueducto.

Pero esos cálculos, menciona el experto, fueron erróneos, ya que los 28 m3/s que mencionó el Acueducto correspondían a la capacidad máxima de los embalses y no a al caudal de agua confiable, que es la que realmente pude ser tratada. Y, en este caso, según el experto, los embalses que abastecen la ciudad nunca han superado 21,83 m3/s. Esto quiere decir que hace 12 años, el excedente de agua para consumo, en realidad nunca superó los 5 m3/s, margen que se fue mermando con el pasar de los años. De hecho, en las proyecciones que hizo el experto en 2014, encontró que la demanda de agua de la ciudad llegaría a los 19 m3/s en 2025 y que la posibilidad de respuesta sería corta.

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Los resultados de esos malos cálculos los sufre hoy la ciudad. El actual racionamiento es la evidencia, producto de la crisis que se vive en los embalses Chuza y San Rafael. Al parecer, en las proyecciones de 2012 años no se tuvieron en cuenta que, la ciudad sumaría casi 800.000 nuevos habitantes, ni el impacto de fenómenos climáticos como El Niño, aumentarían la presión sobre el sistema Chingaza.

El efecto se hizo evidente en el 2020, cuando se rompió la regularidad del ciclo de vaciado y de llenado de los embalses. Pero se hicieron más evidentes en agosto pasado, cuando las represas no llegaron al nivel necesario para afrontar con solvencia hasta la nueva temporada de lluvias. Tradicionalmente, para el 15 de agosto, el sistema reporta niveles de llenado que oscilan entre el 80% y el 95 %, pero el del año pasado fue de 63%, lo que anticipaba un año con dificultades.

Las alarmas se dispararon el 14 de enero pasado, cuando el nivel cayó por debajo del 38% y se hizo crítica el 21 de marzo, cuando cayó por debajo de 19%, lo que activó la alerta roja. El reciente y prolongado fenómeno de El Niño prácticamente secó las represas. Lo llamativo es que las medidas llegaron casi 90 días después de la primera alerta. Y así está la ciudad desde el pasado 11 de abril, cuando comenzó el primer ciclo de la restricción.

El cálculo promedio, que es meramente explicativo, se obtiene teniendo en cuenta un consumo promedio de 15m3/s.

La situación no es producto del azar. Aunque seguro algunos dirán que el racionamiento no era necesario, al pensar en el mediano y largo plazo, y que gran porcentaje del abastecimiento sigue dependiendo de Chingaza, el panorama es más complejo de lo que dictan las cifras. El cambio climático, el creciente consumo de agua y el derroche en los hogares son realidades que obligan a tomar medidas hoy, para que las próximas generaciones no sufran sed. Dos datos para reforzar esta afirmación: por un lado, el nivel del sistema Chingaza en agosto de este año no llegará siquiera al que reportó en 2023, lo que indica que 2025 será otro año de dificultad hídrica. Además, en palabras de la gerente del Acueducto, Natasha Avendaño, si sigue creciendo la demanda solo habrá abastecimiento hasta 2033.

La meta, con el racionamiento actual es que al 31 de octubre los embalses lleguen al 70%, así como generar consciencia entre los ciudadanos sobre la necesidad de cambiar sus hábitos de consumo de agua, recurso que nos infinito. Para levantar la restricción, el Distrito fijó una condición: que durante 15 días continuos llegue más agua a Chingaza de la que consume la ciudad, hitos que parecen estar lejos. Las razones, son evidentes: si bien, las lluvias han ayudado, aún no llegan con la intensidad necesaria para acelerar la recuperación del sistema, y ha sido una constante que el consumo de agua es superior a lo que está llegando a los embalses.

Aunque el Distrito fijó una meta para disminuir la demanda a 15 m3/s, tres meses de racionamiento dejan claro que la ciudad no lo podrá cumplir. A ese nivel se llegó en 2011, luego de intensas campañas de ahorro y un millón de habitantes menos. Recientemente se ha logrado algunos puentes festivos, pero porque parte de la población ha dejado la ciudad. El promedio está en 15,8 m3/s.

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Por esto, medidas como el racionamiento, que la ciudadanía piensa temporal, en los próximos años podría volverse permanente, de no actuar. En especial, porque, debido a los planes de construcción y renovación en Bogotá y la sabana , se requerirán más metros cúbicos de los que hoy es posible obtener y tratar de las fuentes de abastecimiento, y las sequías exacerbadas por el cambio climático, no darán tregua a los embalses, situación que obliga a pensar de nuevo en buscar alternativa al eterno lío del agua.

Al alcalde Carlos Fernando Galán tiene esta tarea. Por ahora, según su Plan de Desarrollo, plantea crear un programa con las directrices técnicas y jurídicas, para garantizar el abastecimiento. Lo que no es seguro es si en dicho programa se incluirán obras de ampliación de los embalses, antes descartadas, y la ampliación de plantas de potabilización.

Declaraciones escuetas del mandatario parecen indicar que llegó la hora de mirar al norte, justo en la cuenca alta del río Bogotá. Las campañas de ahorro del agua, para que el consumo diario no exceda los 15 m3/s, también continúan haciendo parte de las acciones. Todo, no obstante, dependerá del flujo de caja que tenga la ciudad para materializar los proyectos. La situación no solo lleva a reflexionar sobre la urgente necesidad de cambiar hábitos en los hogares, sino en buscar proteger las fuentes de abastecimiento. Invertir, incluso, en la Amazonía y la Orinoquía, para evitar la deforestación surgen como estrategias para que las generaciones futuras no sufran sed.

Editor: Alexánder Marín Correa.
Periodistas: Camilo Parra, Miguel Vivas, Camilo Tovar, Angélica García y Camilo Beltrán.
Diseño: Mario Fernando Rodríguez y Eder Leandro Rodríguez.
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