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Es una mezcla entre ciencia y arte. Sinfonía Trópico es un experimento de un grupo de artistas y biólogos del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, el Instituto Goethe y otros, que intentan explicarnos los abstractos y a veces complejos conceptos de la ciencia por medio de videos, murales, obras de teatro, talleres y performances. Por poner un ejemplo: cuando viajaron a San José del Guaviare y vieron que uno de los mayores problemas ecológicos allí era la deforestación, llenaron la plaza central de la Gobernación con 19.000 palos de madera para ilustrar la cantidad de árboles que se pierden en un día de tala. En otra ocasión hicieron un retrato del loro orejiamarillo, especie en vía de extinción. Con la ayuda de niños de la región pegaron hojas y flores sobre un planchón de madera para crear la figura del pájaro y lo dejaron fluir por el río Manacacías, en Puerto Gaitán.
Ahora están en Bogotá. Después de viajar por Colombia durante un año, estudiando el impacto medioambiental en el Urabá antioqueño, la Orinoquia, la Amazonia, el Chocó y los páramos de Cundinamarca, los artistas de Sinfonía Trópico llegaron a la capital cargados de historias, impresiones, ideas, recuerdos... Y qué mejor forma de contarlas que por medio del arte. Así nació el Festival entre Árboles.
Quienes idearon el festival son un estrafalario grupo de artistas graduados de la Universidad Nacional, los Andes y la Javeriana. Amigos desde que eran estudiantes, Mateo Ayala, Mateo Matiz, Felipe Cifuentes, Tatiana Saavedra y Nicolás Varela buscaban la forma de sacar el arte de las galerías y hacerlo parte de la vida política de su país. Para ellos la sensibilidad del artista “debe responder a las necesidades de la sociedad de la que proviene” y no sólo a las reglas del mercado. Por eso crearon el Colectivo Atempo y se asociaron con Sinfonía Trópico. Ésta se convirtió en la plataforma para hacer realidad ese sueño.
Para cerrar el ciclo de viajes que empezaron en noviembre del año pasado idearon una serie de eventos artísticos a lo largo de este mes. El primero de ellos es la feria sobre la que les voy a contar.
Se tomaron el Parkway, un sendero arborizado en la avenida 42, cerca al estadio El Campín, e inspirados en cada una de las regiones que visitaron construyeron cinco esculturas con madera reciclada. Las estructuras permiten pasear alrededor y subirse en ellas, como si fueran casas entre los árboles. Por una cara la madera está pintada con imágenes de la biodiversidad de la región en brillantes colores, y por la otra con las problemáticas que enfrenta: minería descontrolada, deforestación, pérdida de biodiversidad y el cambio climático.
El contraste entre una cara y otra es impactante. Al caminar alrededor de la escultura que representa la Amazonia se ve la exuberancia de su flora y fauna en la parte exterior: las lianas, serpientes, peces y el río se entrelazan unos con otros. Un profundo color verde hace de telón de fondo. Así plasmaron la esencia del bosque tropical. Al pasar al interior de la estructura se ven oscuros tonos de azul mezclados con chillones fucsias y rojos. Ahí están pintados la contaminación del río Amazonas, los estragos causados por la minería descontrolada, la muerte de especies nativas y la deforestación del ecosistema.
“Una cosa es saber y entender el problema, otra es que la situación te toque, te atraviese el cuerpo y te mueva a hacer algo. Eso es lo que queremos. Llegar a los corazones de los jóvenes para luego entrar a sus mentes”, cuenta Felipe Cifuentes del Colectivo Atempo, mientras caminamos por el parque hacia la estructura inspirada en la región del Pacífico colombiano. Tiene dos pisos para emular las casas elevadas en las que viven los pobladores de lugares como Buenaventura, Tumaco y Quibdó.
Sentado sobre la escultura estaba Julián López, de 20 años, que encontró en ella un buen lugar para leer un libro. “La ciudad puede ser un poco aplastante ¿sabes?”, me dijo mientras Felipe y los demás artistas posaban para una foto. “Uno encuentra cualquier espacio para sentarse y relajarse, y es como un pedazo de cielo”.
Julián no conoce la historia de ese pedazo de cielo. No sabe que Felipe y sus amigos se demoraron dos meses recogiendo la madera reciclada y otro mes diseñando y construyendo las estructuras. Tampoco conoce a los artistas urbanos Anthony Alarcón (quien firma como Sátiro) y Federico Montealegre (Río), miembros del colectivo M.A.L. que pintaron las algas, peces y olas que bañan la parte inferior de la estructura. Sólo sabe que ahí sentado leyendo un libro se siente bien.
Una iniciativa para traer lo rural a la ciudad
“Muy pocos bogotanos conocen el páramo de Sumapaz o el Parque Natural Chingaza. Toman el agua de esos ecosistemas, se bañan, lavan sus carros, riegan sus plantas y viven gracias a ellos, pero nunca los han visto”. Así es como Felipe describe el desconocimiento que tienen muchos bogotanos sobre lo que sucede a las afueras de la ciudad. Añade que pasa lo mismo en todo el país. Los citadinos no saben lo que sucede en el campo y viceversa. El largo divorcio entre lo rural y lo urbano es otro problema que el grupo de artistas quiere ayudar a resolver.
Para ello, a partir del martes habrá muestras culturales durante tres días. Allí se estrenará el documental Atrato y verde, sobre la biodiversidad del departamento del Chocó, y mostrarán su bitácora con el material audiovisual que recogieron y los resultados científicos de las expediciones.
Mateo Ayala, miembro de la mesa directiva del Colectivo Atempo, opina que, si logran cerrar esa brecha, el desarrollo sostenible será una realidad. “No tendremos que escoger entre la industria y el medio ambiente, sino que habrá un razonamiento del uso de la tierra, y el desarrollo económico no tendrá impactos negativos sobre el medio ambiente y la sociedad”.