Grafiti en Colombia: una ola de resistencia
La polémica desatada después de que la Policía le permitiera a Justin Bieber intervenir la calle 26 en Bogotá, motivó al papá del grafitero asesinado Diego Felipe Becerra a analizar el caso.
Gustavo Trejos *
Las ansias de recorrer las calles para sentir la adrenalina al rayar una pared o un puente, constituyen actos reprochados por una sociedad prejuiciosa que ha satanizado el arte de matizar con colores y tinta la libertad de expresión. Un derecho fundamental comunicado por medio de la caligrafía o las imágenes en muros fríos e inexpresivos, que cobrarán vida con trazos convertidos en arte o simplemente un TAG, “firma”, en la mejor pared, que pueda ser vista por los transeúntes desprevenidos. Los mismos que se convertirán en críticos espontáneos al momento de ver su grafo en busca de aceptación y reconocimiento, pero sobre todo de la manifestación de un sentimiento.
Estos grafos identifican a un autor que quiere dejar huella, expresarse, decirle a la sociedad que “estoy aquí”, rechazando las desigualdades sociales y los motivos de indignación generalizada: pobreza, malos gobiernos, niños mendigando, personas muriendo en los hospitales; es el grafiti con un grito mudo, pero omnipotente a través de un trazo que sensibilice la sociedad.
La toma de puentes, túneles y cualquier pared pública que se está presentando en las principales ciudades colombianas es un rechazo general al Gobierno y a una autoridad policial por su doble moral, la autoridad que ayer asumía una actitud hostil frente a los artistas urbanos criollos, convirtiéndolos en blanco militar permanentemente, tildados de vándalos; aquellos mismos policías que se ensañaban con los jóvenes colombianos, es la misma autoridad que hoy ven en los trazos escolares, infantiles y pueriles de un cantante juvenil extranjero verdaderas obras de arte, y para ello le habilitaron un sitio no permitido para que el ídolo desahogara sus sentimientos de rebeldía ante una juventud ávida de a quién admirar, en quién creer.
Aquel acto excéntrico, más que una idea profunda, fue descrito como arte por el comandante encargado de la Policía Metropolitana de Bogotá. A su turno, el director de la Policía Nacional expresó en una cadena radial: “Tenemos que evolucionar, el grafiti es una expresión de un sentimiento, de una motivación. Una expresión artística. Algo nos quieren decir quienes pintan los grafitis y los tenemos que escuchar”, palabras sabias que develan la realidad del grafiti como arte en la sociedad; declaraciones que obedecen a una salida diplomática para escampar ante la avalancha de críticas en las redes sociales, justificadas ante el recuerdo por la muerte del joven Diego Felipe Becerra, quien salió a las calles con sus amigos plasmando sus gatos Félix en las paredes a su recorrido, acción que nunca pensó sería la última de su vida tras el accionar del arma de un uniformado sobre su humanidad.
Por eso los jóvenes reclaman a la autoridad equidad, respeto por su derecho a expresarse libremente; una ley que les ayude a generar espacios para plasmar su arte sin correr el riesgo de ser sancionados, llevados a un CAI o hasta perder su vida; que socialice con los jóvenes estrategias para no pintar las paredes, las puertas de las casas o los monumentos, hechos por los cuales la sociedad los rechaza.
* Papá del joven grafitero Diego Felipe Becerra, asesinado por un policía en Bogotá el 19 de agosto de 2011.
Las ansias de recorrer las calles para sentir la adrenalina al rayar una pared o un puente, constituyen actos reprochados por una sociedad prejuiciosa que ha satanizado el arte de matizar con colores y tinta la libertad de expresión. Un derecho fundamental comunicado por medio de la caligrafía o las imágenes en muros fríos e inexpresivos, que cobrarán vida con trazos convertidos en arte o simplemente un TAG, “firma”, en la mejor pared, que pueda ser vista por los transeúntes desprevenidos. Los mismos que se convertirán en críticos espontáneos al momento de ver su grafo en busca de aceptación y reconocimiento, pero sobre todo de la manifestación de un sentimiento.
Estos grafos identifican a un autor que quiere dejar huella, expresarse, decirle a la sociedad que “estoy aquí”, rechazando las desigualdades sociales y los motivos de indignación generalizada: pobreza, malos gobiernos, niños mendigando, personas muriendo en los hospitales; es el grafiti con un grito mudo, pero omnipotente a través de un trazo que sensibilice la sociedad.
La toma de puentes, túneles y cualquier pared pública que se está presentando en las principales ciudades colombianas es un rechazo general al Gobierno y a una autoridad policial por su doble moral, la autoridad que ayer asumía una actitud hostil frente a los artistas urbanos criollos, convirtiéndolos en blanco militar permanentemente, tildados de vándalos; aquellos mismos policías que se ensañaban con los jóvenes colombianos, es la misma autoridad que hoy ven en los trazos escolares, infantiles y pueriles de un cantante juvenil extranjero verdaderas obras de arte, y para ello le habilitaron un sitio no permitido para que el ídolo desahogara sus sentimientos de rebeldía ante una juventud ávida de a quién admirar, en quién creer.
Aquel acto excéntrico, más que una idea profunda, fue descrito como arte por el comandante encargado de la Policía Metropolitana de Bogotá. A su turno, el director de la Policía Nacional expresó en una cadena radial: “Tenemos que evolucionar, el grafiti es una expresión de un sentimiento, de una motivación. Una expresión artística. Algo nos quieren decir quienes pintan los grafitis y los tenemos que escuchar”, palabras sabias que develan la realidad del grafiti como arte en la sociedad; declaraciones que obedecen a una salida diplomática para escampar ante la avalancha de críticas en las redes sociales, justificadas ante el recuerdo por la muerte del joven Diego Felipe Becerra, quien salió a las calles con sus amigos plasmando sus gatos Félix en las paredes a su recorrido, acción que nunca pensó sería la última de su vida tras el accionar del arma de un uniformado sobre su humanidad.
Por eso los jóvenes reclaman a la autoridad equidad, respeto por su derecho a expresarse libremente; una ley que les ayude a generar espacios para plasmar su arte sin correr el riesgo de ser sancionados, llevados a un CAI o hasta perder su vida; que socialice con los jóvenes estrategias para no pintar las paredes, las puertas de las casas o los monumentos, hechos por los cuales la sociedad los rechaza.
* Papá del joven grafitero Diego Felipe Becerra, asesinado por un policía en Bogotá el 19 de agosto de 2011.