Habitar la calle bogotana: la superficie de un mar de historias y desafíos
La historia de Chantal y Víctor Manuel, reflejo cotidiano de lo que son las luchas diarias de un habitante de calle en Bogotá. Uno de los retos de la Secretaría de Integración Social es realizar un nuevo censo este año y fortalecer los programas de atención.
Juan Camilo Parra
Sentada en una silla de plástico blanca, en un cuarto donde normalmente se hacen actividades de recreación para los 120 habitantes de calle que pernoctan en el hogar de paso Los Mártires, Chantal, de 32 años, recuerda cada paso que dio para llegar hasta allí. Para ella, han pasado 17 años desde su primera noche en las calles, años de vida durmiendo en rincones fríos o en pagadiarios de cualquier barrio. Quince días atrás, un equipo de la Secretaría de Integración Social la encontró en una esquina de la localidad, con un ataque de epilepsia. La trajeron al albergue, donde hoy cuenta su historia.
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Sentada en una silla de plástico blanca, en un cuarto donde normalmente se hacen actividades de recreación para los 120 habitantes de calle que pernoctan en el hogar de paso Los Mártires, Chantal, de 32 años, recuerda cada paso que dio para llegar hasta allí. Para ella, han pasado 17 años desde su primera noche en las calles, años de vida durmiendo en rincones fríos o en pagadiarios de cualquier barrio. Quince días atrás, un equipo de la Secretaría de Integración Social la encontró en una esquina de la localidad, con un ataque de epilepsia. La trajeron al albergue, donde hoy cuenta su historia.
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En otra localidad, Víctor Manuel Ruiz, de 60 años, rememora cuando llegó a la calle, a los nueve años. Era uno de los ‘gamines’ que hace 40 o 50 años poblaban las calles. De pie, en el parque de la Comunidad de Vida El Camino, dice que pasó por cosas terribles que “ningún humano quisiera vivir”. Agrega que no cree que alguien entienda cómo él, que dice haber pasado por 40 cárceles del país y fumado bazuco con Kid Pambelé en el Cartucho, tenga hoy títulos de universidad y esté a punto de reintegrarse a la vida.
Detrás de la habitabilidad de calle en Bogotá hay un mar de historias que entretejen el pasado y presente de una ciudad, que sigue suturando sus heridas. Hoy día, es incierto cuántos habitantes de calle hay. El censo más reciente fue en 2017, antes de la pandemia, y contaba 9.538 (88,9 % hombres). Para darse una idea de cómo ha crecido esta población, la Secretaría de Integración Social contó el año pasado 13.483 atenciones.
La cartera cree que la cifra podría superar los 15.000. El secretario Roberto Angulo dijo a El Espectador que, en efecto, no tienen visibilidad estadística, “no sabemos a ciencia cierta cuántos hay. Esta es una de las características de los grupos excluidos: que también están excluidos de las estadísticas”.
Habitar la calle
Detrás de cada persona sin hogar, casi siempre, hay una historia de abandono social. Chantal hace parte del 1,1 % de habitantes de calle con orientación sexual diversa, aunque esta cifra seguro ya aumentó. Es de Chinchiná (Caldas) y recuerda cómo, cuando tenía 15 años, su familia la rechazó cuando supo que le gustaban los hombres. Al final de las peleas y golpizas de su padre, se escapó con la amante de él y un $1 millón que le robó. La mujer le ofreció trabajo prostituyéndose en Chapinero. “El nombre del barrio me gustó”, recuerda.
Para Víctor la cuestión fue diferente, pero tuvo el mismo patrón de abandono: tenía nueve años cuando su madre, trabajadora del Ministerio de Relaciones Exteriores, se fue a España. “Me dejó con una hermana que estaba recién enamorada. Por un error mío, me sacó a la calle. Fui a parar al Parque de los Periodistas, en la “camada de los gamines”, como le decían en ese tiempo. Nos tapábamos con hojas de periódico. Era a piso limpio”. Así estuvo siete años.
El fenómeno es, entonces, multicausal, como piensa Nilson Gutiérrez, coordinador del hogar de paso Los Mártires. Apunta que al habitante de calle suelen reducirlo solo a eso. O, más generalizado, un sinónimo de delincuencia, drogadicción, basura... “Se suele pensar que llegan a esa situación porque se les dio la gana, porque son drogadictos, ladrones. Es la forma simple de juzgarlos y sustentar que no merecen una oportunidad. Pero no es así de sencillo, ellos tienen una historia difícil. Son víctimas de varios tipos de violencia, recursos escasos y carentes de redes de apoyo. Muchos arrastran la historia de lo que vivieron como un reflejo de su acontecer actual”.
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Este año la Secretaría de Integración se propuso entender el problema. En parte, porque después de la pandemia las dinámicas cambiaron. Se empezaron a registrar más casos de personas habitantes de calle LGBTIQ+ y migrantes. “Debemos entender bien cuáles han sido los detonantes. El censo anterior nos decía que los principales factores eran el consumo de sustancias psicoactivas o la violencia en el contexto familiar. Con el nuevo censo queremos confirmar esto y entenderlo mejor. No solo contarlos”, agregó Angulo.
Combatir la exclusión
En la vida de Chantal han pasado varios personajes que han marcado su trasegar entre la calle, el pagadiario, los hogares de paso y la calle otra vez, a pesar de que no consumía drogas, aparte del alcohol. Cuando la acogieron en Chapinero, vivió de la prostitución. Tuvo una amiga italiana que se hacía llamar Chantal, nombre que ella adoptó luego de ver cómo mataron a una matrona en una panadería del barrio Santa Fe. “Me volví alcohólica. Elegía dormir en la calle sin comer. Nunca me gustó reciclar, ni mendigar nada”. Vendió tintos y cigarrillos en las afueras del Archivo General, con una vendedora que la ayudó.
A Víctor Manuel le tocó adoptar las costumbres y leyes de la calle. Incluso, ahora que cursa programas en “Todos a la U”, dice que ha sido complicado quitarle lo “violento”, como si todo lo vivido se hubiese instaurado como un reflejo de aquellos días. La exclusión la sintió en todos los niveles: “Mis hermanas y mi madre me alejaban, me humillaban y me llenaban de rencor contra la sociedad. La sociedad no me daba ni un pan, entonces debía robar”, añade. Solo el 5,7 % de personas en condición de calle se dedican al hurto como actividad de sustento.
La tarea de esta administración es grande. Solo este año ya han atendido a más de 2.538 personas en estas condiciones. La capital cuenta con un andamiaje de atención que les permite rehabilitarse, en un programa por etapas, iniciando en los hogares de paso, luego un proceso de salud integral, y finalmente una comunidad de vida, donde los orientan en educación y trabajo. La apuesta, sin embargo, está en mejorar los servicios y ampliarlos.
“La cantidad de servicios que ofrecemos son insuficientes. En nuestro diagnóstico hemos reconocido que estamos desbordados. Con este contexto, si seguimos así, no podremos solucionar el fenómeno. Y con solucionarlo nos referimos a contener el crecimiento y mostrar reducción. Por esto, planteamos un derrotero en el Plan de Desarrollo”, indicó el secretario de Integración Social.
El borrador del Plan de Desarrollo incluye el programa “Reducción de formas extremas de exclusión”, que aborda atención y prevención para la población habitante de calle o en riesgo de estarlo, así como para personas que viven en pagadiarios, población poco estudiada, que está en gran riesgo de habitabilidad en calle. La meta es, en el cuatrienio, habilitar ocho espacios de atención y robustecer los que existen.
Mientras Chantal quiere aprender algún arte para avanzar en su proceso, pues su cuerpo reconoce que está cansada de la calle. “No se puede vivir así toda la vida”, confiesa. Víctor Manuel está a un mes de “graduarse” del proceso con la Secretaría de Integración Social. Luego, afirma, empieza su verdadero proceso, de conseguir su sustento. “Hay que buscar el cambio. La sociedad no cree que podamos salir de la calle, de la droga. Cada día muere una familia y nace un drogadicto, pero siempre pensaré que Dios me sacó de lo más vil y menospreciado del mundo para avergonzar al sabio y al fuerte”.
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