Historias de caminantes se cruzan en Vía Esperanza, un peculiar punto humanitario
Así es una mañana en el punto de atención a caminantes que atraviesan el país en busca de otros caminos y que ha atendido a más de 42.000 personas en cinco años. Migrantes y colombianos encuentran un lugar donde reposar y tomar agua para continuar a sus inciertos destinos.
Juan Camilo Parra
Son las 8:00 de la mañana del lunes. El sol resplandeciente parece batallar contra el frío helado que atraviesa las pieles de los primeros caminantes que se aproximan a descansar al punto humanitario, ubicado a 10 kilómetros de Soacha, en el peaje Chusacá. Algunos, como la familia Pérez, llegaron demasiado tarde el día anterior y pasaron la noche en medio del helaje y lo que casi todos los caminantes llaman “el asedio de los barristas”. La familia conformada por Mercedes, Frank y sus tres hijos, de 5, 7 y 14 años, amaneció en un pastizal, acurrucados, a la espera de que el sol saliera, para poder acceder a la guía y el agua fresca que les dijeron encontrarían en una pequeña estructura blanca con letrero azul que anuncia Vía Esperanza.
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Son las 8:00 de la mañana del lunes. El sol resplandeciente parece batallar contra el frío helado que atraviesa las pieles de los primeros caminantes que se aproximan a descansar al punto humanitario, ubicado a 10 kilómetros de Soacha, en el peaje Chusacá. Algunos, como la familia Pérez, llegaron demasiado tarde el día anterior y pasaron la noche en medio del helaje y lo que casi todos los caminantes llaman “el asedio de los barristas”. La familia conformada por Mercedes, Frank y sus tres hijos, de 5, 7 y 14 años, amaneció en un pastizal, acurrucados, a la espera de que el sol saliera, para poder acceder a la guía y el agua fresca que les dijeron encontrarían en una pequeña estructura blanca con letrero azul que anuncia Vía Esperanza.
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Como si se dirigieran al paraíso, la familia Pérez se acercó al punto donde se encontraba Alexandra Álvarez, directora social de la concesión Vía Sumapaz, quien los recibió con tinto caliente. Tras un afable saludo, la familia dijo: “Vamos a Ecuador”, y se adentraron al punto de reposo, a liberarse del yugo que carga el cuerpo tras cuatro días de caminar desde Arauca hasta el punto en Chusacá. La directora social remarca que Ecuador, Perú, Manizales y Huila son algunos de los destinos más frecuentes de los caminantes.
Mercedes sienta al niño que llevaba en brazos y descarga una de sus dos maletas. Conoció a Frank en Arauca hace unos años. Ella salió de Venezuela en 2014 y él en 2016. “En Quito conocemos a personas que nos pueden ayudar. Esperamos conseguir trabajo”, relata, ahuyentando el sereno con el humo del tinto caliente. Al hablar de por qué la familia entera salió de Arauca, cuenta, ya no tenían trabajo. “Hay demasiado refugio venezolano y no hay espacio para nosotros. Por eso decidimos salir con los niños”.
La directora social de la Concesión Vía Sumapaz recuerda que durante el éxodo masivo de venezolanos, que pasaban por oleadas a pie y escondidos en tractomulas, fue que decidieron responder con un punto humanitario. “Comenzó con una carpa blanca. Les dábamos el tinto, agua fresca, posibilidad de un baño y unos kits para continuar su viaje”. Ella reconoce que el punto no se pensó como algo permanente.
Incluso, había la impresión de que si en Venezuela ganaba la oposición a Nicolás Maduro, lo más factible era que Vía Esperanza tuviera sus días contados. Hoy día el punto opera en una estructura de cemento y ha ampliado los servicios, en alianza estratégica con organizaciones como la Cruz Roja Colombiana, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), World Visión y el Servicio Jesuita a Refugiados.
Camino al andar
Detrás de la familia Pérez llegan los esposos, de 30 y 34 años, Betania Quintero y Adrián Riveros, quienes salieron de Venezuela hace 10 años. Curiosamente, mientras los Pérez van hacia Quito, esta pareja viene de allí para buscar mejor vida en Bogotá. Después de un largo trasegar de seis días, montados en camiones, durmiendo a la intemperie, “es un alivio poder hablar con alguien”, les resuelva dudas y probar ese tinto caliente, tan apetecido por todos. Son solo ellos dos: viajan sin hijos. Cuando el sol salía, una mula los dejó atrás del peaje Chusacá, indicándoles que allí estaba el punto de reposo, donde podrían descansar.
“La verdad, íbamos para Bucaramanga, pero nos decidimos ahora por Bogotá, porque nos informan que hay más oportunidad de trabajo”, cuenta Betania, y agrega que el frío y el hambre han marcado los seis días de viaje. La pareja resalta que en su vida de viajeros rebuscadores ahora “ya no ayudan como antes. Son pocos los que te dan un aventón”.
Para el consorcio tampoco ha sido fácil generar los mecanismos para orientar de la mejor manera a los caminantes. “En un inicio llegaban pacientes de psiquiátricos, que se escapaban e iban a sus regiones con sus familias. También los atendimos, así como a las familias o jóvenes que en pandemia se tuvieron que devolver casi que a pie a sus ciudades, porque ya no tenían nada en donde estaban”, añade la directora social.
Dentro del kit que se les entrega hay brazaletes reflectores, para que no pasen inadvertidos en la vía; un mapa de Colombia, con el que se pueden ubicar, y una guía de prevención de peligros en la que hay definiciones y dialectos propios del país, que muchos extranjeros no entienden. Llama la atención que uno de los aspectos de la guía son los significados de los colores de las camisetas de los equipos de fútbol colombianos. De hecho, una de las primeras recomendaciones es evitar usar chaquetas o prendas azules, rojas o verdes, ya que uno de los miedos que todos padecen en el camino es uno muy claro: encontrarse con barristas.
“Hay una cantidad inmensa de hinchas viajeros que se van de ciudad en ciudad, a veces, por partidos, otros simplemente de maña. No les importa a veces agredir a los caminantes, incluso en presencia de niños”, cuenta Álvarez.
Betania y Adrián cuentan que se salvaron de una arremetida con hinchas. “Ayer nos encontramos con tres hinchas cuando viajamos en una ‘mula’ en Cajamarca. El mulero los alcanzó a bajar y ellos se fueron achantados diciendo que habían perdido la oportunidad de robarnos. Ellos ven a los caminantes como bolsas de dinero por saquear”.
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No todos son extranjeros
Sobre las 10:00 a.m., en el punto de reposo, hay cerca de cuatro familias, algunas parejas y uno que otro caminante que va solo. En total, unas 30 personas pasan una mañana por aquí. Pero hay días en los que puede que no pasen más de cinco. Tras las polémicas elecciones en Venezuela, el flujo ha incrementado ligeramente. El sol sigue picante sobre las cabezas de Mónica Alejandra, de 18 años, y su pequeña bebé de dos años, que carga en sus brazos. A un lado viene el papá de la niña, Yeison. Son huilenses, pero su viaje parece consistir en lo mismo que los demás: buscar un porvenir para sus familias. “Salimos de Neiva buscando trabajo y terminamos en Putumayo, en una finca. Todo muy precario y un señor nos habló de otro trabajo en Villavicencio. Nos fuimos en mula, pero allá nos dimos cuenta de que era puro cuento. Tuvimos que volver a tomar camino hasta que dimos con este punto, donde, gracias a Dios, podemos descansar”, cuenta Mónica, quien añade que volverá a Huila, donde al menos conocen más personas.
Desde la apertura de Vía Esperanza, hasta el mes de abril de 2024, la concesión y sus aliados han prestado apoyo a más de 42.000 personas, de las cuales 20.093 han sido hombres y 12.485 mujeres. Además, se han asistido a 786 mujeres en estado de gestación, 1.373 menores sin acompañante, 958 mascotas y 320 personas con alguna discapacidad o con heridas de consideración. Mediante el programa Vía Esperanza se pudo identificar que 1.085, 1.033 y 365 migrantes buscaban llegar a Ecuador, Perú y Chile, siendo estos países los destinos de mayor preferencia.
Quienes paran en Vía Esperanza, sin embargo, no pueden quedarse mucho tiempo. El punto tiene que prepararse para atender a más familias. Pero siempre queda una nostalgia o el eco de la risa de uno de los niños esparcida por el espacio, cuando cada grupo se pone las maletas al hombro, carga a sus bebés y arranca nuevamente a paso controlado, avistando si por el camino viene alguna ‘mula’. Solo hace falta caminar con el dedo afuera, la esperanza amarrada al pecho y la otra mano cubriéndose del impetuoso rayo de sol.
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