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Era miércoles, 7 de agosto del año 2002, y el centro de Bogotá estaba particularmente atiborrado, para ser un día festivo. En el Congreso de la República, el entonces presidente electo de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, pronunciaba su discurso de posesión, pero sus palabras de júbilo fueron abruptamente interrumpidas por un estruendo, que hizo retumbar las paredes del capitolio. Era el sonido una explosión, que provenía de la tristemente recordada “Calle del Cartucho”.
Se trató de un ataque terrorista, atribuido a la guerrilla de las Farc. Esa día lanzaron 14 proyectiles, de 120 milímetros, denominados cohetes o “Rockets”, que impactaron en múltiples objetivos: cerca al recinto del Congreso, a la Casa de Nariño, a la zona comercial del barrio San Victorino y en aquella deprimente calle, donde generaciones de bogotanos se perdieron entre la drogadicción, la delincuencia y la miseria.
Las detonaciones causaron la muerte de 17 personas y dejaron gravemente heridas a otras 67. Muchas de las víctimas eran personas que vivían en condición de calle, mal llamadas en aquella época, por algunos, como “desechables”. Y fue justo esta denominación clasista y excluyente la que marcó la disposición final de sus cadáveres, pues a la mayoría los llevaron sin identificar al Instituto de Medicina Legal y luego los enterraron en fosas colectivas, de la capital colombiana.
Miguel Ángel Calderón, hoy con 65 años, vivió durante cinco décadas en la calle – especialmente en la del Cartucho – y aquella tarde se encontraba a pocos metros del sector, hablando con una vendedora ambulante, cuando fue sorprendido por la explosión de los cohetes: “Fue como a las 3:00 p.m. Después del bombazo, salí corriendo por la (Avenida) Caracas hacia el sur, como hacia el barrio San Bernardo. Desde ahí vi como cerraron todo el sector y se llenó de policías, el F2 (inteligencia) y los militares. Salía muchísimo humo desde El Cartucho, desde donde se escuchaban gritos de personas pidiendo ayuda.”, recuerda.
Hoy don Miguel vive bajo un techo cálido, gracias al programa de atención sociosanitaria para habitantes de calle, administrado por la secretaría de Integración Social. Este techo es el del Centro Balcanes, una modesta casa ubicada en el barrio La María, en la localidad de San Cristóbal. Como él, una docena de personas, que deambulaban por El Cartucho ese fatídico 7 de agosto, lograron sobrevivir, tras llegar a este hogar transitorio. Otros, como el mejor amigo de Miguel, no tuvieron tanta suerte.
“Allí murió un gran hombre, al que consideraba mi hermano: “El Mico”. Caminamos juntos las calles por muchos años. Unas horas después del atentado, un conocido me confirmó haber visto su cuerpo, cuando lo trasladaban a Medicina Legal. Eso fue devastador para mí. Muy doloroso”, cuenta.
Una historia similar cuenta José Luis Beltrán, de 55 años, quien pasó los últimos 30 en condición de calle. Aunque no se encontraba presente en el momento del atentado, también perdió a un ser querido, conocido como “Conejo”.
“Él era muy dicharachero, muy alegre; nos amenizaba las noches frías con sus historias de la calle. ‘Conejo’ era como uno de esos ladrones de las películas: un carterista, es cierto, pero buena persona. Era mi amigo”, explica con una sonrisa truncada por la melancolía, mientras observa las fotografías de sus antiguos compañeros de calle, que hacen parte de la exposición “Rememorando Mi Territorio”, que rinde homenaje a las víctimas de la tragedia.
“Cuando fui a buscar a Conejo, los pedazos de cuerpos estaban regados por todas partes: aparecían cadáveres tirados en la calle. Nunca supe donde fue a parar su cuerpo, pero lo cierto es que el “roquetazo” lo mató”, explicó Jose Luis.
Las historias de los habitantes de calle y sus seres queridos hacen parte de la conmemoración de los 20 años del siniestro, organizada por la alcaldía de San Cristóbal. Según el mandatario local, Juan Carlos Triana, este ejercicio de memoria es importante, porque hace parte de una legítima restitución histórica.
“Por primera vez una alcaldía en Bogotá implementa una estrategia integral de memoria y patrimonio, que se preocupe por la preservación de historia de una localidad. Aunque los hechos sucedieron en Santa Fe, quienes lo vivieron hoy hacen parte de San Cristóbal y son nuestra memoria viva”, comentó el mandatario. El evento, programado para este 19 de agosto, incluye la proyección de un documental histórico sobre la tragedia, una ceremonia eucarística, muestras de arte y otras actividades relacionadas.
Don Miguel se mostró agradecido con la iniciativa: “Es importante recordarlos, porque son nuestros muertos: porque esas personas hicieron parte de nuestras vidas y eran de carne y hueso. Muchos no tenían familia ni a nadie en este mundo y terminaron enterrados quién sabe dónde. Luego simplemente pusieron un parque sobre el lugar donde murieron y ni siquiera instalaron una placa memorial o algo. No eran basura: eran personas y merecen nuestro respeto”, puntualizó.
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