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El acoso en los colegios de Bogotá parece ser una situación difícil de contener. En las últimas semanas, un estudiante de 11 años habría sido agredido sexualmente por compañeros de un curso superior, en una institución de la localidad de Engativá. El hecho se suma a las 163 investigaciones que se adelantan, según la Secretaría de Educación, por violencia sexual en entornos escolares. Lo particular de este caso es que, al parecer, comenzó como acoso escolar y terminó en una agresión sexual. La duda que surge es: ¿cómo garantizar entornos seguros?
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La frecuencia de estos hechos ha llevado a que padres de familia, docentes y directivos cuestionen la efectividad de las acciones de prevención en las instituciones, en especial ahora que, con el retorno a la presencialidad, la atención ha vuelto sobre los casos de acoso y matoneo en planteles educativos. No obstante, algunos no se han quedado en las críticas. La preocupación ha dado pie a iniciativas para hacerle frente al problema. El Sello Sergio Urrego es una de ellas, el cual busca certificar instituciones antibullying.
El panorama
Según el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE), de la Pontificia Universidad Javeriana, Colombia es el segundo país con mayor nivel de bullying escolar en Latinoamérica, tras revelar que el 32 % de los estudiantes dijeron haber sido víctimas de acoso. Por su parte, el informe del Índice de Exposición al Bullying, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), indica que la media nacional es 10 % más alta que en Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, México, Panamá, Perú y Uruguay.
Frente a esta problemática, desde la Fundación Sergio Urrego surgió la idea de garantizar que las aulas sean “espacios seguros para ser”. Así lo describe Alba Reyes, su fundadora y directora, quien desde el suicidio de su hijo (víctima del acoso escolar) se ha dedicado a combatir este flagelo. “A pesar de que sufrí en carne propia lo que pasó con Sergio, analicé las medidas tomadas en Suiza y Finlandia, para orientar a las instituciones en prevención del bullying y la discriminación”, afirma.
Se trata del Sello Sergio Urrego, estrategia que busca acompañar a los colegios brindando información y capacitaciones, para garantizar ámbitos escolares inclusivos, pacíficos y diversos, que prevengan el suicidio, la discriminación y el acoso. El proceso para obtener la certificación tiene tres etapas, que empiezan con el análisis del clima escolar, de las acciones de prevención, del manual de convivencia y de las rutas de atención.
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Luego viene la formación, con talleres sobre igualdad, inclusión y diversidad, género e identidades, derechos sexuales y reproductivos, salud mental y prevención del suicidio. Según Reyes, a las jornadas asisten directivos, docentes, estudiantes y padres. Finalmente, una empresa externa hace una auditoría para verificar el proceso y los protocolos de los colegios, para certificarse como espacios libres de discriminación y exclusión.
A la fecha, casi 30 planteles educativos en la capital han manifestado interés para vincularse al proceso. Sin embargo, una de las limitantes son los recursos necesarios para hacerlo. Las asesorías para adquirir el sello cuestan en promedio $18 millones, que deben cubrir desde la organización, con ayuda de donaciones y aportes de los colegios.
Por ahora, solo el Colegio Stephen Hawking y el Liceo Normandía cuentan con el sello, que los identifica como espacios libres de prejuicios. De acuerdo con Olga Jankovich, representante del Liceo Normandía (institución privada, con 185 estudiantes), “el proceso permitió mejorar el bienestar de los alumnos, realizando ajustes como tener un baño sin género y definir un protocolo en caso de que un menor se identifique como trans y no quiera ser llamado con su nombre de pila”.
Botiquín “antibullying”
Pero no únicamente esta fundación trabaja por liberar a las instituciones del acoso. Desde el Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Bogotá (CCB) se lanzó el “Botiquín para prevenir y acompañar los casos de bullying y ciberbullying”, herramienta de primeros auxilios, con material pedagógico y didáctico, para la prevención e identificación de alertas.
“El programa busca que los estudiantes aprendan a solucionar, desde edades tempranas, sus conflictos y eviten agresiones físicas y verbales. Así se logra que el conflicto no escale a instancias como el acoso escolar”, expone Patricia Rico, jefa de Convivencia Estudiantil de la CCB.
Este tipo de iniciativas se suman a lo estipulado en el Código de Infancia y Adolescencia, que establece que los colegios deben respetar la dignidad de los estudiantes, formándolos en habilidades como aceptación y tolerancia, para reducir los actos de discriminación. Estas estrategias aportan a la garantía de infancias y adolescencias libres, para explorar y vivir a plenitud su personalidad en entornos que no los violenten por ser sí mismos.
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