Jerónimo Angulo: hubo señales de peligro, pero “ya era muy tarde”
Hay luto en Fusagasugá por la muerte de Jerónimo, de tres años. El Espectador recorrió el lugar y habló con el vecindario donde creció el pequeño. El sentimiento es de impotencia y dolor.
Juan Camilo Parra
En las principales papelerías de Fusagasugá se agotó la cinta blanca. Con ella adornaron cientos de carros y casas del barrio Carlos Lleras, en memoria de Jerónimo Angulo Arcila, el nuevo rostro de la violencia infantil en Colombia. En las avenidas, los vehículos pitan, mientras que en la calle 4 norte con carrera 2, donde vivía el pequeño, hay un profundo silencio. En la puerta de la casa gris con marcos rosados, donde vivió el niño, se exhiben cintas blancas, y en los rostros de los vecinos, desolación.
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En las principales papelerías de Fusagasugá se agotó la cinta blanca. Con ella adornaron cientos de carros y casas del barrio Carlos Lleras, en memoria de Jerónimo Angulo Arcila, el nuevo rostro de la violencia infantil en Colombia. En las avenidas, los vehículos pitan, mientras que en la calle 4 norte con carrera 2, donde vivía el pequeño, hay un profundo silencio. En la puerta de la casa gris con marcos rosados, donde vivió el niño, se exhiben cintas blancas, y en los rostros de los vecinos, desolación.
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La soledad en la cuadra contrasta con la agitación que se vivió entre el martes 5 de marzo y miércoles 6. Las vecinas cuentan estremecidas cómo Giovani Andrés Díaz, padrastro del menor, fue el primero en gritar “¡Jerónimo!”, llamando la atención, para que así salieran a buscarlo. Es el mismo hombre al que, a las afueras de la Fiscalía Fusagasugá, los habitantes le gritaban: “¡Justicia! ¡Culpable!”, justo cuando el CTI lo trasladaba en una camioneta, escoltada por militares, a una cárcel, mientras avanza su judicialización.
“Ya era muy tarde”
Aura Zapata lleva 31 años viviendo en el Carlos Lleras. Cuenta lo “tonta” que se sintió al saber de la captura de Díaz, siendo que ella lo acompañó, megáfono en mano, a buscar al pequeño. “Era tarde para hacer algo y no lo sabíamos, hasta que nos dieron la noticia de que lo habían encontrado en una bolsa. Pero era ya tarde desde antes que desapareciera. Nos preguntamos constantemente, ¿cómo no nos dimos cuenta?”, se cuestiona Aura en conversación con El Espectador.
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En el barrio hay impotencia. Nadie pensó que el padrastro estuviese implicado. Coinciden en que el hombre, padre de cinco hijos que tuvo con Érika Arcila, llegó al barrio en noviembre de 2023, en un intento por regresar con ella. Cuentan que a duras penas contestaba el saludo. Lo veían de pie, frente a la puerta, con los niños. Por su parte, a Érika la describen como una mujer trabajadora. El día de la desaparición la vieron llegar corriendo, con su uniforme de la empresa Vía 40, creyendo que lo que le decían era mentira.
“Ella hace todo por mantener bien a sus niños y trabaja en lo que le salga. Trabajó incluso en construcción. Una madre que se mataba por sus niños y le tocó vivir esta tragedia”. Lastimosamente, intentó darles un papá y resultó siendo un error, pero esto una nunca lo sabe a ciencia cierta, dice Zapata.
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Cuando Érika habló con El Espectador, horas antes del fatal hallazgo, su voz temblorosa contaba cómo su pareja le dijo que el niño se perdió, mientras él iba por un helado para la niña mayor y unos chorizos. Jerónimo, el menor de los seis niños, era el único que no tenía la sangre de Díaz. Mientras su mamá trabajaba, él lo cuidaba. Dicen que hubo señales de alerta, pero nada concluyente, como para pensar que terminaría así. Delio Cruz, por ejemplo, quien habita a un lado de la casa “donde sucedió lo inimaginable”, y para quien Jerónimo era casi otro nieto más, contó una escena que ahora cobra sentido para sí mismo: “El niño salió con moretones un día. Le pregunté al padrastro y me dijo que se había caído”. Era una familia humilde, cuando podíamos les regalábamos ropita a los niños.
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Captura
Liliana Aya, también vecina de toda la vida, contiene las lágrimas tratando de entender la situación. Sus niños jugaban con Jerónimo y lo que más recuerda es su sonrisa. El día de la desaparición, Díaz afirmó que el niño estaba jugando con uno de los hijos de Liliana. El testimonio del pequeño y la presión de ver a medio municipio buscando a Jerónimo le tumbó la coartada. El hombre insistía en que Jerónimo estaba jugando con otro niño y decía: “¿Cierto que estabas jugando con él?”, pero el niño lo negó al menos tres veces. “Jerónimo no estaba”, señalan que repetía el niño.
Quizá fue el verse acorralado o ver cómo al Gaula Militar revisaba las cámaras de seguridad del barrio que Díaz se acabó quebrando y guió a las autoridades al vivero Santa Matilde, en la vereda El Jordán, sitio donde arrojó el cuerpo, envuelto en una bolsa verde. Al escuchar su declaración, en caravana las autoridades tomaron el camino por la vía a Sibaté. El mismo que Giovanny Díaz recorrió solo y a pie, por media hora y con un sol punzante sobre su cabeza. El mismo que quedó registrado en algunas cámaras, que evidenciaron cuando llevaba al hombro la bolsa verde. Su cuerpecito lo dejó cerca de unos escombros, dónde Fusagasugá se abre a un imponente paisaje de montañas verdes.
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A Díaz le vieron llorando cuando buscaba a Jerónimo. Gritó por cada cuadra del Carlos Lleras. Pero cuando confesó, los gritos ahora eran contra él. Tanto así, que su custodia tuvo que ser apresurada ante el peligro de que fuera agredido de muerte por la comunidad. A la mañana siguiente lo escoltaron en un camión hacia una guarnición militar, donde continuará su proceso de judicialización por la muerte del pequeño, cuyas causas de fallecimiento, siguen siendo analizadas por Medicina Legal.
“El CTI de la Fiscalía, en articulación con el Gaula Militar y la Policía, capturaron al padrastro del menor de edad que fue encontrado sin vida en la vereda La Aguadita, en Fusagasugá. El niño había sido reportado como desaparecido el pasado 5 de marzo en ese municipio, e inmediatamente la Fiscalía activó el Mecanismo de Búsqueda Urgente. Esta persona será presentada ante un juez de garantías y deberá responder como presunto responsable del delito de homicidio agravado”, indicó el ente investigador.
Luto
En 15 años el barrio Carlos Lleras no vivía una tragedia así, desde el crimen de un menor, de 14. Ayer la comunidad decoró la cuadra con cintas blancas y prendieron velas para homenajear al pequeño y dejar un precedente de que lo que sucedió no puede ocurrir de nuevo, ni siquiera en los próximos 14 años. Aura Zapata estaba desilusionada de la humanidad, como dice al preguntarle qué sentimiento queda después de la tormenta. “Lastimosamente esta historia la vivirá en otro lugar, otra familia lo contará en noticias, otro grupo social se verá afectado. Nuestra generación no aprendió a cuidar a los niños”, asegura entre lágrimas y negándose a mirar hacia la casa gris de marcos rosados”.
Nombres como Jerónimo Angulo Arcila; Dilan Santiago Castro, de dos años, quien fue hallado sin vida sobre un cultivo de papa; Yenrri Josues Cabrales, niño autista de cinco años, muerto en un caño; Gabriel Esteban Cubillos, asesinado por su padre en Melgar; Sara Sofía Galván, de dos años, de quien nunca se halló rastro, son nombres que no pueden ser olvidados. Tampoco que en la mayoría de casos un acudiente estaba a su cuidado. En tres de ellos el padre o padrastro estuvo implicado en su muerte, dejando en tela de juicio la problemática de la violencia vicaria, en la cual los agresores instrumentalizan a los niños para hacerles daño a sus madres. Sobre este tema hay un proyecto de ley en curso en el Congreso, para endurecer las penas y evitar que los niños y las niñas sean usados para estos fines.
Las lágrimas no dejan de brotar en el barrio Carlos Lleras. Los dos escalones que dan a la puerta de la casa de Jerónimo tienen el aire de la ausencia. Allí se sentaba el pequeño. Su semblante lo reemplazan velas y cintas blancas, y las muchas preguntas que su muerte dejó, y ese aire de impotencia que ni siquiera la más implacable justicia podrá borrar de la memoria del barrio, del país.