La Bogotá que se niega a dejar el tapabocas
Poco más de un mes después de haber eliminado el uso obligatorio de tapabocas en la mayoría de espacios públicos, en las calles capitalinas muchos lo siguen utilizando. El Espectador habló con algunos ciudadanos, así como con epidemiólogos sobre su uso.
Fernan Fortich
En las calles aglomeradas de la capital del país, hoy transitan dos tipos de habitantes: los que, con el rostro al viento, celebran la libertad de caminar sin tapabocas y aquellos que lo siguen usando, bien sea por costumbre, temor o simplemente como medida adicional de protección. Ya no hay reclamos públicos exigiendo su uso o las miradas de reproche. Pasó a ser una decisión tan personal, como la costumbre de algunos de llevarlo puesto solo para cubrirse el mentón. Eso sí, casi todos, llevan uno en el bolsillo, “por si las moscas”.
Este es el panorama en la capital, a casi un mes de haber eliminado el uso obligatorio del tapabocas en los espacios públicos (Decreto 173 del 29 de abril de 2022) y en algunos cerrados (como colegios, en donde la medida rige desde el 15 de mayo). La medida rige en las ciudades donde más del 70% de su población cuenta con el esquema completo de vacunación contra el Covid-19. Bogotá, en ese sentido, y de acuerdo con el Vacunómetro de la Secretaría de Salud, superó el límite al llegar al 98% de población inmunizada.
Ahora, las discusiones ya no son en la calle, como solían verse en los momentos más complejos de la pandemia, con denuncias públicas exponiendo a “esos irresponsables, que no pensaban en el bien de la humanidad”. Ahora los debates se trasladaron a las redes sociales, donde algunos siguen pidiendo, al menos, a quienes tengan un mínimo síntoma de enfermedad respiratoria, portarlo para proteger a los demás. Un llamado de atención, razonable, dirían algunos, pero que otros prefieren ignorar. “Es una gripita normal”, dicen ahora.
Sin embargo, vale recordar que hay sitios donde aún es obligatorio portar el tapabocas, como en el transporte público, hogares geriátricos y centros de salud, donde los vigilantes dejaron de ser una talanquera inflexible de ingreso para retomar los buenos modales de sugerir el uso de la prenda. También es obligatorio para meseros, vendedores ambulantes, docentes, o enfermeros, que por sus labores diarias, requieren el contacto permanente con personas, exponiéndolos más a un posible riesgo.
Así, a pesar del regreso paulatino a la normalidad y la extinción de su uso en los espacios sociales de los capitalinos, hay una Bogotá que (por obligación o convicción) se niega a dejar el tapabocas. Los convencidos son una marcada, pero decidida minoría, que se aferran a él sin importar que ahora sea a ellos, a los que miran con expresiones de sorpresa. Su argumento: “la pandemia no se ha ido” o “el virus sigue por ahí”.
“Algunos me preguntan por qué no me le he quitado después de tanto tiempo y les respondo que es para cuidarme a mi misma. Aun así, aquí en el edificio varios se han enfermado de gripa y a mí no me ha pasado nada. Así que prefiero quedarme con él”, cuenta Becenía, una guarda de seguridad, que labora en el centro de la ciudad.
Pero podría ser una sensación normal. Quizá sea las secuelas del miedo en el que vivió la humanidad durante casi dos años, en los que las cifras de ocupación de unidades de cuidados intensivos y las muertes a causa del virus eran la cara visible de un “enemigo invisible”. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la pandemia del Covid-19 dejó como saldó 6,28 millones de muertes en el planeta y en Colombia cerca de 140 mil.
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Pero ahora, es evidente, hay más calma. Los medios dejaron de informar a diario sobre la cantidad de pruebas positivas, de ocupación de hospitales, de las localidades más infectadas, las tasas de contagio y de relatar historias de familias emprobrecidas o que no podían despedir a sus muertos, por cuenta de la emergencia. Ahora, las noticias que llegan son de rebrotes, en ciudades lejanas, como Corea del Sur o Japón; el retorno a la cuarentena estricta, como fue el caso de Shanghái, que después de dos meses de medidas extremas, este miércoles 1 de junio decidió flexibilizar las medidas.
De ahí, para algunos, la precaución. Como lo aseguran Viviana y Juan Pablo, padres de familia de dos niños, quienes como decisión familiar han decidido mantener el uso del tapabocas. “Me parece que sigue siendo necesario. En el otro de lado mundo siguen en cuarentenas. Además, no solo por el Covid- Ayuda a proteger frente a la contaminación del aire, otros tipos de virus, y por proteger a los niños”, dijeron.
No obstante, para los epidemiólogos, la clave es mantener la calma. Aclaran que el repunte en otros países, no significa que un fenómeno similar se vaya a replicar en la capital del país, debido a la impredecibilidad de la enfermedad. “Son tendencias, son como las encuestas presidenciales. Nadie puede saber o predecir el comportamiento real de virus. Lo que se puede decir es que en los últimos días tenemos un pico de enfermedades respiratorias en la capital y el tapabocas podría ayudar a prevenirlo”, manifiesta el doctor Julio Chacón, experto en epidemiología.
El propio ministro de Salud, Fernando Ruiz Gómez, advertía cuando se autorizó levantar el uso obligatorio del tapabocas que la decisión se tomó luego de consultar a “la Sociedad de Pediatría y otras organizaciones científicas, que permitieron llegar a un consenso para tomar la decisión anunciada”. Insistió, sin embargo, en la responsabilidad de los padres frente a la vacunación de los niños.
“No tiene sentido tener unos cursos con tapabocas y otros sin, eso genera discriminación”, puntualizó. El ministro agregó que no había sido una decisión fácil, teniendo en cuenta el pico respiratorio que atraviesa el país. “El tapabocas no es abolido, se elimina el uso obligatorio”, aseguró Ruiz Gómez, dejando claro que si un padre o una madre considera que se debe seguir usando, el niño puede seguir llevando el tapabocas.
Independiente de la situación, algunos ya lo ven como una prenda más, que seguramente se quedará. En especial, para aquellas familias que se convirtió en una necesidad. “Yo lo uso, porque tengo dos enfermedades de base: hipertensión y artritis reumatoidea, y tengo tratamiento y cada año se me hace una especie de quimioterapia. Entonces mejor cuidarme” indica Murcia, que trabaja en un laboratorio médico.
Para otros seguirá siendo una obligación por sus labores de cuidar a personas que están aún en riesgo, como lo señala Margarita, cuidadora de personas mayores. “Entre mis labores está cuidar una señora de 107 años y tengo que cuidarla. Para ella la pandemia no se ha acabado”.
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Como indican algunos epidemiólogos, la pandemia, como ha ocurrido en otros países, acercó a la población general a las medidas de autocuidado. “Si tú ibas antes de la pandemia a países asiáticos, te encontrabas gente utilizando tapabocas en la calle, en los transportes públicos, se había convertido para ellos en una opción luego de haber sufrido dos epidemias que ellos fueron las que vivieron de SARS y MERS”, indica el epidemiólogo Julio Chacón. Por el momento, el emplear el tapabocas continuará siendo una decisión personal de cada capitalino, pero será sin duda una herramienta para evitar futuras pandemias y futuros contagios de virus conocidos, y lo que hay aún por conocer.
Para conocer más noticias de la capital y Cundinamarca, visite la sección Bogotá de El Espectador.
En las calles aglomeradas de la capital del país, hoy transitan dos tipos de habitantes: los que, con el rostro al viento, celebran la libertad de caminar sin tapabocas y aquellos que lo siguen usando, bien sea por costumbre, temor o simplemente como medida adicional de protección. Ya no hay reclamos públicos exigiendo su uso o las miradas de reproche. Pasó a ser una decisión tan personal, como la costumbre de algunos de llevarlo puesto solo para cubrirse el mentón. Eso sí, casi todos, llevan uno en el bolsillo, “por si las moscas”.
Este es el panorama en la capital, a casi un mes de haber eliminado el uso obligatorio del tapabocas en los espacios públicos (Decreto 173 del 29 de abril de 2022) y en algunos cerrados (como colegios, en donde la medida rige desde el 15 de mayo). La medida rige en las ciudades donde más del 70% de su población cuenta con el esquema completo de vacunación contra el Covid-19. Bogotá, en ese sentido, y de acuerdo con el Vacunómetro de la Secretaría de Salud, superó el límite al llegar al 98% de población inmunizada.
Ahora, las discusiones ya no son en la calle, como solían verse en los momentos más complejos de la pandemia, con denuncias públicas exponiendo a “esos irresponsables, que no pensaban en el bien de la humanidad”. Ahora los debates se trasladaron a las redes sociales, donde algunos siguen pidiendo, al menos, a quienes tengan un mínimo síntoma de enfermedad respiratoria, portarlo para proteger a los demás. Un llamado de atención, razonable, dirían algunos, pero que otros prefieren ignorar. “Es una gripita normal”, dicen ahora.
Sin embargo, vale recordar que hay sitios donde aún es obligatorio portar el tapabocas, como en el transporte público, hogares geriátricos y centros de salud, donde los vigilantes dejaron de ser una talanquera inflexible de ingreso para retomar los buenos modales de sugerir el uso de la prenda. También es obligatorio para meseros, vendedores ambulantes, docentes, o enfermeros, que por sus labores diarias, requieren el contacto permanente con personas, exponiéndolos más a un posible riesgo.
Así, a pesar del regreso paulatino a la normalidad y la extinción de su uso en los espacios sociales de los capitalinos, hay una Bogotá que (por obligación o convicción) se niega a dejar el tapabocas. Los convencidos son una marcada, pero decidida minoría, que se aferran a él sin importar que ahora sea a ellos, a los que miran con expresiones de sorpresa. Su argumento: “la pandemia no se ha ido” o “el virus sigue por ahí”.
“Algunos me preguntan por qué no me le he quitado después de tanto tiempo y les respondo que es para cuidarme a mi misma. Aun así, aquí en el edificio varios se han enfermado de gripa y a mí no me ha pasado nada. Así que prefiero quedarme con él”, cuenta Becenía, una guarda de seguridad, que labora en el centro de la ciudad.
Pero podría ser una sensación normal. Quizá sea las secuelas del miedo en el que vivió la humanidad durante casi dos años, en los que las cifras de ocupación de unidades de cuidados intensivos y las muertes a causa del virus eran la cara visible de un “enemigo invisible”. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) la pandemia del Covid-19 dejó como saldó 6,28 millones de muertes en el planeta y en Colombia cerca de 140 mil.
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Pero ahora, es evidente, hay más calma. Los medios dejaron de informar a diario sobre la cantidad de pruebas positivas, de ocupación de hospitales, de las localidades más infectadas, las tasas de contagio y de relatar historias de familias emprobrecidas o que no podían despedir a sus muertos, por cuenta de la emergencia. Ahora, las noticias que llegan son de rebrotes, en ciudades lejanas, como Corea del Sur o Japón; el retorno a la cuarentena estricta, como fue el caso de Shanghái, que después de dos meses de medidas extremas, este miércoles 1 de junio decidió flexibilizar las medidas.
De ahí, para algunos, la precaución. Como lo aseguran Viviana y Juan Pablo, padres de familia de dos niños, quienes como decisión familiar han decidido mantener el uso del tapabocas. “Me parece que sigue siendo necesario. En el otro de lado mundo siguen en cuarentenas. Además, no solo por el Covid- Ayuda a proteger frente a la contaminación del aire, otros tipos de virus, y por proteger a los niños”, dijeron.
No obstante, para los epidemiólogos, la clave es mantener la calma. Aclaran que el repunte en otros países, no significa que un fenómeno similar se vaya a replicar en la capital del país, debido a la impredecibilidad de la enfermedad. “Son tendencias, son como las encuestas presidenciales. Nadie puede saber o predecir el comportamiento real de virus. Lo que se puede decir es que en los últimos días tenemos un pico de enfermedades respiratorias en la capital y el tapabocas podría ayudar a prevenirlo”, manifiesta el doctor Julio Chacón, experto en epidemiología.
El propio ministro de Salud, Fernando Ruiz Gómez, advertía cuando se autorizó levantar el uso obligatorio del tapabocas que la decisión se tomó luego de consultar a “la Sociedad de Pediatría y otras organizaciones científicas, que permitieron llegar a un consenso para tomar la decisión anunciada”. Insistió, sin embargo, en la responsabilidad de los padres frente a la vacunación de los niños.
“No tiene sentido tener unos cursos con tapabocas y otros sin, eso genera discriminación”, puntualizó. El ministro agregó que no había sido una decisión fácil, teniendo en cuenta el pico respiratorio que atraviesa el país. “El tapabocas no es abolido, se elimina el uso obligatorio”, aseguró Ruiz Gómez, dejando claro que si un padre o una madre considera que se debe seguir usando, el niño puede seguir llevando el tapabocas.
Independiente de la situación, algunos ya lo ven como una prenda más, que seguramente se quedará. En especial, para aquellas familias que se convirtió en una necesidad. “Yo lo uso, porque tengo dos enfermedades de base: hipertensión y artritis reumatoidea, y tengo tratamiento y cada año se me hace una especie de quimioterapia. Entonces mejor cuidarme” indica Murcia, que trabaja en un laboratorio médico.
Para otros seguirá siendo una obligación por sus labores de cuidar a personas que están aún en riesgo, como lo señala Margarita, cuidadora de personas mayores. “Entre mis labores está cuidar una señora de 107 años y tengo que cuidarla. Para ella la pandemia no se ha acabado”.
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Como indican algunos epidemiólogos, la pandemia, como ha ocurrido en otros países, acercó a la población general a las medidas de autocuidado. “Si tú ibas antes de la pandemia a países asiáticos, te encontrabas gente utilizando tapabocas en la calle, en los transportes públicos, se había convertido para ellos en una opción luego de haber sufrido dos epidemias que ellos fueron las que vivieron de SARS y MERS”, indica el epidemiólogo Julio Chacón. Por el momento, el emplear el tapabocas continuará siendo una decisión personal de cada capitalino, pero será sin duda una herramienta para evitar futuras pandemias y futuros contagios de virus conocidos, y lo que hay aún por conocer.
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