La equipajera de El Dorado
Este año, la Asociación Nacional de Equipajeros de Aeropuertos y Terminales Aéreos cumple su aniversario 74. Son 540 sus miembros en todo el país y 160 en Bogotá. Entre ellos está Maribel Pérez, la primera mujer que trabajó en esta ciudad.
Redacción Bogotá
El pelo, teñido de rubio, se convirtió en todo un problema cuando decidió trabajar como equipajera. Es tan lacio, largo y suavecito que Maribel Pérez se demora minutos de más intentando recogérselo en una moña, untándose gel para que no se mueva y, después, acomodándose el sombrero que completa el uniforme. En la misma rutina de peinarse y fijarse el cabello lleva un año y tres meses.
Decidió ser equipajera porque su padre, Gabriel Pérez Rivera, ocupó ese puesto durante 28 años en la Asociación Nacional de Equipajeros de Aeropuertos y Terminales Aéreos de Colombia; y es política de la Asociación que los cupos sean heredados por los hijos o los nietos de la familia. Ninguno de los tres hermanos Pérez Rivera aceptó, entonces ella, para no perder la tradición y para acercarse un poquito a su sueño de ser auxiliar de vuelo, dejó el sastre de secretaria y se vistió de pantalón y chaqueta de paño para transportar maletas en el aeropuerto El Dorado. Tenía entonces 27 años.
Ayer por la mañana llevaba un uniforme nuevo, vinotinto. Estaba estrenando porque la Asociación cumplía 74 años de existencia. Más de siete décadas de cargar equipaje; primero sobre la espalda, cuando los maleteros de entonces envolvían en sábanas los baúles y las cajas de los viajeros que llegaban a la Estación de la Sabana, y se los encaramaban al hombro. Después comenzaron a llevar las cargas en carros portaequipajes. Maribel Pérez tomó uno y se dirigió a la entrada de El Dorado.
Un hombre que llegó en una camioneta levantó el brazo y la llamó. “Esa es la señal”, dijo ella. Se acercó, tomó la caja enorme que había en el remolque y la llevó hasta el carrito. El hombre la ayudó. “Es muy común que hagan eso. Creen que no tengo la suficiente fuerza”. Ella ingresó al aeropuerto. El hombre la seguía a un lado. Un fotógrafo los acompañaba, estaba retratando a la primera equipajera que hubo en la ciudad. El hombre se enfureció, “no me tomen fotos o los demando”, gritó con un acento extraño, quizás ecuatoriano. Ella continuó el camino en silencio.
Fueron hasta las taquillas. Maribel Pérez acomodó las maletas en las bandas que transportan el equipaje. Intercambió sonrisas con el hombre de acento raro y salió. Fueron $5.000 de propina. Ella, quien ya ha sorteado a clientes de genio explosivo, le ofreció disculpas por la presencia del fotógrafo. “No importa, el problema es que mi esposa no puede saber que estoy en Colombia”, le respondió el hombre.
“Esas son las historias que me toca vivir aquí”, dijo Maribel Pérez, riéndose todavía, esperando al próximo cliente.
El pelo, teñido de rubio, se convirtió en todo un problema cuando decidió trabajar como equipajera. Es tan lacio, largo y suavecito que Maribel Pérez se demora minutos de más intentando recogérselo en una moña, untándose gel para que no se mueva y, después, acomodándose el sombrero que completa el uniforme. En la misma rutina de peinarse y fijarse el cabello lleva un año y tres meses.
Decidió ser equipajera porque su padre, Gabriel Pérez Rivera, ocupó ese puesto durante 28 años en la Asociación Nacional de Equipajeros de Aeropuertos y Terminales Aéreos de Colombia; y es política de la Asociación que los cupos sean heredados por los hijos o los nietos de la familia. Ninguno de los tres hermanos Pérez Rivera aceptó, entonces ella, para no perder la tradición y para acercarse un poquito a su sueño de ser auxiliar de vuelo, dejó el sastre de secretaria y se vistió de pantalón y chaqueta de paño para transportar maletas en el aeropuerto El Dorado. Tenía entonces 27 años.
Ayer por la mañana llevaba un uniforme nuevo, vinotinto. Estaba estrenando porque la Asociación cumplía 74 años de existencia. Más de siete décadas de cargar equipaje; primero sobre la espalda, cuando los maleteros de entonces envolvían en sábanas los baúles y las cajas de los viajeros que llegaban a la Estación de la Sabana, y se los encaramaban al hombro. Después comenzaron a llevar las cargas en carros portaequipajes. Maribel Pérez tomó uno y se dirigió a la entrada de El Dorado.
Un hombre que llegó en una camioneta levantó el brazo y la llamó. “Esa es la señal”, dijo ella. Se acercó, tomó la caja enorme que había en el remolque y la llevó hasta el carrito. El hombre la ayudó. “Es muy común que hagan eso. Creen que no tengo la suficiente fuerza”. Ella ingresó al aeropuerto. El hombre la seguía a un lado. Un fotógrafo los acompañaba, estaba retratando a la primera equipajera que hubo en la ciudad. El hombre se enfureció, “no me tomen fotos o los demando”, gritó con un acento extraño, quizás ecuatoriano. Ella continuó el camino en silencio.
Fueron hasta las taquillas. Maribel Pérez acomodó las maletas en las bandas que transportan el equipaje. Intercambió sonrisas con el hombre de acento raro y salió. Fueron $5.000 de propina. Ella, quien ya ha sorteado a clientes de genio explosivo, le ofreció disculpas por la presencia del fotógrafo. “No importa, el problema es que mi esposa no puede saber que estoy en Colombia”, le respondió el hombre.
“Esas son las historias que me toca vivir aquí”, dijo Maribel Pérez, riéndose todavía, esperando al próximo cliente.