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La otra Van der Hammen

Mientras en Holanda el consenso permitió consolidar la Reserva Binnenveld, en Bogotá logramos convertir el territorio en una reserva “de mentiritas”, sólo útil para la demagogia electoral.

Brigitte LG Baptiste
15 de septiembre de 2023 - 12:00 a. m.
Reserva Thomas Van Der Hammen.
Reserva Thomas Van Der Hammen.
Foto: Ministerio de ambiente

En esta dimensión del multiverso hay una, entre muchas historias paralelas, que vale la pena revisar esta semana de audiencias públicas sobre el destino socioecológico de la Sabana de Bogotá, con la expectativa de causar una pequeña fractura en la realidad a la que estamos acostumbrados y donde aún llamamos “naturaleza” a 1.400 hectáreas de retórica.

La frustrante experiencia de la Reserva Tomás van der Hammen, asfixiada por los discursos, contrasta con el proceso de construcción colectiva de la Reserva Binnenveld, de sólo 50 hectáreas, pero inmersa en un mosaico de otras áreas “naturales”, que hacen parte de las 2.600 Ha de restauración del cinturón verde de Gelderland, en permanente negociación entre agricultores, urbanistas y autoridades locales y regionales y parte de la estructura ecológica principal nacional y del proyecto europeo Natura 2000.

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Ubicada apenas a unos kilómetros del centro histórico de Wageningen, la iniciativa se ubica en medio de un territorio que el profesor Thomas van der Hammen debió conocer muy bien, y que de seguro le inspiró para hacer la ciencia que hizo, traerla a nuestro país y buscar que se utilizara para el bien común: salvo por las estaciones, las similitudes entre la Sabana de Bogotá y la provincia de Gerderland son impresionantes. En la imagen de satélite se aprecia el paisaje de la región, con sus asentamientos urbanos, el uso agrícola y ganadero, y algunas de las iniciativas de sus habitantes para poner en práctica la visión común, que incita a las personas a intervenir a favor de la conservación porque no plantea su expulsión.

Entre las ciudades de Wageningen y Utrecht, en Holanda, existe una pequeña brecha territorial desde hace siglos, fundamentalmente un pantano excavado por las masas glaciares hace unos cientos de miles de años, que se ha convertido en un territorio especial, si no único, en el planeta. Flanqueado por dos morrenas (las huellas laterales del paso del glaciar: la Utrechtse Heuvelrug y la Veluw, las montañas más altas de los países bajos) el valle está dominado hasta hace pocos años por ganaderías de leche de altísimo rendimiento, productores agrícolas, unos más intensos (e intensivos) que otros, casas rurales y otros tipos de infraestructura. También representa un espacio de conversaciones conflictivas para los pobladores locales, algunos de los cuales han planteado la necesidad de promover un nuevo ciclo de transformación del paisaje, esta vez en favor de la vida silvestre, muy aporreada por las presiones del desarrollo convencional.

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Los autores hablan de “construir naturaleza” de nuevo, y lo vienen haciendo desde hace unos pocos años en un área poco más grande que nuestra reserva bogotana, con la misma convicción de que hay que proveer de hábitat a las especies silvestres que están desapareciendo, a la vez que un espacio de reflexión profunda acerca de la presencia humana en el planeta, marcada en la superficie por la necesidad de habitar con gentileza el territorio, correr con libertad o tal vez solo caminar por unos senderos que permiten compartir nuestra presencia con la de cientos de especies que ya no tenían a dónde ir. Una expresión ética y compasiva de la necesidad de convivir y del avance de la conciencia ambiental, que también decimos tener acá.

El mosaico de áreas verdes en el que se incluye la reserva es un proyecto que vienen desarrollando comunidades agrarias, academia, organizaciones conservacionistas y gobiernos locales para construir un ecosistema silvestre donde las especies nativas tengan una mayor oportunidad de sobrevivir ante las presiones crecientes de la expansión agrícola o urbanística en Holanda, muy similares a las de la Sabana de Bogotá, donde Thomas van der Hammen, ya colombiano, propuso el establecimiento de un cinturón verde para contener expansión desordenada de la ciudad hace más de 20 años, un invento maravilloso que nosotros, los colombianos, logramos rápidamente convertir en un territorio retórico, una reserva “de mentiritas”. Allí, en Wageningen, se estableció mientras, el Fondo para el Paisaje como un mecanismo para incentivar los cambios de uso del suelo…

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Los universos paralelos obligan a comparaciones dolorosas. Mientras la historia del parque Binneveld y las demás reservas integradas en el ordenamiento territorial de la región han implicado la convergencia de voluntades y acuerdos formales entre propietarios desconfiados, planificadores obsesivos, naturalistas místicos, profesores de la universidad agraria más grande del mundo (Wageningen se creó allí por la maravillosa calidad de su suelos, como los nuestros, donde está Tibaitatá/Agrosavia, en Mosquera), grupos religiosos diametralmente opuestos (varias guerras entre católicos y protestantes se libraron allí), acá en Bogotá la agenda solo tiene un punto: sabotearse los unos a los otros.

Como en la triste historia de los cangrejos del balde japonés. Cangrejos sabaneros, imagino, hoy amenazados por las langostillas invasoras… Podrían decirse muchas cosas acerca de quienes o por qué nos saboteamos intensamente, pero basta con citar la propuesta de ordenamiento dictatorial del uso del suelo que acaba de emitir el Ministerio de Agricultura, por ejemplo, que deja un poco en ridículo al de Ambiente y a la CAR, a la ciudad de Bogotá y todos los municipios involucrados en el área metropolitana, y por supuesto, a una ciudadanía que podría sentarse a conversar por las buenas para crear los paisajes del futuro metropolitano, que ni son los de la nostalgia, con zanahorias a $10.000= la unidad, ni los de la especulación inmobiliaria que en otros municipios aledaños sigue causando “volteo de tierras” por corrupción en los concejos municipales y POT amañados. La tentación autoritaria es demasiado grande y las buenas voluntades, como siempre, son ingenieras de los caminos infernales y creen que lo pueden todo, con la excusa de que, si no es así, nada pasa. Y eso que no hay rey hace 200 años.

En Holanda, donde paradójicamente sí hay monarquía, se reflexiona hoy a profundidad acerca del pasado colonialista, la crisis climática y su propia transición agrícola (hay que curar el suelo de la intoxicación de nitrógeno) y energética. En una nación capitalista y de mercado como la que más, pero con una sociedad apasionada por la libertad y la democracia, conflictuada por la sostenibilidad como nosotros, se apuesta a las soluciones, no a los problemas. ¿Será la adrenalina de la independencia bolivariana que aún nos intoxica? Porque el asunto no tiene raíces, la menos directas, en el conflicto armado: Binnenveld vio caer entre el barro al ejército de Luis XIV que venía a imponer orden en la Casa de Orange y lo detuvieron abriendo las compuertas de un dique construido en el siglo 13 y que no supera los 2 m de profundidad, y que era de madera y se manejaba con campesinos y caballos, no computadores. Igualito a nuestro distrito de riego de La Ramada… Siglos después los tanques del ejército nazi quedarían enterrados en los mismos pasos, aunque la llegada del invierno congelara luego las aguas a su favor.

Lo que hoy se restaura allá no es una naturaleza prístina, imposible de definir sin la presencia humana. En Bogotá, tampoco, aunque el mismo presidente Petro dijo en Twitter que la eventual construcción de una vía periférica, la Avenida Boyacá, que implicaría una mínima sustracción a cambio de 60 ha de compensación y otros beneficios, y legalmente aprobada por el Consejo Directivo de la máxima autoridad ambiental, iba a acabar con la van der Hammen por sus efectos en un bosque inexistente, así nuestra reserva se diga “forestal”. Se requiere reconocer la historia para decidir qué crear, que naturaleza fabricar, porque eso es o que hay que hacer, una vez más: construir paisajes.

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En ambos territorios se habla de miles de años de ocupación y transformación del paisaje, pero no más complejas que los de las civilizaciones premuiscas, que hicieron exactamente lo mismo que los dutchlanders pre-europeos: construir canales, diques, hacer terraplenes y sembrar en ellos, vivir sobre palafitos o en las zonas menos inundadas, construir historias sobre su gesta creativa para que las siguientes generaciones valoraran el esfuerzo y vivieran mejor. Recordemos además que todas las casas reales se enfrentaron por controlar los Paises Bajos durante siglos (España también reinó allá, como acá, durante el siglo 16) dada su riqueza agrícola y pesquera y su posición estratégica como puerto: el Rhin desemboca cerca, en Rotterdam, y aún ve entrar el carbón que necesitan los alemanes aguas arriba para no congelarse en invierno.

En el valle del Canal del Grift el tema de la plusvalía de los predios, el pago de impuestos y la justicia ambiental se resolvió a sangre y fuego, como en todas partes, pero luego negociando, de manera que hoy, entre el Estado, inversionistas locales y apoyos privados reunieron recursos para comprar una parte de las tierras, las menos útiles en términos de productividad agropecuaria, y llegaron a acuerdos con los vecinos para definir un plan de manejo donde cada propietario cede algo de su tierra para nuevos usos, incluido el ecoturismo, la observación de aves, los ciclopaseos, la instauración de medidas de conectividad. No sé si paseo de olla.

Hoy también, en Holanda, l@s ecólog@s ayudan a construir una comunidad biológica funcional que no siempre es del agrado de todas las personas, pero que ha sido adoptada por su rigurosidad técnica, no por los expertos espontáneos, y en la que se invierte muchos recursos, pero, sobre todo, donde los proyectos se ejecutan: el parque está convirtiéndose en un humedal producido por decenas de propietarios, pero con una visión compartida. Se presenta como un refugio de biodiversidad sin árboles (cortan y sacan los sauces que insisten en llegar), para las aves migratorias, los peces y lo anfibios endémicos, su biodiversidad.

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Acordaron retirar con maquinaria naranja, muy holandesa (porque no es amarilla) al menos medio metro de suelos muy fértiles, creados por el uso de fertilizantes durante décadas: las especies raras y únicas no necesitan tanto nitrógeno ni fósforo, que está caro y escaso, mientras los vecinos si, de manera que los gestores del área protegida extraen y entregan un metro cuadrado de suelo productivo a los vecinos cultivadores, a cambio de uno de tierra menos apta para el maíz, más para las flores silvestres (no son lobos lo que esperan reintroducir). Se trata de negocios ecosistémicos que para algunos fundamentalistas son inconcebibles, porque en su imaginario las libélulas requerirían licencia de Aerocivil y los curíes, pase y asistencia técnica para encontrar su camino en el paisaje: a la van de Hammen de Bogotá le cortan 2 hectáreas periféricas para una vía que habilita un gigantesco proyecto urbanístico con nuevos estándares de habitabilidad y convivencia con la biodiversidad a cambio de entregar 60 hectáreas para la conservación, y se rasgan las vestiduras.

En Wageningen, hace tres años comenzaron a regresar los patos y hay, por primera vez en décadas, hay una primera colonia viable de cigüeñas, que se había mantenido en cautiverio gracias a un “odioso” zoológico y sus científicos violadores de los derechos de las “personas animales”. También, claro, hay decenas de especies invasoras, como el ganso del Nilo. No se ha sacrificado ninguna carretera en el proceso de “rewilding” que sigue los estándares de la comunidad europea, y ya hay ciclovías por todas partes. Y gente divertida, bañándose y pescando. Pobres peces, también, dirán, reconstruyeron su hábitat, los salvaron de la extinción y ahora no los dejan en paz, los pescan y se los comen.

En Bogotá, mientras tanto, los puristas exigen rutas de conectividad que según ellos (y ellas) son las únicas posibles para garantizar el paso entre la montaña y el río, que casualmente se encuentran en manos de sus contradictores ideológicos. Cosechan votos, eso sí, se dan casi silvestres, pero no se acuerdan que la Sabana era un gigantesco lago donde no había bosques, que los árboles nativos que hoy se siembran con amor están destinados a ser un mosaico caótico que nunca existió, porque los bosques que caracterizó y están creciendo bajo la mirada franciscana de Thomas n el otro mundo están en el piedemonte de Suba, Usaquén, Tenjo, Cajicá o Chía y crecían y se destruían con regularidad según la dinámica de las inundaciones del río Bogotá, que aún nos aturden.

Habría que preguntarles si su modelo de reserva es el parque Simón Bolívar, una invención paisajística muy grata de la ciudad, que existe gracias al gobierno japonés, pero que a duras penas es un refugio de aves que usan sus árboles como percha, lo mismo que en el famoso “Bosque de Bavaria”, un semidesierto de eucaliptos que algunos concejales usan para atraer vecinos nostálgicos, asustados o indignados, en vez de ponerse a trabajar con la ciudad y los constructores para diseñar una ciudad nueva. Una conversación que podría desarrollarse de no ser porque lo que menos parece gustar a los “representantes del pueblo” es encontrar soluciones, porque viven de crear y parasitar problemas.

La construcción del nuevo parque neerlandés, que está en proceso desde 2013, es equivalente a producir un Chiribiquete en su territorio, considerando las escalas, sus efectos, sus alcances. Acá, Chiribiquete es parte de una narrativa de mercadeo, porque lo asedian los deforestadores. Y si exagero, entonces volvamos a la van der Hammen, a sus 1400 ha abandonadas hace más de 20 años por las instituciones, afectuosamente recordada por actores, ciudadanos cariñosos, familiares y algunos vecinos, pero donde ni la Car ni la ciudad hace nada ni deja hacer, así se hayan firmado compromisos con algunos propietarios. Los empresarios de las flores mantienen demandada la ciudad por daños patrimoniales, los vecinos arriendan los potreros a escuelas deportivas, los agricultores se fueron hace tiempo. Mientras tanto, crece la frustración y las pérdidas económicas se acumulan, porque ni siquiera se producen esos servicios ecosistémicos que la ciudadanía reclama. Habría que volver a bloquear alguna vía. Ah, es verdad, no hay, casi que no se puede llegar, mucho menos disfrutar.

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Caminé por Binnenveld hace unos días y arranqué solidaria algunos hipopótamos. Perdón, sauces. Junto con algunos líderes y científicos locales que también se quejaron del gobierno (para eso están los gobiernos), de las empresas constructoras codiciosas, de los productores agropecuarios insensibles, de los visitantes irresponsables. En eso nos parecemos en todo el mundo, los proyectos de restauración o regeneración activos son controversiales, obviamente implican cambios culturales importantes y cambios en la lógica financiera del uso de la tierra. Allá, sin embargo, también hay funcionarios sensatos, urbanizadores y productores sensibles, vecinos dispuestos a conversar, profesores y estudiantes comprometidos con el bien común y no con sus egos. Pero en Colombia preferimos que se acabe el mundo antes que negociar y que pase algo positivo: las señales de autoritarismo ambiental, que pretenden justificarse como respuesta a la corrupción (que también existe en Holanda), no son aceptables. Tanto llamar a la participación y a la paz total para luego tomar decisiones arbitrarias no es democracia, sino semilla de conflicto para el mañana, si es que alcanzamos a llegar a alguno…

¿Qué clase de naturaleza queremos en la Sabana de Bogotá? ¿Cómo la produciremos y la habitaremos? ¿Con qué conocimientos, recursos, capacidades? Pregunta para los candidatos a las alcaldías, a la gobernación, a los concejos, asambleístas, a sus votantes, para las universidades, las empresas, las congregaciones religiosas, los deportistas, a mi comunidad LGBTIQ+, a las organizaciones ambientales y sociales. Una ciudad rica y progresista como Bogotá, una Sabana empantanada, pero en el barro de la mezquindad, disfrazada de legalidad, y que no da para construir ninguna Van der Hammen. En memoria del profesor, habría que hacer que pasara algo.

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Jose(58153)15 de septiembre de 2023 - 10:02 a. m.
Como estudiante de Wageningen UR puedo decirle que lo mejor sería replicar su modelo en Colombia, poner investigación para la Reserva en la Sabana desde las universidades por ejemplo.
Dilan(tdd8f)15 de septiembre de 2023 - 01:37 a. m.
Mucha carreta para decir que quiere que Amarilo se haga más rico así como lo está haciendo con sus construcciones aledañas de la zona
Lalo(70277)15 de septiembre de 2023 - 01:20 a. m.
El señor Baptiste es avieso: no confiesa de frente sus intimidades neoliberales.
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