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Sí, dentro de “La Piscina Night Club” hay una piscina. ¿Que si se podía nadar? no, aunque fuera la fantasía de más de un asistente, a lo que menos se iba era a sumergirse en esas aguas. Allí nunca hubo competencia de atletas, pero el sitio fue visitado por más de un deportista, tampoco era el Congreso de la República, pero sí contó con la honorable presencia de uno que otro congresista, o por lo menos eso cuenta un mito.
Allí no se llevaba a cabo el Reinado Nacional de la Belleza, pero concentró a quienes serían las mujeres más hermosas de todo el país, tampoco fue un banco, pero se hacían transacciones millonarias, porque en Colombia pareciera que podría faltar plata para todo menos para la rumba.
En su mejor momento La Piscina concentró hasta 300 mujeres trabajando, y por cada una de ellas había apenas un par de ojos encima. Siempre fueron más las caderas contoneando sobre largas piernas esculturales, que los visitantes masculinos que pretendía hallar amor a cambio de sus billetes. La exclusividad del lugar dependía únicamente del poder adquisitivo de los asistentes.
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Pero para llegar a ser el imponente edificio que hoy se levanta en el corazón del barrio Santa Fe, en el centro de Bogotá, pasaron varios años y uno que otro dueño. Corría el año 2003 y un hombre con la proyección de diversificar sus negocios, llegó hasta la avenida Caracas con calle 23, en donde algún día funcionó la Fundación Santa Fe y luego el afamado hotel Mediterráneo, preguntó si ese edificio abandonado y viejo estaba en venta.
La compra se pactó, nunca importó el porqué de la adquisición o el para qué, lo que importaba era la plata que se llevaba el antiguo dueño y la que le iba a llegar al nuevo propietario. Fueron 18 años de funciones “de la más alta calidad”, dicen quienes visitaron el lugar, y no refiriéndose a películas o eventos culturales.
Cada noche entre 10 y 15 mujeres podía hacer show en la pasarela: un puente metálico que atraviesa la piscina. A su alrededor, en sillas azules, similares a las que algún día hubo en los colegios distritales de Bogotá, se sentaban los asistentes. Un hombre quien se identificó como administrador de La Piscina, contó alguna vez en una entrevista que allí podían ingresar entre 800 y 1.00 personas un fin de semana, buena parte de ellos extranjeros. El nombre del centro de entretenimiento adulto de Bogotá atravesó las fronteras.
La fachada del edificio, que fue construido por José María Montoya Valenzuela en los años 40, se transformó. Actualmente este lugar cuenta con cerca de 7.000 metros cuadrados, una altura de ocho pisos y 85 habitaciones amobladas, esto sin contar la emblemática piscina y toda la infraestructura que la rodea y se robaba la mirada de los curiosos.
Allí, en ese mismo lugar en donde la pasión era ley y la lujuria se diluía con el perfume de las mujeres, es donde, dice la Fiscalía, se pactaban importantes negocios de distribución de estupefacientes, además de su comercialización. Es por ese delito que su propietario fue investigado y vinculado a una estructura conocida como Los Compas, quienes fueron señalados de vender entre 200 y 300 kilos de droga.
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La última vez que se supo de La Piscina, en redes sociales, fue el 30 de octubre de 2019 cuando promocionaban una monumental fiesta de Halloween. La pandemia a causa del Covid-19 también afectó este lugar, pero con la reactivación se anunció su reapertura en septiembre pasado.
Esos ojos coquetos bajo un sombrero, que tiene en el medio el famoso puente que hay en La Piscina, imagen que era usada como el logo del sitio, volvieron a llamar la atención del público. La publicación que anunció el regreso fue compartida más de 1.000 veces, tuvo cerca de 300 comentarios y misma cantidad de reacciones.
Desde entonces hubo más publicaciones, el anuncio de fiestas y hasta una convocatoria laboral. Cuentan en los alrededores de La Piscina que hasta el último fin de semana antes de la intervención de la policial, el 24 de noviembre pasado, hubo fiesta, hubo licor y hubo mujeres, se celebró como si fuera una despedida.
Aunque la noticia del cierre de este lugar en el centro de Bogotá se prestó incluso para burlas en redes sociales, algo que muy pocos se han preguntado es ¿a dónde van a parar lo más de 500 empleados que había allí?
La Piscina llegó a su fin, o por lo menos como fue conocida en su momento. Tras el proceso de extinción de dominio este predio quedaría en poder del Estado y podría terminar convertido en un centro cultural, algo muy similar a lo que le pasó a El Castillo, otro prostíbulo ubicado a no más de una cuadra de allí.