La travesía de los venezolanos en Bogotá
En promedio a la ciudad llegan 10 al día, por lo que el Distrito adelanta acciones para evitar su explotación laboral y asegurar su derecho a la educación y la salud. Lo que más les preocupa a ellos son las oportunidades y la xenofobia por su masiva llegada.
Mónica Rivera Rueda / @Yomonriver
Sólo después de 23 días de haber llegado a Bogotá, Ricardo y Andrés pudieron disfrutar de un almuerzo como Dios manda. Salieron de Venezuela el 30 de enero, con una pequeña maleta, el escaso dinero que les envió un sobrino para que pudieran cruzar la frontera y el deseo de conseguir un trabajo para sostener a sus familias en Maracaibo. Sabían que los primeros días en el país iban a ser duros, pero no tanto.
Ambos arribaron a territorio nacional el 1° de febrero y su primer destino fue el municipio de Rovira, en Tolima. Les habían dicho que allí encontrarían empleo en la temporada de recolección de café, lo que se convertía en una oportunidad para comenzar la nueva vida en este país. No obstante, fue su primer fracaso. Fuera de que las fincas que les recomendaron quedaban más lejos de lo esperado, al llegar se dieron cuenta de que la cosecha apenas comenzaba a mediados de marzo. Sin dinero y devastados se tuvieron que devolver a Bogotá.
Desde su retorno no tuvieron otra opción que quedarse en la terminal de transporte de la capital. En el día, la recorrían esperando un golpe de suerte. En las noches tenían que dormir sentados, ya que en el portal está prohibido recostarse en las sillas, en especial después de la masiva llegada de venezolanos, que comenzó en agosto de 2017, cuando se estableció la Asamblea Nacional Constituyente en su país.
Con su pequeña maleta y sin separarse establecieron una rutina. Cuando pagaban para utilizar el baño, aprovechaban lo que más podían para asearse . Y en cuanto a la comida... tuvieron que acostumbrarse a que el único alimento era un pan y un café, que debían compartir. Ante esta situación no les quedó de otra que empezar a pedir ayudas a los viajeros de la terminal y en los últimos días vender dulces, porque era lo único que les permitía sobrevivir.
Finalmente, después de semanas de soportar la situación, el pasado viernes fueron contactados por un grupo de voluntarios que los llevaron a un albergue del Episcopado creado para migrantes, en el que podrán estar hasta nueve días. Dependiendo de las condiciones, allí tendrán techo y comida, mientras se resuelve su destino.
La historia de esta pareja de venezolanos es la que a diario viven decenas de ciudadanos del vecino país en Colombia. Por esta razón, tanto la Iglesia como la Unidad de Víctimas y la Secretaría de Integración Social tienen personal dedicado exclusivamente a identificar este tipo de casos en la terminal de transporte de la ciudad. De acuerdo con Teresinha Monteiro, directora de la Fundación Atención al Migrante, a donde llevaron a Ricardo y Andrés, es común que a la ciudad lleguen nacidos en el vecino país con la intención de buscar trabajo, porque dentro de su imaginario, en la capital colombiana pueden encontrar buenas oportunidades.
Xenofobia
Muchos de los que llegan a Bogotá rápidamente deciden seguir el viaje a otras regiones del país, a Ecuador o Perú, al ver las dificultades para encontrar trabajo en la ciudad y, por consiguiente, un lugar para vivir. “La mayoría de las veces es por la xenofobia que se ha generado, ya que lo común era que los colombianos se fueran del país y no estábamos preparados para recibir a personas de otros lados”, explica Monteiro. Y si a esta situación se le suman las recientes noticias que resaltan la cantidad de venezolanos detenidos por hurtos, el panorama se complica. De acuerdo con cifras de la Policía, el año pasado detuvieron a 334 por diferentes delitos.
Esa xenofobia de la que habla Monteiro la vivieron Armando Albarracín y Miguel Chávez, quienes llegaron al país prácticamente a pie y han tenido que sufrir esta situación. Entraron por Cúcuta y de allí, sin mucho dinero, emprendieron el viaje a la capital entre los municipios de Boyacá. En el camino han debido sortear todo tipo de situaciones: así como hay personas que los han atendido con amabilidad, hay quienes les han cerrado la puerta en la cara. No sólo colombianos, también venezolanos residentes en el país. Sin muchas oportunidades, en los últimos días han tenido que ofrecer manillas en las calles a cambio de lo que la gente les quiera dar, ya que no consiguen trabajo y cuando los emplean les pagan muy poco. “Tuvimos un trabajo en el que nos prometieron $25.000 diarios y nos darían el almuerzo. Al final de primer día nos dieron $7.500, porque nos descontaron la comida”, dice Chávez.
Entre las principales dificultades que atraviesan los venezolanos que llegan a la ciudad están su situación legal y las necesidades económicas, por lo que se convierten en blanco fácil para la explotación laboral. Según cifras de la Secretaría de Gobierno, en el último año, el 20 % de los casos de trata de personas correspondieron a mujeres venezolanas, por lo que dentro de las prioridades del Distrito está la creación de un plan de contingencia que les permita actuar y prevenir estos tipos de esclavitud y, de la misma forma, ofrecer oportunidades laborales.
Pero el trabajo no es fácil. El Distrito no tiene claridad de cuántos venezolanos están viviendo en la ciudad. Según cifras de Migración Colombia, en el país hay más de 470.000 venezolanos de forma regular e irregular. De estos, alrededor de 67.000 han solicitado el Permiso Especial de Permanencia (PEP), de los cuales el 39 % se encuentra en Bogotá. Si las cifras globales se asemejan, se podría decir que en la capital viven alrededor de 128.000 venezolanos.
Como si fuera poco, esta cifra aumenta a diario. Según la Personería Distrital, entre el pasado 9 y 21 de febrero, la entidad atendió a 7.500 venezolanos que llegaron a la capital, de los cuales 1.195 se encuentran en Kennedy, 653 en Suba, 646 en Engativá, 540 en Rafael Uribe y 523 en Bosa.
Es por esto que ante la masiva llegada, la Secretaría de Integración Social junto con Migración Colombia presentarán en las próximas semanas la caracterización de los venezolanos en la ciudad para determinar su atención. Además, se activó un plan de atención inmediata, con el que se busca por el momento brindar la mayor ayuda. Dentro de las primeras acciones están la de garantizar el servicio de atención a urgencias y la inmunización de menores de seis años, mujeres embarazadas y adultos mayores.
El plan ha sido efectivo para el Distrito, según Patricia Arce, subsecretaria de Salud Pública. En los últimos seis meses se ha incrementado el número de venezolanos atendidos, pero quizás uno de los puntos que más llama la atención es la cantidad de venezolanas que dan a luz en Bogotá. En 2017 se atendieron 162 partos, mientras que en lo corrido de este año ya van 15. La cuestión en estos casos, según Monteiro, es que como las mujeres entran embarazadas a la ciudad, no tienen acceso al régimen de salud, ya sea por sus condiciones económicas o migratorias, lo que dificulta su asistencia a controles y demás cuidados prenatales.
Por otro lado se ha fortalecido la prestación del servicio de educación a menores de edad. La Secretaría de Educación tiene activado un plan de atención del que se puede beneficiar cualquier menor de edad del vecino país. De acuerdo con Carlos Reveron, director de cobertura de la Secretaría, la idea es que cualquier niño pueda entrar a un colegio distrital sin importar si le falta algún documento. “Cuando el niño llega al colegio y no tiene el certificado correspondiente al último grado que cursó en el colegio, debe hacer las respectivas valoraciones académicas para determinar en qué grado puede entrar”.
Asimismo, los menores pueden obtener el cupo sin presentar alguno de los documentos migratorios, ya que les brinda oportunidades para que los padres realicen el trámite posteriormente. “La nacionalidad no es una barrera para acceder a los colegios oficiales ni para tener acceso a los beneficios”.
En este sentido, en los colegios oficiales se han inscrito alrededor de 1.000 estudiantes venezolanos, con mayor demanda en las localidades de Kennedy, Suba y Usaquén, y aun así la Secretaría asegura que cuentan con los suficientes cupos para atender esta población. De acuerdo con Monteiro, a la ciudad llegan todo tipo de venezolanos, de todas las clases sociales, principalmente de los ciudades de Barquisimeto, Maracaibo, Caracas y Valencia, algunos con las condiciones para conseguir un lugar para vivir y estabilizarse; otros con promesas de trabajo fallidas, y finalmente quienes ante las difíciles circunstancias en Venezuela prefieren venirse a aventurar.
Aunque han corrido con suerte y han logrado entrar a uno de los albergues, Albarracín y Chávez ya decidieron devolverse para Venezuela la próxima semana e intentar volver en cuatro meses en mejores condiciones, mientras que Ricardo y Andrés tienen la esperanza de que por lo menos uno de ellos logre conseguir trabajo en los próximos 15 días, pues su principal necesidad es ayudar a su familia en Venezuela. De no lograrlo tendrán que resignarse con volver a su país y aceptar las precarias condiciones que los llevaron a buscar mejor suerte en Bogotá.
Sólo después de 23 días de haber llegado a Bogotá, Ricardo y Andrés pudieron disfrutar de un almuerzo como Dios manda. Salieron de Venezuela el 30 de enero, con una pequeña maleta, el escaso dinero que les envió un sobrino para que pudieran cruzar la frontera y el deseo de conseguir un trabajo para sostener a sus familias en Maracaibo. Sabían que los primeros días en el país iban a ser duros, pero no tanto.
Ambos arribaron a territorio nacional el 1° de febrero y su primer destino fue el municipio de Rovira, en Tolima. Les habían dicho que allí encontrarían empleo en la temporada de recolección de café, lo que se convertía en una oportunidad para comenzar la nueva vida en este país. No obstante, fue su primer fracaso. Fuera de que las fincas que les recomendaron quedaban más lejos de lo esperado, al llegar se dieron cuenta de que la cosecha apenas comenzaba a mediados de marzo. Sin dinero y devastados se tuvieron que devolver a Bogotá.
Desde su retorno no tuvieron otra opción que quedarse en la terminal de transporte de la capital. En el día, la recorrían esperando un golpe de suerte. En las noches tenían que dormir sentados, ya que en el portal está prohibido recostarse en las sillas, en especial después de la masiva llegada de venezolanos, que comenzó en agosto de 2017, cuando se estableció la Asamblea Nacional Constituyente en su país.
Con su pequeña maleta y sin separarse establecieron una rutina. Cuando pagaban para utilizar el baño, aprovechaban lo que más podían para asearse . Y en cuanto a la comida... tuvieron que acostumbrarse a que el único alimento era un pan y un café, que debían compartir. Ante esta situación no les quedó de otra que empezar a pedir ayudas a los viajeros de la terminal y en los últimos días vender dulces, porque era lo único que les permitía sobrevivir.
Finalmente, después de semanas de soportar la situación, el pasado viernes fueron contactados por un grupo de voluntarios que los llevaron a un albergue del Episcopado creado para migrantes, en el que podrán estar hasta nueve días. Dependiendo de las condiciones, allí tendrán techo y comida, mientras se resuelve su destino.
La historia de esta pareja de venezolanos es la que a diario viven decenas de ciudadanos del vecino país en Colombia. Por esta razón, tanto la Iglesia como la Unidad de Víctimas y la Secretaría de Integración Social tienen personal dedicado exclusivamente a identificar este tipo de casos en la terminal de transporte de la ciudad. De acuerdo con Teresinha Monteiro, directora de la Fundación Atención al Migrante, a donde llevaron a Ricardo y Andrés, es común que a la ciudad lleguen nacidos en el vecino país con la intención de buscar trabajo, porque dentro de su imaginario, en la capital colombiana pueden encontrar buenas oportunidades.
Xenofobia
Muchos de los que llegan a Bogotá rápidamente deciden seguir el viaje a otras regiones del país, a Ecuador o Perú, al ver las dificultades para encontrar trabajo en la ciudad y, por consiguiente, un lugar para vivir. “La mayoría de las veces es por la xenofobia que se ha generado, ya que lo común era que los colombianos se fueran del país y no estábamos preparados para recibir a personas de otros lados”, explica Monteiro. Y si a esta situación se le suman las recientes noticias que resaltan la cantidad de venezolanos detenidos por hurtos, el panorama se complica. De acuerdo con cifras de la Policía, el año pasado detuvieron a 334 por diferentes delitos.
Esa xenofobia de la que habla Monteiro la vivieron Armando Albarracín y Miguel Chávez, quienes llegaron al país prácticamente a pie y han tenido que sufrir esta situación. Entraron por Cúcuta y de allí, sin mucho dinero, emprendieron el viaje a la capital entre los municipios de Boyacá. En el camino han debido sortear todo tipo de situaciones: así como hay personas que los han atendido con amabilidad, hay quienes les han cerrado la puerta en la cara. No sólo colombianos, también venezolanos residentes en el país. Sin muchas oportunidades, en los últimos días han tenido que ofrecer manillas en las calles a cambio de lo que la gente les quiera dar, ya que no consiguen trabajo y cuando los emplean les pagan muy poco. “Tuvimos un trabajo en el que nos prometieron $25.000 diarios y nos darían el almuerzo. Al final de primer día nos dieron $7.500, porque nos descontaron la comida”, dice Chávez.
Entre las principales dificultades que atraviesan los venezolanos que llegan a la ciudad están su situación legal y las necesidades económicas, por lo que se convierten en blanco fácil para la explotación laboral. Según cifras de la Secretaría de Gobierno, en el último año, el 20 % de los casos de trata de personas correspondieron a mujeres venezolanas, por lo que dentro de las prioridades del Distrito está la creación de un plan de contingencia que les permita actuar y prevenir estos tipos de esclavitud y, de la misma forma, ofrecer oportunidades laborales.
Pero el trabajo no es fácil. El Distrito no tiene claridad de cuántos venezolanos están viviendo en la ciudad. Según cifras de Migración Colombia, en el país hay más de 470.000 venezolanos de forma regular e irregular. De estos, alrededor de 67.000 han solicitado el Permiso Especial de Permanencia (PEP), de los cuales el 39 % se encuentra en Bogotá. Si las cifras globales se asemejan, se podría decir que en la capital viven alrededor de 128.000 venezolanos.
Como si fuera poco, esta cifra aumenta a diario. Según la Personería Distrital, entre el pasado 9 y 21 de febrero, la entidad atendió a 7.500 venezolanos que llegaron a la capital, de los cuales 1.195 se encuentran en Kennedy, 653 en Suba, 646 en Engativá, 540 en Rafael Uribe y 523 en Bosa.
Es por esto que ante la masiva llegada, la Secretaría de Integración Social junto con Migración Colombia presentarán en las próximas semanas la caracterización de los venezolanos en la ciudad para determinar su atención. Además, se activó un plan de atención inmediata, con el que se busca por el momento brindar la mayor ayuda. Dentro de las primeras acciones están la de garantizar el servicio de atención a urgencias y la inmunización de menores de seis años, mujeres embarazadas y adultos mayores.
El plan ha sido efectivo para el Distrito, según Patricia Arce, subsecretaria de Salud Pública. En los últimos seis meses se ha incrementado el número de venezolanos atendidos, pero quizás uno de los puntos que más llama la atención es la cantidad de venezolanas que dan a luz en Bogotá. En 2017 se atendieron 162 partos, mientras que en lo corrido de este año ya van 15. La cuestión en estos casos, según Monteiro, es que como las mujeres entran embarazadas a la ciudad, no tienen acceso al régimen de salud, ya sea por sus condiciones económicas o migratorias, lo que dificulta su asistencia a controles y demás cuidados prenatales.
Por otro lado se ha fortalecido la prestación del servicio de educación a menores de edad. La Secretaría de Educación tiene activado un plan de atención del que se puede beneficiar cualquier menor de edad del vecino país. De acuerdo con Carlos Reveron, director de cobertura de la Secretaría, la idea es que cualquier niño pueda entrar a un colegio distrital sin importar si le falta algún documento. “Cuando el niño llega al colegio y no tiene el certificado correspondiente al último grado que cursó en el colegio, debe hacer las respectivas valoraciones académicas para determinar en qué grado puede entrar”.
Asimismo, los menores pueden obtener el cupo sin presentar alguno de los documentos migratorios, ya que les brinda oportunidades para que los padres realicen el trámite posteriormente. “La nacionalidad no es una barrera para acceder a los colegios oficiales ni para tener acceso a los beneficios”.
En este sentido, en los colegios oficiales se han inscrito alrededor de 1.000 estudiantes venezolanos, con mayor demanda en las localidades de Kennedy, Suba y Usaquén, y aun así la Secretaría asegura que cuentan con los suficientes cupos para atender esta población. De acuerdo con Monteiro, a la ciudad llegan todo tipo de venezolanos, de todas las clases sociales, principalmente de los ciudades de Barquisimeto, Maracaibo, Caracas y Valencia, algunos con las condiciones para conseguir un lugar para vivir y estabilizarse; otros con promesas de trabajo fallidas, y finalmente quienes ante las difíciles circunstancias en Venezuela prefieren venirse a aventurar.
Aunque han corrido con suerte y han logrado entrar a uno de los albergues, Albarracín y Chávez ya decidieron devolverse para Venezuela la próxima semana e intentar volver en cuatro meses en mejores condiciones, mientras que Ricardo y Andrés tienen la esperanza de que por lo menos uno de ellos logre conseguir trabajo en los próximos 15 días, pues su principal necesidad es ayudar a su familia en Venezuela. De no lograrlo tendrán que resignarse con volver a su país y aceptar las precarias condiciones que los llevaron a buscar mejor suerte en Bogotá.