Las 127 historias escritas por el Cuerpo de Bomberos de Bogotá
Esta semana se lanzó el libro “127 años, 127 historias, 127 rostros”, escrito por hombres y mujeres de la institución, que pretende ser pieza clave en la memoria de la capital y a su vez humanizar el trabajo de estos valerosos rescatistas.
Roberto Navarrete, sargento retirado del Cuerpo de Bomberos de Bogotá, posiblemente fue uno de los primeros que sintió la onda expansiva que causó el estallido del carro bomba en la antigua sede de El Espectador, en septiembre de 1989. Cuenta que se disponía a hacer aseo en la Estación de Bomberos de Puente Aranda cuando, a las 6:45 a.m., sintió cómo se movió el suelo y segundos después un estruendo opacó esa mañana.
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Roberto Navarrete, sargento retirado del Cuerpo de Bomberos de Bogotá, posiblemente fue uno de los primeros que sintió la onda expansiva que causó el estallido del carro bomba en la antigua sede de El Espectador, en septiembre de 1989. Cuenta que se disponía a hacer aseo en la Estación de Bomberos de Puente Aranda cuando, a las 6:45 a.m., sintió cómo se movió el suelo y segundos después un estruendo opacó esa mañana.
Esta semana, 33 años después del atentado, su relato, junto con otros 126 textos escritos por bomberos, fue publicado en el libro 127 años, 127 historias, 127 rostros, del Cuerpo de Bomberos de Bogotá. Se trata de un compendio de escritos que pretende hacer memoria de los casos con los que se han encontrado los hombres y mujeres de la institución, publicados con el fin de homenajear y humanizar su actividad.
Así como acudieron a atender el atentado a El Espectador, el Cuerpo de Bomberos de Bogotá ha estado en otros acontecimientos, trágicos o heroicos, siempre con la intención de salvar, porque por vocación han puesto su vida en segundo plano, para darles prioridad a la de los ciudadanos.
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Esa valerosidad ha sido destacada y reconocida, pero poco se ha hablado de quiénes son estas personas que integran el cuerpo de emergencias que han estado tanto para retirar un panal de abejas o sacar a un gato de un hueco como para apagar un incendio estructural o rescatar un cuerpo sin vida de un afluente.
Por eso, desde hace un año surgió la idea de poner a hablar a los protagonistas de las historias y reunirlos a todos en este libro. Así fue como lograron que varios bomberos, en medio de esas jornadas que duran 12 o 24 horas, dejaran a un lado los implementos de rescate para que empuñar un lápiz y un papel, y escribieran, desde su corazón, cómo fue vivir, del otro lado de la tragedia, esos casos a los que acudieron por el llamado de emergencia.
Memoria y reconocimiento
Diego Andrés Moreno Bedoya, director de Bomberos de Bogotá, cuenta que el libro fue pensado para rememorar las experiencias con las que sus equipos de trabajo se han encontrado a lo largo de estos 127 años al servicio de la ciudad. Moreno también explica que este proceso sirvió incluso de terapia, porque permitió que los bomberos expusieran de buena forma momentos que habían conservado en silencio.
Entre todas las historias publicadas está la del sargento retirado Roberto Navarrete, quien, a pesar de haber salido de la institución, sigue recordando hechos particulares que marcaron no solo su vida, sino la de la ciudad. En su relato, además de hacer el recuento de cómo vivió el episodio del atentado a este diario, reflexionó sobre la situación que atravesaba el país y la urgencia del respeto por la vida.
“Luego de las labores y de entregar la escena a los organismos correspondientes, llegamos a la estación, dando gracias porque la bomba no nos afectó, pero convencidos de la necesidad de contar con un país en paz, en el que todos respetemos el pensamiento de los demás, en el que todos trabajemos de forma honesta y en el que no nos matemos entre nosotros mismos”, escribió Navarrete.
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Diego Mauricio Espejo (foto) es otro bombero que vio en la creación del libro la posibilidad de exteriorizar un momento desgarrador que le quiebra la voz cuando lo recuerda. Él fue uno de los primeros bomberos que llegó a la Escuela General Santander cuando explotó el carro bomba en enero de 2019.
“Estaba trabajando en la estación de Bomberos de Venecia, ubicada junto a la escuela General Santander. Me encontraba con mi compañero Michael Pineda, comprando el desayuno en un supermercado, cuando aproximadamente a las 9:30 de la mañana escuchamos una fuerte explosión que nos dejó sin aliento, inmediatamente dirigimos la mirada a la escuela, pues sabíamos que procedía de allá, ya que los estudiantes siempre practicaban polígono”, redactó Diego.
La escena era de cuerpos mutilados, edificaciones destruidas y un carro aún en llamas. A pesar de que los mismos uniformados heridos de muerte, con los últimos alientos que tenían, le recomendaban que se fuera porque podría explotar otro artefacto, Espejo se quedó para asistirlos, aun sabiendo que varios de ellos no alcanzarían a llegar vivos a un centro médico.
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“Esto es una vocación, es algo con lo que se nace. No cualquiera arriesga su vida por alguien que no conoce. Yo siempre he dicho que no sabemos si es un delincuente o una persona que le hace daño a la sociedad, nuestra prioridad es salvarle la vida; eso es lo que juramos cuando nos graduamos como bomberos”, contó Espejo.
A pesar de que en buena parte de la carrera los bomberos se enfrentan a tragedias, hay casos más alentadores que se convierten en el combustible para seguir adelante. Son como abrazos reconfortantes al final del día, dicen ellos. Uno de estos casos está contemplado en la historia titulada “Bomberos y hasta cirujanos”, escrita por el sargento Leonardo Buitrago, el cabo Jesús Roldán y el cabo César Segura. Fue una emergencia que, pese a que no parecía tener una solución, concluyó en buen término.
Ocurrió en 2017, cuando a la estación de Bomberos de Bosa llegó la alerta de que un menor de edad tenía la mano atrapada en un molino. Luego de varias maniobras, el niño tuvo que ser trasladado a un centro médico, en donde los mismos bomberos tuvieron que realizar un corte específico que permitió retirar el molino sin hacerle ningún daño a la víctima. En su momento los médicos se habían resistido a intentar dicha maniobra.
Otra historia es la de Neila Johana Pinzón (foto), cabo del grupo de rescate de animales en emergencia. Entre los tantos casos que ha visto, durante estos 20 años que lleva en la institución, uno de los que más recuerda es el de una pequeña gata, de escasas semanas de nacida, que cayó por un ducto hasta una caja de aguas residuales. Para llegar hasta donde estaba el animal, cuenta, tocó perforar el suelo, pero cuanto “más rompíamos, el maullido era más lento”. El animal parecía agonizar.
“La sacamos, pero su estado de salud no era el mejor. Tuvimos que hacerle reanimación cardiopulmonar, elevar su temperatura, ponerle oxígeno y luego de media hora sus signos vitales se restablecieron. Hoy en día la familia adoptante tiene a esa gata, a otra cría y a la mamá, están en perfectas condiciones; ellos constantemente me envían fotos en donde podemos verlas”, concluyó Pinzón.
Así se va la vida del Cuerpo de Bomberos de Bogotá, entre tragedias en donde tienen que asimilar la muerte, o logros completamente opuestos, en donde salvar a cualquier ser vivo es el orgullo más grande de sus carreras. Para quienes participaron en el libro 127 años, 127 historias, 127 rostros, a pesar de que están por cumplir entre dos y tres décadas al servicio, cada día es como el primero y no dejan de aferrarse a su principio de salvar cualquier vida que esté en peligro.