“Las mafias de jíbaros entraron en los colegios”
La concejal Gilma Jiménez reveló que además de consumidores, los estudiantes se han vuelto comerciantes de todo tipo de drogas.
María Camila Peña
Desde que Julián Gómez(*) probó el Nick, hace tres meses, esa composición gaseosa de óxido de nitrógeno se convirtió en la fuente de evasión de la soledad de este joven de trece años. Su adicción se inició cuando uno de sus compañeros de clase lo retó a comprarle a Juancho un ‘bicho’ de marihuana.
Por ahora no ha dejado de probar todo tipo de drogas. Desde ese día, cuenta él mismo, cada vez que suena el timbre que anuncia el recreo de la mañana corre hasta el baño del primer piso del colegio, toca una contraseña secreta, deja tres mil pesos debajo de la puerta de uno de los sanitarios y, como por arte de magia, aparece en el piso un inhalador para el asma con el famoso gas de la risa, una sustancia alucinógena que en las cantidades comercializadas en los colegios de Bogotá produce estados de euforia hasta por 30 minutos. “Nosotros nos metemos el gas por la nariz y la traba nos dura todo el recreo, lo mejor es que nadie se da cuenta”, dice.
Según el psiquiatra Camilo Suárez, se trata de una sustancia que produce alucinaciones, estados eufóricos y en ocasiones puede provocar la pérdida de la memoria. Es incoloro, tiene un olor dulce y ligeramente tóxico, y como lo ratificó un estudiante de séptimo de bachillerato de un colegio del centro de Bogotá, quien pidió no revelar su nombre, “es la droga más de moda en este momento, ya la marihuana, la cocaína y el bazuco son cosas de todos los días”.
Jíbaros estudiantiles
Según datos consolidados por la Secretaría Distrital de Salud sobre el abuso de substancias psicoactivas durante el 2007, el 37,75% de los casos correspondieron a menores de 18 años, siendo representativos los consumidores entre 11 y 15 años. Además, según la última investigación sobre la situación de convivencia y seguridad en ámbitos escolares realizada por la Secretaría de Gobierno en el 2006, en la que se encuestaron a 826.455 estudiantes de colegios públicos y privados entre los 8 y los 22 años, 28.457 jóvenes declararon consumir bebidas alcohólicas, y 4.900 reportaron venta de drogas dentro de los planteles educativos.
“En el colegio uno consigue pepas a dos mil pesos, pases de cocaína entre $5 mil y $10 mil, y todo tipo de sintéticos que se inhalan por la nariz, como el Nick. Además, en los alrededores también hay personas que comercializan estas substancias y hasta venden boxer. En el centro de Bogotá el mayor expendio para menores de edad es donde Doña Alba, que antes estaba en la calle 22 con carrera 11 y ahora se encuentra en el centro comercial Galaxcentro”, denunció una ex adicta de 23 años, quien comenzó a consumir drogas desde los 16.
Para la concejal Gilma Jiménez, lo más preocupante de esta situación es que antes el tema de la droga en los colegios estaba relacionado con el consumo de los estudiantes, pero ahora estos también se han convertido en expendedores. “Es evidente que las mafias de jíbaros entraron a los colegios. Tengo el caso de la directora de un colegio al norte de Bogotá que tenía una banda de jíbaros entre sus estudiantes, que eran hijos de los vendedores de droga de la zona, y no tuvo más opción que pedir el traslado de estos jóvenes a otro colegio”.
Al interior de los colegios
El artículo 44 del Código de la Infancia y Adolescencia establece en su numeral siete que los colegios deben “prevenir el tráfico y consumo de todo tipo de sustancias psicoactivas (….) dentro de las instalaciones educativas y solicitar a las autoridades competentes acciones efectivas contra el tráfico, venta y consumo alrededor de las instalaciones educativas”.
En este momento, la Secretaría Distrital de Educación (SED) trabaja sobre esta problemática a través de orientadoras profesionales. “Son profesionales que están capacitadas para coordinar acciones de prevención de problemáticas como el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, maltrato intrafamiliar, acoso y abuso sexual, entre otras”, afirma Jorge Verdugo, subdirector de la comunidad educativa de la SED.
Otros programas liderados por el Distrito son Salud al Colegio, el Programa Distrital para la Prevención e Intervención en Drogodependencias, la Política de Infancia y Adolescencia y la Política Distrital de Juventud, entre otros.
Pese a los esfuerzos de los docentes por controlar la situación, la realidad al interior de los colegios cada vez es más crítica. Según la encuesta realizada por la Secretaría de Gobierno, 10 mil estudiantes afirmaron que evaden ciertos lugares por temor a ser atacados por otros estudiantes y 50 mil denunciaron que han sido víctimas de hurtos. La concejal Jiménez deduce que estos fenómenos se derivan del expendio y consumo de psicoactivos.
“Hoy en día tenemos que enfrentar que los niños se estén iniciando en las drogas a los 10 años, y que por esta misma necesidad de consumo se aumente la frecuencia de robos y la sensación de inseguridad dentro de los colegios”. Cuando Jaime Garzón(*), estudiante de un colegio privado del norte de la ciudad, reflexiona sobre las razones por las que comenzó a consumir drogas desde los trece años, su rostro se turba y sin otra respuesta dice: “no sé, tal vez porque todo el mundo lo hacía”. Hoy reconoce que ha probado todo tipo de químicos, inclusive alcohol etílico mezclado con otras sustancias psicoactivas, y que en este momento el Nick se ha llevado parte de su vida. “Mi familia ya no me conoce, estoy solo, pero por más que intento no puedo alejarme de las drogas”.
(*)Nombres cambiados por norma de protección al menor.
Desde que Julián Gómez(*) probó el Nick, hace tres meses, esa composición gaseosa de óxido de nitrógeno se convirtió en la fuente de evasión de la soledad de este joven de trece años. Su adicción se inició cuando uno de sus compañeros de clase lo retó a comprarle a Juancho un ‘bicho’ de marihuana.
Por ahora no ha dejado de probar todo tipo de drogas. Desde ese día, cuenta él mismo, cada vez que suena el timbre que anuncia el recreo de la mañana corre hasta el baño del primer piso del colegio, toca una contraseña secreta, deja tres mil pesos debajo de la puerta de uno de los sanitarios y, como por arte de magia, aparece en el piso un inhalador para el asma con el famoso gas de la risa, una sustancia alucinógena que en las cantidades comercializadas en los colegios de Bogotá produce estados de euforia hasta por 30 minutos. “Nosotros nos metemos el gas por la nariz y la traba nos dura todo el recreo, lo mejor es que nadie se da cuenta”, dice.
Según el psiquiatra Camilo Suárez, se trata de una sustancia que produce alucinaciones, estados eufóricos y en ocasiones puede provocar la pérdida de la memoria. Es incoloro, tiene un olor dulce y ligeramente tóxico, y como lo ratificó un estudiante de séptimo de bachillerato de un colegio del centro de Bogotá, quien pidió no revelar su nombre, “es la droga más de moda en este momento, ya la marihuana, la cocaína y el bazuco son cosas de todos los días”.
Jíbaros estudiantiles
Según datos consolidados por la Secretaría Distrital de Salud sobre el abuso de substancias psicoactivas durante el 2007, el 37,75% de los casos correspondieron a menores de 18 años, siendo representativos los consumidores entre 11 y 15 años. Además, según la última investigación sobre la situación de convivencia y seguridad en ámbitos escolares realizada por la Secretaría de Gobierno en el 2006, en la que se encuestaron a 826.455 estudiantes de colegios públicos y privados entre los 8 y los 22 años, 28.457 jóvenes declararon consumir bebidas alcohólicas, y 4.900 reportaron venta de drogas dentro de los planteles educativos.
“En el colegio uno consigue pepas a dos mil pesos, pases de cocaína entre $5 mil y $10 mil, y todo tipo de sintéticos que se inhalan por la nariz, como el Nick. Además, en los alrededores también hay personas que comercializan estas substancias y hasta venden boxer. En el centro de Bogotá el mayor expendio para menores de edad es donde Doña Alba, que antes estaba en la calle 22 con carrera 11 y ahora se encuentra en el centro comercial Galaxcentro”, denunció una ex adicta de 23 años, quien comenzó a consumir drogas desde los 16.
Para la concejal Gilma Jiménez, lo más preocupante de esta situación es que antes el tema de la droga en los colegios estaba relacionado con el consumo de los estudiantes, pero ahora estos también se han convertido en expendedores. “Es evidente que las mafias de jíbaros entraron a los colegios. Tengo el caso de la directora de un colegio al norte de Bogotá que tenía una banda de jíbaros entre sus estudiantes, que eran hijos de los vendedores de droga de la zona, y no tuvo más opción que pedir el traslado de estos jóvenes a otro colegio”.
Al interior de los colegios
El artículo 44 del Código de la Infancia y Adolescencia establece en su numeral siete que los colegios deben “prevenir el tráfico y consumo de todo tipo de sustancias psicoactivas (….) dentro de las instalaciones educativas y solicitar a las autoridades competentes acciones efectivas contra el tráfico, venta y consumo alrededor de las instalaciones educativas”.
En este momento, la Secretaría Distrital de Educación (SED) trabaja sobre esta problemática a través de orientadoras profesionales. “Son profesionales que están capacitadas para coordinar acciones de prevención de problemáticas como el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, maltrato intrafamiliar, acoso y abuso sexual, entre otras”, afirma Jorge Verdugo, subdirector de la comunidad educativa de la SED.
Otros programas liderados por el Distrito son Salud al Colegio, el Programa Distrital para la Prevención e Intervención en Drogodependencias, la Política de Infancia y Adolescencia y la Política Distrital de Juventud, entre otros.
Pese a los esfuerzos de los docentes por controlar la situación, la realidad al interior de los colegios cada vez es más crítica. Según la encuesta realizada por la Secretaría de Gobierno, 10 mil estudiantes afirmaron que evaden ciertos lugares por temor a ser atacados por otros estudiantes y 50 mil denunciaron que han sido víctimas de hurtos. La concejal Jiménez deduce que estos fenómenos se derivan del expendio y consumo de psicoactivos.
“Hoy en día tenemos que enfrentar que los niños se estén iniciando en las drogas a los 10 años, y que por esta misma necesidad de consumo se aumente la frecuencia de robos y la sensación de inseguridad dentro de los colegios”. Cuando Jaime Garzón(*), estudiante de un colegio privado del norte de la ciudad, reflexiona sobre las razones por las que comenzó a consumir drogas desde los trece años, su rostro se turba y sin otra respuesta dice: “no sé, tal vez porque todo el mundo lo hacía”. Hoy reconoce que ha probado todo tipo de químicos, inclusive alcohol etílico mezclado con otras sustancias psicoactivas, y que en este momento el Nick se ha llevado parte de su vida. “Mi familia ya no me conoce, estoy solo, pero por más que intento no puedo alejarme de las drogas”.
(*)Nombres cambiados por norma de protección al menor.