Las mil resurrecciones del Jorge Eliécer Gaitán
Este lugar ha tenido que ser cerrado en varias ocasiones, algunas de ellas por razones políticas.
Santiago La Rotta
La primera vez que el Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán se cerró fue hace 56 años. En aquella ocasión, el cierre vino acompañado de la demolición de lo que hasta entonces se conocía como el Teatro Municipal, y que había sido uno de los escenarios claves para el desarrollo del drama y las artes escénicas tanto en la ciudad como en el país.
Hoy, una vez más, el escenario será cerrado. Esta vez, por fortuna, la clausura será tan sólo temporal y se debe a motivos por completo diferentes a los que llevaron al cierre en 1952.
Para contar la historia del Jorge Eliécer hay que hablar de las tensiones políticas de una de las épocas más convulsionadas y violentas de la historia reciente de Colombia. El teatro es, en últimas, el fruto de un largo parto que se ha prolongado por espacio de 118 años, desde que fuera fundado por primera vez en 1890.
Más que una edificación, o una simple construcción, el teatro es un símbolo, el espejo en el que se miraron varias generaciones y un lugar al que aún van los bogotanos para tratar de saber quiénes son.
Política cultural
Las razones para aquel primer cierre fueron diversas. Muchos argumentaron que se trataba de una retaliación del gobierno nacional contra el gaitanismo, un intento de borrar el rastro de la influencia que dejó el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Otros pensaron, en su momento, que la demolición del teatro consistía una especie de exorcismo colectivo de las hondas heridas que habían dejado los hechos del 9 de abril de 1948, en lo que se conoce como el “Bogotazo”.
Para 1948, el país se encontraba ad portas de una de las peores épocas de violencia política de la que se tiene memoria. La zozobra del momento era notable, la sociedad estaba polarizada por completo: rojos o azules, no había más. En aquel tiempo, justo antes de que la sangre corriera a borbotones, la palabra era un arma certera, usada con gracia y precisión por algunos de lo más grandes oradores.
El Teatro Municipal fue uno de los principales escenarios de esta confrontación de palabras, esa batalla de ideas. Legendarios fueron los “Viernes Culturales” instituidos por Gaitán. Entonces, el teatro se ofrecía al público como lugar de discusión, de abierto debate. Ciudadanos de todas las clases sociales acudían al Municipal: la construcción se convirtió en pequeño refugio de la opinión.
Los “Viernes Culturales”, además de los remezones políticos que impulsaron, hicieron del Municipal un lugar abierto para todos los públicos. El teatro se convirtió en cámara de ecos de ideas y rumores que circulaban libremente para deleite de ociosos y conspiradores.
El día que mataron a Jorge Eliécer Gaitán también se murió el teatro. La demolición se hizo efectiva a finales de 1952, cuatro años después de la muerte del caudillo. El gerente de entonces, Alberto Uribe Ramírez, amigo del dirigente liberal, fue reemplazado por un administrador conservador.
En una publicación acerca de la historia del teatro, hecha por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, ahora Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, el sobrino de Uribe Ramírez, Diego Uribe Vargas, recuerda la época dorada del Municipal: “Se reunían intelectuales, políticos, hombres de teatro... Fue un lugar de discusión. La prueba es que el doctor Gaitán siempre tenía allí sus tertulias políticas. De allí salió el gaitanismo, allí lanzó su candidatura presidencial. Este no es un hecho pequeño. Después fue a la Dirección Liberal. Pero antes Gaitán no tuvo otra oficina que el Municipal”.
Lo cierto, más allá de las explicaciones de uno u otro bando, es que la ciudad perdía uno de los escenarios insigne de las artes. Sin embargo, el teatro representó para toda la generación que aún vio vivo a Gaitán un símbolo político de la época, y
esta imagen perduraría a través de los años; el teatro, más que un escenario dispuesto para la representación, fue también tribuna pública. Después de las obras vinieron las ponencias, los discursos y las arengas públicas. Junto con estos llegó la violencia y con ésta, la muerte del Municipal.
Los inicios
El 22 de junio de 1887 el Concejo de Bogotá firmó un contrato con el actor y promotor de espectáculos italiano Francisco Zenardo, en el cual éste se comprometía a construir lo que sería el Teatro Municipal. El trato consistía en que Zenardo se podría lucrar de la operación del escenario durante los cinco primeros años, tiempo después del cual la administración del mismo pasaría a manos de la ciudad.
La obra fue dirigida por el arquitecto bogotano Manuel Fajardo. La construcción finalizó el primero de febrero de 1890, tres años después de que se iniciara. El día 15 de ese mismo mes fue inaugurado el Teatro Municipal, que se había erigido en el antiguo local de la Escuela Santa Clara.
La programación del Municipal, al menos durante sus tres primeras décadas, emulaba la del Colón, que exhibía producciones extranjeras, en su mayoría europeas. Sin embargo, poco a poco, sutilmente, el cartel empezó a visibilizar artistas y producciones nacionales. Con el tiempo, el Municipal se convirtió en un referente importante del teatro en Colombia.
Levantado del suelo
Corría el año de 1955 cuando, bajo el gobierno del alcalde Fernando Mazuera, se dio el primer intento de resucitar el Municipal. En esos días se proyectó la construcción de un nuevo edificio, que tendría 1.776 sillas, en los terrenos donde se encuentra actualmente el Planetario Distrital. Sin embargo, la iniciativa no tuvo éxito y los planos se perdieron en los archivos por 21 años.
Entonces, en 1966, durante el gobierno distrital de Virgilio Barco, el Municipal volvió a cobrar fuerza. Los diseños hechos en el 55 se desempolvaron y fueron actualizados. La construcción ya no se llevaría a cabo en el lugar planeado, sino en la calle 26 con carrera 30, donde ahora se encuentra el Centro Administrativo Distrital (CAD).
Con la asesoría de los norteamericanos Ben Schlanger y Ciryl Harris, se proyectó la construcción de un edificio que fuera tanto sala de conciertos como escenario dramático. Sin embargo, los retos técnicos que planteaba hacer un edificio para dos actividades diferentes frenaron el comienzo de los trabajos. La recomendación de los asesores fue construir dos salas distintas, una para cada fin.
Sin embargo, el interés de la administración por el renacimiento del Municipal era grande y ésta continuó apoyando la construcción del nuevo teatro. El 28 de enero de 1971, Schlanger presentó un informe donde sugería que el nuevo edificio debía hacerse en donde ya existía una sala de cine, el Teatro Colombia.
Las recomendaciones del norteamericano fueron tenidas en cuenta. El Colombia fue comprado por 25 millones de pesos y el 8 de marzo de 1973 fue inaugurado de nuevo el Municipal, bajo la alcaldía de Carlos Albán. El escenario desde entonces se llamaría Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán.
En 1978 este lugar pasó a manos del IDCT, el cual asumió la remodelación más extensa que ha sufrido hasta el día de hoy. En 1996, el teatro fue sometido a un cambio radical para hacer de éste una sala óptima tanto para presentaciones musicales como para drama y artes escénicas. El sueño de los diseñadores norteamericanos por fin se cumplía 20 años después.
La primera vez que el Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán se cerró fue hace 56 años. En aquella ocasión, el cierre vino acompañado de la demolición de lo que hasta entonces se conocía como el Teatro Municipal, y que había sido uno de los escenarios claves para el desarrollo del drama y las artes escénicas tanto en la ciudad como en el país.
Hoy, una vez más, el escenario será cerrado. Esta vez, por fortuna, la clausura será tan sólo temporal y se debe a motivos por completo diferentes a los que llevaron al cierre en 1952.
Para contar la historia del Jorge Eliécer hay que hablar de las tensiones políticas de una de las épocas más convulsionadas y violentas de la historia reciente de Colombia. El teatro es, en últimas, el fruto de un largo parto que se ha prolongado por espacio de 118 años, desde que fuera fundado por primera vez en 1890.
Más que una edificación, o una simple construcción, el teatro es un símbolo, el espejo en el que se miraron varias generaciones y un lugar al que aún van los bogotanos para tratar de saber quiénes son.
Política cultural
Las razones para aquel primer cierre fueron diversas. Muchos argumentaron que se trataba de una retaliación del gobierno nacional contra el gaitanismo, un intento de borrar el rastro de la influencia que dejó el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán.
Otros pensaron, en su momento, que la demolición del teatro consistía una especie de exorcismo colectivo de las hondas heridas que habían dejado los hechos del 9 de abril de 1948, en lo que se conoce como el “Bogotazo”.
Para 1948, el país se encontraba ad portas de una de las peores épocas de violencia política de la que se tiene memoria. La zozobra del momento era notable, la sociedad estaba polarizada por completo: rojos o azules, no había más. En aquel tiempo, justo antes de que la sangre corriera a borbotones, la palabra era un arma certera, usada con gracia y precisión por algunos de lo más grandes oradores.
El Teatro Municipal fue uno de los principales escenarios de esta confrontación de palabras, esa batalla de ideas. Legendarios fueron los “Viernes Culturales” instituidos por Gaitán. Entonces, el teatro se ofrecía al público como lugar de discusión, de abierto debate. Ciudadanos de todas las clases sociales acudían al Municipal: la construcción se convirtió en pequeño refugio de la opinión.
Los “Viernes Culturales”, además de los remezones políticos que impulsaron, hicieron del Municipal un lugar abierto para todos los públicos. El teatro se convirtió en cámara de ecos de ideas y rumores que circulaban libremente para deleite de ociosos y conspiradores.
El día que mataron a Jorge Eliécer Gaitán también se murió el teatro. La demolición se hizo efectiva a finales de 1952, cuatro años después de la muerte del caudillo. El gerente de entonces, Alberto Uribe Ramírez, amigo del dirigente liberal, fue reemplazado por un administrador conservador.
En una publicación acerca de la historia del teatro, hecha por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, ahora Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, el sobrino de Uribe Ramírez, Diego Uribe Vargas, recuerda la época dorada del Municipal: “Se reunían intelectuales, políticos, hombres de teatro... Fue un lugar de discusión. La prueba es que el doctor Gaitán siempre tenía allí sus tertulias políticas. De allí salió el gaitanismo, allí lanzó su candidatura presidencial. Este no es un hecho pequeño. Después fue a la Dirección Liberal. Pero antes Gaitán no tuvo otra oficina que el Municipal”.
Lo cierto, más allá de las explicaciones de uno u otro bando, es que la ciudad perdía uno de los escenarios insigne de las artes. Sin embargo, el teatro representó para toda la generación que aún vio vivo a Gaitán un símbolo político de la época, y
esta imagen perduraría a través de los años; el teatro, más que un escenario dispuesto para la representación, fue también tribuna pública. Después de las obras vinieron las ponencias, los discursos y las arengas públicas. Junto con estos llegó la violencia y con ésta, la muerte del Municipal.
Los inicios
El 22 de junio de 1887 el Concejo de Bogotá firmó un contrato con el actor y promotor de espectáculos italiano Francisco Zenardo, en el cual éste se comprometía a construir lo que sería el Teatro Municipal. El trato consistía en que Zenardo se podría lucrar de la operación del escenario durante los cinco primeros años, tiempo después del cual la administración del mismo pasaría a manos de la ciudad.
La obra fue dirigida por el arquitecto bogotano Manuel Fajardo. La construcción finalizó el primero de febrero de 1890, tres años después de que se iniciara. El día 15 de ese mismo mes fue inaugurado el Teatro Municipal, que se había erigido en el antiguo local de la Escuela Santa Clara.
La programación del Municipal, al menos durante sus tres primeras décadas, emulaba la del Colón, que exhibía producciones extranjeras, en su mayoría europeas. Sin embargo, poco a poco, sutilmente, el cartel empezó a visibilizar artistas y producciones nacionales. Con el tiempo, el Municipal se convirtió en un referente importante del teatro en Colombia.
Levantado del suelo
Corría el año de 1955 cuando, bajo el gobierno del alcalde Fernando Mazuera, se dio el primer intento de resucitar el Municipal. En esos días se proyectó la construcción de un nuevo edificio, que tendría 1.776 sillas, en los terrenos donde se encuentra actualmente el Planetario Distrital. Sin embargo, la iniciativa no tuvo éxito y los planos se perdieron en los archivos por 21 años.
Entonces, en 1966, durante el gobierno distrital de Virgilio Barco, el Municipal volvió a cobrar fuerza. Los diseños hechos en el 55 se desempolvaron y fueron actualizados. La construcción ya no se llevaría a cabo en el lugar planeado, sino en la calle 26 con carrera 30, donde ahora se encuentra el Centro Administrativo Distrital (CAD).
Con la asesoría de los norteamericanos Ben Schlanger y Ciryl Harris, se proyectó la construcción de un edificio que fuera tanto sala de conciertos como escenario dramático. Sin embargo, los retos técnicos que planteaba hacer un edificio para dos actividades diferentes frenaron el comienzo de los trabajos. La recomendación de los asesores fue construir dos salas distintas, una para cada fin.
Sin embargo, el interés de la administración por el renacimiento del Municipal era grande y ésta continuó apoyando la construcción del nuevo teatro. El 28 de enero de 1971, Schlanger presentó un informe donde sugería que el nuevo edificio debía hacerse en donde ya existía una sala de cine, el Teatro Colombia.
Las recomendaciones del norteamericano fueron tenidas en cuenta. El Colombia fue comprado por 25 millones de pesos y el 8 de marzo de 1973 fue inaugurado de nuevo el Municipal, bajo la alcaldía de Carlos Albán. El escenario desde entonces se llamaría Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán.
En 1978 este lugar pasó a manos del IDCT, el cual asumió la remodelación más extensa que ha sufrido hasta el día de hoy. En 1996, el teatro fue sometido a un cambio radical para hacer de éste una sala óptima tanto para presentaciones musicales como para drama y artes escénicas. El sueño de los diseñadores norteamericanos por fin se cumplía 20 años después.