Legislar para conservar, energías renovables y un vistazo al pasado para pensar a futuro
Invertir en el cuidado del Amazonas, recuperar río Bogotá, fortalecer la apuesta por las energías renovables y asumir nuestros consumos de manera responsable con el medio ambiente son algunas aristas que dejaron de ser alternativas y que ahora se entienden como obligaciones para asegurar el suministro hídrico a futuro.
El racionamiento actual, aunque la ciudadanía piensa que será temporal, podría volverse permanente. La situación no solo lleva a reflexionar sobre la urgente necesidad de cambiar hábitos en los hogares, sino en buscar proteger las fuentes de abastecimiento. Invertir, incluso, en la Amazonía y en la Orinoquía, para evitar la deforestación, resulta fundamental para buscar que las generaciones futuras no sufran sed.
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El racionamiento actual, aunque la ciudadanía piensa que será temporal, podría volverse permanente. La situación no solo lleva a reflexionar sobre la urgente necesidad de cambiar hábitos en los hogares, sino en buscar proteger las fuentes de abastecimiento. Invertir, incluso, en la Amazonía y en la Orinoquía, para evitar la deforestación, resulta fundamental para buscar que las generaciones futuras no sufran sed.
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“Debemos entender que no se trata de ‘volver’ a lo que fuimos en términos climáticos, de oferta hídrica y de riqueza medioambiental, por ejemplo. Esas características ya se perdieron, quedaron atrás y no van a volver. Lo que viene es la adaptación, estamos en un momento bisagra: o encontramos mejores maneras de consumir y entender el agua o el panorama, con la agudización de los efectos del cambio climático, podría llegar a puntos impensados”, sostiene Angélica Beltrán Guerrero, ingeniera forestal especializada en mercados de carbono y en la protección de bosque natural.
En ese sentido, la implementación más decidida de energías renovables; la reforestación de ecosistemas y territorios fundamentales para el ciclo hidrológico; los reservorios de agua, para enfrentar sequías, y proyectos como los pagos por servicios ambientales (que implican un reconocimiento económico de parte del estado a propietarios u ocupantes de tierras ubicadas en zonas de protegidas que trabajen para su conservación), resultan cardinales cuando se piensa en la oferta hídrica a futuro.
Actúa localmente y obtendrás resultados globales
No obstante, mientas el cambio y el compromiso individual no sea la constante, los esfuerzos serán nimios. “Es sencillo: la crisis fue desatada por nosotros y solo nosotros podemos tomar acciones para mitigarla. Así pues, la responsabilidad de ninguna manera recae solo en el gobierno que, por supuesto, debe tener agendas enfocadas en la protección, mitigación y, en lo más importante, la educación, porque el desconocimiento también constituye una amenaza.”
“En este punto toman sentido frases que se viene repitiendo desde Río+20: “actúa local y obtendrás resultados globales”, decisiones diarias, como la elección consciente e informada de los alimentos o productos que consumimos, por ejemplo, harían una gran diferencia y son piedras fundacionales de una verdadera cultura ciudadana del cuidado ambiental”, señala María del Pilar García Pachón, experta en derecho de aguas y profesora de la Universidad Externado de Colombia.
La decisión de elegir de manera más consciente las compras que se realizan, teniendo en cuenta variables como la huella de carbono (cantidad de gases invernadero producidos por cierta actividad, por ejemplo, la producción ganadera, agrícola o industrial) que tiene el producto y los niveles de responsabilidad social y ambiental de la empresa a la que le compramos, son importantes porque, además de sumar a la reducción de la huella de carbino, podemos entender la importancia de los cambios individuales.
Estas son acciones que, de volverse una constante en una parte grande de la población, podrían representar una trascendencia real, bajo el entendido de que un consumismo desaforado que no repare en estos particulares, tal y como sucede en un gran espectro de la actualidad, resulta una conducta caníbal y destructora del medio ambiente.
“Por otro lado, es esencial entender que asegurar el suministro de agua exige una gestión integral del ciclo hidrológico, incluyendo la priorización del tratamiento de aguas residuales en todas las escalas. La contaminación resultante de la descarga de vertidos sin tratar representa una amenaza para la disponibilidad y calidad del agua, y es urgente implementar medidas para poder alcanzar la protección de nuestros recursos hídricos. Recuperar la cuenca del río Bogotá es fundamental”, señala García.
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Ríos voladores: la correlación de la Amazonía con los páramos andinos y el agua que consume Bogotá
Para entender la relación que tiene la Amazonía con los páramos que circundan Bogotá y con el agua que la ciudad consume, sostiene María del Pilar García, hay que tener claro que “no hay ninguna actividad o servicio medioambiental que no esté conectada entre sí. El agua está conectada al suelo, el suelo a la flora y a la fauna, y todos estos, a su vez, están relacionados con la atmósfera, que es un escenario donde se amalgaman muchos de estos fenómenos.
En ese sentido, a nivel global, el clima está definido por factores que pueden suceder a miles de kilómetros del punto donde surgen ciertos fenómenos”. La humedad, los vientos, la temperatura y las precipitaciones, entre otras características ambientales, influyen en que el clima sea como lo conocemos.
“Tendemos a pensar que el agua nace y viene de los páramos, pero no es del todo así. Hay un complejo proceso detrás, que es imperante entender, para poder establecer una ruta que permita acciones a futuro. En nuestro caso, en la región Andina, los ríos voladores resultan primordiales para la salud de los ecosistemas, que intervienen en el ciclo hidrológico”, resalta García.
¿Cómo funcionan? “Alrededor del río Amazonas (el más largo del mundo, con 7.000 kilómetros) converge grandes flujos de agua en forma de vapor, provenientes del océano Atlántico. Cuando el vapor proveniente del mar se encuentra con la humedad de la zona, sucede el fenómeno de evapotranspiración, haciendo que flujos masivos de agua asciendan desde la selva”, resalta Angélica Beltrán.
La evapotranspiración es el proceso que permite que la magia suceda: una vez llueve en el bosque y los árboles absorben grandes cantidades de agua, las hojas transpiran el vapor, que eventualmente formará las nubes que integran los ríos voladores.
Una vez los altos flujos de agua ascienden de la superficie amazónica, entran en contacto con los vientos alisios (sistema de vientos constante que fluye en dirección del Ecuador) y es allí cuando empiezan su recorrido, a unos 15 kilómetros de altura, en dirección norte.
En medio de ese trayecto, al entrar en contacto con las bajas temperaturas de las partes altas de la cordillera de los Andes, las nubes cargadas de vapor se condensan y generan las lluvias que bañan la región. De ese ciclo se alimentan los páramos, ríos y quebradas que sostienen los embalses de los que bebe Bogotá.
La influencia de los ríos voladores, término acuñado por el científico brasilero Antonio D. Nobre a inicios de este siglo, es tal, que se estima que un solo árbol amazónico, de 20 metros de diámetro, puede transpirar hasta 1.000 litros de agua al día.
Teniendo en cuenta que, según la fundación Gaia Amazonas, los bosques amazónicos albergan más de 600.000 millones de árboles, “en conjunto, estos árboles liberan 20.000 millones de toneladas métricas de agua, superando, incluso, la producción de agua del río Amazonas, que diariamente lleva 17.000 millones de toneladas de agua hacia el océano Atlántico”, según señala la citada fundación.
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Amenazas
“Amazonas, tu enemigo es el futuro”, canta La Pestilencia, icónica banda de punk rock bogotana, en su canción Amazonas internacional Airport, del 2005. Para que esto deje de ser una verdad, el camino es largo. En Colombia, la región amazónica comprende 50,35 millones de hectáreas, que representan cerca del 40% del territorio nacional, pues abarca los departamentos del Caquetá, Guainía, Guaviare, Putumayo, Vaupés y Amazonas.
Las principales amenazas que enfrenta la región están relacionadas con la expansión de la agricultura, las concesiones mineras, el influjo de grupos armado, incendios forestales, acaparamiento de tierras y el incremento de las actividades ganaderas, las cuales, al sumarlas, configuran el mayor mal de la región: la deforestación.
De acuerdo con el ministerio de Ambiente, si bien en 2023 la deforestación se redujo entre el 25% y el 35%, el daño sigue siendo grande: se calcula que fueron 2 .544 las hectáreas deforestadas, en zonas que comprenden varios de los Parques Nacionales de la Amazonía. Este año, hacer el cálculo será más complejo debido a las amenazas relacionadas con el recrudecimiento del conflicto que, entre otros efectos, impide el acceso de las entidades que velan por el control de este flagelo.
Si bien las estrategias de cuidado de la selva amazónica se han robustecido y los resultados han sido positivos, la situación continúa siendo crítica. Además del compromiso frontal del Estado para proteger el territorio, la legislación también debe pasar por otros países con los que se comparte la región amazónica. Ahí radica, en parte, la dificultad y el reto de garantizar un sistema de protección regional, que esté por encima de cualquier frontera.
La conservación y el retorno a lo místico
Además de los cambios en nuestra relación el agua, el compromiso del ahorro y las acciones de protección más decididas de los gobiernos, lo que se haga en materia de conservación será, en gran media, la clave para asegurar un suministro de agua a futuro.
“Si vemos, por ejemplo, que las especies invasoras generan daño, fortalezcamos la reforestación. Si las medidas pedagógicas no son suficientes, a futuro habrá entonces que fortalecer las medidas punitivas. Por otro lado, la cantidad de saberes y de información valiosa que han logrado investigaciones desde la academia son una fuente de la que no hemos bebido como deberíamos. Hay que lograr que la conservación ambiental sea tratada como un tema interdisciplinario, en el que ningún ente actúe de manera aislada.”, señala Beltrán.
Ejemplo de ello es la iniciativa a la que pertenece Armando Díaz Ramos, quien forma parte de ‘Invocu’, un proyecto familiar que nació con la tesis de grado de su hijo y, actualmente, es ejemplo de responsabilidad ambiental y de conservación ecosistémica en zonas de páramo de la localidad de Usme.
“Invocu es la unión de las palabras invasor y ocupante. Es un taller de investigación de especies invasoras del bosque alto andino y del páramo presentes en la ruralidad de Bogotá. Nos concentramos especialmente en la erradicación y transformación del Retamo Espinoso, una especie europea que afecta especies nativas que actúan como colchones y transmisoras de agua” señala.
El retamo espinoso, considerada una de las 100 especies invasoras más dañinas del planeta, tiene su asidero en ecosistemas de páramo que han sufrido incendios y quemas forestales. Las características de esta especie permiten que colonice los suelos quemados más rápido que las especies nativa, pues ha desarrollado una resistencia al fuego que le permite expandirse rápidamente.
Ante ese invasor nació la idea de Invocu, como alternativa de reforestación, pedagogía y conservación del páramo. “El proyecto busca recuperar zonas invadidas. Con el retamo, una vez lo retiramos del territorio, realizamos productos como materas, portavasos, llaveros, libretas y protectores para celulares, entre otros. Nos buscamos un sustento ayudando y respetando a la montaña, al páramo y al agua”
Y es precisamente ese respeto y el hecho de entender el ecosistema, no como una fábrica a nuestro servicio y disposición, sino como un ser vivo de cuya salud depende nuestra permanencia, es parte de lo que se debe recuperar, pues cabe resaltar que la actual crisis se da en un territorio en donde el agua, además de ser generosa y abundante, se entendía como un eemento sagrado.
Siecha, Chingaza, Chuza o Chisacá, nombres que hoy conocemos por ser lagunas o embalses cuyo papel resulta preponderante en el abastecimiento de agua en Bogotá, antes, en Bacatá, fueron, además de cuerpos de agua multiplicadores de la vida, entidades veneradas a quienes se les agradecía la abundancia y la ausencia de sed.
No es casualidad que el símbolo del Acueducto de Bogotá sea una rana, pues para quienes primero habitaron estas tierras, el anfibio simbolizaba prosperidad y fertilidad, pues eran entendidas como mensajeras entre el mundo divino, relacionado ampliamente con el agua, y los humanos.
Es difícil que ese componente místico, que llevan consigo las aguas que riegan a Bogotá y sus alrededores, incidan en superar la crisis. Sin embargo, entender todo lo que ha pasado con el agua en la ciudad que se habita, tanto a nivel técnico, histórico, climático y sagrado, si se quiere, es tal vez lo primero que debemos hacer para poder superar la crisis.
El agua no viene de la llave, pero nosotros sí venimos del agua. Con entender esa idea podemos empezar a hablar de un futuro en el que la amenaza, en gran medida, dejemos de ser nosotros mismos.
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